Fue hacia él atrayéndolo y adueñándose del espacio que se había atrevido marcar distancia, por mor de unas reglas, tan absurdas como las de la física. Pareció hasta desterrar el aire entre ellos y dejar, solo, la línea de la respiración, y burbujas de gemidos, que permitían el intercambio de una boca a la otra. Aliento fue dado en una dirección y devuelto en la otra como si fuera infinito, o mejor, rompiendo su barrera.
Lo que no fuera él y ella, Adam y Branwen, un nosotros vitaminado y en once dimensiones, fue desterrado a los confines de un antes o un después. Sensación y movimientos, muchos movimientos además del compulsorio de la mecánica primitiva del intercambio mujer con hombre y viceversa.
El final se alargó como el salto en el que la gravedad, todo el peso de la primera ley universal, queda suspendido en un largo sentimiento de liberación unificada. Incluso hizo que el descenso fuera el suspenso de una pluma en un sostén de paz conjurada por ambos, que hizo el momento santo y ya esta.
La dicha el verlo sonreír en su caleidoscopio de detalles, su ingrediente completador, su catalizador explorado, su Adam de la negritud fantástica y mirada de resplandor, la hizo alargar el éxtasis con profusión e impacto. La forma práctica no tenía el liderazgo en esa reacción. Era un corrimiento en el cerebro, y lo que se hilvanaba invisible de ahí vía el corazón a todo su cuerpoy campos mas alla, lo que le dio culmen de placer.
Se siguieron abrevando y él lo susurró. Ese 'Te Quiero' que era la corta y simple expresión de aquel instante, al que siguió la alegre y melodramática extensión de la personalidad de su chico, pero solo firme por un segundo. Como no, sin dejarla de sorprenderla, él mismo la dulcifico.
Bebió, sentada sobre sus codos en fascinación y embeleso, el alegato de su Amor y lo iluminó con su propia progresión. Se incorporó para dársela, encarándole cariñosamente en su arrebato después de que Adam cubriera la distancia de vuelta hasta ella, su figura, derramada de hermosura en la contemplación de Branwen - definitivamente le gustaban los chicos fibrosos - y le tomó las dos manos entrelazándolas alzadas como un marco que los guardara.
- Te amo Adam de Derl y Dyer. Te amo como tú me amas y si eso alguna vez me agobia es que mi mundo esta muy mal. Te amararé siempre. ¿Qué más verdad sabemos?. No temo muchas cosas, pero ahora temo mucho menos. Porque contigo se refuerzan las cosas que siento y como las siento. Porque contigo da mucho más sentido celebrar la vida. Y eso es, con hacer lo correcto, y estate muy, pero que muy orgulloso del mérito que te compete, lo más importante para mí. Y quiero darte lo mismo, en la forma que tu interior lo atesora y se hache lo más importante para ti. Quiero hacerte feliz siempre que pueda y cuando no, que no nos sea difícil saltar el obstáculo.
Le besó con el amor que estaba intentando definir, en el que lo que valía la pena era la eterna llama del amanecer. Luego - creyó haber contado hasta diez - lo hizo con el consiguiente delirio de lengua y risa.
Lo compartió así con el universo, solo boca y boca y quizás alguna limpia incursión del intercambio de vara y copa, como diría Sir Alan Moore y coloridas metáforas de miembros y genitales en alguna novela de Highlanders.
Cuando la realidad la dejó exhausta, se derrumbó sobre su gustoso pecho y le propuso tantear lo que tenían permitido con los carceleros mientras lo acariciaba con ternura.
- ¿Crees que nos traerán algo de comida y tal vez ropa? Estoy famélica si cabe el concepto en lo de forma onírica y nuestros atuendos dan algo de cante. Quizás nos puedan dar algo más acorde a nuestra posición con lo que nos podamos camuflar. Y algo para que no nos puedan seguir el rastro por el olor.
- Aunque - se rio - igual nos apetece olernos como nos perfumamos ahora. ¿Eau de Adwen? ¿O de Brandam? - se divirtió fantasiosa - Vamos a dar mucho empalago y no me importa un ajo.
- Ojalá el mundo se dedicará a esto y no a lo demás - hizo una mueca de decepción casi infantil, muy adolescente de tener razón - Se engañan. El coste-beneficio de nuestra manera en mucho mejor. Muuuucho, pero muuuuuuuuucho mejor.
Lo miró cómplice por un momento - ¿Crees que nos están escuchando? Ya sabes. Por agujeritos en los cuadros y eso - bajo la voz a apenas un hilo privado entre su boca y el oído de él - Pasadizos en las paredes. Pasadizos secretos - y le enarcó las cejas como queriendo decir ¿Por qué no? No tenemos otra cosa que hacer, además de explorar cuantas veces más podían hacer el amor, antes de que una u otra decisión del destino los encaminara en una u otra dirección, que entretenerse buscando - Yo empezaría por la librería. Siempre hay un libro que hace palanca - Su tono era de 'me lo estoy inventando, pero puede ser divertido llevarse la sorpresa de que no'.
