Partida Rol por web

Trabajar en un barco. Definitivamente, Alá tiene preparado para mí un destino caótico e impredecible, pero prefiero alejarme de Barcelona a quedarme a merced de los dominicos y su incondicional amor hacia quien no comparte sus creencias. Algún día serán ellos quienes traigan el fin del mundo, quienes arruinen el Mi'raj*.

En cualquier caso, estar en ese barco no puede ser sino uno de los caminos de la Silsila, la cadena de la Unidad.

Me levanto y dejo una mano en dirección a Patricia para que pueda agarrarse y levantarse.

Tranquilo, ésta mujer no traerá problemas. Me encargaré de que nadie la convierta en uno —miro de reojo a mi compañera con gesto solemne y luego vuelvo a mirar a nuestros acusadores con una relajación que casi me resulta más costosa—. Yo... yo sé manejar la espada, por si hiciera falta defender el navío o la mercancía... —intento que mis palabras suenen inseguras. Ya habrá tiempo de que confíen en nosotros y así poder dejar de fingir—. Puedo ayudar a cargar si es necesario.

Parece que el barco no se va a alejar en exceso de Barcelona, al menos continuaremos sabiendo la lengua del lugar de desembarco lo cuál es positivo, pero en realidad la inquisición no tardaría en echarnos el ojo encima de nuevo supongo.
Me sujeto a la mano de Kamal con firmeza y me levanto tambaleándome un poco. ¿Soy la única que se siente tan terriblemente incómoda aquí...?

-Yo puedo cocinar y limpiar...- supongo que son tareas que ellos detestan y les agradará que pueda hacerlo otro en su lugar. Yo me conformo con que nadie me moleste y Kamal no tenga que intervenir para que eso siga así.

-A mi me parece bien. Así el pasaje no os será gratis.-

Apto seguido hace un gesto para que el grupo se acerque. Cuando salen les guía hacia un cuartucho cerca del castillo de proa, el sitio huele a rancio y a humedad y veis dispuesto ante vuestra vista un seguido de cacharros dispuestos sobre lo que debe ser un horno de piedra. No parece tener pinta de haber estado limpio alguna vez.

-Podéis empezar por ordenar y limpiar el sitio.- Y dicho esto se marcha y los deja con el estropicio.

Osorio mira a su alrededor con evidente gesto de fastidio, pero no protesta. A estas horas podríamos estar ardiendo. Con gusto lo cambio por un poco de trabajo sucio. Sin esperar más, se dedica a organizar y limpiar los cacharros de la manera más racional que puede.

-Sólo espero que no tardemos mucho tiempo en llegar a Mataró. Hashem no ha querido nunca que yo viajara en barco, y empiezo a entender por qué... -añade, cada vez más mareado.

Inspiro fuertemente, aliviado de estar ya a solas con mis compañeros. Dejo mi alfanje a un lado y me dedico a limpiar, ayudando a Luis y Patricia, y a ordenar los enseres que nos han dejado para pagar el viaje.

Al menos estamos en un lugar más seguro —digo, al oír la queja de Osorio—. Si te encuentras mal, siéntate por ahí, ya continúo yo tu parte.

Sólo los miro de reojo, pues prefiero terminar ese trabajo cuanto antes para evitarnos problemas.

Una cabeza asoma por la puerta, con el escaso pelo desgreñado y mojado.
-¡Hey, polizones! El capitán quiere que empecéis a hacer la comida. La despensa está abajo, somos una veintena de hombres.-
Da un último vistazo a Patricia y se marcha tan rápidamente como ha venido.

Cuando bajáis las escaleras, que no andan lejos del cuartucho, veis que sus provisiones se reducen a un montón de calabazas, hogazas de pan integral tan duro como una piedra, arenques en salmuera y para remojarlo todo varios barriles con agua envinachada, algo necesario para su conservación.

-Mmm... Sí, está claro que por aquí no ha pasado una mujer en mucho tiempo- comento arrugando la nariz con desagrado ante el dantesco estropicio que se presenta ante nosotros.
La parte positiva es que mis compañeros parecen tan dispuestos cómo siempre a echar una mano así que aunque al principio pueda ser duro cuando ya esté debidamente colocado quizá podamos tomárnoslo con algo más de calma.

