Don Francisco se encontraba en su pequeño despacho. Tras la ventana se podía escuchar, como el viento caprichoso, jugaba con las ramas de los altos árboles que bordeaban el recinto. Tan sólo llevaba un mes en aquel centro. Pero ya casi había aprendido como funcionaba y parecía haberse adaptado bastante bien. Los jóvenes eran bastante conflictivos. El mayor problema de muchos de ellos había sido la falta de cariño, y don Francisco, buen observador, se daba cuenta de que en ese lugar no lo conseguirían.
Había una norma básica allí. Él estaba para intentar enderezar a los jóvenes, pero la máxima autoridad en ese centro eran los guardias. Y sobre ellos estaba el director Ramírez. Pero era bastante dudoso quién el que mandaba.
El señor Ramírez le había informado que durante el transcurso del día irían llegando nuevos desperdicios humanos, que es como se obstinaba en llamar a los jóvenes que eran llevados al centro.
Sobre la mesa se encontraba un informe con algún dato de los nuevos reclusos.
Alex Escobar
Joven de 17 años, drogata y camello. Le pillaron con bastante material en su casa.
Laia Casademunt
Joven de 16 años. Robó una joyería.
David Cowen
Joven de 15 años. Un busca broncas que pillaron robando una tienda de comestibles.
Erika Valle
Joven de 16 años. Le van las drogas y la fiesta. En una bronca un hombre perdió la vida.
Iván Soriano
Joven de 17 años. Racista que le metió una paliza junto a sus amigos a un negro.
Kayla Monfort
Joven de 16 años. Pirómana y autodestructiva
Kelly Ceres
Joven de 16 años. Trabaja en un local de streeper y también ha sido acusada de robar coches.
Leo Vazquez
Joven de 17 años. Le pillaron robando un coche a un pez gordo… Pringao.
Rubén Sánchez
Joven de 16 años. Gamberro que se dedica a falsificar tarjetas de crédito.
Sebastian Ewen
Joven de 16 años. Con éste hay que tener cuidado. Fue testigo de una violación y mató al violador con ensañamiento.
Xènia Gil
Joven de 15 años. Un coco con los ordenadores. Hacker informática que quiso aspirar a introducirse en el pentágono… Aficionados.
Xiana Torres
Joven de 16 años. Siempre ha vivido en la calle y se dedica a robar coches. Le van las drogas y el alcohol.
Don Francisco se quitó las gafas y dejó los informes encima de la mesa, suspiró y se reclinó en su silla. Sus ojos contemplaban el pasado y su fracaso como padre en todos aquellos chicos. Tan jóvenes, con tanta vida por delante, y algunos cubiertos de mierda hasta el cuello. Su generación lo había hecho mal. Los hombres como Francisco eran los auténticos culpables de que chicos sanos y buenos acabaran tuviendo problemas con las drogas y el alcohol, que se mataran a la salida de las discotecas, que fracasaran en la vida y se convirtieran en unos perdedores.
Era por ello que había aceptado aquel trabajo. Desde que David muriera, sólo encontraba consuelo en ayudar a chicos con problemas como él. Aquel lugar -aquella prisión-, era el sitio más duro en el que hubiera trabajado jamás. Allí llegaba lo peor de la sociedad, los chicos que en el fondo más ayuda necesitaban. La sociedad funcionaba como los vertederos de residuos nucleares. Se los arrojaba lejos, para olvidar que existían.
Si a Don Francisco le quedaran lágrimas, las hubiera derramado por sus nuevos chicos. Pero ya las había gastado todas con la muerte de su hijo y el abandono de su mujer. Se contentaría con tratar de ayudarlos. Si al menos conseguía rehabilitar a uno, todo habría merecido la pena. Se colocó las gafas y volvió a repasar los informes.
Sí, estaba preparado para el primer encuentro. Era siempre el más difícil, pero si te ganabas su respeto en la primera impresión...
Llamaron a la puerta de don Francisco. Al mirar el reloj, se dió cuenta de que debían ser los otros dos educadores, que junto a él se encargarían de los nuevos muchachos. Había estado tan ocupado que no había sido consciente del paso del tiempo. Aquella mañana habían dicho de reunirse para hablar y poder organizar las nuevas clases y reformas. Cuando dio el paso, se abrió la puerta y apareció Israel, que como siempre iba con ropas bastante modernas. Detrás suyo apareció Elena, con su sonrisa perpetua en sus labios.
Hacía poco que los conocía, pero había algo en Elena que no terminaba de gustarle a don Francisco. Quizás su extrema simpatía, que llegaba a veces al extremo de empalagosa.
