A penas ha pasado una hora desde el amanecer cuando Hans, el cochero, hace restallar el látigo en el aire. Los caballos comienzan a moverse ante el sonido que bien conocen, y mientras el carruaje comienza a tomar velocidad sentís el traqueteo del camino.
La ruta trazada no es la mas cómoda, aunque si la mas rápida. Atravesareis muchos pueblos, pero ninguna ciudad, aunque el cochero os ha prometido que salvo que ocurra algo inesperado, mañana domingo podréis comer en Moscú.
Con muchas horas de viaje por delante, y un traqueteo que hace difícil leer, la conversación parece ser la única opción para evitar el tedio del trayecto.
- Me encanta contemplar el Otoño en esta región. Con toda seguridad, no será la imagen más alegre que puedan ofrecer estos bosques, pero es ciertamente hermosa... ¿No creen?
- Señor Holzer, tiene usted razón, claro que la tiene. El bosque en otoño logra desprender toda una gama de colores que podrían empañar un sin fin de obras de arte, mire esos ocres, marrones y amarillos que se integran al camino.
Si señor, podría observar estos paisajes por meses, la inspiración del alma, decadente como cada uno de nosotros que se marchita previniendo algo peor, esperando inerte la llegada del invierno… de la muerte. Increíble, ¿verdad?.
Las elocuentes palabras de Arrabbiati despiertan mi atención, y mis recuerdos. ¡Por supuesto! Ese nombre había rondado mi cabeza desde que subí al carruaje. Era un artista reputado hace algún tiempo, principalmente por sus labores restauradoras.
- Es un placer coincidir con usted, señor Arrabbiati. Mi memoria ha estado algo nublada, pero ahora le recuerdo bastante bien. Soy admirador de su trabajo, aunque estoy intrigado por conocer más obras suyas. ¿Ha expuesto, o ha pensado hacerlo próximamente? Me han cautivado sus palabras, y sería magnífico poder contemplar esas sensaciones plasmadas en un óleo.
Aparto la mirada del adjunto de la copia del testamento que he estado ojeando a saltos desde que empezó el viaje, cuya lectura se me esta haciendo imposible con le traqueteo del carruaje. Un tanto mareado miro a mis acompañantes de viaje, interesándome por la conversación que están manteniendo:
Tenemos un artista a bordo, según parece; ¿Arrabbiati ha dicho el hombre del sombrero? Arrabbiati...Arrabbiati...Ah!, ya caigo, Elaine me menciono hará medio año algo sobre una exposición suya,... es una lástima que estuviésemos enfrascados en el caso Crane contra metalurgias Wick... Elaine contaba maravillas de sus cuadros.
Habiendo pasado la mayor parte del viaje ocupado con los papeles, no había mediado más que unos cuando saludos corteses y disculpas a la hora de subir el equipaje y elegir asiendo. Habiendo reparado en esto me dispuse a presentarme (nunca se sabe donde pueden aparecer posibles futuros clientes):
- Ejemm... creo que no me he presentado caballeros, mi nombre es Frederick Abberline y ejerzo como abogado para el bufete "Lindman and brothers", no se si lo conocerán. digo con mi mejor sonrisa comercial.
- La verdad es que he de reconocer que no soy un hombre que aprecie en exceso las virtudes de la naturaleza, pero me siento maravillado de como ustedes son capaces de sacar tantos aspectos interesantes de las vistas continuas desde el carruaje, a mi solo me recuerdan lo alejado que estoy de mi ciudad...
Y de ti, amor mio...
Por un momento me relajo en la contemplación del paisaje húngaro. Había pensado aprovechar el viaje para releer el Treatise on Opium de Young, pero el movimiento y el ruido hacen imposible concentrarse. Por suerte, parece que mis compañeros de viaje intentan iniciar una conversación. No es que me sea incómodo el silencio, pero me temo que el paisaje no constituya un entretenimiento suficiente de aquí hasta Moscú.
Mientras el pintor, Arrabbiati, describe con hermosas palabras el otoño que nos rodea, me dedico a observar a los otros viajeros. Por los acentos y las maneras, casi se podría adivinar de dónde viene cada uno. Pero si jugara a esto, haría trampas, pues sus nombres son pistas bastante evidentes.
