El cañón de Tupolev seguía vomitando fuego contra el aparato de Krauser, pero el campo de fuerza lo convertía en indestructible. Lentamente, fue acercándose a la Torre Eiffel, perseguido por la copia del ornitófero. Sin embargo, los cazas fokker no paraban de entrometerse en sucesivas oleadas, haciendo que el ornitófero tuviera que maniobrar para escapar de ese infierno.
La radio se activó entonces, en una transmisión de Willbur Wright.
-Hay más aeroplanos acércandose a la zona por el oeste...
Miraron hacia allí, descorazonados. Más enemigos. Aquello era demasiado. Entonces, el teniente Garros añadió algo.
-No son alemanes.
Los nuevos aeroplanos pintados de verde oliva cayeron sobre los alemanes por sorpresa, y estos comenzaron a caer como moscas. Uno de esos aviones pasó sobre sus cabezas, y pudieron verlo de cerca.
El canal de radio se abrió y escucharon un francés con acento británico.
-Al habla el capitán Keith Park de la Royal Air Force. Nosotros nos encargamos de esos alemanes, intercepten esa nave.
Ness recordó entonces aquella conversación con los militares, que le pidieron el diseño de un aeroplano militar básico. Francia no era la única que había estado trabajando en secreto. Sintió cierto orgullo. Durand sonrió. Al fin, Francia no luchaba sola.
El aparato de Krauser desembarcó en la Torre Eiffel, y los soldados aguardaron con los fusiles preparados. Cuando el viejo, empuñando su bastón, salió afuera, una marea de disparos le recibió. Ninguno de ellos, sin embargo, consiguió penetrar su armadura. Enfadado, el patriarca Krauser comenzó a generar un haz de rayos, que se propagó en la torre metálica con pasmosa facilidad. Tupolev fue el último en caer al suelo, obstinado. Estaba inconsciente, y no muerto, como mucho de sus hombres.
El ornitófero llegó luego, y hubo un breve combate entre él e Innana. Sin embargo, el escudo de energía que le rodeaba parecía alimentado por la esfera maligna, y ni siquiera el poder de una diosa podía doblegarlo. Krauser les lanzó muy lejos con un golpe de viento treméndamente poderoso, que llegó a tirar los cañones que estaban emplazados en la torre.
Ya sin distracciones, comenzó a condensar electricidad en la bola, y este refulgía con un siniestro siseo, como si se estuviera cargando. Durand intentó por última vez penetrar en su escudo con un sablazo, pero solo consiguió partir la hoja. Krauser no hacía más que reirse. Estaba a punto de conseguir lograr sus objetivos.
La silueta del orondo hombre apareció por detrás de una sorprendida Artemis. Caminaba con su bastón, y llevaba un sombrero de copa. Se giró a mirarles con una sonrisa, mientras Krauser estaba distraído.
-Un gran trabajo, señores. Estoy orgulloso de ustedes.
Luego miró a Adrienne.
-Señora Rosseau, cuide de nuestra escuela. Se lo ruego. No hay nadie más capacitado que usted. Ha sido un honor contar con ustedes... un honor.
Se quitó el sombrero, secándose el sudor. En aquel momento, el director de la Sociedad Fénix se iba a enfrentar a su archienemigo. Aquel tipo gordo, simpático y bonachón endureció sus facciones. No podía morir, o eso creían todos. Pero la verdad es que el gran mal solo podía se neutralizado con el bien absoluto. Y por eso, lord Talbot iba a dar su vida. A Candance le pareció uno de los actos más nobles que había visto jamás, y le avergonzó que no fuera ella quien se sacrificara por la humanidad.
-¡¡KRAUSER!! -gritó.
Se abalanzó sobre él. Y el viejo no tuvo tiempo ni a sacar su pistola. Lo abrazó con su enorme masa, y lo empujó. Juntos cayeron, volando desde la Torre Eiffel. La cápsula protectora de energía de Krauser se disipó en aquel momento, y el viejo no pudo sino gritar con horror, mientras lord Talbot le mantenía agarrado. Cuando tocaron el suelo, el sacrificio se completó.
La gran bola de energía siguió armándose, e Inanna sabía que aquel era su momento. Caminó hacia, convertida en fuego místico, y la abrazó. Ardiendo con una increible intensidad, deshizo el mal absoluto, nuevamente con el bien absoluto.
La luz lo inundó todo, y cuando esta se disipó, el sol lucía sobre París. Todas las naves enemigas habían sido destruidas o huían. Ness se clavó de rodillas, desolado. Candance no estaba. Maldijo a Zaratustra por no mantener su promesa. Pero poco después, en medio de su desolación, el haz de luz bajó sobre las nubes, y el cuerpo de Candance se materializó sobre el suelo metálico de la Torre Eiffel. Lentamente, abrió los ojos, y miró a su esposo, que lloraba de emoción. Él la abrazó, lleno de alegría. Le habían concedido el don a la vida. Una vida mortal, junto a aquel quien había peleado por compartir su destino con ella.
La escena fue tan romántica que Durand no pudo sino coger a su esposa por la cintura, y darle un beso. Los aeroplanos hicieron una pasada triunfal sobre sus cabezas, mientras el sol del estío lo bañaba todo con fulgor. Tupolev se acercó a Artemis, y le sonrió. Fue esta quien lo agarró y le dió un beso. Allí mismo, le pidió matrimonio. No podía ser de otra manera. El señor Octopuss saltó sobre el hombro del almirante, e hizo burla tarareando la marcha nupcial.
Todos rieron. París había sido salvada. El mundo podría vivir otro día más. En las calles, el joven repartidor de periódicos distribuyó la noticia. Victoria en el Marne, y victoria en París. La guerra seguiría, pero la habían comenzado con buen pie. Juntos, caminaron hacia casa de Candance, mientras el pueblo de París les tiraba flores y les aplaudía con entusiasmo. El general Rigaud estaba entre el público, y les saludaba militarmente, impresionado. Curaron sus heridas, y les apartaron de la prensa.
El inspector LeDuc les rogó que fueran al palacio presidencial, pero Candance se negó. "Mañana", dijo. Únicamente, le solicitó escolta para que vigilaran su casa. Y, de una vez por todas, cenaron en paz en el número 13 de la plaza de los Vosgos. Como hermanos, como amigos. Como camaradas. Alzaron sus copas con una sonrisa, chocándolas en el aire.
Su misión había terminado.