La terminal está en penumbra e hileras de monitores deslumbran como focos en la autopista. Me aproximo a la ventanilla 9 bañado en su enorme luz roja como el superviviente sin aliento de una masacre. Con manos temblorosas le tiendo las instrucciones manuscritas a la mujer, y esta balbucea algo sobre su supervisor. He levantado la bolsa de deporte sin esperar y empiezo a verter su contenido sobre el mostrador. Ella se hace a un lado y desde la otra taquilla un tipo salta a parar la hemorragia con ambas manos. "Va a llevarnos un momento, caballero, denos sólo un momento por favor".
"No se preocupe, después de esto voy a tener todo el tiempo del mundo" intento reír pero sólo puedo jadear a través de una mueca. Los billetes golpean el lector como el galope de los caballos. Me giro buscando la voz del locutor y los focos dan vueltas de campana. Siento un dolor agudo en el pecho que amenaza con tirarme de rodillas en la moqueta. Cierro los ojos y me imagino sentado en el aparcamiento, con las llaves en la ignición. No tengo por qué girarlas, no tengo por qué abrir la puerta, puedo dar marcha atrás en cualquier momento.
"Ya casi estamos". Hudson's Call corre sobre las aguas lilas del lago, adelantándome, con un grotesco número en el lomo. Abro los ojos y el lector escupe su boleto, el tacto vuelve lentamente a la punta de mis dedos, la tinta está húmeda y señala que no hay escapatoria. En la ventanilla nunca han visto algo así. El hombrecillo con las gafas a media asta insiste en estrecharme la mano pero yo la retiro con calma.
-Espere a que acabe la carrera, no vamos a dejar que me gafe, ¿eh?
Me muero por un cigarrillo. Secándome el sudor me uno a quienes esperan frente la tabla de los marcadores.
Situado bajo los marcadores los números y mensajes parecen estirarse hasta tocar los cielos, haciendo de los jugadores los ruidosos adoradores de un cruel e indiferente ídolo de neón. Todos aullan y someten a mil torturas a sus vasos de papel y sus pajitas (los mordisquean, los pasan entre los dientes, los retuercen entre los dedos, los tiran al suelo y los pisotean...) unos furiosos, otros llorando.
Pero no pasa mucho tiempo hasta que la voz del templo, sinuosa bajo la música y las estridencias de los megáfonos, llega hasta sus fieles: hay uno entre ellos más loco, más entregado, más desesperado. Y en torno a Makar se va abriendo un espacio, una burbuja como la que separa a los simples peregrinos del penitente que recorre la romería sobre las rodillas llagadas. Lo miran con los ojos desorbitados de desprecio, de incredulidad, de respeto o incomprensión, pero ni el más estúpido o exaltado recorrerá esa distancia infinita y sagrada: en su fuero interno saben que no son dignos, que se rindieron demasiado pronto...
Y súbitamente todo termina: el primero de los caballos cruza la línea -para el caso, Rayito-de-Zeus o Marsopa-de-menta, ¿qué más da?- y el boleto de apuestas pierde todas sus electrizantes posibilidades y se dobla inerte en la mano de Makar. En derredor hay risas y gritos, y un par de ancianas mugrientas levantan sus vasos de papel en un brindis a distancia en su honor, porque ellas saben, como él intuye, que lo importante era el valor de exponerse y no el resultado.
-Buen intento, chico-. Un susurro que suena a grietas y a lija a su lado. Casi hombro con hombro con Makar una rubia escuálida, un vestido de fiesta cuyas lentejuelas rojas y negras están a medio arrancar, como la margarita oracular de un enamorado, y unos guantes de brazo demasiado grandes observan con él la pantalla donde discurre, ya sin interés, la carrera.
-Pero, ¿qué habrías sacado? El dinero es poco jugo, chico: ya sabes lo que dicen, easy come, easy d'oh!- y rompe a reír con su imitación, todo hay que decirlo, perfecta, de Homer. - Sé que buscas algo más, algo más fuerte de verdad-. Los labios son de un rojo pulsante, carnosos y perfectos, una promesa del paraíso; los huecos en la dentadura, la ojeras mal maquilladas y las varices oscuras de los brazos hacen promesas diferentes.
-Eso ya no te hará falta, ¿no?-, dice ella, tomando el boleto de la apuesta por un extremo. Sonríe con una picardía casi infantil y, de un tirón, lo parte. Y estalla la locura: en las pantallas se ve al pelotón de caballos en la recta final. Hudson's ha caído en la cabeza y animales y jinetes dibujan formas enloquecidas en el aire: cascos coceando, un brazo asomando entre las grupas de dos caballos, un jockey disparado por encima de la valla de seguridad -¡liberad a Willy!-. Los megáfonos braman mientras los mirones de las pantalas lloran, ríen o se llevan las manos a la boca. Pero Makar no percibe nada de eso. Solo puede escuchar a la mujer.
-Si vienes conmigo te enseñaré a volar-, y le tiende una mano enguantada en negro y una voluptuosa sonrisa desdentada.
Motivo: ¿Gana la carrera?
Tirada: 1d100
Dificultad: 13-
Resultado: 21 (Fracaso) [21]
Motivo: ¿Sale la descarga?
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 33 (Exito) [33]
no sé si en este momento Makar es un entropomante hecho y derecho: si lo es, carga menor para ti por la apuesta; si no, podemos jugar una iniciación con la mujer. O puedes salir pitando, claro está :P
Motivo: Forcejear
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 39 (Fracaso) [39]
Motivo: Forcejear
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 78 (Fracaso) [78]
Motivo: Forcejear
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 41 (Fracaso) [41]
Motivo: Forcejear
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 90 (Fracaso) [90]
Motivo: Forcejear
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 17 (Exito) [17]
Ha habido un error.
