Partida Rol por web

- ¿Qué...? - Dijo aquel hombre dando un paso atrás y mirando por encima de su hombro en dirección a la puerta. - ¿Cómo dice? ¡No...Yo...! - Negó con la cabeza. Su rostro había enrojecido y su cuerpo se mantenía ahora en tensión. No parecía estar nada cómodo con esa situación. - Yo no vengo droga, ni nada. ¿Finwë? ¡Ese tipo es un mentiroso! ¿Se lo ha dicho él? 

-Mira muchacho... podemos jugar al juego de los dos polis, si tú quieres...-dijo en tono serio mirando fíjamente a su presa.

-Este de aquí, es el poli malo-con la cabeza señaló hacia Jefferson

Y el menda...-guardó silencio unos segundos para darle dramatismo a la escena-Es el poli peor, ¡así que déjate de historias y no nos hagas perder el tiempo!-chilló golpeando con ambos puños sobre la mesa.

- ¡Qué cojones! - Respondió aquel joven haciendo aspavientos con las manos. - ¿Van a jugar al numerito del poli malo, poli peor conmigo? - Miró hacia atrás y realizó un sonido de viento con los labios. - ¡Shchiiii! - Negó con la cabeza. - ¡Si me acusáis de algo, decídmelo y llamo a mi puto abogado!

- ¡Ponte tranquilo McGregor! - Vociferó el alcaide. - ¡Va a ser mejor que colabores, hijo! - Se puso en pie y dio un golpe sobre la mesa. Lo cierto era que el tono de voz y la expresión de aquel hombre cambiaron de forma repentina y se volvió un hombre realmente intimidante. - Sé tan bien como tú que no tienes puto abogado. Eres un muerto de hambre. Sé lo que cobras y las deudas que tienes. Soy yo quien te paga la nómina y te retiene los embargos... ¡Así que si quieres que siga haciéndolo, colabora con estos hombres!

- ¡Shchiiit! - Volvió a chistar aquel hombre con desgana. - ¡Está bien, cojones! - Resopló. - ¿Qué queréis de mi? Puede que alguna vez le haya dado alguna pastilla. Pero para el dolor de cabeza. ¿Qué os ha dicho ese Finwë?

Jefferson dejó escapar una sonrisa al ver cómo se enervaba el Trizas. Aunque le resultó aún más curioso la forma en que Hatterson había calmado a su subordinado.

"Eso, eso, ponle un collar a tu perro" se dijo el agente orco para sus adentros, sin dejar de observar el lenguaje corporal del funcionario de prisiones.

-Señor McGregor, es simple -dijo Jefferson, adoptando un tono serio-. Responda a nuestras preguntas y nadie tendrá que saber que se dedica a repartir droga como si fueran caramelos entre los reclusos. -Hizo una pausa, mirando al humano a los ojos-. Díganos qué fue lo que le suministró a McGregor el día en que le visitamos. Ese enano estaba como una moto, ni siquiera era consciente de las gilipolleces que soltaba. Díganos qué tipo de droga le suministró y por qué lo hizo.

John miró al alcaide. La mirada severa de aquel hombre no le perdía de vista. Sin duda había perdido su trabajo, aunque podía perder algo más que eso. Si se destapaba su pequeño negocio, podía perder hasta la libertad. No sería fácil probarlo. Necesitaban testigos dispuestos a declarar, necesitaban pruebas de que realmente había vendido sustancias prohibidas a reclusos y un registro en su domicilio, pero McGregor sabía que igual lo mejor era llegar a un acuerdo.

- MDMA... - Dijo finalmente. - Les vendo esa mierda a algunos de los reclusos. Me lo pidió el propio Finwë... - Resopló hundido. - ¡Shchitttttt! - Dio un golpe de puño contra la pared tras la rabia que le dio confesar aquello. - Me lo ha pedido otras veces, joder... ¿Por qué coño? ¿Por qué lo ha dicho, ese joputa?

