El rostro del teniente se relaja cuando finalmente consigue acertar y enviar al infierno al perro traidor. Ya solo quedaba uno.
De un salto se planta al lado de Abeillut y Barraud para ayudarles con el último de aquellas escorias.
-En Francia ensartamos a los traidores! Estas expulsado del glorioso imperio!!!
Motivo: Cthulhucito de mi corazón, dame fuerzas otra vez...
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 74 (Fracaso)
Motivo: Por qué me abandonas? (Parada)
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 73 (Fracaso)
El asalto anterior fue un espejismo...xD
Avanzaba con más fuerza que tino el bereber, descargando briosas estocadas, flissa en mano, sobre sus obstinados adversarios, a los que sin duda el mismo demonio debía haber poseído, si continuaban luchando de ese modo incluso siendo ya muertos varios de sus compañeros. El agarrotamiento en los músculos del bereber se hacía cada vez más patente, mientras sus golpes insistían en hendir el aire y buscar el yerro, y no la carne, sin duda confundidos y a merced de la droga maldita que habían vertido en sus viandas, las cuales tratara de vomitar, mas no a tiempo.
Motivo: Flissazo
Tirada: 1d100
Dificultad: 30-
Resultado: 39 (Fracaso)
Motivo: Parada
Tirada: 1d100
Dificultad: 30-
Resultado: 47 (Fracaso)
La puta que parió a los dados xD.
¿Existen acciones alternativas que podamos intentar? Por ejemplo, deslizarme hacia la espalda de uno de los tipos (dejando que sea un compañero quién encare al mío) y luego meterle una puñalada trapera.
La puta que parió a los dados xD.
¿Existen acciones alternativas que podamos intentar? Por ejemplo, deslizarme hacia la espalda de uno de los tipos (dejando que sea un compañero quién encare al mío) y luego meterle una puñalada trapera.
En el combate de este juego no se refleja dicha maniobra, seguramente para evitar que luego los malos hagan lo mismo contra los investigadores ;P
Igualmente, me gusta arbitrar y que los jugadores sean creativos. Si me sacas una tirada de discreción, luego sumarás el bono de discreción a tu siguiente ataque. Lo hacemos muy parecido como la tirada de subterfugio en stormbringer.
Pese a que los compañeros estaban visiblemente afectados por la droga ingerida, el combate parecía estar decantándose a su favor.
Barraud volvió a lanzarse al ataque contra su oponente, pero éste logró zafarse del envite en el último segundo.
Motivo: Muérete ya
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 62 (Fracaso)
Motivo: Esquiva
Tirada: 1d100
Dificultad: 49-
Resultado: 63 (Fracaso)
Cojones con los dados...
Uno tras otro, los ataques del grupo de supervivientes fueron errando el objetivo, a lo cual, el sicario respondió iniciando la huída a la carrera a través de uno de los pasillos laterales de aquel gran caserón. En su fuga, no dudó en alzar la voz y chillar en pos de advertir a más compañeros de fechorías, con lo que la situación se volvía cuanto menos mucho más complicada...
Gerrard hizo el ademán de seguirlo, pero Galindeau, lo detuvo.
- No prosigáis alférez. Puede ser una trampa...- afirmó anteponiendo su brazo. Durante unos segundos, aquel lugar cuyo suelo se ensangretaba como resultado de aquella reyerta fatal, permaneció en silencio, pero sólo fue un espejismo...
Sólo unos minutos después, el ruido de pasos y voces se intensificaron en el pasillo por el cual había marchado el traidor.
¡¿Sería posible que vinieran más traidores con la mente lavada por ideas y creencias tan apócrifas como paganas?!
Quizás no fuera el momento para comprobarlo...
Al fin, pagando con sangre y sudor, los compañeros lograron hacer huir al traidor que permanecía con vida.
Barraud le dedicó una mueca cargada de fiereza y de triunfo: habían vencido.
No obstante, la posible alegría se esfumó en un instante; ni siquiera pudieron comprobar las heridas que habían sufrido en la reyerta, pues, mientras escapaba, el indigno oponente dio la voz de alarma y en un momento multitud de voces se alzaron en el interior del edificio.
- ¡El muy cobarde...! ¡Rápido, debemos salir de aquí cuanto antes! No aguantaremos otra embestida...
