Partida Rol por web

El grupo estaba al fin tras los seguros muros de palacio. La primera visita que hicieron fue al alquimista por razones obvias. Debían entregar el cadáver de la criatura y confiar que supiera tratar sus heridas.

El rey y sus hijos se retiraron a sus aposentos para asearse y ponerse una muda limpia. Luego de ser informados y sanados se os ordenaría acudir a su presencia.

El grupo visitó al alquimista en su laboratorio, el cual ya tenía a la criatura sobre su mesa de operaciones. Cada vez que entraban recibían una avalancha de olores de incienso y perfumes que el doctor usaba para disimular el olor de la muerte. A parte de la mesa central tenía un par de camastros para sus pacientes vivos.

El rey se había encargado también de que no le faltara de nada para sus investigaciones y como buen mecenas se procuró que en las estanterías no le faltara ningún libro y utensilio de medicina.

El alquimista era un hombre alto, delgado, calvo, de piel oscura y que pasaba de los cuarenta años. Era evidente que se trataba de un hombre de las cálidas tierras del este. De su remota patria trajo sus conocimientos en alquimia, y por el olor de su laboratorio, también los exóticos perfumes de tu cálida tierra.

La vida en la corte no había cambiado su forma de vestir y seguía llevando ropajes de seda, tejidos importados de su hogar. La gente creía que lo hacia por inflar más la pompa de misticismo e intentaba impresionar al monarca, pero eran habladurías de gente ignorante, del mismo tipo de personas que lo llamaban "matasanos". No prestaba atención a esos comentarios, sabía demasiado bien que la gente ignorante tenia miedo de lo que no entendía y en esas tierras eran tan esquivos al aprendizaje que les resultaba más fácil inventar historias sin fundamento.

Se disponía a empezar a cortar el cadáver con un bisturí plateado cuando el grupo irrumpió en el laboratorio en busca de respuestas y sanación.

-No esperaba tener público. Pueden quedarse pero con la condición de que no vacíen el contenido de sus estómagos aquí.

Bert se miró la herida de los cuernos de la bestia. 

- Creo que si no me dais unos puntos, es fácil que vacíe mis estómagos aquí, pero no por dónde esperáis. Espero que, tras nuestro amigo, podáis remendarme un poco... - 

La visión de aquel cadáver hizo al charlatán ponerse más firme de lo habitual. Esa cosa había sido dura, y, visto lo visto, no sería extraño que volviese a levantarse fruto de alguna malvada maldición. 

Se mantuvo alerta. 

—No estamos aquí por gusto.— contestó al alquimista. Dugan señaló los vendajes de sus heridas. Desde luego, después del trajín, prefería estar en una taberna bebiendo cerveza que estar en aquel sitio oliendo a tripas y jazmín.

—Me temo que ese cambiapieles me hirió.— Señaló el cuerpo del orco tendido sobre la fría mesa.  

—Pero siga, siga usted.— Dugan hizo un ademán con las manos señalando el cadáver.

—Siga con sus asuntos. A ver si nos puede aclarar algo.— A Dugan nunca le había caído bien el alquimista. Era un tipo extraño. Iba y venía por la corte siempre enfrascado en sus propios asuntos. No era alguien de confianza. Pero, claro, eso era algo que el alquimista no sabía. Si algo había aprendido Dugan era que en la corte hay que ser falso. Uno no puede tener enemigos. A menos no declararlos públicamente.

El hombre invitó con un silencioso movimiento de brazo a que tomaran reposo en uno de los camastros, pero no soltó el bisturí.

-Veamos primero esas heridas. -Ordenó que se quitaran la ropa y miró debajo de los vendajes. En su rostro no se pudo leer nada, la cara que todo jugador de cartas quisiera tener durante las apuestas.

-Así que les hirió... Y digan ¿Tienen mas bello corporal o sienten un repentino antojo por las trufas? -Cualquiera diría que era una broma, pero el hombre se mantenía igual de impasible.

Una vez creada la distracción el alquimista sacó discretamente una alfiler y pinchó a Dugan en el brazo. Un hilo de sangre se asomó de la herida.

-Enhorabuena señor Dugan, no estáis infectado con la licantropía. De lo contrario me habría visto en la obligación de degollarle aquí mismo con esto. -Refiriéndose al afilado instrumental plateado que le mostraba entre índice y pulgar. Una vez hecha la prueba se retiro del lado del paciente y guardó el pequeño cuchillo junto con resto de la cubertería que tenía desplegado en la mesita, al lado del cadáver.

-Puntos de sutura... Nada tan primitivo como eso. -El comentario de Bert no se había perdido con la explicación. -Tardaríais semanas en recuperaros y su majestad necesita que hagan su trabajo casi tan bien como yo el mío. -Se dirigió a una estantería con botellas de cristal y cogió una. Contenía un extraño líquido verde y lo que parecía ser un dedo grande flotando dentro, un dedo que era demasiado grande para ser de una mano humana. Sacó dos vasos de un cajón de su escritorio  y sirvió un trago en cada uno.

