Epílogo 1.
Jefferson se marchó en la ambulancia con William Harrison y Everton en la de Nimwë. Pese a que parecía evidente para cualquiera que la supervivencia de cualquiera de los dos estaba notablemente en entredicho, los agentes ya habían visto demasiadas cosas raras durante aquel caso. No podían dejar ningún cabo suelto y mucho menos campar a sus anchas a los dos sospechosos, por muy en la últimas que estuvieron.
En ambos casos el traslado en la ambulancia vino acompañado de todo tipo de cuidados para ambos heridos. Lo cierto era que los sanitarios veían pocas posibilidades de salvación, pero aún así lo intentaron todo con tal de que sobrevivieran. Al fin y al cabo, ellos no estaban allí para juzgar a nadie por sus actos y por muy atroces que fueran las fechorías que se les atribuían a los sospechosos, tratar de salvarles la vida era al fin y al cabo su deber.
En el caso de William Harrison, lograron estabilizarle a tiempo y comenzó a respirar por si mismo aunque le ayudaron con una mascarilla de oxígeno, pues se encontraba muy débil. William había sufrido una herida muy grave, pero iba a sobrevivir si no se complicaban más las cosas. Esa era en parte una buena noticia para los investigadores, porque podrían interrogarle una vez estuviera recuperado y además se enfrentaría a un juez y a un jurado y si todo salía como debiera y aportaban las pruebas suficientes en su contra, sería condenado.
Por otra parte, a Nimwë costó más estabilizarle. No había muerto, pero dejó de respirar. Se le tuvo que intubar y trasladar al hospital con un respirador artificial. El caso del elfo era crítico. Por mucho que hicieran los médicos por salvarle, su vida pendía de un hilo y sólo un milagro lograría que conservase la vida. Finalmente llegó vivo al hospìtal y una vez allí pasó directamente al quirófano para ser operado de urgencia...
Epílogo 2.
Vaamar, Courier y Raynor acabaron de reunir las últimas pruebas que les quedaban por sacar del lugar de los hechos. Cotejaron la letra del cuaderno encontrado en sótano, con la de otros documentos escritos de puño y letra por el propio Wiliam Harrison, como también con el cuaderno de registro del aparcamiento de la sede de la asociación. Los expertos determinaron que se trataba de la misma letra, escrita por el mismo puño.
Sumado a que las fotografías encontradas en el sótano tenían las huellas dactilares de Harrison, la caja fuerte de Nimwë también y la contraseña apuntada en el cuaderno era la correcta, quedó sobredamete probado que si bien Harrison podía haber trabajado con otra persona, incluso el propio Nimwë, era culpable de los asesinatos. De Eldren Nimwë, tan sólo pudieron probar una cosa, su confianza ciega en Harrison le había puesto una venda sobre los ojos, que le impedía ver la verdadera naturaleza e su secretario. Eso... o el señor Eldren Nimwë era un gran actor.
Hubo un juicio y el fiscal pidió cadena perpetua para el señor Harrison. Nimwë se presentó como acusación particular y con los mejores abogados de Nueva York de su parte, no hubo duda alguna. Nimwë salió totalmente exculpado de los hechos, mientras que Harrison acabó en lo más profundo de una prisión federal de máxima seguridad. Nunca volvería a salir a la calle, nunca volvería a ser un peligro para la sociedad élfica.
Harrison fue interrogado por los agentes del departamento. En todo momento se acogió a su derecho a no declarar. No dijo nada durante los interrogatorios, como tampoco dijo nada durante el juicio. Se mantuvo en silencio y finalmente tan solo cuando se leyó su sentencia de cadena perpetua, estalló en un mar de lágrimas gritando que se arrepentía de lo que había hecho. Fue un espectáculo dantesco verle arrastrarse por los pasillos de los juzgados siendo estirado por dos agentes de seguridad camino del furgón que le conduciría a su nuevo hogar en prisión.
Epilogo 3.
