NOTA GUARDIÁN: Orden para resolver el turno
1. Abeillut
2. Araña Bera
3. Lacroix
4. Barraud
5. Farrè.
6. Vivant
Abeillut se incorporó, aturdido y dolorido. La idea de subirse al lomo de aquella bestia para darle muerte desde lo más alto no había resultado tan exitosa como él había imaginado. No era aquello como saltar al lomo de un caballo, ni siquiera uno de esos caballos salvajes que su tribu acostumbraba a domar. Aquella criatura se había zafado de él con una fuerza descomunal, arrojándolo al aire y haciéndole caer con gran violencia. Mientras volaba por los aires, el bereber se había creído morir, y tal certeza se había reforzado al sentir el dolor del golpe en las costillas. Algo había crujido en su interior.
Y sin embargo, aún vivía. Se levantó con dificultad, gruñendo, buscando con la mirada su amada flissa. Se arrastró a recogerla, sin alcanzar a comprender lo que ocurría a su alrededor. Entonces lo vio: un extraño agujero, como un pozo de vida, que mostraba un lugar que le era familiar. Unas pirámides, un desierto conocido. Su hogar, al fin y al cabo. ¿Era posible? ¿Había, acaso, abierto un camino de vuelta aquel pagano llamado Vivant? ¿Podía ser cierto lo que decía el sacerdote Guerín? ¿O era sólo un engaño más, una mentira formulada para sus sentidos, como lo había sido todo en aquella ciudad? Las dudas atormentaban a Abeillut, quién veía en aquel portal al tiempo una salvación y una trampa, el descanso y la muerte, todo lo que había deseado, y todo cuanto había temido. ¿Cómo saberlo?
Miró a Vivant. ¿Creía en aquello? ¿Se arrojaría a través del portal?
¿Puedo retrasar mi acción y esperar a la de Vivant?
La criatura encaró al valeroso teniente. Con un golpetazo de una de sus patas delanteras, le arrancó el mosquete futurista de sus manos, el cual cayó sonoramente al suelo. Lacroix dio unos pasos atrás ante tan deparvada aberración, mientras que Bera se aproximaba furibunda por las heridas recibidas. A pesar de eso, el teniente de los dragones, mantuvo la mirada a aquel ser terrible, como un cazador le sostiene la mirada a un lobo hambriento, pues sabía que darse la vuelta podía significar su último acto en la tierra.
Como si de la mordida de una víbora se tratara, aquella gigantesca araña lanzó hacia delante sus tenebrosos quelíceros, pero no consiguió atrapar a Jean-Baptiste, el cual rodó por el suelo con la agilidad propia de una persona que se sabe va a morir.
Ahora había que sopesar el siguiente paso, pues no podría evitar que aquel tremendo ser lo atrapara tarde o temprano...
Motivo: Rifa
Tirada: 1d3
Resultado: 1
Motivo: Mordisquito de amor...
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 93 (Fracaso)
NOTA GUARDIÁN: Para ser justos, la araña atacará a aquellos que le han hecho más daño, con lo que su ataque se rifará entre Lacroix, Farrè y Barraud (los tres valientes soldados)...
1. Lacroix 2. Farrè 3. Barraud
El Ganador ha sido Lacroix!!!... Falla!!
¿Puedo retrasar mi acción y esperar a la de Vivant?
Of course!
El teniente esbozó una sonrisa cuando los proyectiles de su nuevo y flamante mosquete atravesaron la piel quitinosa de tan monstruoso ser.
Si puede sangrar, puede morir...
Poco duró la la alegría del teniente, puesto que de una “patada” de una de sus patas el mosquete salió volando por la sala. La araña le encaró, el teniente la miró a los ojos, los muchos ojos...
-¡Vamos cerda! ¡He probado tu sangre, no eres más que un mortal como el resto! Una aberración eso si, ¡pero mortal!
La araña saltó. Pero en el ultimo momento el teniente consiguió esquivar el envite de ese ser abominable. Rodando por el suelo se levantó a unos metros, con el sable en la mano.