Bediviere entendió, en base a los libros de Ariosto, que la comunicación escrita era diferente. Que quizá el idioma debía fluir, con pensamientos, referencias, e imágenes mentales, para que ella captase el significado de cada frase, y pudiese hacer aquella especie de descifrado y decodificado automático. La palabra escrita era estática y no fluía. Pertenecía a un momento pasado, y no a una necesidad presente. Se lamentó, pero entendió que no pudiera hacerlo.
Trató de pensar cómo debía ser la ropa de Ariosto y su mujer, y ayudó al montaje de su propio traje. Sabía que había mil cosas en las que debería estar pensando. Muchas personas por las que debería estar penando. Pero su mente había clausurado una parte. Había relegado el dolor a un segundo plano, aunque ahí estuviese en cuanto dejaba de distraerse, para que pudiese seguir adelante. Para que pudiese evitar una catástrofe y ver un mañana, y con ello quizás.... No. No podía permitirse pensar en un quizás.
Verse envuelta en aquel traje la agobiaba un tanto, y se vio obligada a respirar profundo, varias veces, para acostumbrarse a estar ahí dentro. Sin embargo, nada habría podido evitar que se quedase momentáneamente sin aliento, al salir fuera de la nave.
Miraba con asombro a su alrededor, donde un mar tormentoso de lava se imponía con su presencia ígnea. Sus pupilas negras bebían la luz, casi cegadora. Escudriñaban en las potentes corrientes que se arremolinaban en torno a la burbuja.
Nikita sonreía en su dirección, con la fascinación de un joven fauno que acababa de encontrar una fuente de agua plateada. Bediviere sonrió también, y trató de situarse cerca. Asintió, ante la sugerencia de Calista, y dejó que Nikita disparase primero. Se encomendaba a su abuelo, y manejaba el arma con conocimiento. A Bediviere se le pasaron un par de preguntas por la cabeza, pero se dijo que no era el momento.
Ella misma debía disparar, y para hacerlo, cerró los ojos durante un instante. Recordó el olor del verano, y las tardes extrañas pero especiales de tiro al plato que había pasado con Donatien, que la había enseñado a disparar, a apuntar, a mirar y a esperar el momento.
Respiró hondo, y escudriñó en las corrientes arremolinadas, tratando de definir sendas. Se tomó su tiempo, mientras apoyaba la culata del arma y cargaba. Entrecerró los ojos, creyó ver el camino. Se dijo que no podía fallar, y conteniendo el aliento, disparó.
Donatien parecía estar junto a Bediviere, como si ayer tarde mismo hubiera sido una de esas tardes. Los disparos de Nikita también dieron en el blanco.
Las postas salieron de las armas y se incrustraron en su blanco como negros insectos pegados en una lámpara. Se hundieron rápidamente y desaparecieron de la vista, arrastrados por la corriente.
Calista les invitó a quedarse un poco más, y pronto vieron por qué. Les señaló un grumo negro que flotaba en una de las corrientes de velocidad media —ninguna de las seis que estaban estudiando. La ginoide les dijo.
—Mirad, es la semilla de una montaña. Cuando ésta se forme, será su corazón.
Vieron a un venichiale salir colgado de una cuerda —también vestido con una escafandra— y aprovechar para cambiar una pequeña pieza de una broca.
Entraron en el soterano y cuando se estaban quitando el traje, la ginoide les invitó a un té con pastas, haciendo una broma.
—Me muero de ganas por cocinar. Os prometo que no me he olvidado.
Los tiros han sido magníficos. En dos horas sabremos algo.
Como por reflejo, Nikita contuvo la respiración también cuando disparó Bediviere. El pulso de la chica no tembló y las pequeñas sondas impactaron todas sobre el blanco. Soltó el aire en un suspiro y la miró profundamente aliviado. Lo habían logrado.
No podía alegrarse más de tenerla a su lado en aquel momento. Hacían un buen equipo, pensó. Lo habían sido la noche del maremoto —bueno, ahí podía él haber estado mucho más fino en la parte de la reanimación de Glorinda, todo sea dicho— y así se lo había parecido desde entonces, para lo malo y aún más para lo bueno, claro, pensó rememorando algún detalle de su noche anterior. De hecho el matiz de su mirada y su sonrisa cambió al recordar aquello y una pequeña risa a modo de resoplido se escuchó por el comunicador mientras pensaba en ellos dos como las personas más extrañas que conocía. No había más que mirar en qué estaban inmersos.
—Cómo te quiero... —le dijo, importándole bien poco que Calista también pudiera escucharle.