Agarro a la mujer del brazo y lo retuerzo hacia mí, buscando los restos del billete. Hay un grito y el saco de piel se derrumba, pero el guante sigue cerrado sobre sí mismo. Siento su garra libre hundirse en mi espalda por debajo de la americana, y el peso muerto arrastrándome a las profundidades con ella. Lo siguiente que sé es que frente a mí los dedos cuelgan en ángulos innaturales y un tren de mercancías me golpea en la sien: el medio boleto flota ante mis ojos un segundo y desaparece hacia el techo infinito sin que logre aferrarme a él. Penetro hambriento hacia el lago de brea y la superficie del marcador cuelga opaca al otro lado de la frontera.
Faux pas. Me arrastro con los codos entre pajitas y vasos de papel. Tras la barrera una estampida de piernas deja vía libre: me impulso como una serpiente bajo la ranura hacia el otro lado de la mesa. A un extremo de la hilera de monitores se abre paso el caballero de las manos como ladrillos. Un desgraciado le planta cara y es arrojado sobre el separador de madera. Detrás de mí las sillas de plástico fugan hacia la puerta de emergencia y su salvífico halo neón.
Venga, qué probabilidad hay. Miro el marcador y ahí está mi nombre, moviéndose de derecha a izquierda en dígitos naranjas con agónica lentitud. Vamos. La línea no termina, mis ojos saltan de ella al matón. Si me empiezo a mover ahora puedo alcanzar la puerta. Si me pongo en marcha dentro de tres segundos, aún puedo alcanzar la puerta. La megafonía trina a kilómetros de distancia, nunca lo logrará, perfecta imitación del difunto Hudson McGraw midiendo mis, bueno, oportunidades con total pesimismo. Dame una cifra. Puedo empezar a andar en este segundo -en cualquier momento de este segundo- y estaré fuera de la puerta con las llaves en el motor. La ubicación real del locutor es desconocida a todos salvo los espectadores, que prefieren permanecer ocultos. Todas las cámaras centrándose en nosotros son invisibles, el evento entero podría ser una tapadera, el dinero se detiene antes de llegar a la taquilla y los boletos caen al suelo. Pero en algún sitio una cauta silueta se acurruca sobre el destello plateado de un micrófono antiguo y saca sus binoculares. "Van tomando posiciones de partida", croa Hudson, con un pitillo colgando del labio y otro encendido entre los nudillos blancos. "Damas y caballeros, nos encontramos ante un gran día en la historia de las malas decisiones".
Si estiro el brazo puedo tocar la chaqueta del hombre. Si me lanzo contra su centro de gravedad puedo hacernos rodar como corredores con las patas partidas. En las pantallas se desnudan dientes cubiertos de barro y ojos con el terror de la muerte.
El público enloquece. "¡Y salen!".
Motivo: ¿Atrapar?
Tirada: 1d100
Dificultad: 50-
Resultado: 14 (Exito) [14]
¡Ding-ding-ding! Guantes fuera.
Manos de ladrillo echa un pie atrás y baja el cuerpo para recibir a Makar. Se relame ligeramente anticipando las delicias del sudor, los golpes y el chute de endorfinas. En una de las altas pantallas dos amantes corren por la orilla de una playa dorada, la una hacia el otro, a cámara lenta; cuando se encuentran se lanzan a los brazos y dan vueltas, felices.
Debió haber sido más sencillo: recibir al chiflado en los brazos (doble jalón-polea, 8 repeticiones, 130kgs), amortiguar con los glúteos (paso adelante con carga, 8 repeticiones por pierna, 40kgs), levantar todo el cuerpo con un rodillazo en la ingle (extensión de cuádriceps, 8 repeticiones por pierna, 158 kgs), en el bajo vientre, donde pillara. Pero no, claro: el chiflado se eleva de más e incrusta su cráneo contra los morros de Manos de ladrillo, que se rompen contra los dientes llenando boca y calva de una mezcla burbujeante de sangre y baba. El Angry Bird amarillo se estrella contra el cerdito del casco en el móvil mientras la madre tira de la niña protestona para alejarla de la pelea.
Una mesa sale volando por los aires mientras ambos ruedan por el suelo forcejeando ante la mirada levemente interesada de los observadores: ¿dos jugadores borrachos peleando por un boleto premiado con 12 pavos? En la calle podría ser una mugrienta tragedia; aquí es solo un martes: mientras la melee no incluya a otras ocho piltrafas más y no haya dos viejas quejándose de que les han roto la espada con una silla, los seguratas no levantarán una ceja.
Y así acaba el matón bajo Makar: traba un brazo enroscando el suyo hasta el hombro, echa una pierna sobre las corvas del chiflado para impedirle doblarlas y salir de la presa (jiu-jitsu brasileño, martes-jueves, 20:00-21:30) y tira para acercar hasta sus dientes la cara, la nariz, la oreja o la garganta, lo que pille, que tiene los ojos llenos de lágrimas por el golpe anterior, sin dejar de pensar en el SIDA (¿se puede coger SIDA tragando sangre?). Por megafonía comienza una sonar una maltratada versión de Je T’aime… moi non plus cargada de ecos y estática.
Motivo: Impacto!
Tirada: 1d100
Dificultad: 62-
Resultado: 78 (Fracaso) [78]
Motivo: Morder a saco
Tirada: 1d100
Dificultad: 62-
Resultado: 1 (Exito) [1]
Te giñas: 01, critico. Salvo que saques otro, te incapacitará. Y salvo que saques un doble te dejaremos una marca permanente: si fallas, elijo yo la marca (y despídete de la oreja); si vences la inventas tú.
¡Bon profit!
Motivo: Pelear
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 29 (Exito) [29]