Entonces giró la vista hacia atrás y observó lo que Vivant había “abierto”. No tenia muy claro si eso les devolvería a casa, o les alejaría más...Pero fuese lo que fuese lo que les esperaba, seguro que no había una araña gigante mutante.
Los pies del teniente estuvieron a punto de desengancharse del suelo y salir corriendo hacia la salvación. Pero entonces el tiempo se ralentizó.
Observo a su amigo Farré, jadeando mientras la herida le sangraba, al valiente Barraud, con la determinación puesta en su mirada, al fiel Sadar, sangrando también pero sin abandonar al resto... no iba a marchar antes que ellos.
Si puede sangrar, puede morir...
-¡Señores! No se que nos espera en ese otro lugar. Quizá es una trampa...o quizá no. Pero si nos quedamos aún tendremos que afrontar a esa jauría de zorras en celo que nos esperan fuera deseando probar la gloriosa carne francesa... Así que, ¡marchen! ¡Salgan de aquí! ¡Yo les cubriré! ¡No moveré un pie hasta que estén todos fuera! ¡¡Vamos!!
Y para que la araña les dejase en paz, volvió a atacarla, sable en mano.
Si puede sangrar, puede morir...
Motivo: Si puede sangrar, puede morir!
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 94 (Fracaso)
Motivo: Esquivar
Tirada: 1d100
Dificultad: 68-
Resultado: 52 (Exito)
Dejo tirado esquivar por si aca...
Al parecer, Vivant había activado "algo" a través de lo cual podía vislumbrarse un esbozo de un paisaje por todos conocido.
¿Sería eso una imagen real del lugar del que provenían? ¿Podrían volver a casa atravesando esa puerta?
En ese momento, el Teniente ordenó la retirada. Barraud no quería marcharse y dejarle allí solo enfrentándose a la temible criatura, de modo que se resistió unos momentos, permaneciendo en primera línea.
No obstante, comprendió que entrar en ese momento en una pueril discusión para ver quién se quedaba atrás, sería absurdo e inútil.
Aprovechando un breve lapso en el que el arácnido embistió a Lacroix, Jean-Pierre le dedicó un último saludo: - ¡Nos vemos al otro lado, Teniente! ¡No se le ocurra caer ahora!
Ese hombre era merecedor de los más altos honores. Barraud, que odiaba la guerra tanto como se odiaba a sí mismo por haber escogido esta senda, se sorprendió al pensar que, bajo las órdenes de un hombre como Lacroix sí que marcharía al combate sin dudarlo un instante. Un militar que anteponía la vida de sus subalternos a la suya propia. ¡Qué gallardía! ¡Qué gran imperio sería Francia si la gobernasen prohombres así!
Evitando una de las poderosas patas, se escurrió lejos de su alcance y corrió hacia la posición del sacerdote. Tirando de él como pudo, se dirigió hacia la vívida imagen del desierto.
Motivo: Esquivar
Tirada: 1d100
Dificultad: 59-
Resultado: 27 (Exito)
Pues eso, saco la tirada de esquiva, pillo al páter y tiro para el portal.
Por cierto, ¡¡Genial post del "Tiniente"!! :P
Sin pensármelo ni un segundo, y con paso seguro y regio fui hacia el portal. Apreté con fuerza el Signo, cerré los ojos y atravesé el portal. No sabía a donde iba pero daba igual. Él me iba a cuidar.
Aún dubitativo, veía Abeillut luchar al teniente contra la araña, mientras el resto huían a través de aquella extraña superficie de aspecto acuoso. No terminaba de fiarse el bereber, mas, ¿qué alternativa tenían? No había otro modo de salir de allí, y las criaturas que poblaban el lugar acabarían con ellos si no se aventuraban. No existía un modo de saber lo que les deparaba aquello, mas el salto de Vivant terminó de convencer al guía: el loco diletante, al menos, estaba dispuesto a cruzar su propia creación. Un motivo débil, pero quizá suficiente, para tomar aquel camino de una vez por todas.