La ginoide llamó entonces su atención sobre un material más oscuro y los ojos de Nikita brillaron al imaginarse la historia de miles, millones de años, hasta que aquello que veían encontrara su destino en el interior de una montaña. Para entonces, todo lo que ahora acontecía sobre la superficie o en el reino subterráneo, toda violencia, toda conquista y toda muerte, habría pasado hacía mucho, al igual que los reinos a los que ahora aspiraban, y no quedaría nadie que recordara esas historias sobre la faz de la Tierra. Y aquel pensamiento atemperó su pulso y le hizo sentirse, por primera vez, y aunque fuera solo por un momento, distante y profundamente distinto.
Lo que le hizo volver a sentirse él mismo fue algo curioso: ver al venichiale trabajando mientras cambiaba algo en una broca; le resultaba imposible no empatizar con aquellos pequeños mecánicos peludos y malcarados.
De vuelta al interior del Cotone, asintió satisfecho al escuchar que tendrían resultados solo en un par de horas. Se giró entonces hacia Bediviere mientras terminaba de quitarse el traje.
—Si tenemos los resultados tan pronto, y aún tardaremos diez horas en volver, deberíamos intentar contactar con el búnker en cuanto sepamos algo: ocho horas pueden marcar la diferencia entre que nuestra información sea útil o no, tenemos que intentarlo.
Lo del té con pastas hizo que la sensación de hambre volviera con fuerza, aunque con una duda añadida.
—Calista, ¿tú sabes si… Puedo comer comida? —él mismo se dio cuenta de lo estúpida que sonaba la pregunta así planteada y trató de explicarse—. Quiero decir, ¿algo orgánico me alimentará? Porque, a ver, ¿no estoy hecho de piedra? Pero me muero de hambre… —explicó mirando a ambas y luego le entró la risa. Desde luego que era raro de verdad.
Bevidiere miró hacia Nikita, sonriendo tras su escafandra, al escucharle reir y decir cómo la quería.- Somos Major Tom. Ya sabes, Bowie, Space Oddity. - dijo, mientras aquella canción sonaba en su cabeza, en el seno del mundo, frente a la semilla de una montaña. Se llevaba una mano al pecho, al contemplar ahora sin la preocupación de acertar, aquel paraje ígneo y primordial.
No sabía si sus ojos reflejaban o no aquella luz fulgurante, pero sin duda la bebían. Aquello era como contemplar el sol por dentro. Era lo más increíble que había visto nunca y ni siquiera era sobrenatural. Era sólo el interior de la Tierra, se dijo, mientras entendía el por qué el aspecto de Nikita era tan espectacular, siendo alguien, algo vinculado a lo profundo del suelo.
Volvían al interior de la nave y las piernas le temblaban un tanto. La adrenalina pulsaba en sus venas, y le parecía increíble haber aguantado tantas horas sin fumar. Aunque las ganas, al pensarlo, mordían su cerebro, traicioneras.
Una vez fuera del traje, se miraba la piel. Se dijo que luego se metería de nuevo en la bañera, y la sola idea de sentir el agua la hizo estremecer, mientras se acercaba a Nikita y lo ayudaba a salir de su traje.
Escuchó su pregunta, y lejos de parecerle ridícula, lo miró, pensativa- Yo creo que sí deberías poder comer todo lo que comías antes. Piensa que siempre hemos sido quienes somos ahora... Sólo que con una máscara. No creo que la máscara lo cambie todo. Sólo atenúa cosas y da otro aspecto. O eso me parece a mí.-miraba entonces hacia Calista- ¿Es así?- preguntó, queriendo confirmar- Yo también quería preguntar... Calista, ¿sabes si la fisiología de la reproducción feer es igual que la de los humanos? Si puede haber parejas mixtas e hijos de ambos... Digo yo que no cambia demasiado. Y que los métodos anticonceptivos humanos deberían funcionar con los feer. -expuso, con aquel tono suyo analítico y científico de cuando de verdad se plantaba a analizar las cosas.
—Casi todos los feer pueden comer de la comida humana. Pero la idea de la dieta hay que matizarla, yo creo que entenderéis mejor si hablamos de cómo cada uno se nutre. Hay feer que pueden vivir de la música o de las lágrimas de los niños. El pan y el vino apenas alimenta a algunos, otros pueden vivir de comer flores. Los que habéis vivido entre los humanos podéis seguir comiendo lo que comiais pero iréis viendo que a lo mejor la comida no la necesitáis tanto como otras cosas, de las que antes no erais tan conscientes de su importancia para manteneros con vida.
Movió la cabeza a un lado y a otro para matizar.
—Hay cosas "particulares" y "mágicas", comer piedras, oro o alimentarse de los estertores de los moribundos.
Siguió hablando mientras ponía en marcha algunos artefactos de la cabina.