Oigo de fondo unos gritos ahogados... En mi delirio creo que soy tan rápido que nadie me puede seguir. El poblado pasa a mi alrededor como un borrón mientras continuo con mi ascenso hacia el templo, a la vez que me carcajeo como un demente. En todo esto hay como un extraño chiste que nadie más parece entender.
El ruido de gente acercarse se hacía más patente, pues el largo pasillo que conducía a aquel jardín interior funcionaba como un amplificador, elevando el timbre de sonidos y palabras ¡¡Hay que prenderlos!! ¡¡Hay que prenderlos y llevarlos ante el Padre Guerin!! ¡¡Son asesinos!!-
Ésas eran las palabras que se oían. Esas eran las conclusiones extraídas por los que hacía poco más de unos dias, habían formado parte del mayor ejército que había conocido la historia y obedecido las órdenes de varios de los oficiales que se hallaban allí de cuerpo presente. Estaban absorbidos por una mentira. Sus mentes enturbiadas por los efectos de drogas y fenómenos incapaces de concebir, vivían en una realidad rayana a la locura... ¡¿Cómo podía haber podido suceder?! ¡¿Cómo era eso posible?! ¡¿Acaso Napoleón sería conocedor de esto?! ¡¿Podría siquiera alguien pensar que el Corso fuera un pagano adorador de un dios más ancestro que las estrellas mismas?! ¡¿Era eso posible?!...
Los pasos se acercaban. Afrontar un nuevo embate podía suponer la muerte. Tal vez fuera lo mejor. Quizás la solución fuera abandonarse al oscuro destino que los amparaba...
- ¡¡Marchad!!- espetó Duvaquel mientras se levantaba pesadamente del suelo. La fea herida de su vientre sangraba profusamente y sin la ayuda del Dr. Leblanc... No tenía futuro.
El coronel cogió con su mano izquierda una de las bayonetas de los sicarios, e irguiéndose con orgullo, se antepuso frente al pasillo por donde se aproximaba la jauría desbocada de hombres carcomidos por el mal. - Deben huir de aquí. Yo les entretendré todo lo pueda...- añadió aquel oficial que había condenado a decenas de hombres a morir en carnicerías, que había abandonado a su suerte a enfermos sin importarle lo más mínimo los que fuera de ellos, que había fusilado a cualquiera que hubiera puesto en duda una orden suya. Aquel soldado tan leal como cruel expiaría sus pecados en aquella ciudad sacada de las mismas entrañas del infierno...
- ¡¡Váyanse!!
La situación era desoladora. Debían alejarse sin más dilación de aquél sitio.
El Coronel se alzó del suelo con gran dificultad; por el aspecto de su herida, no tardaría demasiado en sucumbir. Tan sólo una increíble fuerza de voluntad le mantenía firme: esa virtud sí que debía ser reconocida en Duvaquel.
Acto seguido, dio la orden de marchar, indicando que él se quedaría para parar el avance de los traidores, otorgándoles un valioso tiempo que quizá significase la diferencia entre la vida y la sepultura.
Una amalgama de sentimientos cruzaron por el pecho del sargento. Ese hombre, que se había ganado el desprecio de Jean-Pierre por sus atroces decisiones, aparecía ahora como un abnegado militar.
Por primera vez en lo que le parecía una eternidad, el Sargento se cuadró ante su Coronel. En esta ocasión, sin asomo de burla. Saludó a su superior con un profundo respeto y con algo muy parecido a la admiración.
Quizá Duvaquel no fuera el monstruo que él había visto. Quizá sólo era una víctima más de la guerra y sus horrores, que son capaces de petrificar al corazón más cálido.
Con los ojos perlados por la emoción, se despidió: - Ha sido un honor, Señor. ¡Por Francia!
Sin mirar atrás, comenzó a caminar en dirección opuesta, deseando salir cuanto antes.
Era curioso cómo la percepción y la mente de una persona podían cambiar tanto en tan poco tiempo si se las sometía a la presión adecuada...
No necesitaba Abeillut que le gritasen aquello dos veces. ¡Por Allah, que debían escapar! Mucho habían demorado ya su estancia en aquella ciudad maldita, ese hogar infecto de maldad al que su travesía por aquel desierto irreal les había conducido. Ya no cabía duda de que no era fruto del azar el encontronazo, pues todos los soldados franceses habían ido a parar al mismo lugar. Ahora, la locura se había apoderado de casi todos ellos, y sólo unos pocos se resistían a caer en sus garras.
