El capellán siguió presionando el cuello de Lacroix con un rostro desencajado y lleno de un furioso odio. - ¡Sucio hijo de ramera pagarás por lo que has hecho y te prometo que arderás en el infierno! Luego me límpiare el culo con la bandera de la asquerosa Francia revolucionaria que defendéis, ¡YO SOY EL ELEGIDO! Aghhhhhhhhhhh - exclamó con repugnancia y escupiendo sobre Lacroix. Las ropas del sacerdote estaban rasgadas y la cruz de madera se tambaleaba sobre su pecho mientras estrangulaba a su objetivo - Solo un poco más y tu cuello se quedará sin aire.... - añadió relamiendose los labios con su lengua, como si aquella agresión le hiciera proporcionara placer.
Todo acabó tan rápido y sanguinario cómo había empezado. El teniente consiguió que su herida fuera mortal para la perra. Pero poco duró la tranquilidad, mientras el teniente se giraba hacia sus compañeros para decir el siguiente paso a seguir, el maldito cura se le tiró al cuello. El esfuerzo en el combate le había dejado agotado, con lo que no le dio tiempo a defenderse, Descoteaux le agarró del cuello y empezó a apretar. El resto de compañeros intentaba evitarlo, pero sin suerte.
Empezaba a quedarse sin aire...hasta que el cura se cagó en la bandera francesa.
En serio?!?!?! Os volvemos a aceptar en la gloriosa república francesa, después de haberos echado a patadas, os apoyamos...y encima te cagas en la bandera del glorioso imperio francés?!?!?!
-¡El culo me lo limpiare yo con tu sotana!- El teniente de dragones levanto el sable con renovadas fuerzas, ¡nadie se cagaba en su bandera!
-¡¡¡A la mierda la puta Iglesia!!!
Cuanto tiempo deseando decir eso...y el sable se hundió en su estómago.
Motivo: Aire! Aire!
Tirada: 1d100
Dificultad: 80-
Resultado: 37 (Exito)
Motivo: Ensartar cura.
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 43 (Exito)
Motivo: Daño.
Tirada: 1d8
Resultado: 8(+1)=9
Motivo: BD.
Tirada: 1d4
Resultado: 1
En total diez puntos :D
Sorry Isildru! ;)
El sable de Lacroix penetró en el vientre del sacerdote que nada más pudo hacer. El filo afilado que tantas veces había sostenido a la patria, substrajo el hálito vital del sacerdote orate que los había acompañado. Los ojos de furia de Eugène Descoteaux fueron perdiendo la viveza de la furia y el odio, como si en el último segundo hubiera recordado lo que hacía allí.
Por unos instantes, su vida pasó frente a él. La vocación por impartir las enseñanzas divinas, el fervor por ayudar a los demás, pero todo se truncó cuando leyó aquellos antiguos manuscritos que circulaban por su archidiócesis de Sant-Etienne. Descotaux era conocedor de cultos antiguos y apócrifos, pero no lo supo gestionar.
El obispo Van Haal, vio en él un posible aliado para enfrentarse a las fuerzas del mal cuando éstas se emergieran en la tierra, pero el pobre Descoteaux, fue una simple marioneta mojada en manos de un destino gobernado por un ente superior y fatal.
Cayó atrás con las manos en su abdomen, intentando retener los últimos suspiros de su vida, pero todo lo que hiciera eran infructuoso. Se moría y tenía miedo. Comenzó a balbucear presa del dolor y el terror de que su fin se acercaba...
NOTA GUARDIÁN: Tiene pinta de que son los últimos instantes vivos de Descoteaux. Todavía se puede intentar una tirada de primeros auxilios para recuperarlo y dejarlo inconsciente, pero eso no me corresponde a mí decidirlo...
Farrè está claro que no se lo va a hacer y creo que Lacroix tampoco.
Si nadie pone solución, le permitimos un post pre-mortem de despedida a Descoteaux.