—Con la reproducción pasa lo mismo. Normalmente hace falta el sexo, pero su fisiología a veces puede ser mágica. Hay feer pueden quedar encinta de una lágrima de desamor y tener un hijo irascible de un amante que las haya abandonado. El semen de algunos feer, caído sobre la arena, puede crear una piedra preciosa cuya contemplación pueda dejar encinta a una humana. Cosas de ese tipo. Así que no, no confiaría en un método profiláctico. Hay que resignarse y correr el riesgo —sonrió con picardía—. Si vale la pena, claro.
Luego pudieron beber y comer y charlar con Calista, cuya conversación era amigable, y el tiempo pasó rápido.
A las dos horas salieron unos datos en números arábigos y la ginoide se puso a dibujar líneas en el gran mapa que tenía colgado como un parabán. A las tres horas y media tenían el resultado: en cuestión de tres o cuatro días iba a estallar Yellowstone. Lo que con toda probabilidad acabaría con la civilización humana y con gran parte de la vida sobre la Tierra. Calista les explicó que el aciago resultado no era inevitable.
—Es una mecha encendida, desgraciadamente no sé cómo pararla. Intentaré encontrar la manera aunque lo veo muy difícil, con tan poco tiempo. Lo que está claro es que quien ha puesto en marcha la cuenta atrás puede pararla.
Algo que le encantaba de Bediviere era escucharla hablar de asuntos científicos, o asuntos mundanos pero en tono científico. Era algo que tenía relacionado con su aspecto humano, pero ahora veía a la ninfa de las aguas hablar como un médico y aquello le hizo sonreír. Saber que habían tenido éxito en los disparos y que pronto obtendrían resultados, le había devuelto parte de su talante animoso y burlón, no necesariamente en el sentido de reírse de las cosas, sino de apreciarlas profundamente de un modo alegre. Los últimos días no habían cambiado eso, pero los eventos apenas le habían dejado dar un respiro. Estar allí abajo, sin embargo, en compañía de la chica y la ginoide —y a pesar de la misión que se habían encomendado—, tenía algo de la fuga con Bediviere con la que fantaseaba, aunque en un grado que hacía solo un día no habría siquiera podido imaginar.
Le respuesta sobre el alimento le satisfizo suficiente. Le alegraba saber que podría seguir comiendo como siempre, algo fundamental para seguir sintiéndose en parte humano —algo que, en el fondo, no concebía no ser en realidad—, aunque más adelante pudiera descubrir qué otras cosas podrían nutrirle. En cuanto a la reproducción, la cosa era diferente. Miró a Calista mientras enumeraba todas aquellos engendramientos dignos de mitos y leyendas y luego a Bediviere con una gesto un tanto perplejo sin saber bien qué pensar. A ella hasta ahora los métodos parecían haberle funcionado, aunque siempre con su máscara humana. Tal vez fuera por eso, o tal vez porque aún no se había dado la circunstancia en que una ninfa como ella pudiera concebir, fuera ésta la que fuera. Tomó la mano de la chica para hablarle:
—Mariam tutela hadas de las gemas desde hace más de trescientos años y es una bruja; digo yo que algo sabrá al menos de cómo podría dejar yo dejar embarazada a una mujer o un hada. Y también parecía saber bastante sobre tu naturaleza, así que podemos preguntarle mañana. Aunque espero que no le apetezca tomarnos el pelo… —negó con la cabeza con aire resignado—. Al menos conmigo siempre lo intenta. Pero tal vez sea diferente contigo, ya sabes, parece considerarte una igual —sonrió. Le iba a resultar extraño hablar con ella de esas cosas.
Pasó algo inquieto el tiempo que restó hasta obtener resultados. No podía dejar de deambular observándolo todo, preguntando a Calista y viendo cómo se desenvolvía cuando al fin llegaron los datos. Cuando la Doncella anunció su conclusión, Nikita se quedó muy quieto mientras el brillo de sus ojos y su rostro parecía opacarse.
Yellowstone… Si algo así llegaba a pasar, todo se acabaría.
Entonces se aferró a su talismán de la esperanza. Miró a Bediviere con decisión y se acercó a tomarle la mano.
—No va a ocurrir —aseguró con gravedad y confianza—. No, porque sino no habría Ashleys tomando champán del caro, ni celebraciones de ningún tipo, ni equilibrio preapocalíptico ni civilización tal y como la conocemos. No… Y nosotros vamos a pasarle la información ahora mismo a las chicas. Ellas avisarán a Senabre y todo se pondrá en marcha.
Apretó su mano con más fuerza y el brillo intenso del mineral pulido volvió a sus ojos. No solo era necesario actuar, sino lo único que podía librarle de caer en la desesperación completa. No podía permitir tampoco que Bediviere se derrumbara.
»Tenemos que contactar con ellas. Ahora mismo. Podemos hacerlo.
Y dicho esto, la abrazó con fuerza.
