Partida Rol por web

La lluvia caía sobre el viejo osario con serena tristeza, repicando en las hojas del espeso dosel selvático que rodeaba el lugar. Excavando con las manos desnudas, una figura de aspecto siniestro y desarrapado inspeccionaba con ojo experto los antiguos fragmentos de hueso que se desperdigaban por todo el lugar. Sobre él, el manto de nubes cubría la luz de la Marca (El Sol), dando al lugar y a la figura un aura tan sombría como siniestra.

El nigromante que respondía al nombre de Traek se alzó con desgana y lanzó una mirada de disgusto a su alrededor. Nada, nada que aprovechar más allá de pequeños fragmentos de poder casi disgregados por completo de su atadura física. La información por la que había matado era errónea: ni una esquirla de huesodragón en aquel cementerio salvaje y antiguo que tanto le había costado encontrar.

Los retorcidos y nudosos Manes plantados de forma ritual lo observaron con indiferencia. Los nativos no se acercaban por el lugar y ciertamente sentir a un arcanista cerca los sorprendía pero habían sido custodios de aquella hondonada durante siglos y enfrentado a cosas mucho peores que aquel hombrecillo.

De pronto alguien o algo penetró en el osario, alterando su percepción. Algo vivo y algo que lo encontraba de muy mal humor.

La figura abandonó el sigilo consciente de que había sido detectada y se aproximó con cautela con las manos alzadas.

Paz, hombre terrible. Paz.  He venido a hacerte una propuesta que incluye un regalo.

Maldita sea. Nada. No hay nada que merezca la pena el tiempo que he dedicado a ello.

Me sacudía la ropa mientras pensaba en lo que me había costado llegar hasta allí para irme con las manos vacías. Únicamente las había llenado de tierra y de insectos de los agujeros que había excavado por el lugar. Me golpeé las manos por las piernas sobre la túnica, tratando de desprenderme de los restos que aún las manchaban.

Ni siquiera miré al extraño cuando me habló.

¿Por qué me molestas? No tengo humor para hablar con nadie, y menos con alguien vivo. Horas, llevo horas aquí buscando maldito huesodragon y no hay nada. Al menos quien me ha engañado ya lo ha pagado con su vida.

Escupí al suelo sobre la tierra y fue cuando vi a la fuente de la voz. La máscara ocultaba su rostro y eso lo hacía más digno de desconfianza que cuando solo había escuchado su voz.

¿Un regalo?

Capitanía principal del puerto de Emedah. Media Mañana.

Faramund se revolvió en la cómoda silla de la sala de espera con inquietud. No era el único capitán citado y en el ambiente se respiraba una mezcla de ansiedad, emoción y sospecha. Y si uno prestaba suficiente atención casi se podía escuchar la plegaria común de todos los allí presentes: sea lo que sea, que no sea mi barco por favor. Rezaban al unísono.

En ese sentido Faramund no estaba preocupado. Ya no tenía algo que se pudiera barco y su tripulación estaba libre y dispersa, por lo que cualquier fechoría que cometiesen sería responsabilidad suya. Sin embargo, era precisamente el que él tuviera su barco en dique seco y esperando a ser reparado y que aun así le hubieran llamado lo que le inquietaba.

Un hombre de aspecto serio y mejillas encendidas por el exceso de acohol hizo sonar un timbre histako con un sonoro golpe de mano antes de anunciar.

¡Capitán Faramund Schubert! Despacho número 4: Contrataciones, por favor.

Las dudas de Faramund se afilaron todavía más: ¿Contrataciones? Pero si no me he registrado como demandante de ninguna empresa. Además, como no vaya en un bote de remos...

La puerta del despacho cuatro se abrió con suavidad y flanqueado por cuatro montañas de voluminosos tomos y pergaminos un hombre de aspecto ratonil lo invitó a pasar con la voz de alguien que tiene mucho trabajo pero es una buena persona.

-Capitán Schubert ¡Pase por aquí por favor! ¡Veo que somos paisanos! Frederick Tatum a su servicio, siéntese donde vea un espacio mínimo. Tenemos mucho de que hablar.