Nimwë se recuperó muy rápido de sus heridas. Lo hizo al menos mentalmente, porque lo cierto que aquel disparo en la cabeza le trajo gravísimas consecuencias físicas. Eldren Nimwë quedó tetraplégico. Debería desplazarse en una silla de ruedas hasta el fin de sus días. Había logrado tras mucha rehabilitación, mover con dificultad algunos dedos de la mano y recuperó en parte el habla, pero no volvería a caminar, no volvería a levantarse y tendría que realizar su política postrado en una cama o en una silla de ruedas.
Porqué no... no se retiró de su carrera política y de hecho, salió elegido como alcalde. Aquel hombre culpó a los agentes que le habían conducido hasta el lugar de los hechos, siendo únicamente un testigo. Les culpó de falta de profesionalidad y arremetió judicialmente contra ellos. Salieron absueltos parcialmente en el juzgado, pero el Ayuntamiento se vio forzado a pagar, a través de sus seguro, una gran suma por la responsabilidad civil de las lesiones que sufrió el señor Nimwë.
Eldren Nimwë realizó cambios. Muchos cambios en todo el panorama político de Nueva York. Su política se había radicalizado tras aquel incidente hasta extremos peligrosos. Había implementado una serie de políticas raciales muy discriminatorias en favor de la raza élfica, por la que se generaron manifestaciones y protestas en las calles, así como tumultos y disturbios, pero lo cierto fue que nada cambiaron y a Nimwë no le tembló la mano cuando tuvo que empelar la fuerza y la represión policial.
No quedó exento el Departamento de la Policía Metropolitana de Nueva York de ese tipo de políticas. Pues aunque no se llegó a implementar como él hubiera deseado, quiso sacar del Departamento a todos los miembros de raza orca o enana, pues bajo su punto de vista, no eran razas competentes para la labor que debían realizar y amparado en una serie de estudios probados por científicos afines a la causa, enano y orco eran razas "incompatibles con la función policial".
Tras arduas negociaciones, se llegó a la determinación de que los agentes orcos y enanos podían abandonar el Departamento a cambio de una indeminización o pasar a otros departamentos del Ayuntamientos o unidades en las que no hubiera demasiado contacto con el público, como operadores telefónicos, vestuario, notificadores, trabajos administrativos o similares... Pero Zoddert y Frank no tuvieron esa suerte.
Epílogo 4.
Habían transcurrido menos de cuarenta y ocho horas desde el incidente en la casa de William Harrison. Todavía no conocían demasiado acerca del estado de salud de los dos sospechosos heridos. Ambos estaban recuperándose en el hospital con un agente del Departamento custodiándoles a las puertas las veinticuatro horas del día. Sabían que Harrison había despertado, aunque todavía no podían hablar con él y que Nimwë seguía inconsciente y no se sabía si iba a despertar.
Fueron citados por el nuevo comisario en su despacho nada más comenzar el turno del día siete de mayo. Eran alrededor de las nueve de la mañana y algo ya se respiraba en el ambiente del Departamento. Parecía que sus compañeros, sin saber nada, sabían que algo estaba a punto de suceder. El nuevo comisario, James Richard Robinson, un ex militar calvo con muy mala hostia, estaba esa mañana de peor humor del ya acostumbrado.
Los cinco agentes de la unidad se encontraron frente a la puerta del despacho del comisario. Todavía no se olían todos los cambios que iban a suceder en los meses siguientes. Pero su vida empezaría a cambiar desde ese preciso momento y en esa ocasión ni McGee, ni ningún ángel de la guardia podría ayudarles a salvar aquella papeleta.
Al tocar a la puerta escucharon la voz tajante del comisario invitándoles a pasar con un tono serio. No levantó la vista del escritorio cuando los agentes comenzaron a pasar al interior. Tenía que acabar de firmar unos documentos antes de dedicarles tan siquiera una mirada. Los cinco se fijaron que allí donde antes estuviera la fotografía de McGee, ahora se encontraba un marco con una fotografía del nuevo comisario y con una medalla colgando el mismo.