-De un solo trago, señores.

Tenia gran interes por las pruebas que pudiera hacer ese alquimista con el cadaver. 

- Licantropía? - Pregunté. - Es por eso que nuestras armas no le causaban daño alguno?

Aunque no estaba demasiado herido, me dio tambien el bebedizo y al olerlo me dieron arcadas. Me lo tomé de un trago y sin poder evitarlo me puse a toser... Por lo menos conseguí no vomitar nada. 

- No podia ponerle un poco de menta, bayas o algo asi para enmascarar ese sabor tan horrible? - Me quejé. - Volviendo al monstruo... Sabe como se le mata? Le di con una flecha en el corazon, y ni se inmutó. Y luego el principe Hakon lo mató de un disparo! No entiendo como. 

-No voy a debatir con ustedes sobre los ingredientes de la fórmula que heredé de mi maestro. Si no les gusta fabriquen la suya. -Fue la tajante respuesta.

-¿No sois vos el cazador? Me cuesta creer que no lo sepa. Según leyendas todo empezó como una maldición, pero se propaga como una enfermedad. -Luego regresó a la mesa de autopsias y sujetó otra vez el pulido bisturí.

-Si tomamos como ciertas las leyendas, la plata y los objetos bañados en este caro metal son de las pocas cosas que los pueden herir. Incluso muerto su cuerpo se resiste a ser cortado por otra cosa... Y ahora, si no les importa, tengo un paciente que no se va a diseccionar solo.

El sombrío personaje se encontraba inusualmente animado en presencia del cadáver tendido sobre la mesa. Mientras el resto entablaba una tensa conversación con quien parecía no querer relacionarse con los vivos más de lo necesario, curioseaba entre las estanterías. Primero una, luego la siguiente, observando de cerca botes y etiquetas, inspeccionando herramientas y utensilios varios.

Cuando el alquimista le ofreció aquel extraño potingue a sus compañeros supo inmediatamente de qué se trataba. No podía ni quería correr riesgos.

- Con su permiso -dijo y, ni corto ni perezoso, hizo acopio de un tercer vaso y se sirvió una pequeña cantidad mientras el mulato obligaba al resto a tragar aquel potingue.

Reinhard acercó aquel líquido a su boca. No se amilanó por su olor intenso, su desagradable sabor o su textura sospechosa y apuró el vaso hasta no dejar gota. El efecto no se hizo esperar y una punzada aguda le obligó a doblar ligeramente el cuerpo. Si duele es que cura, como dicen. Y reparar una costilla debía requerir mucha curación.

El mero vistazo a aquel dedo hizo que las arcadas ganasen el paso a cualquier atisbo de dignidad que Bert mantuviese.

Trató de mantener la compostura, pero nada más que el trago entró en su boca, vomitó como si no hubiese un mañana. 

Por suerte para él, el alquimista parecía haber previsto la reacción y tenía un vomitorio en la sala, por lo que al menos no manchó el suelo. 

- ¡Por dios, qué malo! - 

Al menos tuvo que reconocer que el brebaje funcionaba, pues sus heridas cerraron bastante bien. Pero no quería volver a probar aquella cosa jamás. 

En cuanto recuperó la dignidad, se centró en atender a la disección del cadáver. 

Licantropía y plata... Una interesante afirmación. Tendría que mantener esa información a buen recaudo. Y, a ser posible, hacerse con una daga de plata. Sería costosa, seguro, pero había que estar atento y preparado para lo que viniese... 

Siempre son buenas noticias saber que no te vas a transformar en una cosa de esas señaló al orco. Luego miró la botella. Había un dedo dentro. No parecía humano. Mejor no hacer preguntas así que cogió el vaso y se metió el mejunje verde de un trago.

Joder. Exclamó. Estaba fuerte. Jodidamente fuerte. Había probado cosas peores en tabernas de las que prefería ni siquiera acordarse del nombre. Sin embargo, y a pesar del sabor asqueroso, Dugan empezó a sentirse mejor enseguida.

-Si no tienen nada mejor que hacer, pueden llevarse las pertenencias del sujeto e inspeccionarlas. -Añadió una vez realizado el primer corte. -A parte de su rudimentaria armadura tenía guardado en un bolsillo la manga de una camisa de algodón. Puede que para ustedes signifique algo.

En cuanto se recuperó, Bert alargó la mano y recogió la camisa. 

¿Era de buena factura? ¿Seda? ¿O simple lino?

