¡¡¡Irekkiii!!! -gritó Aritz una vez que tocábais la piedra del dólmen-.
En cuestión de un segundo, vuestro cuerpo volvió a fragmentarse, o al menos tuvísteis esa sensación, no dolosara, pero si "cosquilleante", y cuando volvísteis a abrir vuestros ojos tras dejaro engullir por el portal mágico, vísties que estábais de nuevo en el oscuro bosque... ¡¡¡Era de noche otra vez!!! Nada más aparecer, no tuvísteis la sensación de malestar momentos antes junto con Ekáitz, pues el maestro druida eran tan sabio y experimentado que su invocación había sido perfecta. Allí, delante de vosotros, vísteis a Ekáitz, que había salido antes que vosotros de la aldea gentil. Éste se encontraba vociferando con sus manos en la boca el nombre de vuestros compañeros.
¿¿¿Yoseeeeff??? ¿¿¿Señor Justooooo??? ¿¿¿¿Dónde estáis???? -gritaba Ekáitz mirando al neblinoso vacío del claro del bosque...-.
Por supuesto, vísteis a Ekáitz vociferando, pero de ese segundo resplandor, salieron también vuestros compañeros. Éstos iban acompañados con un hombre alto y con barba y bogotes largos. Vosotros les vísteis, pero ellos no os veían aún a vosotros (estábais medio escondidos en el linde).
Juana continuó con el grupo, pero ahora iba callada. Le había gustado la aldea de los gentiles, le parecía un precioso lugar para vivir, y ahora en su propio mundo todo le parecía feo y peligroso. Su misión de ir a comprar telas le parecía ahora como vacía, como algo sin importancia.
Había vivido una aventura terrible, cuando miraba hacia atrás se sorprendía de seguir viva. No se sentía más fuerte ni más valiente por haber vivido algo así pero sin duda había cambiado profundamente. Se prometió bajar de peso aunque a los hombres les gustasen las mujeres más rollizas porque quería ser capaz de correr más. Se prometió aprender a usar un arma, porque llegado el momento quería ser capaz de defenderse. Y se prometió también que en unos meses le diría a su maestro que se iba y montaría un taller propio donde ella cosería la ropa como siempre habría pensado que debía hacerse y no como le ordenaba su maestro (anticuado, fiel a su época y no a la actual) ni como le pedían sus clientes (con un horrible gusto)
En todo caso, tenía claro que ya no podría seguir siendo la aprendiz invisible y entrada en carnes, quería una vida propia. Le habría gustado que fuese entre los gentiles, pero de no ser así buscaría otro modo de conseguirla.
A su alrededor buscaban a gritos a los dos desaparecidos, pero para Juana era como si el mundo estuviese un poco apagado, como cuando entras en una habitación oscura tras haber cosido un par de horas junto a la ventana, solo que no era un problema de luz sino de alegría.
Pol pensó qué lejos quedaba el momento en que Ekaitz apareció en la posada y les pidió ayuda. Dios había querido que estuviera allí en aquel preciso momento para emprender aquel viaje de transformación y conocimiento que le había descubierto un mundo hasta entonces desconocido para él, y que había culminado con el magnífico regalo de Aritz. Como si fuese un regalo de Dios, lo acogió con entusiasmo y se prometió cultivar la nueva senda que se le había abierto para servir a Dios y a la humanidad. Su estudio y ejercicio de la medicina le había llevado a tierras lejanas, le había enseñado que nadie tiene posesión de la verdad absoluta, pues la medicina árabe y judía era muy superior a la cristiana, pero había sido en su tierra, al volver, donde había aprendido la lección más importante: mirar más allá de la realidad, completando su teoría de que todo es relativo. Había oído varias historias sobre Mari, la dama de Amboto, y sabía que subsistían aún ritos paganos en torno a ella. Aquella maravillosa gente, los gentiles, la habían adoptado como diosa, y a través de ella habían desarrollado un profundo conocimiento que les había permitido fabricar objetos capaces de obrar lo que para la gente corriente eran milagros. ¿Y no podía ser aquella Mari en realidad la Virgen María?
En cualquier caso, Pol no vio en aquella senda maldad alguna, por mucho que la Iglesia se hubiese empeñado en tildar de demoníaco todo lo referente a la magia. Si la magia podía ayudar a las personas, ¿por qué no hacer uso de ella? Si existía la magia en el mundo, era porque Dios así lo había querido. Así que, observando el precioso anillo, se dijo a sí mismo que seguiría dedicando su vida a ayudar a los demás, a combatir la muerte, no la natural, pues esa solo era una necesaria transformación para que el alma volara libre al reino de los cielos, sino la provocada por la necedad humana. Se le había dado un poderoso instrumento para ello, y por tanto tenía una gran responsabilidad; pero tendría que aprender a usar la magia para utilizarlo. Por esta razón, su sueño de volver a Labastida convertido en médico había sido eclipsado totalmente por aquel deber sagrado que se le había asignado: aunque volvería para ver a su mentor y a los monjes y cerrar el capítulo de su huida del monasterio en busca de conocimiento, se dedicaría a partir de entonces a la ardua tarea de encontrar un maestro que le iniciara en los misterios de la magia.
