Bediviere inspiró con fuerza. Si al establecerse aquel intenso y perturbador vínculo con sus compañeros, había sentido que se sumergía en el agua de un glaciar, ahora notaba que el aire, al emerger, le cortaba la piel. Miró alrededor, en pleno estado de confusión absoluta, y se abrazó a si misma, absolutamente derruida, bajo la gabardina de Nikita.
Lo miró a él, y a Branwen, sabiendo que nada volvería a ser como antes, y que jamás podrían llamarse extraños, tras lo ocurrido, ofreciendo a la galesa uno de sus últimos cigarros, en lo que casi comenzaba a considerar un ritual amistoso entre ambas. Se fumó ella otro, con parsimonia, mientras contemplaba a los demás pasajeros del vehículo y comprobaba, de un vistazo, que Glorinda seguía de una pieza.
Después de haber sentido cómo su sombra se esparcía y tocaba a cada uno de sus compañeros, no le costaba imaginarla, contraída, bajo la piel. Pulsando ahora en sus propias venas, mientras contemplaba a Nikita y se preguntaba si él podría sentir también cómo se deslizaba en lo profundo de su ser, ahora que la había ingerido de aquel cáliz figurado y de sus propias manos.
Se sumergía en un mutismo que duraba hasta que el sonido de las hélices de aquel helicóptero enorme cortaba el silencio. Subía, con la impresión de que aquella máquina podía tragársela viva. Bryony se encontraba allí, junto con Frida. Y a ella la miró con dolor, y con una vergüenza similar a la que había presentado Adam en el rostro, momentos después, cuando él, Ingvild, Chiba, Sharif y los hermanos de Nikita eran rescatados. Dedicó una breve sonrisa a Elio y Nikita, al verlos abrazarse. Le venía a la cabeza cómo el primero se había ofrecido a defenderla, en la ausencia de su hermano, incluso ante un supuesto villano invisible a su percepción- Ya sabes. Te llamaré cuando sólo haga falta una pierna.-le recordó, con voz cansada y leve tono jocoso, cuando lo tuvo casualmente cerca.
Dedicaba un asentimiento a Ingvild. Uno que decía, sin lugar a dudas, "bien hecho", y una mirada de reconocimiento a Adam, que a pesar de aquel periplo y de su circunstancia, seguía relativamente entero.
Llegar al polideportivo la llevaba de vuelta a los días en que el Louisiana Superdome se convirtió en el refugio improvisado de cientos, miles de ciudadanos sorprendidos por la tormenta. Y no pudo evitar pensar que ahí debía haber más gente. No pudo evitar sentir que se le encogía el pecho a medida que las caras angustiadas de los padres que no encontraban a sus hijos y de los hijos que no encontraban a sus hermanos, iban apareciendo, a lo largo de la noche. Pensó en las sala de catástrofes del instituto forense de Nueva Orleans, y se le heló la sangre, al imaginar que habría otra, llena, en Atlaneva.
Había tomado de la mano a Nikita más de una vez, apretándola en silencio, mientras intentaba ayudar, aquí y allá. Se había identificado como sanitaria al llegar, y se había ofrecido a echar una mano. Se encontraba completamente exhausta, y sin embargo, era incapaz de quedarse de brazos cruzados, en aquella circunstancia.
La primera luz del día la encontró sentada, con el rostro marcado por el cansancio y el maquillaje corrido y los ojos ardiendo, cuando le sonó el teléfono, y el nombre de Dominique apareció en la pantalla. Su madre, al otro lado de la línea, lloraba. Dominique, desnaturalizada como era ella, lloraba- Maman, ne pleure pas ... S'il te plaît, ne pleure pas. Je vais bien. Je suis vivante*.-contestó, en un francés sedoso, roto esta vez por la congoja de escuchar el llanto de aquella mujer con la que nunca se había entendido, pero que le había dado la vida. Una vida que aquella noche había valorado quizá más que nunca. Le pidió que avisase a su padre, y entró a continuación en una carencia de palabras tan solo rota por la llamada de Isa, que le decía que no sabía nada de Sento, a quien quizá, Bediviere había avisado demasiado tarde.
Y tras aquellas dos llamadas, completamente derrotada por el cansancio y todas las intensas sensaciones que la habían barrido aquella noche inolvidable en cualquier sentido, así como repentinamente desprendida de la continua dosis de adrenalina que la había mantenido activa y atenta, buscó los baños sin decir nada, y se encerró en uno de aquellos cubículos minúsculos, apoyando la cabeza contra la pared y cerrando los ojos, durante quizá un minuto, o puede veinte, en lo que fue un instante dilatado en el que sólo escuchó su propio grito interno.
Se encendió su último cigarro con el zippo de Bryan, mientras lo contemplaba, indolente, y se comenzaba a reír, entre sollozos.
* Mamá, no llores... No llores, por favor. Estoy bien. Estoy viva.