Lacroix observó a aquel hombre que había perdido la chaveta, quizá hacia ya mucho tiempo, sin decir nada.
El Teniente no se andaba con remilgos. Viendo que ni Barraud ni Abeillut lograban deshacer la férrea presa que el sacerdote ejercía sobre el cuello de Lacroix, y añadiendo además las inoportunas palabras del clérigo, apuñaló sin compasión a Descoteaux para quitárselo de encima.
Lo que hizo, Jean-Pierre no se lo podía recriminar, pues era un gesto de pura supervivencia. No obstante, se sintió molesto por que hubiesen llegado a semejante extremo.
Ese maldito cura era el único responsable de lo que le había pasado, ¿A qué diablos venía ese arrebato de furia?
No obstante, el Sargento no podía dejarlo ahí, desangrándose sin más. Raudo, se arrodilló junto a él y le rasgó un pedazo de sotana para improvisar un bendaje.
- ¡Maldición! ¡¿Qué demonios pretendías?! - le espetó, aunque no estaba seguro de que comprendiese sus palabras entre los últimos estertores que salían por su garganta.
Manipuló la herida lo mejor que supo y pudo, pero tenía muy mala pinta.
Allí, con las manos ensangrentadas, dirigió una dubitativa mirada al Teniente. ¿Se habría visto afectado él también por la locura? ¿Qué les estaba pasando?
- Si empezamos a pelear entre nosotros, jamás saldremos de aquí con vida...
Motivo: Sana, sanita. Que no es ná.
Tirada: 1d100
Dificultad: 55-
Resultado: 27 (Exito)
Abeillut quedó paralizado al ver cómo el teniente Lacroix apuñalaba sin piedad al sacerdote, arrancando de su interior un aliento que pareció el último que exhalara el desgraciado. Había fracasado en el intento de detenerle en su locura, aquella que le había llevado a tratar de estrangular con sus propias manos al hombre que les había guiado hasta allí, su teniente y su líder. Ahora, tendido en el suelo, pagaba aquella locura derramando su sangre sobre la piedra de aquel templo dejado de la mano de todos los dioses, donde sólo la locura y la muerte parecían esperar.
- Tieniente... - dijo, incrédulo - Siaserdote...
Aquella cuchillada fraticida había congelado al bereber, quién nunca habría alzado su flissa contra quienes habían llegado, como él, hasta aquel lugar infecto. Y sin embargo, el sacerdote se había vuelto loco, o les había traicionado. Nadie podía explicar aquello, del mismo modo que no podía explicarse lo ocurrido al resto de soldados.
Nada hizo Abeillut por el sacerdote, y nada dijo. Quedó fija su mirada en Barraud, quién trataba de impedir que el cura muriese, aunque costaba imaginar que nadie pudiese sobrevivir a semejante estocada.
Poco puede hacer Abeillut, salvo confiar en Barraud xD.
El tirador logró detener la hemorragia, pero la herida era tan grave que tenía ciertas dudas de que Descoteaux sobreviviera sin mejores atenciones. Lacroix y Farrè miraban de soslayo al infante, pero éste, ya había decidido... ¡¡No dejaría a nadie más atrás!!
Casi sin poderlo evitar, en su mente se formó la imagen del implacable Duvaquel ¡¡Dios cómo había odiado a ese hombre... a ese carnicero!!... Y tenía la total seguridad, que si dejaba abandonado allí al capellán, no quedaría mucho camino que recorrer para que si había futuro aguardándole, él se convirtiera en un ser similar.
Le dolían todos los recónditos de su cuerpo, pero era estoico. No se arrugaría. Cargó sobre sus hombros a Eugène y prosiguió entre aquel templo que a cada paso parecía más infinito si cabe. Abeillut, Farrè y Lacorix no dijeron nada, simplemente se unieron al soldado que avanzaba entre aquel cementerio de épocas pasadas, presentes y que habrían de llegar.