-Así que te la pidió Finwë Brock, ¿eh? -indicó Jefferson, arqueando una ceja. Desconocía ese dato, y sabía que no podía pasarlo por alto-. ¿Y era el mismo MDMA que le proporcionabas otras veces? ¿Seguro que no estaba adulterado? -El orco dio un ligero resoplido, sin quitarle el ojo de encima al humano. Empezaba a pensar que McGregor sólo era otro títere más, alguien que no tenía nada que ver con el asesino de elfos o con quien estaba intentando encubrirlo-. Finwë Brock estaba como una regadera cuando lo visitamos la primera vez y, entre todo lo que dijo, aseguró varias veces que él era el Asesino de Elfos. Algo que, con las pruebas en la mano, sabemos que no es cierto. Entre otras cosas porque no tenía ni idea de cuál era el arma del crimen. Se marcó un farol porque estaba ciego con el éxtasis que le metiste, McGregor.

- Yo no cocino esa mierda... - McGregor de sentó en una silla apesadumbrado. - No sé si estaba adulterado o no. No pruebo la mercancía. Yo no tomo de esa mierda. Me la pasa un camello de mi barrio. Vamos a medias. - Sollozó. Aquel gallito estaba a punto de empezar a llorar. - El sueldo es muy bajo tío... - Las primeras lágrimas brotaron de sus ojos. - ¡Qué mierda tío! ¿Y ahora qué? - Le preguntó a Jefferson alzando la cabeza.

- Yo le diré lo que haremos, señor McGregor. - Intervino de pronto el alcaide. - Ahora mismo, los señores agentes le van a detener por tráfico de drogas. Yo me personaré como parte denunciante y usted irá a la cárcel. - Propuso el señor Hatterson. - Si quiere un consejo, sea franco con la fiscalía y quizás rebajen la pena. - Sacó el teléfono móvil de su bolsillo. - Tengo grabada su declaración señor McGregor. Y con la testificación de Brock y de otros presos... - Negó con la cabeza. - Lo tiene usted jodido. - Miró a los agentes. - Llevenselo. No quiero estar basura en mi correccional.

-Ahora va a venir usted con nosotros, McGregor -dijo Jefferson, en tono firme-. Espero que pueda hablarnos de ese camello con el que usted va a medias... -Se dirigió en ese instante al alcaide, quitándose el sombrero durante un instante-. Gracias por su colaboración, alcaide Hatterson.

El orco se disponía en ese instante a tomar sus esposas, pero dirigió una mirada a Raynor.

-¿Quieres hacer tú los honores o los hago yo? -le preguntó a su compañero, intrigado por si Raynor quería leerle sus derechos a McGregor mientras se lo llevaban.

-Al fin y al cabo yo soy el poli peor, ¿no?-dijo en tono socarrón mientras llevaba su mano al cinto donde guardaba unos grilletes.

John McGregor, queda usted detenido por tráfico de drogas, agravado por  prevalecerse de su puesto de funcionario y por realizarlo en un penal. Tiene derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra. Si no dispone de abogado o no puede pagárselo el estado de Nueva York le proveerá uno-Recitó aquel mantra de forma automática, como tantas otras veces lo había hecho.

Finalmente con los grilletes puestos John McGregor alias "El Trizas", fue conducido por los pasillos del correccional hacia el vehículo policial. No fue tarea fácil, pues John puso pegas para la detención y se resistió. Tampoco lo puso fácil durante su conducción pero un buen golpe de puño en el estómago por parte del agente orco ayudó a que fuera un tanto más colaborador.

Ya en el interior del coche, John demostró ser un hombre con una gran verborrea. No guardó silencio ni un solo minuto. Insultos, quejas, amenazas y un sinfín de asuntos más que el Trizas quería debatir con los agentes, fueron desoídos hasta que llegaron a dependencias policiales.

Una vez en la zona de seguridad, John McGregor fue puesto a disposición de varios funcionarios e ingresó en el calabozo. La declaración les llevó a Jefferson y Raynor gran parte de la tarde y no fue hasta que ya empezó a caer el sol a eso de las 19:00 horas cuando por fin quedaron libres.

El interrogatorio de los testigos, entre ellos Finwë Brock y el propio alcaide, así como otros compradores que fueron apareciendo a lo largo de los días siguientes, fue trabajo del gabinete de atestados. Aunque esa es otra historia y solo cabe destacar que el juicio fue largo y que se destapó una gran trama de tráfico de drogas, no solo en el correccional de Hatterson, sino a lo largo y ancho de todos las prisiones de Nueva York.

Aunque como ya se ha dicho, ese es otra historia, por la que Jefferson y Raynor se hicieron famosos, al haber destapado una trama muy compleja que involucró a gente pudiente y políticos de Nueva York.