—¿Palanca...? —preguntó Adam divertido pudiendo advertir que, quizá, en aquel delicioso e inocente juego de palabras de Branwen, pudiera haber escondida una referencia al miembro del chico más la demanda de un tercer asalto. ¿Tercer... o cuarto...? Ya no contaba.... nadie lo hacía. Poco importaba. Las risas rubricaron esa chanza compartida con el mismo deleite de todo lo demás que compartían pues, precisamente al compartir, se convertía en deleite sin detrimento de qué fuera lo que compartían. Pleonasmos a hostias con la mano abierta.
—Yo te quiero Branwen. Y no sé si antes lo he hecho, pero ahora tengo la certeza de que esto es eso que los anuncios de chocolates llaman Amor. No sé si me hace débil o fuerte. Decidido o cobarde. Grande o pequeño. Supongo que me hace. Punto. Y me deshace. Todo a la vez. No sé si me explico. —trató de hacerse entender mientras jugaba a pasear las yemas de los dedos por el costado desnudo de su partenaire hasta aterrizar en las inmediaciones de un rosado y suave pezón.
—¿Hadas espías? —preguntó en referencia a la premisa de que hubiera gente tras los cuadros. La posibilidad resultó algo ligeramente excitante a la vez que traumática. —Coincido en que la posibilidad de que nos desenvolvemos lo suficientemente bien en este terreno de juego como para merecer público es una nada desdeñable teoría. —bromeó para exorcizar al demonio de la inseguridad y la vergüenza. —Aunque imaginarme a un grupete de hadas pajilleras al otro lado de estos muros me da más grima que otra cosa. Sobre todo con el concepto de nobleza que se gasta esta gente. Si esto fuera el mundo humano seguro que grababan a los rehenes en leno acto para publicarlo en un tabloide y hacerles perder credibilidad. Así de bajunos somos... er... son. Bueno, ya sabes. De cualquier modo... —apuntó levantándose— ...podemos llevar el asunto con cierto decoro y pedir intendencia recatadamente o...
Un ligero pase de modelos de la desnudez principesca de Adam dio por continuada la frase que llegaría a continuación, enlazada con esa "o" que seguía arrastrándose teatralmente para dar cabida a lo siguiente. El muchacho se sonreía a sí mismo. Miraba a la bella mujer a la que, no solo amaba sino que también se dejaba amar por él, y de vuelta, se solazaba en sus formas fibrosas, no muy diferentes de las propias del disfraz humano que había vestido durante toda su vida, pero sí lo suficientemente diferentes y exóticas como para que se gustase en su forma fae.
—...puedo salir con toda mi real majestad a exigir un trato digno de mi posición. Ropas y viandas que estén a la altura... vive Dios. Lo mismo me ejecutan por gilipollas... pero las risas que nos habremos echado no nos las quita nadie.
Las risas brotaron con una libertad impropia de una cárcel. Él volvió a abalanzarse sobre ella y la besó con pasión y descaro. Con dientes, lengua y alma.
—Ya ves... no puedes follarme tanto y tan bien. Se me va la pinza. Deja que me ponga unos pantalones y haré lo que pueda para conseguir lo que necesitamos. Tú busca esa palanca. Y conste que me refiero a la biblioteca.
La estilizada mano de Frida tomó el dibujo y lo sacó de su sitio, provocando una rozadura con el lápiz, en lo que estaba siendo un retrato que parecía desear cobrar vida. La asteropesa no lo miró.
—¿Pero qué hacéis? ¿Robar mi esencia como si fuera un puto juego? ¿Por quién coño me habéis tomado? ¿Por una piedra o algo así? ¿Acaso tenéis ni puta idea de lo que estáis haciendo?
Hizo trizas el papel. El cuervo voló hasta lo alto de un estante desde el que poder cotillear sin correr riesgos.
—¿Pero qué coño os pasa, me podríais haber hecho daño y os importa una mierda! ¡Probad con una manzana, joder! ¡Como si no hubiera comido ya bastante mierda por hoy! ¡Y lo que nos queda!
Primero se dirigió a Ingvild, señalándola.
—¡Como me vuelvas a enfocar esa mierda de protocámara fotográfica te la rompo en la cara! ¡Estás avisada!
Y luego a Bryony.
—Joder, y yo que creía que te importaba ¡Vete a la mierda tía! ¡O eres muy tonta o muy hija de puta o las dos cosas! ¡Ni me contestes!
Carme observaba seria, y aunque no había nada en su gesto que pudiera decirse agresivo, sí podía resultar intimidante aunque no para Frida, que le sostuvo la mirada con verdadera furia.
backup Frida
Bry dio un respingo cuando el papel desapareció ante su ojo y miró a Frida como si su amiga se hubiese vuelto loca del todo. Abrió la boca con indignación al ver cómo destrozaba su dibujo. Adoraba el arte efímero y era la primera en hacer una bola con los malos bocetos, pero aquel le estaba quedando genial y ni siquiera había llegado a poder contemplarlo.