Y sin embargo, Lacroix aún seguía luchando, tratando de contener a aquella monstruosa araña mientras los demás huían. No había muchos hombres en aquella expedición por los que Abeillut se arriesgaría, pero el teniente había sido su compañero desde el principio, y no le iba a abandonar como a un perro en un momento como ese.
- ¡Tiniente! - gritó - ¡Viamos! ¡Tinemos qui iscapar!
Alzando la flissa, Abeillut buscó la pata del monstruoso arácnido, confiando en lograr desestabilizarle lo suficiente como para que no pudiese alcanzar a Lacroix, y este tuviese tiempo de acudir hasta él y arrojarse por el portal.
- ¡Vamos tiniente! ¡Sialtaremos los dos!
Motivo: Flissa (molestar a la araña)
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 72 (Fracaso)
Bueno, mi acción es intentar golpear a la araña en una pata, causándole algún tipo de molestia (quizá problemas para apoyar o algo así). La idea sería intentar que tenga algún tipo de penalizador a la hora de atacar, más que causarle daño. En todo caso, fallo miserablemente, así que da lo mismo (no sé si permitirías algo así, pero bueno).
De todos modos entiendo que al comienzo del nuevo asalto me vuelve a tocar a mi. ¿Correcto?
Vivant y Barraud habían decidido enfrentarse al portal que tenían ante ellos, mientras Lacroix en un eterno gesto de gallardía, decidió absorber la atención de aquella letal criatura. Hasta el momento, los envites de tamaño ser habían sido infructuosos, pero las heridas que mermaban al soldado terminarían por agotarlo y dejarlo expuesto a la furia de Bera.
Farrè aprovechó el regalo que su amigo le concedía y abandonó la refriega. Después de todo, el alférez había perdido su sable en la reyerta, quedándose éste hundido en el flanco de esa endemoniada y terrible araña. Corría hacia la salvación, cuando el guía bereber decidió cargar contra el enemigo. Gerrard permaneció incomprensiblemente pasmado, observando el puro valor que bullía en el corazón de Abeillut Sadar, un héroe que Francia debería honrar.
A duras penas, el teniente de los dragones conseguía evadir los quelíceros y la fuerza bruta de las patas de monstruoso arácnido. En un momento de tensión, Jean-Baptiste tropezó con el cadáver de Duvalier y cayó al suelo. Farrè gritó ante dicha calamidad, pero cuando todo parecía perdido, el bereber chocó contra el peludo costado de aquella araña de colores hipnóticos. Nadie sabe cómo, pero aunque el ataque fue inofensivo, Bera se desequilibró mordiendo la casaca de Lacroix. El teniente, aprovechó esa fracción de segundo para luchar por su vida una vez más. Nadie diría jamás que Jean-Baptiste se rindió en combate. Tiró de su casaca y arrancando la manga, comenzó a reptar bajo el abotargado abdomen de aquella criatura nefaria, al tiempo que ésta trabajosamente pugnaba para recuperar la verticalidad.
Cuando surgió por el vértice inferior de Bera, Abeillut ayudó al teniente a alzarse. Sin tiempo ni siquiera para coger aire, los hombres iniciaron una carrera desesperada, mientras Farrè los alentaba. Parecía que la fortuna les había sonreído en el último instante provocando el desparramamiento de aquella abominación de pesadilla.
Corrían como si el mundo bajo sus pies estuviera a punto de fragmentarse y desaparecer, corrían impelidos por una energía inexplicable superior al amor, el odio o el miedo, corrían para cruzar la incertidumbre de aquella pantalla acuosa tras la cual se alzaban las pirámides que días atrás abandonaran. A cada zancada que daban, podían notar sus acelerados corazones latiendo como el redoble de un tambor antes del combate, con un baqueteo duro, seco y doloroso. El aire que insuflaba sus pulmones se volvió tan cálido como rasposo mientras la garganta reseca se convertía en una afilada cuchilla al paso de cada una de las bocanadas. Abrieron los ojos. El portal estaba cada segundo más cerca...