- Buenos días agentes... - Dijo al fin cuando levantó la mirada. - He estado leyendo sus informes y sus declaraciones... - Dijo negando con la cabeza. - Fue una chapuza... - Afirmó. - ¡Una jodida y puñetera chapuza! - Les gritó lanzando una serie de papeles a la basura. Sin duda una copia del atestado redactado por todos ellos. - Agente Vaamar... - Miró a la elfa. - ¿Estaba usted al mando, vedad? - Le preguntó y cuando ésta fue a responder prosiguió hablando. - Ha sido usted expedientada. Usted y el resto de la unidad. ¿A quien se le ocurre llevar a un testigo a un tiroteo? ¡Joder! - Exclamó terriblemente enfadado. - ¡Son ustedes unos putos lunáticos! - Señaló con el dedo a Vaamar. - Voy a pedir su su expulsión del cuerpo Vaamar... y para el resto. - Alzó la mirada para posarla sobre los otros cuatro agentes. - ¡No menos de seis meses de empleo y sueldo! ¡Ya veremos que sucede después del juicio!
Para acabar la aventura os van a meter un poco de caña.
Esta escena es a petición de uno de los jugadores de la partida que ha tenido una idea para una posible tercera parte.
Así que bueno, tenéis hasta las 00:00 horas para replicarle al comisario!
Bueno, qué podía esperar del sustituto de McGee. Aquel tío debía ser una mala bestia, porque solo así habría podido ocupar su lugar y ellos, aun habiéndolo hecho de otra manera, sin duda habrían acabado pagando el pato, de eso no tenía ninguna duda.
-Usted lo ha dicho, Comisario. Yo estaba al mando. Las decisiones fueron solo mías. Llevé a Nimwë al registro porque lo que no quería era perder a otro posible asesino, y para mí, ambos eran igualmente culpables hasta encontrar la evidencia definitiva. ¿Qué estoy suspendida? Pues me parece muy bien. Métase mi placa por el culo -le dije, lanzándosela a la cara.
Después me planté con sendas manos sobre la mesa y actitud amenazante.
-Pero si algo les ocurre a cualquier miembro de mi equipo debido a mis decisiones, no le quepa duda de que me encargaré de que efectivamente, tengan que sacarle esa maldita placa por succión. Y sí, antes de que lo pregunte, es una puta amenaza.
Después me giré, le eché un vistazo al resto del grupo y les lancé una ligerísima sonrisa antes de salir.
-Ha sido un placer.
De no ser porque estaban en presencia del nuevo comisario, Jefferson se habría llevado las manos a la cabeza. Sabía que las últimas acciones de la unidad habían sido una auténtica chapuza. Aunque bien-intencionada, Vaamar había provocado que le pegaran un tiro en la cabeza a Nimwë al dejarlo atrás, únicamente vigilado por Zoddert, cuando lo más lógico hubiera sido haber ordenado al orco que acudiera a comisaría para dejar allí al candidato a la alcaldía.
-Es cierto, comisario. Ha sido una chapuza -comentó el agente orco, respirando hondo-. Nimwë casi muere por nuestra culpa y estará toda su vida en silla de ruedas por lo que sucedió. Pero al menos le entregamos al asesino de elfos, es lo importante...
Culpable o no, Nimwë había sido herido por nuestra culpa. Por lo que Courier no tendría nada para decir ante ese berrinche de Robinson.
Solo se reconfortaba en la idea de que si no hubiese sido el elfo quien hubiese recibido el disparo, hubiera sido uno de sus compañeros. Como policía hubiera sido mejor haberlo recibido ella, era la versión oficial de su consciencia. Sin embargo, se alegraba de que su equipo se encontrara bien. Había temido por Raynor, y por Celarian…
La miró por un segundo mientras hacia su escandalo habitual. Sonrió.
Luego se paró, dejó su placa y su arma sobre el escritorio.