Cruzaron sobre aquellos soldados de ropas marrones y extraños mosquetes. Lacroix y Farrè se detuvieron un instante a inspeccionar los cuerpos caídos, observando que también disponían de pistolas de rara manufactura, pues no se adivinaba ni rueda ni chispa, pero ante los consejos del guía bereber, decidieron no ahondar más en el origen de aquellos hombres.
Siguieron su agónica caminata en un lugar que a pesar de su inmensidad, parecía oprimirlos. Estaban cansado y altamente heridos. Algunos como Abeillut, presentaban un temblor incoercible y descontrolado. El guía parecía algo distante, pero cabía pensar que era lo normal tras todo lo vivido.
De repente, una zona de aquel templo destacaba despejada de los retorcidos capiteles que lo afloraba, dejando emerger entre la espesa y amarillenta niebla un pedestal creado a partir de cientos de brazos que se entrelazaban y compactaban en una superficie cuanto menos grotesca...
NOTA DM: Es la hora de que si alguien quiere coger un MP-40 o una pistola Luger, lo haga... XD. Descoteaux estará fuera de combate el resto de la partida. El atrio de brazos, aunque horrible, no os hace perder cordura después de todo lo vivido (regalito del Guardián)
HACEDME TODOS UNA TIRADA DE DESCUBRIR...
Barraud se agachó parar la hemorragia de aquel traidor a la patria. El teniente observaba como la sangre escapaba entre las manos de Barraud, mientras este hacía lo que podía por el moribundo. Vio la cara de preocupación del sargento, el empeño que ponía. Lacroix cerró los puños con fuerza mientras una oleada de sentimientos le abrazaba y agitaba con fuerza.
Jean-Baptiste creía en el pueblo, en que en el residía el poder de mover estados. Y odiaba todo lo que se interpusiera a que la gente del pueblo llegase a un mínimo de dignidad que merecían. Su misión era cortar la pierna de todo aquel que pisase la cabeza del pueblo para que no se levantase. Y eso hizo la iglesia durante largo tiempo. Robar, oprimir, engañar...pero a la vez ese amor por el pueblo libre, hacia que Lacroix tuviese una responsabilidad para con los civiles. Y acababa de matar a uno...
Barraud se puso al moribundo a hombros, parecía que había conseguido detener la hemorragia. El teniente quería decir muchas cosas, pero finalmente solo dijo:
-Vamos.
Empezó la marcha en silencio, y así siguió largo rato. Por el camino, observando aquella alfombra de hombres de diferentes épocas, se dedicó a recargar el mosquete. Finalmente decidió agacharse a coger un arma de esas tan extrañas al azar, la observó durante un momento, para finalmente colgarla a la espalda. Prefería llevar el mosquete en la mano, ese si sabía como utilizarlo.
Entonces aminoró la marcha hasta ponerse a la altura de Barraud. No tenia muy claro que decirle, quería pedirle gracias, quería chillarle y enfadarse...
-Ha hecho usted bien Barraud. Es... un buen hombre...
Delante suyo apareció un pedestal...
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 3 (Exito)
Es la hora de que si alguien quiere coger un MP-40 o una pistola Luger, lo haga... XD.
Pues yo he tirado un dado en casa...y justamente el teniente a recogido una MP-40! :D
El Sargento, sin saber muy bien si había logrado salvarle la vida, se cargó el inerte cuerpo a la espalda y continuaron la marcha. En un momento dado, el Teniente recogió uno de esos extraños mosquetes que alfombraban el suelo. Aprovechando que necesitaba un respiro, pues cargar con el sacerdote no era tarea fácil, se agachó para sostener entre sus manos otra de aquellas armas. Era curioso, su forma le recordaba vagamente a su perdido mosquete, pero era un poco más ligero. Viendo que a grandes rasgos, contenía las mismas piezas -esto es, gatillo y cañón-, decidió que quizá pudiese resultarle útil.