-Yo también me siento un poco mal... Pero seguro que nos acostumbramos pronto- sonrío a Luis para infundirle ánimos, hasta que somos interrumpidos por un ligero cambio de órdenes.
-Veinte... Eso no es mucho, no hace falta que bajemos todos- aunque quizá lo hagan de todos modos pero desde luego yo soy la primera puesto que soy la única capaz de preparar algo que no suponga que nos echen por la borda sin más.

-Vamos a pasar una buena temporada a base de calabazas...- comento lo evidente antes de arremangarme y empezar a prepararlo todo para un puré de dicha hortaliza mezclada con el pan duro para darle mayor consistencia. Depsués de todo no podría comerse solo.

Al bajar, me quedo un rato mirando las cosas, hasta que las maniobras de Patricia me despiertan.

Si queréis os ayudo, aunque si veis que estorbo, puedo subir para terminar de limpiar. Como vos queráis —me quedo mirando a Patricia para saber en qué sería de más ayuda. La pericia con los fuegos del hogar no son precisamente lo mío, pero después de haber sido soldado y de haber vivido solo y vagabundo por muchos lugares de Castilla, algo puedo hacer.

Con lo elementos de los que dispone Patricia hace lo que puede, hace una pasta espesa con bastante mal aspecto, pero al menos cuando lo prueba sabe bien. Ellos ya tienen bastante hambre y no le harían ascos, supone Patricia que los marineros tampoco son hombres remilgados.

En cuencos de madera desgastados sirve Patricia la pasta y se la pasas a los tripulantes. La mayoría come donde puede poner su culo y descansar un rato, no usan más cubierto que su mano, y mojan el pan comiendo frugalmente. La muchacha había escuchado hablar de la precariedad de la vida de los marineros pero nunca había visto algo semejante. Sin embargo parecen satisfechos con la cocina y la felicitan, algunos demasiado cariñosamente... pero estos últimos desisten tras una mala mirada de Kamal.

Queda por servir al capitán. Que parece estar en su camarote, uno de los pocos lugares habitables del navío. Se encuentra ocupado revisando un viejo mapa, el cual ha sufrido varios parches y remiendos para mantenerse de una pieza. El resto del camarote parece lleno de artilugios extraños, suponéis que de navegación, que se apilan junto a pequeños baúles, rollos de pergamino y objetos un poco fuera de lugar: como escupideras, jarrones de exótico diseños o una planta raquítica en una maceta. Levanta la mirada hacía el grupo y mira el cuenco que le sirven.

-¿Como se llama esto? Bueno da igual, gracias- Lo deja a un lado de la mesa, junto a un tarro lleno de tinta con una pluma mojándose dentro.

Justo en ese momento un marinero velludo y achaparrado asoma medio cuerpo y grita:
-¡Capitán, se levanta tormenta!-

El gesto del capitán lo deja claro: no se lo esperaba.

Osorio se aferra con el rostro demudado a un mástil. Luego mira a sus compañeros, aún enfrascados en sus tareas.

-No sé mucho del arte de marear, pero estos hombres sí, y si a ellos les sorprende la tormenta quizás sea porque no debería estar sucediendo. -Se lleva la mano a la boca, como reprimiendo una arcada, y completa, con dificultad- Lo que, teniendo en cuenta nuestros antecedentes como grupo, entraría perfectamente dentro de lo normal. Sólo espero no acabar en el vientre de Leviatán.

-¿Puré de calabaza...?- aventuro cuando el capitán me pregunta el nombre del plato.
Preferiría haber podido presentar algo más impresionante como un asado pero no es que tengamos los ingredientes necesarios para ello así que habrá que conformarse con llenar el estómago.

Repentinamente otro marinero irrumpe en el camarote mientras el movimiento del barco se incrementa gradualmente.
-¿Leviatán...?- pregunto algo despistada a Osorio sin comprender demasiado bien a qué se refiere, dando un traspiés y apoyándome en algún mueble, sintiéndome algo mareada e incómoda en ese ambiente.
-Ahora dirán que yo fui la causante...- murmuro por lo bajo para mí misma.
Quizá la idea de mi compañero no resulta tan descabellada, si alguien me quiere fuera del navío es un buen método.

El capitán empieza a dar ordenes, y muchos marineros corretean de un lado a otro, atando cabos, soltando otros. Parece que recogen las velas, deteniendo el avance del barco.

