Partida Rol por web

Te apetece vagar por las calles del Distrito Comercial sin propósito alguno. Mientras caminas, observas a la gente y los edificios, antaño majestuosos, ahora descuidados, con el enlucido descascarillado y manchas de hollín y humedad.

Cuando por fin llegó al distrito, no tengo mucha idea de a dónde dirigir mis pasos, así que cierros los ojos un momento y dejo que sea el destino el que elige por mí.

Con el cansancio que te genera estar entre la multitud, te adentras en una callejuela que parece poco poblada. Es muy estrecha y las paredes de los edificios parecen tocarse por arriba. El suelo está húmedo y amortigua tus pisadas. Te paras antes de un recodo porque has oído gritos. Desenvainas tu acero y te aproximas sigilosamente a la esquina, aguzando el oído.

-... deberías haber sabido que no podrías esconderte.

-¡No, por favor! ¡Tengo que llevarle la medicina! ¡Es una cuestión de vida o muerte!

-Tenías que haberlo pensado antes. ¿Crees en algún estúpido dios? ¡Pues reza para que acoja tu espíritu!

Observas como una pareja de matones clavan sus dagas en un hombre de mediana edad ataviado a la moda gunderlanda. La víctima ahoga un grito y se desploma en el portal de una casa que parece abandonada. Los dos pendencieros se marchan en dirección contraria a ti.

Mientras deambulo por las calles, buscando algo de interés, escucho gritos. Saco la espada y me acerco cuidadosamente a un recoveco en el que veo a unos hombres matar a otro. Para cuando intento hacer algo, ya es demasiado tarde, no veo por dónde se han marchado y, además, tampoco sé quiénes eran.

Sin embargo, tras unos segundos dubitativos, mi próxima acción está clara. El hombre yace muerto, aparentemente no le han robado y yo no tengo nada de valor ni nada que llevarme a la boca, así que le registro, por si encuentro algo de interés.

Te aseguras de que la pareja de asesinos ya se ha alejado suficientemente y te acercas con cautela a la víctima. La oyes gemir de forma apenas perceptible. Lo giras para ponerlo boca arriba y abre los ojos.

-Así... así que esto es la muerte... Dice con gran dificultad.

-Lo siento, amigo. No tengo nada con qué ayudarte. Le dices.

-Catarina... Catarina... Balbucea el hombre.

Son las últimas palabras del gunderlando antes de dejar este mundo.

Me acerqué al hombre pensando que ya estaba muerto, pero solo estaba malherido. Verlo morir en mis brazos y escuchar sus últimas palabras sin poder hacer nada para ayudarle es duro.  Habla de una mujer, Catarina. Supongo que es su esposa o, al menos, alguien muy querido para él.

Aún así, yo me he visto obligado a acercarme para ver si hay algo que me ayude a sobrevivir a mí. Así pues, sacudo la cabeza para despejarla y procedo a examinar el cadáver en busca de algo interesante.

Examinas las ropas del muerto y encuentras el bote que te ha dicho. También encuentras 3 monedas.

-¿Esto es todo?

Deambulas por las callejuelas llenas de bazares y negocios de todo tipo, entoldadas de forma intermitente, con carne seca, verduras y frutas colgando de estacas y emparrados. Los gatos, perros, cerdos, cabras, gallinas y vacas comparten suelo con las personas, y todos emanan aromas apestosos que se mezclan de forma casi irrespirable. Por suerte, en pocos minutos te habitúas.

Por primera vez en bastante tiempo parece que la suerte empieza a sonreirme. Aunque no deja de ser curioso que tenga que ser a costa de otros. Pese a todo, creo que no es suficiente para ir muy lejos.

Vuelvo al punto de inicio tratando de volver a orientarme. Pese a que ya puedo desenvolverme por la zona, no tengo ni idea de hacia dónde dirigirme. ¿Dónde puedo encontrar algo que me ayude? Recuerdo que, cuando era pequeño, solía dejar que el destino guiase mis pasos cuando estaba indeciso. Con una sonrisa, recordando mis primeros juegos, cierro los ojos, extiendo un dedo y comienzo a girar sobre mí mismo. Cuando termino de dar vueltas me dirijo hacia donde indica mi dedo.

Cruzas el distrito comercial hasta llegar a una calle principal que por la derecha desemboca en otras puertas de la muralla. Ante ti se encuentra el Mazo, un amasijo de callejones retorcidos y casas ruinosas en las que presientes que puede estar pasando cualquier cosa.

Las callejuelas del Mazo están iluminadas con centenares de antorchas de luz titilante. Parece que los cofrades de los gremios de latrocinio han tomado los callejones y las plazuelas sin temor a que la guardia de la ciudad se presente por sorpresa para entrometerse en sus asuntos. Tu instinto te dice que no es casualidad que no haya vigilancia; seguro que unas cuantas monedas en los bolsillos adecuados han asegurado esta tranquilidad. Los juerguistas se tambalean por las callejuelas, cantando canciones obscenas y apoyándose unos con otros para no caer de bruces en la basura que se amontona en el suelo húmedo y sin pavimentar.