Acto seguido volvió a acomodarse al clérigo sobre el hombro y reanudó el camino.
Lacroix se le acercó y compartieron unas pocas palabras. Barraud no estaba molesto con él. Era un hijo de la guerra y actuó del modo esperado. Él mismo, que tanto había renegado de la barbarie, había entonado no hace demasiado, y a pleno pulmón, unas estrofas del himno de su nación. Tarde o temprano, todo corazón sucumbe a aquello que le rodea. Y cuando vives entre el plomo y el humo, entre la sangre y los gritos, nadie puede esperar que su alma permanezca intacta.
- Francamente, no sé si saldrá de esta...no sé si alguno de nosotros lo haremos... Cuando todo esto acabe, si nuestro destino es tan funesto como el de aquellos que han quedado atrás, sabremos si lo que usted ha hecho ha sido un acto de misericordia o un arrebato patriótico.
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 95 (Fracaso)
Nada más pudo decir Abeillut, quién se hallaba envuelto en extraños sudores. El caminar del guía se había vuelto pesaroso, mientras sus ojos observaban nerviosamente todo cuanto les rodeaba. El moribundo Descoteaux no daba señales de vida, y costaba saber si continuaba respirando sobre los hombros de Barraud. Abeillut pensó que no, y aquello aumentó la sensación de frío que dominaba su espíritu. El bereber se debilitaba por momentos, mirando en derredor, incapaz de recoger ninguno de los artilugios del suelo, que le parecían perniciosos y extraños. Brujería, como todo lo que en aquel lugar se contemplaba. Sólo el contacto de los dedos con su flissa, la que acariciaba de tanto en tanto, le tranquilizaba. Él era un guerrero, nacido y criado para luchar y morir. No le amedrentaba la idea de dejar este mundo, o al menos, la idea de dejar su mundo. Pero en aquella tierra sin dios, pareciera que la muerte no habría de conllevar la salvación del alma, sino su eterna prisión y tormento.
Y de repente, la estatua. Abeillut tragó saliva al verla, retorcida y extraña como cuantas desgracias tuviesen la mala suerte de contemplar en aquella ciudad maldita. ¿Dónde estaría Guerín?
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 52 (Fracaso)
Decidieron acercarse hasta aquel atrio que emergía sobre la fantasmagórica niebla. El lugar era cuanto menos sobrecogedor. Avanzaban hacia el duomo de aquel templo pagano, donde la vileza y los instintos más primitivos de los hombres habían surgido de oscuros rincones que ninguno de ellos parecía poseer, cuando un brillo alertó a Lacroix...
- ¡¡Cuidado!!- espetó el teniente de los dragones, pero ya era demasiado tarde. Dos sonoras explosiones revelaron lo que Jean-Baptiste más temía. Acto seguido, un par de proyectiles de plomo se estrellaron contra las columnas cercanas al grupo, rozando la integridad de Farrè.
El teniente pensó que su amigo estaba finiquitado, pero no entendía muy bien por qué, aquellos soldados fallaron sus respectivos disparos. Casi de forma inconsciente, todos miraron al sacerdote que yacía fuera de combate sobre los hombros de Barraud. Habría tomado dios parte en aquel milagroso momento. Todos sabían que los tiradores profesionales del ejército galo, a esa distancia y con tiempo no solían fallar...
Los soldados salieron de detrás de unas abigarradas columnas con sus bayonetas caladas, mientras proferían una cohorte de gritos intimidatorios. Eran hombres de Guerin y no dudarían en dar la vida por su amo...