Algunos marineros empiezan a murmurar cosas sobre la mala suerte y las mujeres... hay tensión en el aire, y no solo de la tempestad.

El capitán ordena que se acerquen a la costa. Mientras la carraca maniobra el oleaje comienza mecerla cada vez más violentamente, el cielo se oscurece y negras nubes se arremolinan en el horizonte.

Con este panorama el futuro aparece incierto...

Sorprendido igualmente por lo rápidamente que se desata todo, me agarro a lo primero que alcance con la mano y llevo a Patricia conmigo.

Estas ratas de mar ya han encontrado una excusa para dañaros, me parece -le digo por lo bajo, aunque lo suficientemente alto como para que Luis me pueda oír también. Viéndolo bastante mareado, le tiendo la mano-. Luis, agárrate. Si ninguno de nosotros sabe navegar, lo mejor será que nos apartemos del camino de los tripulantes.

Lo miro durante un par de segundos.

Aunque haya algún causante, hasta que no logremos saber seguramente quién es, sólo nos ponemos en peligro.

Entrecierro los ojos, concentrándome en sentir igualmente el flujo de la magia que puede estar causando esto, mirando hacia todos lados, como esperando verlo entre el caos.

Os agacháis esperando no salir despedidos por los bandazos que da la nave. No sabéis bien como se mantienen en pie los tripulantes del barco, algunos incluso se agarran a cabos y mástiles en sus ires y venires. El agua lo ha salpicado todo, llenándolo todo con su característico olor y llenandoos de un regusto salino.

Hay gritos, a diestro y siniestro, y en la lejanía se escucha tronar. Todo unido al oleaje desatado que ruge crea una sinfonía caótica y monstruosa que atora todo vuestros sentidos.

Sin embargo todo parece ir decreciendo, al menos como para daros cuenta de que os acercáis a la costa. La nave se acerca a una costa oscura, velada por el anochecer.

Me dejo guiar por los fuertes brazos de Kamal hasta uno de los mástiles del braco, al que me sujeto con firmeza intentando mantener la mente todo lo serena que puedo aunque me resulta bastante difícil en un clima tan caótico y un lugar tan desconocido para mí.

Entrecierro los ojos al distinguir la oscura sombra a la que nos acercamos, parece ser tierra...
-Quizá debamos desembarcar antes de lo previsto después de esto...- comento sin soltarme de mi lugar.
Estoy convencida de que la mayoría de tripulantes me echarán la culpa por lo sucedido con la tormenta y de poco servirá intentar decir que no, probablemente ya nos ea bien recibida en el navío o algo peor... Quizá deba cambiar de ambiente más a menudo de lo que me gustaría.

El barco termina por atracar, aunque el proceso parece a vuestros ojos uno lento y farragoso, doloroso de una forma lenta tal como si fuera un parto. No entendéis bien el sentido de atar y desatar cuerdas, tiras de ellas y los violentos gritos que se cruzan.

El capitán aparece por la zona y dice.
-Bien, hemos tenido que atracar a las pocas millas de salir de Barcelona. Tendremos que revisar el barco a ver si no hay nada afectado. En todo caso no pueden seguir con nosotros.-

Y lo que dice es bastante obvio, por el gesto de la tripulación están muy molestos, con una ira cercana al motín. Así que el capitán cede dejándoos en tierra. Posiblemente no vuelva a embarcar a una mujer en su vida.

Estáis en un extremo de un largo muelle de madera, tras la protección de un rompeolas creado con diversos cascotes. No lejos del muelle hay una amplia playa de arena con multitud de barcas puestas a descansar al revés, con su metafórica panza a la luz de la luna. Un poco más lejos diversas luces.

-Este pueblo se llama Badalona, por si les interesa saberlo.-

Sientes que te arrastran y tienes diversos recuerdos inconexos debidos a la falta de sangre y la semiinconsciencia. Notas que alguien te palpa las heridas, pero no sientes dolor, como si tus nervios estuvieran adormecidos. De repente sientes un pequeño pinchazo y mucho frío.

Despiertas en una habitación rustica, la cual parece solo iluminada con una gruesa y compacta vela. No parece una habitación que se use mucho para dormir, ya que comparten con el desvencijado camastro el espacio diversos canastos de mimbre y algunos rollos de tela.

Te palpas el costado y notas una prieta gasa, parece que alguien se ha ocupado de vendarte.