La carrera se convirtió en un impás interminable. Nadie osó mirar atrás donde Bera rugía furiosa, pues no había qtiempo que perder. Estaban a escasos metros. El desconocimiento era mejor opción que morir en las entrañas de aquel ente asesino y despiadado, aquel depredador mortífero y cazador de hombres. Casi se podía oír sus risas por escapar de aquel pedazo de infierno, cuando sucedió. La película legamosa del gran anillo de piedra, comenzó a bañar el rostro de Abeillut, Farrè y Lacroix cuando una masa pegajosa impactó en el cuerpo del alférez. Aquello era la telaraña de Bera.
El cuerpo de Gerrard quedó anclado al suelo, pues no había cruzado en su totalidad el portal. Lacroix y Abeillut intentaron con un retorcido escorzo tirar de los brazos del oficial, pero la inercia que llevaban les impidió poder agarrar los brazos extendidos del aterrorizado alférez, el cual guerreaba por escapar de aquella pegajosa red. Ya estaban cruzando el umbral. Ya no podían hacer nada.
Tanto el guía como el teniente creyeron caer por un oscuro abismo, pero la última imagen que tuvieron, fue la de Gerrard Farrè resignado a su destino: - ¡¡Hasta la vista, amigos!!- exclamó despidiéndose de aquellos que hasta las postrimerías de aquella pesadilla, habían sido sus amigos...
Cayeron por un interminable pozo oscuro, perdiendo la noción del tiempo y de la velocidad. Sintieron frío, mucho frío a la par que sus cuerpos mareados y sacudidos, comenzaron a notar una angustiosa sensación de asfixia. Entonces, se desmolecularizaron, en una visión de su propio ser aterradora.
Como si de un flujo de luz se tratara, comenzaron a viajar entre ignotos planetas y estrellas, a una velocidad que nadie podría creer como que fuera posible, intentando dejar su consciencia en blanco para no sufrir el colapso de su propia existencia.
Perdieron el conocimiento...
Todos y cada uno de ellos despertaron en una cama mullida. Les costó abrir los ojos, pero finalmente lo lograron. Aquel lugar parecía ser el interior de una tienda acondicionada para hacer funciones de hospital de campaña. Bateas, jarras con agua, antisépticos y algún que otro instrumental de cirujano daban crédito a la primera impresión de los recién despertado A escasos metros de distancia, se encontraba Napoleón Bonaparte, Corso de Francia.
- Ya veo que se encuentran mejor... ¡¡Saben!! Llevan mucho tiempo durmiendo... - sonrió el gran general de los ejércitos galos - Murat me informó de la terrible tormenta que les asoló. Por suerte, ustedes han sido parte de los supervivientes de tan terrible calamidad.- dijo con tono neutro mientras observaba a Barraud, Lacroix, Vivant, Descoteaux y Abeillut. - Por suerte conseguimos vencer a las tropas otomanas en la Batalla de las Pirámides, a pesar de que su ayuda nos habría sido de gran utilidad... pero... ahora descansen...- prosiguió explicando Bonaparte - Quizás sea el momento de finalizar nuestra campaña en África.- sentenció con una ladina sonrisa en su rostro. Tras esto salió de la tienda.
Cada uno de ellos se miraron a los ojos, haciendo esfuerzos por no derrumbarse.
¡¿Acaso lo vivido fue real o producto de en estado rayano a la muerte?! Querían pensar que habían muerto y sin saber por qué habían resucitado, pero Bera y la Ciudad de Seadom... todavía podían oler la fragancia del terror y de la muerte. Todavía podían oír los gritos de los que allí murieron...
No. Aquello no fue un sueño.
NOTA GUARDIÁN: Bueno chicos. He acortado un poco el combate, espero que nadie se enfade. Creo que al final lo habéis hecho genial todos y tampoco quería matar a nadie por el mero hecho de matarlo (que conste que lo he intentado, pero habéis tenido suerte).
La partida ha acabado como tal. Podéis hacer un último post en esta escena. Luego la cerraré.
Deciros que ha sido un placer jugar con vosotros. Han habido momentos de locura genial en la partida, donde habéis demostrado ser unos grandes jugadores. Finalmente agradeceros que hayáis llegado hasta el final y ojalá nos veamos en otra partida por aquí.
