Partida Rol por web

La visión de aquellos ojos azules fue todo lo que pudo haber pedido. Lo mejor que podría haberle dado aquel momento, junto con aquellas palabras, que llegaban retirando de sus hombros una carga que había reposado sobre su espalda durante demasiado tiempo.

Sin embargo, el ver que se iba, que se alejaba, llenaba su rostro de pánico- No... ¡No!- murmuró, alargando la mano, de nuevo mientras se distanciaba de ella- Ne t'en vas pas!*- rogó, con la voz menuda, agarrotada- Retourne avec moi!*-clamó, avanzando, mientras lo veía desaparecer entre la gente, quedando de pronto quieta, perdida, desorientada, cuando no pudo encontrarlo ante su vista. 

La música sonaba. Farhiya bailaba, y todo seguía como si absolutamente nada hubiese ocurrido y sin embargo, Bediviere no pudo evitar sentir el profundo dolor de la pérdida. Una pérdida repetida, que esta vez era eterna.

Miró alrededor, con la respiración desbocada y el rostro anegado. Se llevó las manos al pelo, acariciándose el cogote, la coronilla, abrazándose a si misma antes de abandonar la pista. 

El teléfono le vibró.

Eran dos mensajes de texto de Nikita:

Aquí estoy

Voy a buscarte

Leyó aquellos mensajes, y se pasó el dorso de la mano por las mejillas. 

Te espero

Respondió, buscando un sitio visible donde quedarse quieta, adjuntando una foto de cualquier referencia con la que pudiera encontrarla en medio de toda aquella gente. 

Guardó el movil en el bolsillo de su falda y se encendió un cigarro, con las manos temblorosas. 

Llegó la respuesta de Bediviere:

Te espero

Y una foto de una puerta doble junto a una palmera kentia.

Se colocó junto a una puerta doble de madera y le hizo una foto.

Aún estaba sentado en el suelo cuando llegó la respuesta de Bediviere. Se quedó un momento allí todavía, mirando la foto que le había hecho llegar y también su foto de perfil. Después cerró los ojos para respirar hondo mientras visualizaba a la chica en su mente y pasó las manos por sus mejillas queriendo asegurarse que no quedaba en ellas rastro de las lágrimas.

No sabía ni cómo calificar lo que acababa de ocurrir. Al menos Billie Ellison era una persona real y si lo era podría encontrarla, quiso pensar, si no en aquella fiesta en su hotel de la Atlántida. O tal vez tratar de conseguir su teléfono por medio de su tío Achille. Tenía que hablar con ella e intentar comprender qué había pasado con su hermano. O ya puestos tratar de comprender qué les acababa de pasar a ellos. Se preguntó si la chica estaría igual de confusa que él… Allá donde estuviera… En fin... Debía haber hecho caso a su humor asteropés y haberse vestido con la camiseta de Talking Heads con el lema "Stop Making Sense".

Antes de abandonar la terraza se pasó una mano por el pelo para tratar de ordenarlo mientras miraba hacia el horizonte invisible ahora entre el cielo y el mar nocturnos. Buscó en el firmamento la luna y maldijo al recordar que solo dos días atrás había luna nueva; si esperaba contar con algo de luz natural para ir en busca de la striga parecía una señal más de que aquello no era buena idea. Y sin embargo no abandonó por completo sus pensamientos. No podía más que pensar en David Ellison y en que pudo haber muerto por no haber hecho nada.

Respiró hondo una última vez mirando hacia el mar ahora inaudible y volvió sobre sus pasos en busca de Bediviere.

Se apoyó contra la pared, junto a la puerta, consumiendo el cigarrillo con avidez, y pasándose de nuevo la mano por las mejillas, cada vez que notaba cómo se le salían las lágrimas. 

Sacó su cartera, y observó la misma foto que había contemplado aquella mañana. Aquellos ojos azules, aquel pelo rubio desgreñado. Bryan le devolvía la mirada desde detrás del forro de plástico transparente, junto a su propia imagen del carne de identidad.  Dio una calada, mientras acariciaba aquel rostro, antes de volver a plegar la cartera y guardarla. 

La idea fugaz y peregrina de haber cedido ante la posibilidad de irse con él, provocaba que mirase, absorta, hacia el suelo. ¿Podría habérsela llevado de verdad? Se preguntó, tragando saliva.