- Buenas tarde Don Francisco - Saludó la mujer mientras cerraba la puerta...
- Buenas. - Fue el escueto saludo de Israel.
-Buenas tardes. Sentaos donde queráis -fue la respuesta de Don Francisco, mientras con un gesto del brazo abarcaba las sillas dispersas que había en su despacho.
El educador hablaba con tono cortés. Nunca sonreía, y por ello quizá Elena le caía gorda. Israel, por el contrario, le parecía una muy buena influencia para los chicos. Les costaría menos identificarse con el joven que con un vejestorio como él.
-Disculpad el desorden. He estado revisando los expedientes de nuestros nuevos chicos -Don Francisco siempre eludía el término prisioneros- y se me ha echado el tiempo encima.
El mismo tomó asiento y se colocó las gafas para examinar los documentos que sin duda le traerían sobre los nuevos horarios y clases. La burocracia lo aburría mortalmente, pero entendía que era necesaria.
Elena se sentó justo delante, mientras Israel lo hizo un poco más apartado, poniéndose cómodo.
El joven asintió con la cabeza ante las palabras de don Francisco. Él también había estado mirando los informes, hizo una mueca con los labios ante el comentario del hombre.
- No te preocupes... Sabemos qué es eso. - Le comentó quitándole importancia al asunto.
- Bien... - Empezó a decir Elena. - Deberíamos terminar de aclarar los horarios. Pero creo que los chicos están a punto de llegar. Eso lo hablaremos esta tarde. El señor Güttam - Se refería al director del lugar. El hombre era nacido en Cáceres, pero de descendencia alemana, de allí venía su apellido. - Me ha informado de que debemos ir a la sala cero. Allí veremos la llegada de los jóvenes y podremos hacernos una idea. - Dijo la mujer con suficiencia. Le encantaba ser la portadora de noticias, y se las daba de importante.
Don Francisco había oído hablar sobre la sala cero. Era un pequeño habitáculo, donde a través de un gran cristal podían estar observando sin ser vistos lo que ocurría al otro lado del cristal.
Don Francisco observó a su compañera durante unos instantes. Cuanto más se pavoneaba de su cercanía con el director del centro, más obvio se le hacía al señor Sáenz que se sentía dependiente de ella. Cuando uno estaba orgulloso y tranquilo de su trabajo, no le hacía falta demostrarle nada a nadie. Y no le parecía el tipo de actitud que necesitaban unos chicos como los que trataban día a día. Pero al fin y al cabo no era él quien dirimía esas cuestiones.
Frunció los labios e hizo un gesto elocuente con la mano que venía a decir "me da igual".
- Esa sala siempre me ha parecido como si estuviera escogiendo una langosta en el restaurante -aunque la comparación era cómica, Don Francisco no sonrió. Él nunca sonreía-. A mi me parece buena idea, Elena. ¿Te parece, Israel?
Israel asintió con la cabeza. Él llevaba algo más de tiempo que don Francisco, y estaba acostumbrado al funcionamiento del centro. Como los jóvenes no llegaban a la vez, era una buena forma de estudiar su comportamiento, antes de que los guardias se hicieran cargo de ellos...
- Bien, pues si estamos todos conformes, mejor vayamos allí. - Dijo nuevamente Elena. La mujer, como siempre, se adelantó a los otros dos educadores y se dirigió a la puerta.
Los tres se dirigieron hacia la sala cero. Recorriendo parte del centro. Ahora, los chicos se encontraban en el tiempo de descanso y los pasillos se encontraban vacíos...
Llegaron a la zona este. Allí era donde se hacían las presentaciones a los muchachos. Entraron por una puerta gris, casi todas las puertas en aquel lugar eran de ese color, y entraron en la conocia sala cero.
Era una sala pequeña, pero disponía de varias sillas para el largo rato que podían pasar allí. Una de las paredes era un gran cristal que comunicaba con otra sala mucho más grande. La otra sala disponía de una pequeña tarima, donde solía hacer su presentación el director Guttman. Unas cuantas sillas de plástico que estaban bien atornilladas en el suelo, y poca cosa más. Los rincones no estaban provistos de sillas, éstas estaban colocadas en el centro de la estancia, para poder tener a los jóvenes bien controlados.
La sala en cuestión parecería una sala de actos, si no fuera por sus paredes grises y alguna grieta que corría por las paredes.
si quieres postear alguna impresión aquí, lo tienes permitido...
Pero voy a abrir una escena donde irán entrando todos. Tú estarás presente, peeeeeeero tus mensajes deberán estar dirigidos unicamente al director :P