—Tía, ¿pero qué haces? ¡Que no es peligroso! —exclamó—. ¿Tú te crees que si fuera peligroso Ingvild habría propuesto hacerlo contigo? Estás de la olla.
Señaló con la mano hacia el artilugio con las runas apagadas.
—¡Además, mira! El chisme ni siquiera está funcionando, ¿no lo ves? —Buscó a Ingvild con la mirada—. ¡Díselo!
Bediviere escuchó la respuesta de Calista con interés casi científico, aunque el tema de la reproducción la dejase un tanto desconcertada. Miraba a Nikita, cuando mencionaba eso de crear una piedra preciosa en la arena. Tenía pinta de poder hacer algo así. Tendrían que ser cautos, si se divertían en la playa alguna vez- Preguntaré a Mariam yo, si lo prefieres. -sugirió, antes de prestar atención a la comida y la bebida.
Comió, con ganas. Hasta ese momento no había sentido hambre, pero era más bien la tensión de la situación la que la había mantenido oculta. Con el primer bocado su estómago se abría, y reclamaba con un rugido audible que la hizo pedir disculpas.
Esperó, junto a Nikita y Calista, a que la información de las postas llegase, y cuando la ginoide comenzó a resolver aquellos cálculos, tomó la mano del asteropense, apretándola ligeramente.
Veía a Calista trabajar sobre Wyoming, y no quiso pensar en lo obvio y más trágico, pero no le hizo falta. La propia ginoide confirmaba que Yellowstone se había convertido en una bomba de relojería, y Bediviere había visto suficientes documentales al respecto como para saber lo devastadoras que serían las consecuencias- Yellowstone...-susurró, profundamente impresionada, y con la voz temblorosa- Wyoming está a tres Estados de Luisiana. -todo lo que conocía iba a saltar probablemente por los aires. Iba a ser borrado de la superficie de la Tierra. Y en un caso extremo, quizá podían escaparse hacia Agartha y sobrevivir bajo tierra, pero habría tantas pérdidas y lamentaciones que jamás podría vivir en paz.
Los ojos se le habían llenado de lágrimas, cuando Nikita aseguraba que aquello no iba a ocurrir y la abrazaba. Tragó un sollozo, contra su pecho de piedra, y asintió, en silencio. Había mencionado el término profecía autocumplida demasiadas veces hasta ahora. Pero nunca había tenido tanto sentido. Estaban ahí, porque en el futuro Yellowstone no había acabado con la civilización humana. Porque en sus manos estaba evitarlo.
- No han sido los feer que asaltan las ciudades.-dijo, pasándose el dorso de las manos por las mejillas, humedecidas- Es la bomba de relojería que va a obligar a ambos bandos a negociar una situación estable para todos.-mencionó, segura de lo que decía- Es la tercera mano de la que hemos hablado otras veces. -apuntó, para tomar de nuevo sus manos.
- Vamos de nuevo al camarote. Quiero estar segura de que hago todo lo posible para que salga bien. Quiero meterme en el agua.
Tirada Intrspección + Psyché 14
Ingvild tragó saliva con dificultad. La pregunta de Bry no era de las que admitían una respuesta binaria sino más bien toda una escala de grises, más cercanos al negro que al blanco, como si la cortina que ocultaba el lienzo en el interior de la cámara filtrara la luz del universo de posibles réplicas (y sólo si "cortina" se refiriera a cierto estado mental fraudulento en la noruega).
—Eeeehm....
Lo cierto es que había empleado tan sólo una vez la cámara con modelos humanos, con resultados que el más optimista podría calificar como "no fatales". Por otra parte era una lástima ya que el dibujo estaba quedando de miedo.
—No, tiene razón, Bry. Justo de eso hablaba con ella —le explicó rápidamente a Frida— Nos íbamos a concentrar sólo en una de tus orejas —cada vez hablaba más rápido— Igual es verdad, no estaba funcionando... no del todo —finalizó, más para sí que para Frida. La verdad es que el dibujo de su amiga sí que parecía estar capturando algo, y suponía que Bry también se había dado cuenta pues no se había detenido en las orejas de su amiga sino que había continuado, absorta e impulsada por la inspiración del momento. El proceso parecía tener cierto elemento adictivo que Ingvild ya había intuído con anterioridad y que el proceder de su amiga parecía confirmar.
Levantó las manos en señal de rendición.
—Mejor lo probamos con otra cosa, ¿vale?