El nervioso hombrecillo rebuscó y alisó una arrugada hoja de papel amarillenta que tenía todo el aspecto de ser un contrato.

Veamos señor Schubert. ¿Puedo llamarle Capitán Faramund?  Tengo aquí una oferta de trabajo con unos honorarios excepcionales expedida desde la Compañía de Comercio Austral. Una oferta como primer oficial o capitán si fuera preciso... ¿Quiere que siga leyendo?

Callejón de los hojalateros. Mercaviota. Pasado el mediodía.

El tráfico por el atestado callejón bajo el abrasador calor de la Marca (El Sol) se hacía duro para alguien de la edad e inquietudes de Melville Ross. El registro del gremio de artífices y alquimistas tenía una cola de acceso de más de diez personas que se agitaban molestas cada vez que tenían que dejar paso a los transeúntes que se dirigían o volvían al mercado.

Por si fuera poco, un burdel del propio callejón no hacía más agradable la espera al llenar la calle los gritos de dos marineros que discutían de forma acalorada si el pueblo hundido tenía o no polla. Y en caso de tenerla, la pregunta que más les acuciaba era ¿al ser peces donde la meten?.

Como quinto en la cola y con el calor del astro rey incidiendo directamente sobre su desprotegida cabeza, Melville valoró en un par de estridentes ocasiones si poner a prueba sus teorías acerca del azogue y el azufre con aquellos individuos. Pero al final la situación mejoró cuando pasó a un mucho más refrescante tercer puesto bien protegido por la sombra del edificio, a lo que había que añadir que alguien zanjó la discusión con bastante acierto lanzando una ánfora llena de orines desde el segundo piso del burdel, dispersando a los marineros.

Lo más loado de la inventiva actual está en este edificio, pero seguimos haciendo cola como hace décadas, se dijo Ross mientras observaba con resignación el bullicio a su alrededor. Esquivar a los marineros beodos que amenazaban con pasarle por encima y escuchar los sonidos que salían del cercano lupanar le mantenían entretenido. Pero el sol apretaba y también la urgencia por solucionar ese trámite y ponerse manos a la obra con su último proyecto: un constructo de níquel y cobalto que le serviría como fiel compañero y protector. Todavía no tenía los planos, pero los tendría pronto. Si todo salía bien, hoy mismo le llegarían por correo. ¡Crash! La explosión de un objeto contra el pavimento le sacó violentamente de su ensimismamiento. Partículas de barro cocido le golpearon en el pantalón a la altura de la cintura. Cuando vio que dejaban mancha suspiró sonoramente. Dos personas más y podré irme a casa.

Si, por supuesto. - Dijo Faramund meditativo mientras rascaba su barbilla poblada por una descuidada barba de algunos días. - Llámeme como más le apetezca. - Su mirada seria observaba con inquisitiva curiosidad los movimientos del hombrecillo. - Debo ser sincero. Me encuentro intrigado. No me esperaba esto. Pero continúe, al fin y al cabo he venido hasta aquí. No hay razón para detenerse. - Sentado como podía entre un pilón de libros a ambos lados de sí, irguió su espalda y paró las orejas para escuchar con atención los detalles que el hombrecillo tenía para decirle.

La lluvía repiqueteó sobre la máscara durante un largo minuto antes de que el enmascarado se atreviese a hablar. Podía notar la ira del arcanista reptar a su alrededor como si se tratase de un depredador ponzoñoso agazapado. Pero el mensaje y la misión eran demasiado importantes como para esperar.

Mi patrón es consciente de que tu búsqueda ha sido vana. Pero no tendría por qué ser así, al menos no si aceptas mi oferta.

Entonces ejecutó una recargada reverencia que terminó con una postura de suplica mirando al suelo, tal y como debía hacer.

Eres portador de muerte y muerte es lo que imploro. Muerte para los que buscan la ruina de todos nosotros y quieren saquear los tesoros de las islas. A cambio, mi patrón sabrá ser generoso contigo y tu causa.

El hombre se acomodó en su asiento y lo obsequió con una amplia sonrisa. Y con razón, no todos los días se recibe un contrato tan suculento como este. ¡Y nada menos que en la Compañía de Comercio Austral! ¡Tiene usted mucha suerte!