- ¡Corried! ¡Vamos! - gritó, dándose la vuelta. Si Duvaquel quería sacrificarse por ellos, no sería Abeillut quién se lo impidiera. - ¡Il templo priohibido! - gritó entonces.
La visión había venido a él como una revelación momentánea, mientras arrancaba a correr. Aquel lugar prohibido debía ser sin duda una cuna de los horrores, mucho peor que lo habían contemplado hasta ese momento. Y sin embargo allí podía estar la respuesta a sus dudas, quizá la pieza que faltaba para resolver aquel enigma. Habrían de tomar tal decisión en tanto huían de quienes, con asesino instinto, acudían ahora a darles muerte en nombre del que se había erigido como su señor: Guerín.
- ¡Hemos de ocultarnos! ¿Sí? - gritaba Abeillut mientras corría junto a sus compañeros - ¡Disierto muerte! ¡Esconder!
Trató de adelantarse el bereber, haciendo memoria de los callejones que habían recorrido no hacía tanto, pensando en el modo de despistar a sus perseguidores sin tener que dejar la ciudad.
Motivo: Orientarse
Tirada: 1d100
Dificultad: 60-
Resultado: 15 (Exito)
Bueno, dejo hecha una tirada de Orientarse. Mi idea es algo así como intentar guiar a mis compañeros en la huida, tratando de recordar el camino que tomamos a la venida, y buscar algún lugar donde ocultarnos de la turba encolerizada. Supongo que no será imposible ocultarse en la ciudad... ¿no?
Lo que sí he dado por hecho es que huimos del lugar donde se alojan todos los demás soldados.
Por otro lado, no sé si mis compis querrán ocultarse también, o preferirán dejar directamente la ciudad.
Mientras los restos de la expedición salían corriendo de aquel terrible lugar de pesadilla, el ruido del entrechocar de aceros volvió a tañer como una campana diabólica. - ¡¿Queréis pasar bastardos traidores?! ¡¡Ahora os enseñaré el valor de un oficial francés!! ¡¿Queréis matarme por todas la perrerías que os hice y que no dudaría en volveros a hacer, escoria?! ¡¡Pues venid a serviros zafios esclavos de un enfermo y una puta!! ¡¡¡VENIIIIIIIIIIIIIIID!!!- Los arrestos de Duvaquel se oyeron en aquella noche cerrada por encima del ruido de todo el ajetreo ocasionado, para ser concatenado por los gritos de dolor de una muerte tan hostil como horrible. La imagen del coronel ensartado por decenas de bayonetas, en una siniestra danza de puñaladas sin final, se gestó en vuestra atormentada mente, mientras cruzabais el umbral que os llevaba a la noche de aquella urbe tan rara como imposible.
Abeillut, decidió liderar el grupo. Lacroix continuaba estupefacto ante lo que allí estaba sucediendo. En todo momento, el teniente pensó que lograrían llegar hasta el grueso de la Grande Armée, que lo que aconteciera en el desierto quizás fuera el producto de la magia de aquellos sarracenos de pacotilla, encadenados a tiempos de supersticiones y bobadas, pero poco a poco, su consciencia de soldado le decía que aquello era real. Un sueño atroz sin final...
Barraud, arrastraba a un quejicoso Descoteaux. El tirador seguía en movimiento, pues sabía bien que eso sería lo que lo mantendría vivo en aquella crítica situción. A su vez, Galindeau, el coronel de artillería hacía lo mismo con Vivant, que despotricaba cosas inconexas en una jerga del todo desconocida para los que trataban con el diletante.
Estaban en una ciudad ignota, que parecía normal a los ojos de cualquier estúpido, pero que a todas luces era una trampa mortal. Había que moverse rápido, pues aquella secta de locos entregados a un culto tan inverosímil como el de Aquél cuyo Nombre no puede ser Pronunciado, no cejarían en el empeño de darles caza...
NOTA GUARDIÁN: Cierro escena y abriré otra. Vamos muy bien. Tomároslo con calma. Iremos disfrutando del final.