Miró a sus compañeros. Todos ellos parecían ahora más sabios y más fuertes. Notaba a Juana más segura de sí misma, Alex se convertiría sin duda en un magnífico mentor y guía espiritual, y a Aingeru la experiencia le había servido para reafirmarse en su fe. Aquel viaje, por tanto, no había sido en vano. Solo esperaba que Yosef y Justo estuviesen bien y no hubieran sucumbido a aquellos terribles hombres que habían atacado a Ekaitz.
De nuevo en la noche del señor, fuera de páramos mágicos y paganos. Volvía a sentirme en paz, tranquilo por haber pasado aquella prueba divina. Ahora debería asegurarme de que Ekaitz volviera a su mundo, podrían vivir en su propio mundo si no continuaban intentando tentar a los cristianos. De seguro Pol y Juana deberían pagar por haber sucumbido ante los paganos, pero de eso se encargaría Dios. Alex aún tenía esperanza, había rechazado el maldito regalo y quizás por ello Cristo le perdonara, solo Dios sabría.
Yo me encontraba más seguro que nunca de mi fe y de la bondad del señor. Él nos había salvado de bandidos y brujos y ahora nos había devuelto a tierras cristianas. Tan solo quedaba que yo le devolviera el favor, agradeciendo su prueba.
- Nosotros buscaremos a Justo y Yosef - digo a Ekaitz - Tú vuelve con los tuyos y que ninguno de ustedes vuelva a pasar a este mundo cristiano o la ira divina caerá sobre vosotros.
Debería volver y destruir este portal mágico para asegurarme de que ya ninguno volvería.
Justo salio como alma que lleva al diablo de su escondite viendo como Ekaitz con una voz de ultratumba llamaba a los dos heroes. COn su barba y su semblante enojado dijo gritando Pero que blasfemia es esta!!!! Jamas podría entrar a formar parte de esa comunidad de paganos. Ekaitz devuelve a estos siervos de Dios al paraiso de donde vienen y ni por un momento se te ocurra que vamos a cruzar esa delgada linea entre el don del señor y lo pagano.
Justo se arrodillo y con los brazos en cruz y mirando al cielo dijo Señor ten piedad de ellos no saben lo que hacen. Señor apiadate de sus almas allí donde moren. acabando entrelazando las manos y orando en silencio mientras de vez en cuando abria un ojo para saber que estaba pasando en aquella puerta.
Justo sale de entre el linde del bosque, que estaba escondido, se acerca donde están Aingeru, Alex, Juana, Pol, Ekáitz y el otro señor, y se arrodilla, mentando acerca de blasfemias y rogándole al dios cristiano (lo aclaro)
Mis ojos no podian creer lo que veían. Bueno, en realidad sí que podían, a lo largo de este viaje había visto a Ekaitz conjurar los más abyectos sortilegios.
Salí de las lindes del bosque unos metros detrás del sacerdote. Lo suficiente para verlo arrodillarse y rogarle a su dios, caminé hasta su lado y me detuve a un paso de él.
¿Qué quieres de nosotros brujo?
Nada quiero de vos, Yosef, tan sólo darte las gracias, y a ti también Justo... -dijo Ekaitz-. Al fin he regresado a mi tierra escondida, y he podido salvar a mi maestro, aquí presente -señaló con la mano al hombre alto que les acompañaba-. Gracias por enfrentaros... a Arri, el tipo de los ojos brillantes, un envidioso gentil que planea el mal sobre mi... En fin, en breves mi pueblo saldrá en batida a buscarle, y no habrá que temer más sus fechorías...
Ekáitz quedó un poco descolocado por las palabras tan vengativas de la deidad cristiana, que según el monje, caería su ira sobre los gentiles, aun siendo tan bueno y misericordioso como siempre decían los humanos. Sin embargo, no lo juzgó por ello, pues sólo aparte de respetar sus creencias y votos, sólo podía agradecérselo de igual forma que al resto.
Ahora hemos de marcharnos a nuestra aldea -continuó Ekáitz-, pero no temáis por el camino de vuelta: ojos gentiles os vigilarán desde la distancia, y cualquier peligro será solventado al instante, habréis de estar seguros. Y oísteis pasos por los árboles cercanos, señal de los exploradores druidas que ya os escoltaban.
Gracias de nuevo, amigos -dijo finalmente-, si necesito alguna vez más de vuesra ayuda, prometo recordar el porqué de mi urgencia -bromenado-. Buena suerte.