Pensar era inútil, compartir el sufrimiento de sus compañeros de grupo la había dejado exhausta. Ingvild se percató entonces que no tenía problemas reales, tan sólo existenciales (es decir, inexistentes). Sentía que nuevas perspectivas se abrían ante ella tras aquella experiencia, pero no deseaba recorrer esos caminos aún. Era demasiado temprano, el dolor ajeno aún repercutía en el suyo propio.
En el helicóptero evitó mirar a nadie, por suerte el ruido de la turbina lo cubría todo así que conversar estaba casi descartado. Apenas de soslayo percibió el asentimiento que Bediviere le dedicaba. Recordó lo que la americana había dicho de ella, eso de que era adorable (pero muy molesta) (el paréntesis lo ponía Ingvild). Se sonrojó recordando el incidente del árbol de cobre y apartó la mirada, turbada.
No podía quitarse de encima la sensación de que, aunque aquello parecía un cierre, era tan sólo un comienzo. Las hadas daban muestras de buena voluntad, pero ella no podía olvidar lo de Viena.
Y pese a todo consiguió sonreir y corresponder débilmente al abrazo de Nikita, agradecida con el chico por cuidar de ella y de todos los demás, aunque el muchacho no se diera cuenta de la congoja que le suponía entender que no era más que un hermano mayor prestado, que debía ser retornado en tiempo y forma.
—
Lo primero que hizo al despertarse fue entrar a finn.no y buscar un pasaje sólo ida con Bergen como destino. Tres días en Astérope y ya necesito vacaciones.
Puede que las luces de dentro se apagaran dejando volver a las de fuera. Quizás hasta parecer abrupto. Pero no hay bordes en picado en la imaginación. En ella no bajaron de súbito.
Tuvo un dedo en los labios del bramido ensordecedor del silencio, pidiéndole que aguardara. Lo suficiente para que las sensaciones y los pensamientos se enfriaran como deben y no aceleradamente.
El latente calor humano del remanso que tendió a Bry, la adorable caricia continuada a Ingvild y el totum revolutum resumido en no poder dejar de pensar en Adam (más aposentado y sin las revoluciones alteradas, mejor) se fueron tornando en niebla poco a poco, aunque ellos ya no estuvieran. Más potente iba a ser el resuello del lazo con Bediviere y Nikita. Estaban ahí presentes y la Americana aún la sostenía. La física del tacto poseía una fuerte deriva. A los demás tuvo que poner de su parte para que se acallara su eco despacio. A ellos dos solo le hacía falta mirarlos.
No quería estar toda la noche acurrucada en ellos, pero tampoco le fue fácil evitarlo. Eran como hojas en un océano temblando porque ha parado el viento. Inquietos y expectantes entre los pensamientos de si , deseabas que este volviera a soplar o si, era mejor la calma chicha. Y ellos habían unido sus rabillos para navegar juntos. Los besó a los dos en las mejillas* antes de darles el espacio que merecían, despejándose fumando el cigarrillo que le ofreció la americana.
Hizo muchas cosas antes de que los recogieran. Banales todas pero requeridas y casi todas nebulosas en su memoria. El rato que compartió, hablando de pequeñas cosas, junto a la convaleciente Glorinda, si quedó indeleble en sus imágenes del día.
Entró en el ingenio que vino a recogerlos tambaleándose, con las gafas de nuevo y la sonrisa seria. Una parte de ella quería disfrutar, pero toda la demás mayoría decía que no era el día. La pesadumbre corría también por sus venas y no dejaba de humedecer sus ojos. Solo, el asomo de las pequeñas victorias de los recuentros, tenía algo para compensar las ausencias.
Dispuesto por la línea de las circunstancias pudieron encontrar a los demás ya asegurados y protegidos en el vientre del aparato. La línea de sus ojos en sus diferentes ánimos. Les ofreció su incondicional amor en la gradación que sentía. Compungido, fraternal y sentido. Había mucha gente en la aeronave y esa confirmación cuidó la luz que tenía dentro y también moduló la oscuridad que era su hermana.
La mesura con la que tanteo a Bry era la expresión del abrazo de puntillas que creyó que necesitaba. Había imaginado una forma de conocerse mejor más sencilla, pero en esta tan cruel, no se arredró aunque, de principio, solo ofreció su cercanía. Ojalá le ayudara un algo.
A Ingvild la mimó igual, menos comedida, pero con el mismo espíritu. Proximidad, compañía, el esbozado alborozo de volver a encontrarse y también la comprensión de lo vivido. El terror estaba ahí muy vivido. El miedo de no volverlos a ver que la había desasosegado. ¿Y si al final se hubiera hecho cierto? ¿Qué sentiría? ¿Y cuándo al final si es cierto? ¿Qué sentían sus amigas? Esa era la losa fría del pesar que la que rozaba en su palma y a ella le hacía mella porque era cierta .
Solo para amortiguarse cuando cruzaba los ojos con Adam.