Las palabras del mensaje de Nikita, se le antojaban una suerte de ancla. Se sentía egoísta, él no tenía por qué ir a por ella, ni rescatarla. E iba a encontrarla hecha unos zorros. Pero no quería estar sola. No en ese momento en el que estar sola era correr el riesgo de empezar a considerar su decisión un error. 

Nikita encontró a Bediviere fumando, nada más entrar, junto a una de las dos puertas del salón más grande de la casa.

El ambiente era muy oscuro. Lleno de gente bailando. El dj pinchaba música electrónica proyectando haces de luz contra las paredes que hacían dibujos de formas móviles.

Se veían el uno al otro de color gris oscuro salvo cuando uno de los haces proyectado en su pared les iluminaba por un instante de blanco, rojo, verde, amarillo o lila. Él no llevaba los audífonos pero podía sentir las vibraciones de la música, que fluían con la iluminación.

A veces un foco iluminaba a alguno de los que bailaban, haciéndole brillar en la oscuridad.

Bediviere levantó el rostro, mientras fumaba, y suspiró, al verlo. 

Tenía los ojos vidriosos y enrojecidos, y las pupilas absolutamente dilatadas, casi negras. Lo contempló, aún clavada en el sitio, con el maquillaje ligeramente estropeado. No habían hablado, realmente, desde la noche anterior, y durante un instante, se sintió perdida y no supo qué hacer, o qué decir, después de haberse ido de aquella manera de su casa, a primera hora de la mañana. 

Contrajo el rostro, en una mueca indescifrable, en la que había una profunda confusión, una casi palpable tristeza y un dolor difícil de describir, y se acercó a él. Y sin mediar aún palabra, escondió la cara contra su pecho e inspiró. Aún en medio de aquel gentío, y con el humo que cargaba el ambiente era capaz de reconocer su olor. 

La vibración de la música golpeaba en su cuerpo, mientras sentía la proximidad de su calidez reconfortante y alzaba el rostro, para mirarlo, permitiendo que pudiera verle los labios- Lo siento.

La sonrisa inicial de Nikita al contemplar la silueta de Bediviere se esfumó rápidamente cuando la luz alumbró su rostro. Que había llorado era más que evidente y su gesto, ora oscuro, ora iluminado por los focos, transmitía un intenso dolor. Los ojos del chico se llenaron de inmediato de preguntas. Quiso acercarse y abrazarla pero fue ella quien se refugió en su pecho como si quisiera desaparecer en él. Nikita la rodeó con sus brazos confuso y mortalmente preocupado. No imaginaba qué había podido pasar.

Esperaba con todas sus fuerzas no haberla disgustado por no haber escrito en todo el día. La chica se había marchado sin despertarle y asumió que quería estar tranquila y que se verían aquella misma noche, pero ahora se daba cuenta de que había hecho mal. Pero no, era evidente que eso no era más que una tontería y que algo tenía que haber ocurrido para que estuviera así, tal vez una mala noticia.

Cuando se separó para mirarle a la cara, Nikita aguardó con impaciencia sus palabras. No esperaba una disculpa sin embargo, en absoluto, e inmediatamente se notó en su ceño al fruncirse confuso y el movimiento de su cabeza con el que indicaba que, fuera lo que fuera por lo que le pidiera perdón, para él no tenía sentido.

La miró intensamente a sus pupilas completamente oscurecidas tratando de comprender. Tal vez había tomado algo y tenido un mal viaje. O tal vez había tenido un "viaje" similar al suyo.

Hablar sin ser capaz de oírse siempre era incómodo, más aún cuando ni siquiera sabía bien qué volumen debía dar a su voz. Acercó los labios a su oído:

—¿Qué ha pasado?

Entrecerró los párpados, al sentir el roce de sus palabras contra la piel. 

- Ha venido a buscarme. -dijo, mirándolo con evidente dificultad, cerrando suavemente los puños, agarrándose a su camisa negra . No creía que hiciera falta explicar quién había venido a buscarla- De repente estaba ahí... Entre la gente. Era... Era tan real. Y estaba tan frío. Era él, Nikita. No tengo ninguna duda. -explicó, notando cómo volvían a salírsele las lágrimas, al recordar aquel tacto de hielo, sobre su pelo.