Ekáitz y su maestro se dieron la vuelta, y a punto estaban de introducirse de nuevo en el portal.
Haced, el que quiera, un último post de despedida.
-Volveremos a vernos -dije, levantando la mano para despedirme.
Y es que había decidido que tenía que volver a aquel lugar. Tenía tantas preguntas, tanto que aprender... y ahora que había tenido contacto con aquellas fuerzas misteriosas no quería perder para siempre el contacto con ellas, y aquello me llevaría a volver al dolmen en busca de la aldea de los gentiles, para que me enseñaran lo que sabían. Me había fijado en la palabra que había pronunciado Aritz, que debía ser una especie de llave para entrar en aquel mundo, y la grabé en mi memoria para poder usarla cuando volviera.
Pero bastantes aventuras había tenido ya por aquellos días. Al final, todo había salido bien, Yosef y Justo estaban bien y cada uno, por distinto motivo volvía satisfecho de la aldea. Ahora cada cual seguiría su camino, y yo no había olvidado, a pesar de todo, qué era lo que me había traído de vuelta a Euskadi desde tierras moras: iría a Labastida para cerrar aquel episodio de la huida del monasterio.
Cuando hubieron desaparecido tras el umbral, me volví a los compañeros, y con una sonrisa les dije:
-¿Qué, volvemos a la taberna?
Las palabras de Ekaitz avisando sobre cómo saldrían en búsqueda del otro gentil no hicieron más que alarmarme. Al parecer todas mis palabras no caían más que en oídos sordos, debería apurarme a regresar. No habría tiempo de volver a la ciudad por ayuda, tendría que destruir aquel impío portal por mi mismo y no había nadie aquí en quien pudiera confiar. El pobre Gorka debería de perdonarme ya que al hacerlo él quedaría atrapado, pero me aseguraría que su sacrificio no fuera en vano. Vería que su familia, si es que la tenía, fuera bien cuidada y de no tenerla vería que sus posesiones fueran utilizadas con sabiduría en la santa tarea de impedir el regreso de estos impíos seres. Aún no sabía dónde había estado y por tanto existía la posibilidad de que fuera el infierno, esto significaba que de lograr cerrar esta puerta estaría cerrando un portal al infierno.
Habría que limpias estas tierras de sacrilegios y bendecirlas, tendría mucho trabajo por delante.
Luego habló de una escolta, gente como ellos que ya se encontraban fuera vigilándonos. Debería esperar, volver a la ciudad, recuperar el carro y a mi guardaespaldas. Recordaría este sitio para volver a él, mi palabra y la existencia de estas infames rocas serían suficiente. De seguro el padre prior me ayudaría a destruir un sitio de adoración demoníaca como era esta y como el propio Arri había admitido.
Cuando por fin los blasfemos Ekaitz y Arri nos permitieron partir realicé el viaje en silencio, sin emitir palabra. Atento a las señales del lugar para así poder regresar luego. Tal había sido la impresión causada en mi por estos adoradores del demonio que había olvidado al enorme moro que había matado al perro de Justo, incluso había olvidado al esquelético sacerdote.
Durante el camino tuve tiempo suficiente para meditar sobre lo sucedido, sobre el por qué Dios me había llevado hasta allí. Era sin duda para mostrarme la existencia de aquellos individuos, todo había dejado de ser una simple prueba de fe para transformarse en una cruzada personal. Si antes quienes luchaban y condenaban a judíos y musulmanes me parecían fanáticos sin criterio, ahora no eran más que necios. Habían verdaderos peligros entre nosotros que debían ser eliminados. Estos "gentiles" como se hacen llamar podían vivir entre los buenos cristianos y tal como había sucedido con Juana, Pol e incluso Alex hacer mermar la fe cristiana poniendo en peligro su alma.
No eran humanos y esa era la razón por la que el señor me los presentara. Él confía en que su juicio caiga sobre ellos y yo seré su herramienta para lograr sus designios.
Juana necesitó una importante fuerza de voluntad para que no se le humedeciesen los ojos, con un gesto de la cabeza asintió ante las palabras del, ahora lo sabía, gentil. Un término que ni siquiera conocía unas horas antes.
Los discursos de los religiosos en aquel momento le estorbaban, aunque se abstendría de decirlo. Si algo le había demostrado aquella aventura es que en el mundo no todo era Dios o Satanás, había otras fuerzas en el mundo, y que claramente no eran maléficas. Si Dios las permitía quien era ella para juzgarlas...
Como única respuesta escupí al suelo. Acompañar al brujo en su viaje casi me había costado la vida, una nueva y fea cicatriz en mi vientre me lo recordaría el resto de mis días y quien sabía sí parte de mi alma, tendría que hablar y meditar con mi rabino sobre lo ocurrido durante muchas lunas.
