Partida Rol por web

Washington, invierno de 1983. Cinco minutos después del rescate.

Un helicóptero de salvamento militar sobrevuela la capital de los Estados Unidos sin rumbo fijo. La ciudad se encuentra inmersa en el más absoluto caos. Los seis ocupantes del vehículo observan los incendios, los accidentes de tráfico y las barricadas policiales que salpican las calles, desde la relativa seguridad que les aporta estar varias decenas de metros por encima de todo ello.

Troy Higgins pilota el UH1-Iroquois mientras intenta contactar por radio con las autoridades. Todas las frecuencias están inundadas de ruido, de peticiones desesperadas de auxilio de distintas unidades apostadas en Washington, y resulta imposible establecer ninguna comunicación relevante. Troy gira su cabeza para mirar a su mujer e hija en la parte posterior del helicóptero. Sudando copiosamente por el estrés, se quita los cascos protectores, restriega su antebrazo por la frente, y esboza una falsa sonrisa para transmitir tranquilidad. Su mirada se encuentra con la de Tom Holloback, y le levanta el pulgar en forma de saludo.

Randall Waterhouse esta tendido en la camilla del helicóptero, y se aprieta la fea herida de bala que le ha atravesado el abdomen. Pese a que la mujer de Troy ha conseguido detener la hemorragia en su mayor parte, un hilillo de sangre continúa chorreando por sus manos y encharca poco a poco el suelo del helicóptero. El pobre muchacho ha visto como su vida se derrumbaba en apenas unas horas. No solo por haber perdido a Wendy, su preciosa novia, en esa dichosa manifestación. No solo por haber encontrado el cadáver de su padre cosido a dentelladas. No solo por haber observado el cuerpo de su madre tendido en la calle, tras haberse precipitado siete pisos hacia el vacio. Randall ha tenido que matar a su hermanita Sarah. En su estado de semiinconsciencia, todavía puede recordar los gruñidos de la pequeña, atada en el cuarto de baño, y la imagen de esa boca sanguinolenta y amoratada chasqueando los dientes intentando alcanzar su cuello. También recuerda como se ha visto obligado a dispararle en la cabeza para terminar con esa horrible pesadilla.

Tom Holloback observa a Randall con preocupación. Aprecia a ese muchacho al que le mandaron vigilar; es innegable que ha demostrado su valentía  en situaciones de máximo estrés. Sin embargo, ha cometido un tremendo error al intentar ser un héroe y salvar a la chiquilla en vez de a Carnegie. Es demasiado joven e inexperto para entender que, en situaciones de crisis, hay que priorizar las vidas de los compañeros capacitados y entrenados para salvarte el culo más tarde, y no las de las personas que suponen una carga. Quizás quiso salvar a la niña para compensar lo de su hermana. Quién sabe. En cualquier caso, Tom se alegra de no tener una familia de la que preocuparse en ese momento. Enciende un cigarrillo y da una profunda calada. Mientras exhala el humo,  los temblores nerviosos de sus manos van desapareciendo, y ya puede pensar con más claridad. Sabe que tiene que encontrar la forma de gestionar la situación entre Randall y Carnegie antes de que el primero se recupere. Con un gesto de desgana, lanza el cigarrillo por el lateral descubierto del helicóptero.

Mitchell Carnegie revisa el cargador de su arma y la enfunda. Se quita la camiseta caqui-militar dejando al descubierto un torso musculado, pero descuidado y envejecido con el paso de los años. Ya no es aquel muchacho vigoroso que entró en la compañía de seguridad privada para ocultar el estrés de la posguerra. Se gira sobre si mismo para observar el mordisco que aquella criatura le dio en la espalda, antes de poder arrojarla desde la azotea. Aunque la herida no es grave, parece estar tardando más de lo normal en coagular. Solo Dios sabe qué clase de patógenos o bacterias habrán podido transmitirle a través de los fluidos. Tom mira de reojo la herida de Carnegie y este, al darse cuenta, se pone de nuevo la camiseta y le pide un pitillo. Que Tom sepa, Carnegie no fuma.

Holloback se inclina hacia delante, ceñudo, y observa a Carnegie, su compañero. Aunque no se le olvida que es necesario cerrar de alguna forma el conflicto entre él y ese chaval universitario, el tal Randall... lo primero es lo primero, decide. Aunque sospecha la respuesta que recibirá, Tom se arriesga a preguntar:

- ¿Cómo va eso, Mike? - usa un tono deliberadamente casual, casi como intentando animarle. En realidad le preocupa su compañero de armas, pero quiere evitar sonar dramático - La verdad es que ese hijo de perra te ha enganchado bien, casi como tú sueles enganchar los trozos de costilla en las barbacoas, ¿eh?

Randall se mantiene tumbado, sin moverse siquiera. La herida del abdomen le dolía un horror, y cada movimiento le hacía sentir mil pinchazos en esa zona, por lo que era preferible mantenerse lo más quieto posible. La mujer había logrado mantener la herida a raya, lo que ya era un milagro dadas las circunstancias. Pero eso no implicaba que el muchacho aún estuviera a salvo. El mundo tenía pinta de haberse ido al carajo sin remedio -al menos, el mundo Randall si se había ido a la mierda en un momento- por lo que ya uno no podía ir a un hospital como si nada para que le curasen. 