- Me dijo que se había acabado mi sufrimiento. Que había... venido a llevarme con él. Y su voz... Sonaba como cuando...-añadió, apretando momentáneamente los labios, como si se corrigiese, como si omitiese sobre la marcha algo que estaba a punto de decir- Como si yo estuviese debajo del agua.-especificó, con un sollozo- Le dije que no podía acompañarlo. Que yo estaba viva. Y se ha ido. Y creo que se ha ido para siempre.-pronunció, finalmente, notando cómo volvía a estrangulársele la voz, mientras se quebraba, temblando, contenida, entre sus brazos. 

Seguía los movimientos de sus labios con avidez, asintiendo levemente con la cabeza. Su corazón comenzó a latir con fuerza al imaginar lo que ella contaba, al saber lo real que había sido su encuentro. Y ese tacto gélido… Cuando ella habló de oírlo como si estuviera bajo el agua, Nikita la miró con dolor. Así era como había escuchado él a los demás en los lugares especiales, a todos excepto a ella, y aquel sonido, relacionado en su caso también con el momento próximo a la muerte, le ponía los pelos de punta.

Habría querido acariciar su mejilla, limpiar sus lágrimas mientras hablaba, pero no se atrevió a tocarla, no cuando escuchaba lo que le estaba diciendo. Tragó saliva nervioso, esperando el desenlace de su historia, sintiendo una mezcla de pavor y alivio final al saber de su respuesta. Sin embargo había una tristeza infinita en sus últimas palabras y la sintió temblar entre sus brazos.

—No para siempre —dijo de nuevo en su oído—. Volverás a encontrarlo. Pero no ahora… No ahora —y no pudo evitar que esas últimas palabras sonaran como un ruego mientras volvía a estrecharla contra sí para abrazarla con más fuerza.

Si aquello era una fiesta, Adam no se había perdido gran cosa a lo largo de sus casi veinte años de vida. El lugar era espectacular, la música muy interesante y las bandejas de aperitivos y bebidas que pasaban a su alrededor llamaban la atención... pero también había una cantidad ingente de personas arremolinadas en grupos que hacía casi imposible moverse con cierta comodidad. Todas ellas hablaban vociferando y gesticulando exageradamente como si se conocieran de toda la vida. Desprendían una alegría que al chico se le antojó forzada y antinatural. 

¿Y él... con quién debía de hablar?

Branwen charlaba con ese chico de su clase. Sonreía y se mostraba realmente relajada... con ganas de que cualquier cosa que le contase este le resultase igualmente interesante y divertida. ¿Esa era la actitud que se esperaba de uno en una fiesta? Es sí... ella habló de bailar y esto hizo que Adam, de manera nada forzada, soltase una carcajada que, por otro lado, resultó liberadora.

—¿Bailar... ? ¿Bailar twist? —tuvo que repreguntar ante el absurdo que suponía aquel ofrecimiento. —No mientras viva... creo. Aunque como ya sabes, últimamente estoy haciendo muchas cosas que nunca antes había hecho así que...

Un encogerse de hombros rubricó la frase que quedó inacabada.

—¿Has visto a alguien de los demás...? He preguntado por Bry a la chica con la que me he cruzado en la puerta pero no me ha sabido dar indicaciones. Me da que lo más apropiado sería saludar a la anfitriona, ¿no?

El chico trataba de mimetizarse y hablar y comportarse cómo lo hacían los demás en aquel lugar, pero se sentía como un pulpo en una ferretería. El cumplido sobre su aspecto lo pasó por alto y, no por mala educación pero sí por incomodidad con todo cuanto le rodeaba, no respondió con otro de regreso sobre el estilismo de la chica. A Idris le dedicó una sonrisa que pareció más una mueca extraña y un apretó de manos con poca fe. No quería quedarse con aquella proto pareja. La probabilidad de que estuviesen ligando era grande... ¿acaso no era ese el fin último de las fiestas? Pues eso... esfúmate, tío. 

Se dejó arrastrar de nuevo contra su pecho, y asintió ante el ruego percibido de sus palabras,  sin hablar, mientras se abrazaba a él, meciéndose lentamente, sin pretenderlo, como si la cadencia de la música y de los latidos que retumbaban tras sus costillas la acunasen. No. No iba a irse a ninguna parte, pensó, estremecida.