- Gracias, mi buen señor. ¿Os importa si nos quedamos mientras realiza sus estudios? Quizás sería mejor revisar las pertenencias después, pero ahora a mi, personalmente, me gustaría acompañarle en esta tarea. Puedo ser de ayuda, si no tengo que beber nada más... - 

¿Os importa si nos quedamos mientras realiza sus estudios?

El alquimista mantuvo un incómodo silencio y un intercambio de miradas de largos segundos sin parpadear.

-Si. Me importa.

Puedo ser de ayuda, si no tengo que beber nada más...

-Beberlo no será necesario, pero puede llevarse eso y devolverlo cuando esté limpio. -Dijo refiriéndose al cubo en el que Bert había vomitado. -Y cierren al salir, gracias.

- Vamos, mi señor. Eso no será necesario. Estoy seguro de que el mozo de la puerta podrá traer el cubo en cuanto lo lave.(1) Nosotros volveremos luego a por los resultados de la investigación, si es así como queréis proceder. - 

Maldito cascarrabias. 

Se suponía que estaban allí para acompañarle, no para irse a escondidas. 

Reinhard chasqueó la lengua cuando el hombre los largó sin ceremonia. La ciencia tras la vida y la muerte le causaba una atracción y una curiosidad singulares y lamentaba no poder quedarse a observar la disección.

- Yo me ocuparé de los bártulos del pielverde - dijo el guardaespaldas al tiempo que recogía las pocas piezas de armadura y el resto de enseres que portaba aquella criatura.

Haciendo un hatillo con todo ello, lo cargó bajo el brazo e hizo ademán de abandonar la estancia. Se detuvo junto a la puerta, sujetando la aldaba con una mano y observando a sus compañeros con poco o ningún disimulo. Si el alquimista deseaba privacidad, privacidad tendría.

Una vez recuperado del ataque de tos, con le alquimista claramente echandonos de alli... Sali junto al resto. Una lastima. Habria aprendido bastante de poder asistirle. Me volví hacia el guardaespaldas. 

- Aparte de ese trozo de tela misterioso... que otros objetos tenia el licantropo? - Le pregunté a Reinhart. 

—Vamos. Aquí no pintamos nada. —Dugan no tenía mucho interés en ver como el matasanos despiezaba al orco. Prefería echar un vistazo a la manga de la camisa que había encontrado en el bolsillo del cambiapieles. Le pareció extraño que llevara una prenda así encima. Dugan pensó en las posibles causas y solo se le ocurrió una. Hace mucho tiempo desapareció la hija del capellán. Había salido al bosque al atardecer y no había regresado. Se organizó una batida de búsqueda. Recordó cómo los perreros de la corte pidieron una prenda de la joven para mostrársela a los animales y que estos pudieran seguir el rastro. ¿Era la manga de esa camisa una muestra entregada por alguien para que el orco encontrara al rey?  

El grupo se reunió en el comedor de la servidumbre. Reinhard dejó la caja sobre la mesa y procedió a sacar la armadura de cuero y pieles del orco, una daga que tenía a la cintura para despellejar animales y la manga de una camisa de algodón. El trozo de prenda era gris, sucio y ordinario, una prenda común que cualquier prebello de la ciudad podía llevar.

No había una razón lógica para que el hombre-jabalí se lo guardara, pero si tenía un olfato agudo según la teoría de Dugan, estaba siguiendo el rastro de su presa. Suponiendo que eso fuera cierto la respuesta daba lugar a muchas más preguntas.

La manga de la camisa era sin duda el objeto más peculiar de aquella amalgama de basura que había sobre la mesa.

- Ciertamente, si el animal estaba siguiendo el rastro con la manga, estaba siguiendo a uno de los príncipes, como bien dijo, y no al rey. Recordad su sorpresa al encontrar al monarca y no a sus hijos...

Sin embargo, si esta es la prenda que usaba, no es precisamente el tipo de camisa que uno de los príncipes, o nadie que se digne en esta corte, fuese a usar.

¿Tal vez lo había visto oculto tras un disfraz? -

Bert trató de recordar si en alguna de sus correrías por la ciudad había visto a alguno de los príncipes escabullirse haciéndose pasar por un plebeyo cualquiera. Aquella no era una práctica demasiado común, pero tampoco tan extraña como para que ninguno de os presentes la desconociese.

Le extrañaba mucho más la inherente suciedad de la prenda. ¿Siempre había estado así de sucia? ¿Había algo que pudiese identificar? Las manchas de las camisas de los plebeyos decían mucho de ellos. ¿Había restos de vino? ¿O eran de serrín? ¿Sería la manga de un carretero, con sus manchas de grasa? ¿O más bien las de un carnicero y su sangre?

Además, era bueno identificar cómo se había conseguido la manga. ¿El corte era limpio o estaba arrancada? Eso podía decir mucho sobre la persona que había entregado la manga al orco.

Muchas preguntas que responder.

- ¿Alguno sabe algo de costura? -