Los dos bailaban las miradas con afán o con ardor o con sonrojo. Él nervioso sin disimulo. Ella nerviosa por debajo de...¡vaya!, tampoco para ella ya había un debajo. Él había forjado con pericia, el escabullirse, aunque Branwen creyó que realmente lo quería era volar, y a ella eso no le importaba si él la dejaba acompañarle. Ir a los sitios que él ofrecía, por ejemplo su Ingenio que estaba segura de que, tenía y era afilado. O sus anhelos. Guardar su sueño. Eso quería. Y descubrir lo que él deseaba. Y en ello que reservaba para ella.
Quizás los otros secretos. Los, ya se sabe, mundanos que también divinos. Secretos misterios para ella por mucho que los tiempos y la información estuvieran al orden del día.
Así la pillo o la puso, como página de libro abierta, solo con un tanteo coronado con su grito a no daba más la voz.
Le asintió, con fuerza, momentáneamente risueña y ensanchada por todas las costuras. Casi se desabrochó para poder acomodarse en su regazo.
- Nos debemos una cita, Tú y Yo... ¡y algunas, muchas, cosas más! - respondió con la sencillez de la propuesta. Fue su Oasis en la larga marcha hasta el refugio antes de recuperar la seriedad silenciosa.
Bajo el ala protectora del Polideportivo y las gentes voluntariosas de Asterope cuidando a los suyos tuvo unos minutos de congoja y alivio hasta poder hablar con Deian.
Las horas fueron asentando los largos sudarios que acompañaban a la desgracia. Ella, casi al principio, buscó el apriete de la mano de Adam. Para sostenerlo, sostenerse, salir a la carrera o echar una mano. Lo que fuera pero juntos. No le pregunto directamente, pero si lo observó a medida que no había noticias de sus padres**.
En un momento de intimidad lo buscó más cercanamente acoplando su cuerpo al suyo, esperando que él lo aceptara, para besarle. No solo con afecto sino también con corazón. Esperó a la segunda tanda para los algo más***.
*, **, *** si parece bien
Había gente que planeaba a ras de suelo, o que se alzaba un poco en el aire, tanteando la emoción de las alturas sin arriesgarse demasiado. Y, luego, había otras personas imprudentes que subían lo más alto que podían, sin preocuparse por si el sol derretía la cera de sus alas, sin pensar en el minuto siguiente, ni en el mañana. Bryony era de esa clase de gente desbordante y desbordada de pasión, capaz de alzar sus alas por encima del resto y sentir cada instante con todos los poros de su piel. Pero tan alto como una subía, más profundo se sumergía al caer.
Sentada en el helicóptero y protegida por la presencia vigilante de Frida, que permanecía a su lado como una guardiana de su cordura, Bryony estaba ausente. Su mirada perdida en un punto cualquiera del espacio. Su mente atascada en una imagen que se le repetía una y otra vez, una y otra vez. Tardaba un segundo de más en salir de ese ensimismamiento cuando alguien le hablaba directamente, como si necesitase un par de pestañeos para encuadrarse a sí misma en tiempo y en espacio. Aún así, se levantó y abrazó a Nikita cuando se le acercó, como si el gesto en su mano no fuera suficiente. «Yo también», musitó en su oído antes de soltarlo y volver a ensimismarse.
Abrazó también a Chiba, compartiendo con él parte del dolor que se le derramaba por dentro, y escondió su rostro durante casi un minuto entero en la curva del cuello del chico. Se refugió en otra piel por unos momentos y sollozó en sus brazos, hasta que lo dejó ir y regresó a su mutismo ausente.
Finalmente abrazó a Branwen, con más calidez y con una gratitud que volcó en un beso en su mejilla. Recorrió los rostros de las hadas, pero faltaba algo en su mirada opaca, faltaba ese brillo curioso y lleno de vitalidad que solían mostrar sus ojos. Faltaba un saludo desenfadado y alegre, una sonrisa descarada. No se sentía ella misma, ni tampoco parecía más que un cascarón vacío.
No hubo mucha diferencia en el polideportivo. Se dejó llevar por Frida a algún rincón y tan sólo se quedó ahí, mirando sin ver, en ocasiones hacia el espacio que la rodeaba y en ocasiones hacia la pantalla de su teléfono, donde unos y otros iban dando señales de vida, o no.
Saber que había alguien haciendo planes por ella, que la llevarían a Londres, dejó un soplido de alivio en su pecho. Se dio cuenta de que eso era justo lo que necesitaba. Alejarse, dejar que sus amigos la arropasen, buscar la energía que había perdido en aquel rincón del planeta donde sabía que podría respirar. Y tenía que hablar con Ashley, largo y tendido.
Aún así, había una certeza insidiosa en su nuca que la hacía consciente de que aquello sólo iba a ser una pausa, no podía librarse de la sensación de que, al fin y al cabo, había dado un paso al subir a aquella montaña que no podía retroceder. Ahora, una parte de ella pertenecía a Astérope y a ese grupo de desconocidos a los que había visto por fuera y por dentro.