Me sentí tentado de coger mi cuchillo y acabar lo emprendido por el tal Arri, pues Yawhe no es amigo de la brujería, pero los sonidos procedentes de los árboles de alrededor me indicaron sin el menor atisbo de duda que estábamos rodeados y que de intentarlo sus conjuros acabarían conmigo antes de poder dar siquiera un paso. Lo que me hizo desistir de mi empeño.
Volvería a Tolosa acompañado de los demás, no tenía más remedio, aunque evitándolos todo lo posible. No me fiaba de ellos, solamente de Justo. El resto habían acompañado al brujo en su viaje, y quién sabe qué embrujos pesaban ya sobre sus almas. Desde la maldita posada, donde para reguardarme del frío paré una noche. que en esos momentos parecía ya tan lejana, continuaría mi camino en solitario hacia Irún, libre de su compañía.
.............
Después de esos días, nunca volví a saber de ellos. Tampoco hice nada por buscarlos hijo. En esta vida hay cosas que es mejor olvidar.- Contó muchos años después Yosef postrado en su lecho de muerte a su único hijo varón.
Y así fue como ocurrió todo.
Años más tarde, Alex no duraría en adornar la historia como una parábola que fuera más liviana para escuchada en ciertos oídos, muy bien seleccionados, pues no todos aceptarían igual o siquiera confiarían en las verdades de la historia. De alguna manera, un círculo se había cerrado para él: cuando desde niño, escuchaba leyendas asombrosas de aquellas tierras del norte en el regazo de su tío, hasta este momento en el que las leyendas habían vuelto para mirarle directamente a los ojos. Y aquello no era sino una prueba más de la presencia del Señor y su objetivo en aquel viaje. Aquel pueblo, ignorante de la gracia de Dios, pero no olvidado por Él, no era sino una prueba más de su benevolencia y compasión, pues no habiendo sufrido Su condena y enfado, había arrastrado a unos hombres de Dios a su presencia para, sin duda alguna, acercar Sus misterios a ellos. Una nueva misión se había abierto a su entendimiento en ese instante: la evangelización de aquellas buenas gentes, merecedoras de ser instruidas en el cristianismo, para que su estado virginal se convierta en algo más elevado y digno del Reino de los Cielos.
Alguien habría de tender un puente entre ellos y la cristiandad, y entre sus compañeros, bien por su condición, ajena al clero, o bien por su ceguera ante la realidad de que aquellas gentes no eran criaturas condenadas, sino inocentes ignorantes de la Verdad, él era el único que se veía en condiciones de iniciar tan laboriosa empresa. Y si al pueblo se le conquista con las leyendas, así habría de aleccionar a unos en el respeto de otros.
Ignoraba lo que tardaría en encontrar nuevamente a miembros de aquel pueblo de gentiles, pero hasta entonces, no dudaría en investigar sus usos y costumbres, para, llegado el momento, acercar a la oveja descarriada nuevamente al rebaño. Así como todo hijo debe volver con sus padres, todo hijo de Dios debe volver a Él.
Sonrió ante la semilla de aquella idea que se había asentado en su cabeza. Sería duro y fatigoso, y posiblemente aún tendría que pensar mucho en cómo orientar con buen rumbo su empresa. Pero si Dios había provisto en aquel camino, sin duda que seguiría haciéndolo en aquella nueva senda...
- Volvamos pues, sí.- respondió a Pol, con la mirada puesta en el horizonte, y lo que más allá habría de esperarle.
Finalmente, Ekáitz y su maestro druida, Aritz, se marcharon con vuestro beneplácito menos el de alguno, internándose una vez más por aquel portal fruto de la magia... En un momento el resplandor fue inmenso, de nuevo, y en lo que quedó de vuestra vida no pudísteis comprender la naturaleza de aquel hecho maravilloso.
Vuestra aventura no comenzaba, sino que más bien estaba a la mitad, puesto que teníais que volver a Tolosa... Y aún recordábais las penurias y extraños sucesos acaecidos: la incoherencia de Ekaitz por su Amnesia temporal mujer desnuda en medio de la ventisca, el extraño pájaro en el cielo, el negro africano que se mostró a alguno, el extraño sacerdote calavérico, las piedras en levitacion y la aldea gentil, entre otros... Sin duda una historia que guardarse en la mente, a consecuencia si no de que os tachen de locos, apóstatas o simplemente mentirosos.
Caminásteis durante la noche, y durante el día posterior, que amaneció nevado... ¡Cuán buen tiempo hacía en las tierras de los druidas!, hasta que, tras la larga caminata (sin la compañía de Gorka aunque sí de las presencias ocultas) llegásteis al punto de origen...
Gorka volvió una semana después a la aldea, según cuentan sus vecinos; si le llamaban el Mudo, ahora haría honor a su nombre, puesto que contar aquello no traería más que problemas.
FIN