PD: En breve tendréis una sorpresita final... Muajajajajajajajajajajajaja!!!
Vivant escuchaba a Bonaparte como si se tratara de un sueño... un sueño dentro de un sueño, que a la vez podría estar dentro de otro sueño mayor... Q¡ué era realidad y qué era sueño? Ya nunca podría estar seguro.
Miró a los ojos de la milicia que había sobrevivido, al igual que él y, de forma instintiva, se miró la palma de la mano, donde el Signo Amarillo debería de haber dejado la marca indeleble de Él.
En el bolsillo de mi chaqueta debe seguir aquel galimatías astronómico de Guerín... Tengo varios colegas que me pueden ayudar... Y he de remodelar mi palacio del Louvre... Lo he de preparar todo para la llegada de Él. La vida es tan corta... ¿En quién podré confiar el legado? Pobre Duvalier...
Todo lo siguiente al envite final del militar francés estaba entre nubes. Su último ataque falló, así que el teniente de Dragones, sin fuerzas ya para continuar, se quedó encorvando, jadeando, mirando desafiante al monstruo del averno babeante que tenía delante.
-Anda, cómeme bicha, y ojalá se te indigeste el filete de primera clase francés...
Pero entonces Abeillut apareció a su lado. Ese fiel guía que con los días se había ganado la admiración y el respecto del teniente de Dragones. Su valentía le dio fuerzas, y las imágenes empezaron a cambiar de forma, como las nubes al moverse.
Él esquivando a la araña, los dos corriendo hacia el “otro Egipto”. Su amigo Farrè, sin pasar por el portal, esperándolos.
El teniente, entre jadeos solo pudo articular un -Merde, Farrè...¡lárgate!
Entonces los tres entraron en el no-tiempo, el no-espacio...o los tres no, porque Farrè fue agarrado por aquel monstruoso ser. El teniente alargó el brazo todo lo que pudo hasta casi rompérselo, sus dedos rozaron la casaca de su soldado, su portaestandarte, su amigo...pero no pudo cogerlo. Después de tanto tiempo juntos, tantas veces salvándose la vida mutuamente, el teniente fue incapaz de salvar a su amigo en el envite final.
Todo empezó a retorcerse sobre sí mismo, como en una espiral, y su brazo alargado se partió. El teniente no escuchó el crujir, no sintió el dolor, solo pudo escuchar las últimas palabras de su camarada:
- ¡¡Hasta la vista, amigos!!-
-¡¡Farrè!! ¡¡¡¡Amigo míooooo!!!!
Oscuridad...
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-¡¡¡¡¡Farrèee!!!!!- El teniente se incorporó en la cama sudando. Tenía el brazo en cabestrillo. Miró sin entender nada a su alrededor, sorprendido. ¿Qué había pasado?
Estaban en un hospital de campaña, con el mismísimo Corso delante de ellos. Aquel honor, que el teniente habría disfrutado en cualquier otro momento, se le escapó entre los dedos sin siquiera ser consciente. Napoleón marchó y Lacroix no había escuchado nada de lo dicho.
Se levantó de la cama y trastabilló sin llegar a caer. Miró alrededor. Saludó a Barraud, había sido un honor luchar con él. Y saludó a modo de agradecimiento al guía, por haberlo ayudado a salir de ese infierno. Luego vio al cura y su rostro se transformó en una expresión de asco.
Ese cerdo ha sobrevivido... ¿y Farrè no? Porque ha muerto... ¿no?
Sintió náuseas, necesitaba salir de allí. Como pudo, abandonó el lugar, guiado hacia la luz del sol.
¿No?
La luz lo cegó, como si llevase una vida viviendo en la penumbra. Le daba igual, solo necesitaba que el sol le acariciase el rostro.
¡¿¡NO!?!
Y si...¿Farrè no hubiera muerto? Quizá solo quedó atrapado... Entonces una convicción se apoderó del gallardo teniente.
-Volveré a por ti amigo. Estés donde estés, te encontraré...
Luz...