Adam optó por la opción "por las buenas". Aquello de que le saliese el Versalles de pronto no auguraba nada bueno y, además, la pantomima seguro que caía por sí sola en un ataque de vergüenza repentino. Así, pantalones en ristre, hizo sonar la campanita que estaba situada junto a la puerta para ese tipo de servicios. Mientras esperaba se atusó un poco el pelo que, sin duda, debía de estar placentera y amorosamente alborotado tras las sesiones de húmedo goce recién desplegadas. Y hablando de despegar, mientras esperaba también se solazó con su propia anatomía una vez más. Era muy curioso redescubrir el cuerpo propio como si fuera algo ajeno... el lugar dónde se hallaban los recovecos, el no-ombligo tan ausente como siempre, los anticiclones de vello corporal aquí y allá o el color de los pezones. Se buscó pezones pensando que, si no tenía ombligo, su cuerpo igual también adolecía de aquella glándula que, ya en el cuerpo humano masculino era vestigial, en el cuerpo fae, lo mismo ni había rastro. Si las hadas no nacían en un parto normal, si no había placenta ni cordón umbilical, ¿qué le garantizaba que pudiesen ser mamíferos? Pensaba en su madre, la Reina Nofret y no se la imaginaba amamantándole las primeras horas de su vida antes de abandonarlo a su suerte en la fría Canadá. Tras un acto así de íntimo y maternal, no era fácil empatizar con alguien que se separaba de su hijo para siempre, quizá. Por mucho sesgo cultural que hubiese, las madres feéricas no tenían instinto maternal. Ninguno al menos que se pareciese al instinto que las madres de todas las especies del reino animal profesan para con sus crías.
En estas diatribas se encontraba mientras esperaba y, entre rebuscar entre su piel y deleitarse con la de la bella Branwen que se vestía mínimamente para no presentar más de lo debido al guardia, pasaron los segundos de forma diligente hasta que un tipo con librea apareció por la puerta. Parecía uno de los que le habían acompañado tan amablemente a las celdas. Adam no sabía hasta qué punto aquel tipo podría estar o no involucrado en la trama del Duque, el Ojo Único o todo lo demás, pero decidió que poco importaba y que desde el momento en que había decidido seguir ese camino, no pensaba que improvisar fuese una buena idea. Ergo.. segur el plan era "el plan".
—Le pido disculpas, soldado... —asaltó amablemente con un formulismo de usted que no había decidido, pero que salió solo. —Necesitamos algo de ropa y, de ser posible, un poco de comida. No hemos venido adecuadamente ataviados y me temo que nuestra buena voluntad ha sido malinterpretada.
Un gesto vagamente teatral abrió gesto para señalar a la chica que, como él, a medio vestir, permanecía a unos pasos de distancia. Mientras, Adam sonrió humildemente. De hecho, no sabía hacerlo de otra manera. Durante toda su vida había ensayado esa sonrisa tierna y retorcida de perrito apaleado que necesitaba ayuda y, quizá, un abrazo. No era pose. Era él. Aquel era el papel de su vida y aquella era la noche del estreno. Confiaba en que fuera suficiente, pero aún no había terminado su alegato.
—¿Sabría decirme si han avisado ya...? —preguntó en voz baja como si aquella teoría de Branwen de oídos de hada en las paredes fuese cierta. Quizá un paso mínimo para cercarse y, sin ser invasivo, ganar confianza y tono de confidencia. —¿Han cerrado las puertas, soldado? Las bombas termobáricas que va a utilizar el bando humano van a devastar todo esto. Morirán millones de los nuestros. Le hemos rogado al Duque que haga algo... pero me temo que este ha sido inflexible. ¿Es así? No dormiré tranquilo si sé que la gente que es mi pueblo va a morir por la cabezonería de un burócrata... tanto da si mañana me espera ese cadalso de ahí abajo o algo peor. Por favor, soldado... dígame si ya han dado aviso para que protejan cada ciudad, cada aldea, cada Horatura... se lo ruego. Seguro que tiene familia. Dígales que se protejan... que se oculten dónde puedan.
El guardia fue tan amable como durante el camino, su cara lo dijo todo. Las autoridades no habían movido un dedo y tenía que esforzarse en evitar hacer visible su indignación, cosa que no consiguió.
Poco después, ya solos, el anillo de Branwen se hizo visible y la galesa comenzó a ver números en su mente que tenían que ver con la frecuencia de ondas relacionada con el sueño, como si estuviera calculando una frecuencia de onda. Ella supo que tenían que dejarse llevar por el sueño y cuando lo hicieron despertaron en el búnker.
La mirada de Frida pasó, para Bryony, de indignación a tristeza, pero no se disculpó. Para Ingvild cambió a algo más cercano a la cólera. Luego permaneció esquiva todo el día. Si la primera trató de hablar con ella, al principio Frida le pidió que no tenía fuerzas ni ganas para discutir y si Bry insistió, Frida sólo le pidió que pensara más las cosas, y más en los demás. A Ingvild, si lo intentó, no le dejó acercarse. La noche la durmió sola, apoyada en una pared con los auriculares puestos y un kimono amarillo chillón con dibujos de pájaros azules.