Motivo: Rifa
Tirada: 1d4
Resultado: 2
Motivo: Rifa
Tirada: 1d4
Resultado: 2
Motivo: Disparo a Farrè
Tirada: 1d100
Dificultad: 50-
Resultado: 94 (Fracaso)
Motivo: Disparo a Farrè
Tirada: 1d100
Dificultad: 50-
Resultado: 76 (Fracaso)
NOTA NARRADOR: La rifa de los disparos se hace con d4 (1.Lacroix, 2.Farrè, 3.Abeillut, 4.Barraud). Dos disparos al amiguete del teniente y fallan... ¡¡Increíble!! Aunque mejor que hayan fallado, porque d10+4 que hace el mosquete...
Actúa Lacroix que no está completamente sorprendido.
Luego asalto nuevo
1. Abeillut
2. Lacroix
3. Malotes
4. Barraud
5. Farrè
El teniente Sonrió ante las palabras de Barraud que intentaban ser de ánimo. Los cuatro amigos empezaron a acercarse a aquel atrio fantasmagórico, cuando un brillo alerto al teniente. Casi imperceptible, pero inconfundible para alguien que llevaba ya media vida entre armas.
-¡¡Cuidado!!-Alertó el teniente. Acto seguido dos disparos resonaron en la estancia, dirección a Farré. En un tiempo infinitesimal, Lacroix intento apartar a su amigo, aun sabiendo que no llegaría antes que la munición, pero por suerte, ningún impacto toco el cuerpo de Gerrard.
El teniente de dragones, mosquete en mano y cargado, disparo a su vez a los dos seguidores de Guerin que surgían de su escondrijo, impactando a uno de ellos.
Rápidamente dejo caer el mosquete al suelo y sacó su sable, preparándose para el envite.
-¡¡Traidores a la patria!! os arrancare ese corazón podrido! ¡Maldigo a vuestras madre por parir una escoria como vosotros en la gloriosa Francia!
Motivo: Mosquete
Tirada: 1d100
Dificultad: 75-
Resultado: 47 (Exito)
Motivo: Duele eh?
Tirada: 1d10
Resultado: 6(+4)=10
Entiendo que luego de mi va Abeillut y luego vuelvo a ir yo?
El teniente de los dragones no perdió la cara a lo que estaba sucediendo. Nuevamente, soldados que días atrás formaran parte del glorioso ejército de Napoleón, surgieron de sus escondites dispuestos a enfrentarse a los supervivientes. Guerin había hecho bien su trabajo, enturbiando la mente de aquellos pobres desgraciados.
Casi como si de un acto reflejo se tratara, Lacroix descerrajó su mosquete sobre el primero que emergió. La bala entró limpia en el pecho de reaccionario rebelde a la causa de Francia, cayendo inerte al suelo. Un cuerpo más para aquel cementerio de las eras del tiempo...
Entiendo que luego de mi va Abeillut y luego vuelvo a ir yo?
NOTA GUARDIÁN: Correcto. Tú al sacar la tirada de descubrir, no estabas sorprendido y has podido actuar a tu mitad de destreza, que era inferior a la de los soldados que tenían prestos sus mosquetes. Ahora a seguir el orden que os he puesto. Aquí podrían haber muerto un par de personajes...
El sonido de los disparos tronó en la estancia, sobresaltando a Abeillut, quién sacó por puro reflejo la flissa de su vaina, volviéndose hacia los enemigos. Antes de que pudiese tomar acción alguna, un disparo de su teniente acabó con la vida de uno de los asaltantes, en una nueva demostración del férreo entrenamiento del que hacían gala los oficiales franceses. El bereber, en cambio, carecía de tal entrenamiento, pero lo suplía con la garra luchadora que siempre había imperado en su pueblo.
- ¡Allah! - gritó, mientras se abalanzaba flissa en mano contra su adversario antes de que este tuviese tiempo de recargar su mosquete.
La carga de Abeillut precedió a la de sus compañeros, los pocos que restaban vivos.