Tras empujar al sacerdote, Barraud llevó la mirada atrás unos instantes. Allí, sus compañeros estaban dando sus vidas para que ellos pudiesen salvar la suya.
Antes de saltar hacia lo desconocido, la incertidumbre le atenazó el alma con dureza. ¿Y si lo que les esperaba al otro lado era aún peor que lo que había aquí?
Pero no podía permitirse el lujo de vacilar ahora. Así pues, haciendo acopio de todos los arrestos que le quedaban, dio un paso adelante.
De repente, un caleidoscopio lumínico le envolvió, abrazándole antes de que todo se tornase negro como una noche sin luna y perdiese el conocimiento.
Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba junto a los supervivientes en el interior de una tienda. Frente a ellos, el mismísimo Corso les dio la bienvenida explicándoles qué les había sucedido.
Cuando el General Bonaparte les dejó, Jean-Pierre rompió a reír de modo escandaloso; risa que pronto se tornó en llanto.
¡¿Un sueño?! Váyase a la mierda, mi General...
El Sargento se negaba a creer que todo había sido fruto de una experiencia cercana a la muerte. Demasiado vívido, demasiado doloroso... no, aquello había sido real. Sus amigos habían sangrado, sufrido e incluso perdido sus vidas en un infierno sito Dios sabe dónde.
En ese momento, el Teniente Lacroix pasó a su lado y le dedicó un saludo. En sus ojos, sin necesidad de mediar palabra leía el mismo horror que anidaba en su propio corazón.
- Ha sido real
El Teniente salió de la tienda y Barraud permaneció allí tendido, sumido en un pesado silencio.
- Ha sido real - las palabras se le escaparon en un murmullo y, el simple hecho de escucharlas fuera de su cabeza le horrorizó en gran medida.
Se incorporó con mucha dificultad y se encaminó a la salida.
En su camino se encontró con los camastros de sus compañeros.
Al llegar a la altura de Descoteaux, pudo comprobar que había sobrevivido. El Sargento había hecho lo que estaba en sus manos por preservar su vida; de ahora en adelante, sin embargo, su integridad no le importaba lo más mínimo. Le dedicó una leve inclinación de cabeza a modo de saludo y continuó.
Entonces se topó con los ojos de Vivant. Aún recordaba la horripilante letanía que, a modo de oración profana, pronunció ante el cadáver de Guerin.
Barraud deseaba de veras que la locura que había experimentado fuese transitoria y el pobre hombre pudiese rehacer su vida.
Apenas había recorrido unos pasos y llegó adónde Abeillut descansaba.
Una sonrisa escapó de los labios del belga. - He aquí al mejor guía que el mundo haya conocido, pues ha recorrido senderos que nadie más ha hollado...y ha encontrado el camino de vuelta.
Le tendió la mano y la apretó con afectuosa firmeza.
- Adiós, amigo. Cuídese.
Jamás en su vida olvidaría el arrojo del bereber, ni su inestimable lealtad.
Cuando apartó la tela de la puerta, el sol le golpeó en la cara y las palabras del General acudieron a su mente: "Quizás sea el momento de finalizar nuestra campaña en África".
Esas eran buenas noticias. Barraud pediría al llegar a Francia una licencia y volvería a su Namur natal, lejos de la pólvora, los gritos y la sangre.
Nunca se le dieron demasiado mal las labores de labranza, quizá era un buen momento para reencontrarse a sí mismo.
Una vez fuera, vio a lo lejos la figura de Lacroix. Pese a que este no podía verle, el Sargento le dedicó un enérgico saludo marcial al cuadrarse ante la lejana silueta.
- Siga con su carrera, Teniente. Que Francia tenga al menos a un militar de alto rango del que pueda sentirse orgullosa la nación entera.
El joven deambuló por el campamento sin saber muy bien adónde ir. De repente, ese había dejado de ser su mundo; ciertamente nunca había encajado en ese ambiente, pero ahora lo sabía con total certeza. Al fin había encontrado su camino.