Respiró hondo, varias veces, tratando de serenarse, antes de ser capaz de volver a mirarlo, con las mejillas humedecidas y sonrosadas- Te prometo que no suelo llorar tanto. En público.-dijo, en lo que pretendía ser un comentario jocoso que perdía el gas a medio camino de ser pronunciado, tomando sus manos, en un gesto que le salía, en ese momento, de manera casi natural. 

- No estoy siendo justa contigo. Después de la bomba de humo que lancé esta mañana en tu piso, no debería estar amargándote la fiesta. -dijo, mirando acto seguido hacia el suelo. 

Acercó la boca a su oído.

—Te oigo ronronear y quero verte lordoseando… ¿Me dejas que te bese un…?

Y tras una pausa y mirar hacia un punto del jardín.

—Mi deseo por vos es más grande que el mundo Bryony, pero yo tampoco soy libre del todo. Me temo.

Desde allí voz autoritaria, femenina, les interrumpió.

Era una mujer con la apariencia de la María Antonieta de un universo paralelo en el que el Rey Sol viaja con su séquito por el espacio. No tendría mucha más edad que Bryony pero sus cejas parecían depiladas y su cara estaba cubierta por un maquillaje blanquecino. También parecía que llevara el pelo rapado al cero, al menos la parte más cercana a la cara. La vestimenta era oscura y lucía un tocado quizá renacentista adornado con una cruz de plata.

—¡Josean! ¡Qué haces contemporizando? Venez ici immédiatement !

Josean se encogió de hombros y disculpándose torpemente con las dos —No quería ser grosero con nuestros anfitriones Grande Dame —aducía, incorporándose, sin disimular apenas una sonrisa traviesa.

La "Gran Dama" les miraba erguida, apoyada en un bastón blanco con una cabeza de león de oro del tamaño de una naranja por mango.

Se le escapó un suspiro al notar su aliento cerca del oído y ya estaba entreabriendo los labios para responder afirmativamente, aún sin saber cómo terminaría esa frase, cuando Josean se interrumpió. Bryony lo miró, pestañeando, sin entender por qué se detenía cuando la cosa se estaba poniendo interesante de verdad. 

Tuvo que pestañear de nuevo al ver a la mujer, que parecía sacada de la misma obra de teatro decadente que el joven. Sus labios dibujaron un mohín de fastidio al escucharla y se echó un poco hacia atrás, haciéndole ojitos desde allí. 

—No se enfade con él —pidió—. Sólo estábamos hablando. ¡Bonito bastón!

No parecía que tuviera edad para ser su madre, pero se portaba como si tuviera una autoridad similar. ¿Su hermana mayor? ¿Una compañera mandona? Al menos no le pareció que fuese su novia. Ladeó la cabeza y lo miró a él con un anhelo difícil de ocultar para lanzarle una andanada de preguntas. 

—¿Te tienes que ir? ¿Volveré a verte? ¿Me das tu whatsapp?

Fue alejándose mientras se disculpaba.

—Si lo tuviera… Si supiera lo que es y lo tuviera… Te lo daría. Claro que te lo daría. Nos veremos, claro que nos veremos, pero ahora los deberes me asisten.

Cuando le pidió que no fuera severa con su amigo y le alabó el gusto por su bastón, la dama le dedicó a Bryony una sonrisa amplia, infantil y mientras Josean se le acercaba lo hincó en el césped.

—Vamos, que nos esperan para los fuegos de artificio.

Y luego, sin abandonar la sonrisa, dio otra orden, esta vez al bastón, haciendo un gesto como de mago de circo, en un extrañísimo idioma que sonaba rasposo.

Ambos se despidieron con una reverencia y mientras se retiraban el bastón creció hacia arriba y la cabeza de león reventó soltando una nube de algo que parecía purpurina liberando alambres de cobre que cuando se estabilizaron quedaron como si fueran las ramas de un árbol que tenía hojas de plata y frutos de oro con la forma de pequeños leoncitos.

Al los pocos segundos ya no había ni rastro de esas dos personas, aunque el árbol metálico permanecía allí.