Tras sacar unos anteojos de cristal grueso y acercarse al papel de intrincada y estilizada forma, el hombre se aclaró la garganta y comenzó:

Verá Capitán Faramund. Según este contrato la Compañía de Comercio Austral y en concreto su División de Investigación y Exploración le ofrece un puesto como primer oficial además de barco y una tripulación. El contrato especifica que en caso de ser necesario, usted deberá asumir el gobierno y capitanía inmediata del navío a todos lo efectos.

Su mirada asciendió desde la hoja hasta los ojos del capitán dando énfasis a aquellas últimas palabras.

En cuanto a los honorarios... eche un vistazo. dijo acercándole la hoja de papel donde Faramund pudo leer.

De regresar cumpliendo todas las cláusulas de este contrato, el contratado recibirá 950 piezas de plata acuñadas y dos tubos de azogue, pudiendo además participar en el reparto de los honorarios comunes estipulados para los supervivientes.

Mmmm. Si sabéis que es lo que estaba buscando, entonces sabéis cuál es mi precio por ofreceros mis habilidades. ¿Está dispuesto tu patrón a ofrecerme huesodragón por mi ayuda? En ese caso os acompañaré.

Miré a mi alrededor observandoel desastre que había resultado la búsqueda en aquel lugar. Allí no quedaba nada de interés y si podía conseguir huesodragón de alguna forma, no me importaba ayudar a quien fuera mientras el pago lo valiera.

Decidme. Mi ayuda por huesodragón. ¿Hay trato?

Bajo la refrescante sombra, el artífice repasó mentalmente sus alegaciones y comentarios si la compañía le denegara los fondos para el proyecto mientras varios estruendos y explosiones resonaban en las tripas del edificio.

Lo normal en cualquier taller.

Finalmente le llegó el turno y correspondió el saludo que el portero le dedicó con la cabeza antes de acercarse al enorme mostrador. Eralia, la administradora más anciana de la institución, lo esperaba con una mirada hostil como comité de bienvenida.

Ross... debí suponer que volverían a castigarme con su presencia. Sea lo que sea, no se esfuerce, la respuesta es no.

Sin embargo el artífice no se retiró. Todo aquel que mereciese el nombre sabía que aquel no era si no la puerta de entrada al delicado arte de la negociación y el chantaje que conformaban los gremios de alquimistas y artífices.

Y tanto Ross como Eralia lo sabían.

Se escucha como una misión jugosa, y también peligrosa. - Gruño con desgano mientras se acariciaba la barba de pocos días. - Me tiene más que intrigado. No contaba con una oferta como esta, y como bien sabemos ambos, la Compañía de Comercio Austral suele ser una organización de respeto y confianza, hay detrás de ella mucho prestigio. - Se levantó de la silla, se aproximo al hombrecillo, echó otro momento a releer las partes que le ha mencionado del contrato y añadió. - Creo que me tiene. A este viejo lobo de mal le hará bien sentir la brisa salina nuevamente. Pero antes... ¿Hay algún detalle que aún no ha compartido?

Mi querida Eralia, dijo Ross con una sonrisa impostada. Usted lo sabe y yo lo sé. Hemos hecho esto tantas veces que podemos ahorrarnos la versión larga de esta historia. Ya no tenemos edad para estos juegos, al menos yo. Y tengo mucho que hacer. Rápidamente, Ross sacó de la mochila un pergamino, lo extendió sobre la mesa y dijo: Déjeme que le explique muy brevemente en qué estoy pensando y luego me dice qué le parece. Y sin esperar respuesta, el artífice empezó a relatar el asunto que le había traído allí, señalando en el pergamino algunos esquemas y enlazando cada frase sin apenas respirar, intentando dar toda la información posible antes de que Eralia pudiera cortarle. Había funcionado otras veces, por qué no probar la misma estrategia una vez más.

Hacienda Madde, afueras de la ciudad de Emedah. Cerca del mediodía.

La espada de la heredera de la familia surcó el aire con la velocidad de una serpiente y se retiró girando para evitar quedar expuesta. Aplausos de los invitados a la lección de aquel día rompieron el silencio pero la joven frunció el ceño. Había fallado y su tutor se había alejado unos pasos sonriendo abiertamente en señal de desafío.