Lo cual me hace pensar que no recuerdo haberme presentado. De repente, casi como si me leyera el pensamiento, el hombre que venía hojeando unos papeles (inglés, ¡seguro!) se presenta. Aprovecho para hacer lo propio.
-Encantado de conocerle, señor Abberline... señores. Yo tampoco creo haberme presentado. Soy el doctor Lenhard Heideck, de Viena. Veo que contamos entre nosotros con un pintor de cierta reputación. No estoy familiarizado con su obra, aunque sí había oído su nombre. Coincido con el señor Holzer: me encantaría ver un paisaje como éste plasmado por usted. Aunque, confieso que lo mío no es el arte sino la contemplación de la belleza natural en todo su esplendor, tanto a nivel macroscópico como microscópico.
- Señor Abberline, doctor Hiedeck. Es un placer compartir el viaje con profesionales de su talla, les recomiendo extender su vista hacia las maravillas del exterior. Los paisajes en movimiento hacen mucho más ameno el viaje y evitan que uno se maree con el movimiento constante.
Señor Holzer, me alegra encontrarme con un admirador de mis humildes obras. Desafortunadamente para los admiradores del arte muy pocas de mis obras se encuentran en exposición abierta, en su mayoría se lucen en las salas de poderosos acaudalados.
El traqueteo del carruaje en movimiento y junto con la perfecta composición de colores del exterior interrumpió la charla del joven artista, dejando que el silencio se adueñara del interior de la diligencia.
Mis disculpas señores – Modesto realizo una pequeña reverencia al notar su falta de cortesía – Por momentos me dejo llevar por la mis sentidos sin percatarme de mi descortesía. Como le decía, señores, 30 o quizás 40 días atrás el respetado Conde Riverkick me honró exhibiendo un gran numero de mis obras sobre en nacimiento de los ángeles en la sala de ceremonia de su residencia en el centro de Londres, pero ha sido por un tiempo limitado... Tal vez pueda enseñarles algo de mi trabajo al llegar a Moscú, el motivo de mi viaje no es otro que entregar alguno de mis trabajos y a buscar inspiración para mis próximas pinturas.
-Será un placer contemplar sus pinturas cuando lleguemos a Moscú. Y por cierto, suscribo su consejo para evitar la cinetosis: si sienten que se marean, miren por la ventana, ya que el malestar se debe a una discordancia entre el movimiento sentido y el movimiento visto. Pongan de acuerdo lo que ven y lo que sienten, y el mareo se mitigará -sonrío.
- Interesante fenómeno acaba de describir Doctor. Por el bien de esta conversación, me atrevo a preguntarles, ¿a qué se debe el motivo de vuestro viaje a Moscú?
-En mi caso, voy a pasar allí unos días con mi viejo amigo y colega, el doctor Rakov. Hace años que marchó a Moscú a formar una familia y desde entonces no he tenido ocasión de verle. ¿Y ustedes? -pregunto, mirando a Abberline y Holzer.
- Un placer conocerles, señor Abberline y doctor Heideck. Aunque parezca increíble, mi viaje a Moscú también está motivado por un fín artístico, aunque mi caso es el opuesto al de usted, señor Arrabbiati. Voy a examinar unas tallas antiguas que tiene intención de adquirir la persona para la que trabajo. Soy marchante privado de un acaudalado aristócrata. Es un ávido coleccionista de arte, y confía en mí para la búsqueda de nuevas piezas.
- Lo más cercano a arte que podría llegar a ver yo en mi destino son los trazos de la firma de un testamento, del que voy a ejercer de notario. El destinatario es el hermano del fallecido, un individuo bastante influyente de Londres... disculpen que no les pueda rebelar el nombre, pero es secreto de sumario.
- Interesante actividad desarrolla usted señor Holzer, quizás su ojo critico pueda darme una opinión de los trabajos que estoy desarrollando. Estoy interesado en incursionar en nuevos campos de la expresión sentimental y la opinión de un experto ayudaría mucho en la búsqueda que estoy realizando.