Durante su estado de inconsciencia las pesadillas se agloparon en la mente perturbada del sacerdote de Saint-Etienne como si hubiese quedado atrapado en un infierno dentro de otro infierno. Terribles imágenes se reproducían en su mente en la que vivía una y otra vez el acoso de terribles arañas gigantes, mujeres ingnomiosas del desierto acechandole y un ser sin imagen cuya terrible aura le provocaba auténtico pavor.
El cuerpo del clérigo temblaba sin cesar y su rostro se contraía en forma de dolor en la cama. La Fe del hombre de Dios de la expedición no había sido la más ejemplar, estaba claro que hasta el corazón de aquellos que profesan la pureza y bondad del alma podía ser corrompido, en el caso de Descoteaux esto le había llevado al extremo de la locura de intentar asesinar a sangre fría a uno de los suyos.
La voz del General de los Franceses despertó al perturbado capellán de su vorágine de pesadillas. El hombre era incapaz de mover su cuerpo, apenas pudo reaccionar ni hablar, su cuerpo entumecido y dolorido por las heridas se había convertido en un trapo inservible. Descoteaux miró a un lado y a otro, luego miró a su pecho, la cruz de madera que siempre portaba bien visible como signo de su fe y servicio a Dios había desaparecido por completo, la habría perdido en aquella horrible expedición.
Pero aquello era signo de algo más, la fe de Descoteaux había sido arrancada por completo como el carnicero que arranca las entrañas del animal al que se dispone a desollar. Aquel hombre había visto demasiado, había visto un avatar del mismo Diablo, él le había hablado... se había dirigido a él...
- Soy el elegido... haré cumplir tu designio... - susurró para sí entre las sabanas de su cama sin apenas poder moverse. La mirada de Descoteaux transmitía locura y paranoia, su alma había sido corrompida.
NOTA GUARDIÁN: Te he corregido lo de Emperador, porque todavía Bonaparte no lo es... Rigor histórico! XD
Al final de todas las cosas, había ocurrido. Se habían despertado de vuelta, y seguían vivos, y aquello no era poco decir, dados los enormes sufrimientos que habían pasado. Pero allí estaban: tendidos en una tienda de campaña, improvisado hospital que trataba las heridas de sus cuerpos, pero que nada podría hacer por sanar las de sus mentes. Abeillut miraba pasmado todo cuanto le rodeaba, preguntándose si era real, o si se trataba de una nueva ilusión. ¿Cómo creer, después de todo? Sus ojos habían contemplado un falso desierto, y una falsa ciudad. Falsas mujeres que luego habían resultado ser extraños monstruos, y un templo horripilante en el que eras pasadas y futuras se cruzaban, trayendo consigo extrañas tecnologías, imágenes indescriptibles, y horrores que habrían de acompañarles hasta el día de su muerte, y sólo los dioses sabían si más allá.
Los dioses, los dioses de más allá de las estrellas.
La frase resonaba en la mente del bereber, a quién el enloquecimiento había tomado por dentro. Ahora sus ojos se clavaban en la tela de la tienda de campaña, pero su mirada veía más allá, estrellas, cúmulos, asteroides... trazos de un mapa estelar que había visto en un diario, y que ahora le llevaban a un lugar desconocido, donde dormía un ser horripilante y milenario, una criatura capaz de aplastar a la humanidad con el simple gesto de su mano. Un ser retorcido, viscoso, de formas indescriptiblemente corruptas.
Su mirada se retorció, y entonces soltó un gemido, un segundo antes de que aquella ilusión se desvaneciese. Abeillut Sadar estaba de vuelta en el hospital de campaña, y Barrud se despedía.
- Adios, amiguio. - dijo él, aún distante.
Luego, la oscuridad se hizo de nuevo, y los temibles sueños se apoderaron de su alma atormentada. En ellos, veía siempre el mismo camino a las estrellas, la fría promesa de la muerte de toda su especie, la extinción de todas sus creencias, y su reemplazo por otras nuevas, más terribles y oscuras. No sabía a dónde le llevaría todo aquello, pero sí supo una cosa: jamás volvería a descansar. La llamada de aquel reclamo era demasiado fuerte, y ya fuese para combatirlo o para unirse a él, habría de seguirlo.
Era su destino.