Lejos de olvidarse de todo, durante aquel momento en brazos de Bediviere, los acontecimientos pasados, recientes o de aquella misma noche, se asentaron en el corazón de Nikita. No tenía una mejor comprensión de ellos, si acaso más y más preguntas, pero parecía que su posición en el mundo, en medio de todos ellos, se asentara en cierta manera, como si dijera un: "bien, aquí estoy y no estoy solo" y se quedara de pie frente a ellos, expectante. Temeroso claro, pero decidido. Algún día —sintió mientras lo arropaban sus brazos—, algún día sí, comprendería. O sería capaz de enfrentrarse a aquella cosa y muchas otras, muchas más. El calor que sentía en su corazón lo hacía esperanzarse aún en medio de las dudas e incertidumbres, incontables ya.
Por un momento paró de besar a la chica, deseando mirarla a los ojos y dejar que ella leyera en los suyos, como tantas otras cosas, ese destello de esperanza. Y contemplar su cara un momento más...
Nikita sonrió. Era la suya en ese momento una sonrisa cristalina, casi infantil. Rozó la nariz de Bediviere acariciándola con la suya, como si quisiera compartir un juego. Se sentía triste y optimista, turbado y sereno, cansado como un náufrago recién llegado a una isla llena de peligros y misterios pero que, después de todo, lo acaba de rescatar del mar.
Unos segundos, unos minutos - ¿días? ¿Semanas? - estuvieron tan sintonizados que
nada importaba más en la vida.
Eran los dos gesto y acto idénticamente dejados llevar y ni la inexperiencia ni las circunstancias lo ensombrecerían.
Entonces Adam estaba a un lado y su pánico resplandecía. El paro súbito extrajo de Branwen un suspiro, pero el vacío y el gesto sincero de emergencia, la hizo recomponer su deseo de comunión en otra forma.
Justo es de decir que su parte maliciosa estuvo a punto de proponer a su boca pedir descaradamente condones a voz en grito para mandar al cuerno su opinión sobre el resto del mundo, pero la parte a la que Adam le gustaba, por supuesto sin un paro cardiaco, vivito y coleando aunque fuera enfrikado, le dio tiempo a imponerse.
Le dedicó una mirada comprensiva y le acaricio la mano y el nacimiento del cabello.
- Es verdad. Es tu turno - expresó aún con las mejillas encendidas y el cabello medianamente desbaratado, pero con la respiración dominada aunque era difícil apagar la excitación. El ardor de la coca aún estaba en su organismo, pero el fuego se podía canalizar - Esperar. Puedo hacerlo. Tengo práctica - no puntualizó cuanta, pero el conjunto de señas era elocuente, y aun así, con la circunstancia del momento, era una intención sincera.
Se tumbó a su lado en paralelo con una mano en la de el y la cabeza trasteando en su hombro. Con la otra mano tanteo su bolso buscando la pitillera, pero al final sacó un pañuelo pequeño de papel.
- ¿Pero dónde quieres esperar? ¿Aquí? ¿En un lugar más intimo? ¿En una ducha fría, para compartir? - Le dijo tratando de ser no ser escandalosa. Lo encaró por otra vez para limpiarle el carmín de los labios y de allí donde una risita traviesa del público, pudiera asustarle y le metiera más pánico - sabes, y no te incomodes por favor, que me pones Adam Dyer, creo que ha sido evidente, y creo que en un interespacio por aquí - señalo donde anidaba su sonrisa ahora escondida - yo también te pongo. Pero si deseamos e intentamos llegar a tercera base que no te haga sufrir - le besó la mano con mimo - Si hay que esperar, se espera.
- Así que voto que si estas a tono busquemos lo íntimo o - inclinó la cabeza dudosa mientras se estiraba el borde de la falda - lo higiénico. Porque si no voy a elegir reclamar jugar a las preguntas y vas a escupir vetos como loco - bromeó buscando con pasión distenderlo - ¿Qué eliges? ¿Nuestra fiesta particular o la fiesta general? - sonrió dispuesta a todo - Pero pasaré de espirituosos y demás por un rato. O no respondo.
Por cierto que si al final hablamos - dijo aunque se le veía que quería que fuera el plan B o C - quiero contarte lo que he visto con el chute.
Cuando sus labios volvieron a separarse, Bediviere echó la cabeza ligeramente hacia atrás y respiró hondo y con los ojos cerrados, como quien cata la primera bocanada de aire fresco tras emerger de la densa polución de un casco urbano superpoblado.
Volvía a abrir los ojos, y contemplaba a Nikita, como si volviera a encontrárselo por primera vez. Sintió, como hubiera sucedido durante aquel almuerzo en el que parecían haberse tendido la mano en la distancia al descubrir que ambos serían estudiantes de la FEE, que un velo, otro velo, se levantaba entre ellos. Se fijó en que sonreía, de aquella manera ebria y aún así cristalina e infantil. Se fijó en que tenía hoyuelos, y no pudo evitar suspirar, como quien concede una pequeña victoria a regañadientes, antes de esbozar una leve sonrisa.
El roce de su nariz le producía escalofríos. Y cosquillas. La risa, escasa en su repertorio, emanaba de pronto de su garganta, sorprendiéndola a ella misma- Maldito polvo de hada...- musitó, por lo bajo- Soy una jodida hipócrita. -dijo, entre jocosa y resignada, siguiendo su juego y rozando su nariz, y entremedias, sus labios.
- Hay... Hay algo que te debería haber dicho ayer.-dijo, incapaz de no recordar el encuentro entre ambos, la anterior noche, en la terraza del piso de Nikita, teniéndolo contra su cuerpo- Realmente estábamos seguros, en lo que respecta a... Consecuencias infantiles. Tomo mis propias medidas.
El coche estaba aparcado de espaldas a la carretera con lo que Bediviere podía ver la casa de Bryony, el mar y el cielo de la noche por el cristal trasero.
La música se podía oír desde allí aunque a Nikita le llegaba bastante distorsionada.
Él adivinó, por el rabillo del ojo un brillo iridiscente en el retrovisor, como un centelleo. Ella lo vio mejor, por la luna trasera. Las cuatro o cinco nubes que habían en el cielo brillaron como por luz propia, de colores azul, blanco y amarillo.
Fue como un pulso, breve. Al que siguió una luz intensa, que venía del horizonte del mar, como un relámpago, y luego otro, y otro. Parecería una tormenta eléctrica de esas que ocurren mar adentro y cuyo eco se ve desde la costa si no fuera porque venía de abajo a arriba, y tenía otros tonos de color: blanco al principio de los destellos y alcanzaban su cénit en color amarillo y azul claro al final.
F I N D E L E S P E C I A L N A V I D A D
El siguiente post lo hacéis directamente en la nueva escena "La Gran Llegada"
Cuando Bryony, Ingvild, Carme, Azia, un chico moreno con cara de buena persona y otro, esbelto y rubio con una americana color oro viejo y una camiseta de rejilla llegaron a la zona de la piscina se toparon con Adam y Branwen juntos, tirados en el césped, cogidos de la mano.
Con la vista al cielo Branwen vio las únicas tres nubes que habían, durante un instante, tomar color azul-blanco-amarillo.
Luego todos pudieron ver —desde allí se veía el mar— algo que podía parecer relámpagos de una enorme y lejana tormenta en el mar. Primero un destello, luego como un fogonazo que debía ser gigante allá donde ocurriera. Luego otro, y otro. Parecían ecos de una tormenta marina pero no venían del cielo hacia el agua sino de abajo a arriba.
F I N D E L E S P E C I A L N A V I D A D
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