Motivo: Flissa
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 27 (Exito)
Motivo: Daño
Tirada: 1d8
Resultado: 7(+1)=8
Motivo: Daño extra
Tirada: 1d4
Resultado: 3
Pues nada, Abeillut se lanza a la carga. Si no hay nada extraño, el pobre desgraciado debería morir rápidamente xD.
El bereber actuó con extrema rapidez. Emergió de un costado donde se agazapó tras los disparos de los hombres de Guerin, para hundir su flissa en los higadillos del pobre desgraciado que quedaba. El hombre no lo esperaba y la punta de su sable penetró de abajo arriba hasta las partes más profundas y nobles de aquel soldado.
El muchacho asustado miró a Abeillut. Le agarró por los hombros y lo miró con ojos vacuos a medida que se le escapaba la vida... ¡¿Por qué habían llegado hasta esto?!
El cuerpo cayó. Tras él el grotesco altar y nada sobre él...
- ¡¡Vuelva Monsieur!!- se oyó a la lejanía entre aquel laberinto de abigarradas columnas. Parecía la voz de Guerin.
El sacerdote hereje estaba cerca.
NOTA GUARDIÁN: Últimas interpretaciones y abro la escena final con el desenlace.
Tras evitar milagrosamente los proyectiles de los dos tiradores, el esfuerzo combinado del Teniente y del guía propició que los soldados cayesen derrotados.
Barraud se maravilló ante la eficiente acometida de sus compañeros. Ni siquiera había tenido tiempo de dejar en el suelo al capellán para unirse a la refriega.
De lejos y de repente, les llegó la voz de Guerin.
- Vayamos con cuidado. Tratemos de usar la columnata para encubrir nuestros pasos.
Tan rápido como habían aparecido, los dos traidores se fueron. El teniente hizo un leve gesto de asentimiento hacia Abeillut, quien había sentenciado la vida del soldado con un rápido movimiento.
Luego cargó de nuevo el mosquete, mientras a lo lejos se escuchó la voz de Guerin.
-Esta bien amigos- Dirigió la mirada hacia sus tres compañeros que quedaban en pie – Acabemos con esto.- Sonrió -por cierto, es un placer llamarlos amigos a todos...me alegra el tenerlos a mi lado. No estaríamos aquí si no fuera por gente tan valerosa como ustedes...
Sin más, se preparo para afrontar el funesto destino que les esperaba.
Abeillut avanzó hacia el lugar en que sus compañeros se reunían, presto a contemplar lo que quizá fuese el último gran prodigio de aquel viaje enloquecedor. Su flissa aún goteaba la sangre del soldado francés al que había dado muerte, uno más del ejército al que el bereber se había unido con el afán de luchar contra los infames turcos. Nada quedaba ya de aquel odio visceral hacia un enemigo que, de repente, se antojaba irrisorio. No eran más que hombres, al fin y al cabo, y tales no podían compararse a los horrores que habían contemplado en aquella ciudad, por muy macabras que resultasen sus acciones.
Así lo percibía Abeillut Sadar, cuya destrozada mente había visto retorcidos todos los principios de su existencia tras las experiencias allí vividas. La superstición de otro tiempo ahora era un terror visceral, ocupados los irrisorios temores por figuras corpóreas con cabeza de mujer y cuerpo arácnido, por engendros retorcidos de los cuáles los apéndices emergían sin previo aviso, por soldados enloquecidos que yacían con esas criaturas para luego ser devorados por ellas. La niebla amarillenta era como el azufre del infierno: un vapor prohibido que ocultaba toda clase de tormentos, a través del cuál el hombre no podía más que vagar lentamente, sufriendo el miedo en sus carnes, el dolor, el agotamiento, todo ello junto.
Pero, pese a todo, aún quedaba la camaradería. Lo único que les impulsaba y mantenía con vida. Eran pocos ya, muy pocos. Pero llegarían juntos hasta el final, aunque sólo fuese para mirar a la muerte a los ojos.
- Amigios. - dijo, con voz cansada - Es il final del caminio... pero tinemos que siguir.
