Partida Rol por web

- Marian, me gusta, suena bonito. A la altura del resto-

Alvaro sonrió.

-Y ya sabe donde trabajo, solo tiene que llamar si necesita algo, o para lo que sea-

En ese momento la sonrisa de Alvaro era bastante intensa, aun así se centró en su trabajo, que era lo más importante.

- ¡Nos vemos entonces! - Dijo Marían lanzándole un beso con la mano. 

La regidora se fue camino de la calle principal y Álvaro no pudo evitar mirar su trasero. Llevaba unos pantalones de deporte ajustados, de esos de mil colores y ninguno a la vez que estaban tan de moda. Aquel agente, utilizando todas sus dotes detectivescas, llegó ala conclusión clara y efectiva de que la regidora tenía el trasero bien puesto y de que sin duda hacía algún tipo de ejercicio. Fue entonces cuando Marian se giró y al descubrir que Álvaro no perdía le perdía ojo de encima, le dedicó una sonrisita pícara, antes de volver la mirada hacia adelante y proseguir su camino.

La grúa no tardó demasiado en llegar al lugar. Uno veinte minutos más o menos, lo cual estaba bastante bien para ser un servicio privado que veía desde Inca. El operario que se encargó de subir la furgoneta a la plataforma, lo hizo también bastante rápido y una vez el vehículo estuvo cargado el operario le preguntó a Álvaro dónde tenía que llevarlo.

Allí fue cuando Álvaro se quedó de piedra. ¿Dónde tenía que llevar el vehículo? Es si era una buena pregunta. El agente cogió el walkie y le preguntó a Capllons. Éste le dijo que tenía que llevarlo al pabellón de deporte. La llave de la barrera estaba en una bolsa de tela roja dentro de la guantera del coche. A Álvaro le sonó un poco raro, pero al ver que cuando se lo dijo al gruero, éste le respondió con un: "ok, donde siempre", se tranquilizó bastante.

Así fue, llevaron el coche al pabellón, lo dejaron en el interior del mismo y una vez hecho aquel procedimiento, el operario de la grúa le entregó el albarán, le pidió una firma y le dio copia. Álvaro regresó a la oficina de policía y una vez allí se encontró con más gente de la esperada. Al consultar con el reloj se percató de que era el cambio de turno.

- ¡Buenas noches! - Dijo un hombre uniformado y con el pelo canoso, con acento marcadamente mallorquín. - Joan Campaner. Encantado. 

​Le ofreció la mano y se la estrechó. Justo cuando iba a decir algo se abrió la puerta y entró en la oficina el compañero de piso de Álvaro. Fernando entraba justo en ese momento por la puerta. 

- ¿Debes ser Fernando? - Preguntó Joan. - Soy Joan, tu copañero del turno de noche.

- Así es... - Respondió Fernando.

- Pues lo mismo que le he dicho a Álvaro... - Le estrechó la mano. - ¡Un placer!

Capllones le dio las novedades pertinentes a Campaner, principalmente el hecho de la detención del chulo de gimnasio y lo más importante: había un coche en el depósito. Álvaro entregó la copia del albarán, se despidió de Capllons y saludó a Fernando y acto seguido se marchó a casa a encontrar el merecido descanso.