Gracias- musita a la mujer que le ha atendido. 

Tom puede percibir como su pregunta le resulta molesta a Carnegie, visiblemente preocupado.

Esos cabrones muerden fuerte, pero no es nada grave. Sí que necesito cauterizar la herida y suturarla lo antes posible, para evitar infecciones. Este -en alusión a Randall- también necesita atención médica,  y unos buenos azotes- añade sonriente.

Alza su mano y extiende su dedo anular en un claro gesto de corte de mangas. 

Cuando te conviertas en una de esas cosas ya harás bromas cabrón- piensa. Al fin y al cabo, si esos seres eran no-muertos estaba claro que él se convertiría en uno de ellos. Bueno, era una hipótesis basada únicamente en las películas que había visto, que no tenían hipótesis científica alguna, pero por poder...

Troy Higgins da un golpe de impotencia sobre la radio, la apaga, y se vuelve hacia la parte trasera del helicóptero. Gritando para hacerse oír por encima del ruido de las aspas, exclama: ¡Ha sido imposible contactar con nadie que tenga las ideas claras, ni en la compañía-en referencia a la empresa de seguridad privada - ni en el ejército!  ¡Uno de los operadores de radio de la base me ha comentado que varios oficiales no están en sus puestos, y que no han dejado órdenes para hacer frente a esta situación!  ¡Es un sálvese quien pueda!  ¡Hay que barajar opciones, pensad en lugares seguros a los que podamos ir y en los que exista atención médica, tenemos una hora de combustible! - Dejando al resto la responsabilidad de la decisión, se vuelve hacia el cuadro de vuelo y pulsa varios botones. 

Cuando Carnegie termina de hablar, Holloback asiente - De acuerdo. Tanto en lo de que necesitas atención médica como en lo de los azotes para el niño. Todo se andará.

En ese momento Higgings, el piloto, interrumpe la conversación. No son buenas noticias. La perspectiva de aterrizar en cualquier sitio y enfrentarse a una nueva avalancha de esos bichos no le hace ninguna gracia a Holloback, pero... Hay que tomar una decisión.

Voto por ir a la sede de la compañía - responde finalmente - Allí podremos encontrar armas, sin duda, y también podremos atender a Mitchell. Así que esto es lo que os propongo: vamos, nos armamos, cogemos tantos suministros como podamos cargar y buscamos un vehículo. Y entonces estaremos en condiciones de decidir si queremos enterarnos de quién es el culpable de toda esta mierda para ir a darle por el culo... O refugiarnos en alguna isla desierta - se encoge de hombros - ¿Qué decís?

Me parece bien echar un vistazo a la base, reabastecernos y armarnos hasta los dientes. Espero, eso sí, que no nos metan en ningún marrón por presentarnos allí. Ya sabes como funciona esto: el que está presente es el que pringa, y supongo que tarde o temprano alguien del Gobierno llamará a "La Compañía" para que hunda las narices en este asunto. Obviamente, nosotros somos la carne de cañon para resolver ese tipo de cuestiones. Hace una breve pausa para tomar aire con pesadez.  

Realmente, no tengo ningún interés en saber qué cojones está pasando ni en jugarme el pellejo por ello. Creo que deberíamos ir a la base, enterarnos de lo que está pasando, coger lo que podamos, y salir de allí cagando hostias. Ten en cuenta, Tom , que la base está a apenas 2 kilómetros del centro de la ciudad. Seguramente la situación sea más tranquila por ahí, pero no creo que pase mucho tiempo hasta que toda esa mierda se extienda. Y no quiero verme sitiado y atrapado en la base por nada del mundo.

Apura el pitillo que Tom le ha entregado, lo arroja al suelo metálico del helicóptero, y lo pisa con sus botas.

Allí también podrían hospitalizar a Randall, y matamos dos pájaros de un tiro - susurra levemente a Tom, confiando en que el joven muchacho no le escuche.

Randall escucha la última frase del soldado, pero se hace como sino se hubiera enterado. 

Al escuchar la última frase de Mitchell, Tom mira de reojo al chaval, pero no dice nada. Aunque sea un niño, y además idiota, ha demostrado ser mínimamente competente. No están las cosas como para buscarse más complicaciones intentando encerrar al chaval ese. Y puede que sea útil.

Entiendo lo que dices - le responde Tom a Carnegie - pero si la cosa está tan mal como parece... es posible que no haya nadie para enmarronarnos, ni gobierno alguno que quiera recurrir a la compañía para nada. Tampoco sería una gran pérdida, en realidad.

Y es cierto - continúa el exmilitar- que los problemas pronto llegarán a la base. Supongo que no nos pagan los suficiente como para andarnos con heroicidades. Decidido entonces: nos reaprovisionamos, buscamos y vehículo y nos refugiamos en el lugar más inhóspito que encontremos. Que le den por el culo a todo.