- El sentimiento es mutuo, señores. Pase lo que pase hoy, me alegro de haberles conocido, dadas las circunstancias, es un alivio compartir el camino con tan intrépidos compañeros.
Dicho esto, Barraud se aproximó a uno de los traidores y le arrancó el mosquete de las manos: - Me lo prestas, ¿verdad? - abrió la bolsa del tirador en busca de munición y pólvora. Recargó el arma y se la colgó al hombro antes de levantar de nuevo al sacerdote. Estuvo tentado de dejarlo recostado contra una de las columnas para que no le dificultase el avance, pero pensó que estaría más seguro si los acompañaba.
-... Sólo un poco más... libertad o muerte... veamos que nos depara el futuro.
Yo también los tengo cuadraos. Estoy preguntando cómo funciona el fusil que he pillado, habiendo mosquetes huérfanos por el suelo...
Dicen que los héroes son aquellos que aceptan el destino tal y como viene, y allí, envueltos por la espesa neblina amarillenta, se alzaban cuatro. Habían sufrido los escarnios de descubrir la terrible verdad que ocultaba su mundo, una realidad que eran incapaces de explicar, pero que habían contemplado y palpado demasiado cerca. El mundo se tambaleaba bajo sus pies, en una ciudad maldita de profana historia. Sodoma. Ese era el nombre que Ediz usó para nombrarla. La pecaminosa, lujuriosa y corrupta Sodoma...
Escucharon en la lejanía las quejas de Guerin, y tanto a Lacroix como Farrè les hirvió la sangre... ¡¡Maldito hereje!! ¡¡Traidor!!
Se pertrecharon con lo que consideraron necesario y comenzaron su camino hacia el incierto desenlace. Barraud, estoico como siempre, portaba sobre sus hombros el cuerpo sin sentido de Descoteaux. Podía notar como la terrible herida del sacerdote supuraba sangre calando su cogotera. A su lado, Abeillut caminaba con su sable desenvainado, intentando recordar alguna oración a Allah que lo protegiera, pero ya era demasiado tarde para la fe. En aquella pesadilla, no había lugar para la esperanza...
Caminaron durante uno minutos que parecieron meses, intentando no hacer ruido, pero ya era demasiado tarde. Tenían la extraña sensación de que en aquel laberinto de abigarradas columnas y capiteles, había algo que los observaba...
De repente, los gritos de Guerin se elevaron. Parecía reprender a alguien. Debían apresurarse, pues caerían con toda su furia sobre el malévolo sacerdote, sobre aquel adorador de entidades viles y oscuras.
Avanzaron sin mirar atrás y entonces lo vieron... Algo que jamás hubieran deseado ver... pero eran ya tantas veces que habían pensado eso mismo... ¡¿Cuanto castigo más quedaba por padecer?!
Por arte de magia, la niebla se deshizo, dejando ver un enorme claro sin columnas sobre la piedra del cual, se alzaba una aro enrunado... ¡¡Era enorme y majestuoso!! Pero el grupo de elevadas columnas que circundaban dicha zona despejada, poseían centenares de bolsas bulbosas y palpitantes, repletas de líquido translucente. Las figuras que se dibujaban a través de las membranas biológicas que constituían tales sacos embrionarios, no eran otras que las de las aberraciones que en su estado adulto se asemejaban a las mujeres que poblaban aquella ciudad... ¡¡Aquello era un criadero!! ¡¡Un criadero infinito!!...
Ante el gigantesco aro, Vivant forcejeaba con Guerin por lo que parecía un pedazo de roca, mientras Duvalier permanecía inmóvil sin saber muy bien que hacer...
NOTA GUARDIÁN: No corráis para hacer vuestras respectivas tiradas de cordura. Me puedo esperar a abrir la escena del desenlace.... Muajajajajajajajajaja
ESCENA CERRADA