En el siguiente ataque le borraré esa sonrisa de la cara. se prometió a sí misma tomando la posición de la cobra con parsimonia. El tutor podría decir que no estaba lista y que le fallaba la postura de los pies pero había entrenado muy duro y ahora todos verían sus frutos.

Swordblade observó como su alumna se preparaba para atacar en cobra y evaluó qué hacer; Con aquella colocación de los pies, lo más probable era que se rompiera un tobillo si caía mal pero el aprendizaje mediante el dolor no era mal maestro. Sin embargo, al patriarca de la familia no le haría gracia que su niña mimada sufriera ningún daño.

La luz de la Marca (El Sol) cegó la cara de su alumna durante un instante y entonces supo lo que tenía que hacer.

La expresión tras la máscara del desconocido era un misterio pero el arcanista casi podía adivinar una sonrisa a juzgar por el tono divertido con el que habló.

Mi patrón, mi señor... está dispuesto a colmar todos los deseos de un corazón, incluso uno como el tuyo hombre terrible...

Ahora que tenemos un acuerdo, te explicaré tu tarea y su importancia. Y después, si sigues interesado, te entregaré... os entregaré el regalo que mi señor os ofrece para ayudaros en vuestra tarea.

La sonrisa tras la máscara se ensanchó, todo estaba saliendo bien.

la verborrea incesante de Ross ametralló una vez más a la desdichada Eralia a pesar de sus torpes intentos por cortarle. Si tuvieramos en diapositivas y planos podríamos ver a Ross mostrando boceto, a Ross mostrando anotaciones, a Ross explicando presupuestos y a una pobre funcionaria cada vez más confudida y gris.

Pero por supuesto, el artífice no cedió un ápice a las pobres demandas. Si no al contrario, continuó desplegando un imponente diseño a escala natural que él mismo había diseñado para ese fin hasta que alcanzó el límite.

¡Basta, basta, basta! chilló la sobrepasada mujer.

¡Sótano 3, área de trabajo cinco! Y ahora vayase a la mierda.

La sonrisa del hombrecillo se esfumó como si nunca hubiera existido.

Por desgracia, sí. Me temo. En primer lugar y antes de que firme, este contrato es confidencial y secreto. Nadie sabe su papel salvo el personal del barco y el resto de arcanistas. Por supuesto, esta cláusula es la más importante: Para el resto del mundo, usted sigue en Emedah buscando barco. ¿Está conforme con eso?

Antes de continuar sirvió agua de una jarra en dos vasos y vació el suyo de un largo trago.

A mayores, es importante que le diga otra cosa pero será a posteriori, cuando tenga clara su lealtad y compromiso. Si está interesado, firme aquí y aquí. indicó alcanzándole una pluma y tinta.

Después de todo quizás tendría suerte esta vez. Ahora solo faltaba saber qué quería a cambio el señor de aquel ser, cosa que no sería barata. Pero si el premio era lo que realmente necesitaba, cualquier cosa que pidiera le daría. No sería la primera vez que hacía cosas moralmente cuestionables y, la verdad, no es que me arrepintiera de ellas. Siempre había sacado algún beneficio.

Dime entonces. ¿Qué desea tu señor de mí? Ahora me has despertado la curiosidad.

Incluyendo lo del regalo, claro, que quería saber de qué se trataba.

¿Lo ve? Ya sabía yo que nos entenderíamos, querida, dijo Ross con una sonrisa en los labios mientras recogía los materiales desplegados en la mesa. Con un ágil movimiento, abrazó todos sus enseres y los metió en la mochila. Lanzó una mirada simpàtica a la funcionaria a modo de despedida y se encaminó hacia el piso inferior. Mientras abandonaba la estancia, observó algunas caras conocidas, artífices veteranos como él que seguían acudiendo al registro para presentar nuevos ingenios. Vio su imagen reflejada en un espejo y sonrió orgullosamente al vejete de ojos grandes y cabellos canos que le observaba. Ya estás otra vez en movimiento, viejo. ¿Será esta tu última aventura?