-Supongo que necesitará esto también dijo. – se alejó, siguiendo a la elfa. –Solo recuerde algo, mal o bien el trabajo se ha hecho. Tiene un asesino menos en las calles. – dijo antes de retirarse de la sala por completo.
La cara de Robinson se fue transformando a medida que la agente Vaamar fue vomitando su mala hostia a base de amenazas y expresiones malsonantes. Estuvo a punto de replicarle en más de una ocasión pero la agente elfa no parecía dispuesta a respirar ni un solo instante para dejar decir la suya al indignado comisario.
Para cuándo Vaamar le lanzó la placa se puso en pie. En su rostro se dibujó una expesión se rabia e ira. Alzó el dedo en un par de ocasiones y aunque tenía las palabras en la punta de la lengua, no llegó a decir nada.
Por fortuna para la agente Vaamar, tomó la única salida que le convenía a todos en ese momento. Coger la puerta del despacho y marcharse de ahí con la clara idea de estar suspendida de forma indefinida. Aunque lo cierto era que Robinson había hablado de su expulsión y no de una mesa suspensión. Tendría que mover mucha mierda
para conseguirlo, pero desde luego con el numerito que había montado lo tenía mucho más fácil.
- ¡Nos veremos en el juzgado Vaamar! - Le gritó cuando ya se había marchado. - ¡La voy a denunciar por lo penal! ¡Está usted acabada, Vaamar! - El comisario estaba fuera de sí. Su rostro estaba enrojecido y escupía con cada palabra.
Para cuándo Celarian pegó el portazo ya había soltado todo aquello y se mantuvo unos segundos en silencio, mirando la puerta con rabia y con una vena del cuello hinchada. Segundos después se dirigió a Courier.
- Esa no es la actitud... - Le dijo. - Su suspensión será más larga que la de Jefferson. ¡La han cagado! - Le gritó. - ¡Pero él ha tenido la decencia de admitirlo. Propondré la menor sanción posible para él... - Miró a Raynor y a Everton. - Más vale callar. Ustedes también obtendrán una sanción menor. ¿Entendido? - Les preguntó. - ¡Y ahora fuera de mi vista! ¡Ya les llamarán para el proceso disciplinario! ¡Fuera de mi despacho! - Les ordenó.
El orco miró al comisario con cara de aprobación, sin duda lo que decía era lógico, desde su punto de vista habíamos hecho una cagada de nivel épico que había acabado con un alcaldable en estado crítico por una decisión absurda. Pero el orco moriría matando.
Sr. Comisario, nosotros no somos culpables de nada, el Sr. Ninwe se prestó voluntario a acompañarnos al domicilio de su subordinado, no solo eso, fue él quien nos animó a ello! ...
Sin duda fue el elfo quien pidió ir a casa del secretario, por lo que se metió a si mismo en el problema.
Entiendo los nervios y el Cristo que se ha montado, pero está vivo gracias a nosotros.
- Con usted, agente Everton... - Dijo entonces el comisario. - Me gustaría hablar unos momentos en privado. - Entonces alzó la mirada dirigiéndola a los otros tres agentes que todavía permanecían en la oficina. - ¿Ustedes tres, no me han oído? - Les preguntó. - Con Ustedes ya he acabado. Tengan muy buenos días... - Sentenció.
El comisario Robinson no dijo nada más hasta que los tres agentes abandonaron su despacho y quedó solo junto a Zoddert y en intimidad. Fue entonces cuando relajó su expresión y abrió un cajón sacando dos puros y ofreciéndole uno al agente Everton.