A eso de las dos de la madrugada despertaron Branwen y Adam en el búnker. En ese momento todos estaban en forma humana. A las tres sintieron la sombra de Bediviere, precedida de una sensación de humedad, y oyeron su voz. Les comunicó habían localizado el lugar en el que iba a ser la erupción volcánica: Yellowstone. De ocurrir, sería un verdadero apocalipsis, al menos para la especie humana.
Los que estaban en el búnker pudieron comunicar el descubrimiento de Branwen y Nikita a Senabre por radio. Después pudieron hablarlo con él en persona, en una visita que les hizo con un comando de fuerzas especiales que lo escoltaban, al amanecer. Para entonces ya había llegado el soterrano, un vehículo extraño, del tamaño de un autobús, con brocas en ambos costados que después de haber desembarcado a Nikita y a Bediviere—que llegaron con su aspecto humano y con ropa para cambiarse— y se hundió de nuevo en la tierra como una lombriz metálica, por el mismo agujero que había hecho en la piscina cuando emergió.
Luego todos pudieron hablar con el jefe de la oficina de la TEPA, al amanecer. Los soldados que lo acompañaban llevaban, además del equipamiento militar más moderno, unas largas varas labradas con adornos geométricos —a la espalda, junto con el fusil táctico—, unas guirnaldas de colores atadas al casco, unas botas más largas de lo normal, al igual que las camisas, que les llegaban hasta las rodillas y un cinturón con la hebilla de un caballo, que también era el emblema de los escudos que llevaban, junto con la palabra "Călușari". El jefe de Joana iba con su traje de siempre y un casco. Les contó que su profesora había ido a ayudar en la liberación del Hospital de Atlaneva. Se estaba dando una dura batalla allí. Se marcharon a los cinco minutos.
Sigue en la escena "La Ciudad de los Muertos"
El Hechizo de la burbuja de intimidad se asentaría en los recuerdos de Branwen como un Oasis de desahogo, incluso consciente de las posibles consecuencias.
Un memento en el que guardar instantes como el concepto 'Palanca' - apuntalado bajo la vieja consideración Arquimediana de ser capaz de levantar el mundo, Su Mundo y las chanzas comparativas con la 'palanca' de Nikita (esa que había enarbolado en un par de ocasiones). La confesión de verla más como la extensión consagradora de un diseño perfecto (y en concreto en este espécimen) en el que el suyo propio era el que le daba significado también entro. Y claro esta también la referencia a la deriva cursi que toda aquella excitación creaba en ella, demostrándole que no era él el único con el que el sexo ablandaba la razón.
La confesión de que con la presencia del chocolate en la conversación ya la había conquistado, flotando en la libre confianza en ese pico de vínculo que estaban compartiendo, se acolchó con sonrojos en su cerebro escapando hasta sus mejillas. Tan literal como el último roce antes pedir a abrir la puerta para intentar continuar pasando el mensaje, con la incertidumbre de una reacción desconocida.
Impregnaba su contemplación de ese intercambio tan sencillo con el soldado, con la fidelidad de la expresión de su Amado a su auténtica personalidad y sabiendo que ese segundo era la vez que más lo había amado. Ojalá, se repetía, ojalá aquel pequeño empujón a las circunstancias estuviera sirviendo de algo y algo para bien.
Los otros instantes no fueron tan sabios o estridentes como para destacar en la superficie de sus recuerdos, pero no los abandono ni por un segundo a su suerte. Lo vivió con la intensidad pausada que en ocasiones se había puesto a practicar en el pasado y que por primera vez estaba funcionando.
Quizás era tener el catalizador - Nubio y alto y fibroso - al lado o que estaba en el camino de crecer, pero ahí estaba el fruto.
Cuando la respuesta a su escapada (había comprobado la librería y como era normal era solo una librería, pero le había dado tiempo a ojear los libros a ver si encontraba algo que le hiciera levantar una ceja de interés, sobre todo con las ilustraciones embebidas en toneladas de texto ininteligible, a las que hizo fotos y también a las presentaciones) le vino a través del canal en su dedo, dio un suspiro de resignación seguido de otro de activación.
Juntándose con su Chico se apresuró a transformar la información en un mecanismo que ella y él pudieran actuar para devolverles a la otra margen del mundo. Supuso y para bien que lo mejor iba a ser la música, susurrada hasta que los fundiera en un sueño rodeado de tarareos sutiles que se entregaron con las frentes intimando y los ojos conversando hasta cerrarse y las bocas pulsando hacia el mismo espacio.
No tuvo muy claro que sonó, pero sintió garabatos de las trazas de Epicuro el Sabio con su calvorota pelada escuchando como un Zeus dorado (y con pintas de Adam sobre todo en la sonrisa) desde bambalinas usaba el número Pi (los pitagóricos tenían razón, maldita sea) para revertir la magia. Enganchada a la secuencia se puso a ver desfilar los dígitos uno a uno hasta el infinito con la solaz del que el tono que los pronunciaba era el de la voz de su Amor.