- Usted hijo... - Encendió el puro y le dio cuatro caladas para que no se apagase. - Es diferente de sus compañeros. No sé cómo los aguanta, la verdad. - Dijo muy en serio. - Tengo informes muy favorables de usted y sé que no tiene demasiados escrúpulos a la hora de darle al palique para meterle un buen palo por el culo a alguien. - Sonrió. - Sobre todo si ese alguien es un inútil. Ya me entiende y sabe a qué me refiero. - Encendió el mechero y se lo acercó al puro que le había entregado. - ¿Fuego? - Le preguntó. - Mire, no me gustan los inútiles, los insoburdiandos, ni los prepotentes y esa Celarian Vaamar... - Dijo el nombre con claro desprecio. - ... reúne todas esas cualidades. La quiero fuera del cuerpo y a Courier... A ella también. Parece tan dada a los numeritos como la elfa. ¿Me va a ayudar? Si me ayuda, no solo no saldrá expedientado sino que recibirá una medalla al mérito policial por salvar la vida a Nimwë y si lo desea se convertiría en mi chófer y guardaespaldas personal. Sesenta mil al año y dos meses de vacaciones. ¿Qué me dice? - Le ofreció la mano. - ¿Hay trató?
-Tenga un buen día, comisario Robinson -dijo Jefferson, en tono educado.
Sin más, el agente orco decidió abandonar el despacho del nuevo comisario. De entrada, Robinson parecía un tipo mucho más estricto que McGee, pero eso era justo lo que necesitaban en la comisaría. Mano dura. Bastante habían penado con el viejo McGee y su afán por dificultades el caso cuando habían empezado a investigar al candidato a la alcaldía, pese a que más tarde el enano les hubiera brindado su ayuda.
Satisfecho de que el Caso del Asesino de Elfos se hubiera resuelto, Jefferson decidió que ese día iría a tomarse un perrito en algún puesto de comida rápida cercano. Se lo había ganado.
Es un honor que me tenga en esa consideración Comisario, no dude que haré un informe completo de la mala praxis de la Agente Vaamar, no merece dirigir un equipo de trabajo ya que actúa que parece que nunca ha vestido el traje. Se encendió el puro y siguió hablando. De Courier no le puedo decir nada, no he trabajado con ella, y con respecto a ser su chofer, me encantaría probar la experiencia de ser su chofer, todo previo a seguir escalando en el cuerpo, creo que puedo ser un buen mando, sobre todo viendo las cagadas que han hecho mis superiores en este caso. Usted dirá.
Ya resolveremos lo de tu informe y tu nuevo puesto en una futura partida si se da el caso. Elfo quiere hacerla así que... ya veremos!
Los agentes se marcharon uno a uno del despacho del nuevo comisario. Si bien McGee había resultado ser un incompetente, aquel hombre, el nuevo comisario, no se andaba con tonterías. A la más mínima cagada había impuesto todo el peso de la ley contra sus hombres y en este caso... del reglamento sancionador del propio Departamento. Vaamar era la que había recibido la peor parte, pero el resto tampoco no se había quedado corto. Al fin y al cabo, tan solo habían cometido el error de llevar consigo a Nimwë y en el fondo fue él quien pidió acompañarles.
Se enfrentaban a un proceso sancionador o un proceso de expulsión. Pasarían semanas e incluso meses hasta que todo estuviera resuelto. Meses en los que lo iban a pasar mal, meses en los que iban a tener que defenderse de las acusaciones y aportar pruebas a su favor. Iban a pasar una mala época, aunque siempre podían aceptar tomarse aquello como una oportunidad, como un periodo de vacaciones no retribuidas.
Fuera como fuera, habían resuelto el caso del asesino de elfos. No había sido un caso fácil. A las muchas pistas contradictorias, se habían sumado las complicaciones que el propio departamento les había impuesto, las deserciones de compañeros o bajas laborales como la de Boyle y el propio Zoddert y un sinfín de factores que habían imposibilitado la resolución del caso hasta ese momento. No obstante, siempre les quedaría el orgullo de haber atrapado al asesino.
Más adelante, el futuro les volvió a juntar en una nueva investigación desde las nuevas realidades de sus nuevos puestos laborales, pero lo cierto es que esa si es otra historia que merece ser contada desde el principio y al detalle.
FIN...