A pesar de lo serio de la información que acababan de escuchar, Efrain no pudo evitar sonreir al escuchar la oferta que Cécil le hizo a Mikeala. Casi se diría que la conoce mejor que yo, pensó divertido. Tal vez por eso, la intervención de Laureena le pilló por sorpresa.
- Estooo…- Sorprendido, aturdido y algo asustado, miró a izquierda y derecha buscando una forma de escapar de la situación… pero no había huída posible. Para colmo, su propio padre intentaba vendérsela. ¿A caso no era consciente de lo peligroso de la misión? ¿Cómo podía entregar tan fácilmente la vida de su propia hija? Esos falsos rumores sobre su papel en las destrucción del legado de Strahd empezaban a ser un problema.
Al cabo, Efrain se dio por vencido y suspiró profunda y pesadamente. Observó a la joven, arrodillada frente a él, y por un momento vio a un joven Efrain Autumnshield, aprendiz de caballero, arrodillado a los pies de la Duquesa Morwen del Valle de la Daga en una actitud similar. Habían pasado diez años desde entonces y había cambiado mucho. Esperaba que la joven tuviera la oportunidad de aprender de sus errores como lo había hecho él. Bueno, de hecho, mejor que él si era posible.
- Mi señora de Harrington, no puedo aceptar su espada si antes no sabe usted toda la verdad: a pesar de lo que dicen las canciones de los bardos, yo no vencí al vampiro en un duelo singular. De hecho, ni siquiera fue un duelo. En aquel momento, cuatro jóvenes ávidos de aventuras y sin miedo a la muerte partimos en una misión temeraria para salvar un reino. Solo pensábamos en la gloria, la fama y las recompensas que ganaríamos al completar nuestra misión. Sin embargo, en el momento final, todos tuvimos que pagar nuestra osadía con elecciones más pesadas que la muerte.
El caballero se arrodilló frente a la guerrera y puso una mano enguantada sobre la empuñadura de la espada que le ofrecía Laureena, de forma que también sugetara la mano de ésta. La joven dio un ligero respingo al sentir el contacto, pero no movió ni una pestaña.
- Has de saber que no soy ni de lejos el espadachín que cantan los bardos de taberna. Junto a mis compañeros, hice lo que hice y ahora vivo con las consecuencias de mis decisiones.- Usaba una voz pausada y suave, lo suficientemente alta como para que la joven impulsiva que tenía enfrente pudiera escucharla.
>> La misión que nos espera más adelante parece de las que se cobra los errores en vidas humanas, por ínfimos que sean. Así pues, deberás entender que no se trata de una gesta para obtener gloria y que no solo tu vida está en juego. Deberás entender que lo peor que puede ocurrirte no es morir, sino vivir con las consecuencias de las malas decisiones tomadas. Deberás entender que no aceptaré sacrificios egoistas ni gente que acepte órdenes suicidas sin cuestionarlas siquiera. Y deberás entender que el único motivo válido para embarcarte en esta misión es, por encima de todos los demás, salvar la vida de la Princesa Megania.
Esperó unos segundos esperando que su mensaje calara en su mente. Después volvió a levantarse y continuó:
- Si aceptas estas condiciones y todo lo que conllevan, ¡levántate Laureena, Leona Roja y Salvadora de la Princesa Megania!
Hasta que Efrain no posó su mano en la suya, Laureenna no se inmutó, sus ojos glaucos clavados en la misma baldosa de piedra. Entonces, la guerrera alzó el rostro y sus penetrantes ojos se clavaron en los del paladín.
-La humildad es uno de los distintivos de los caballeros, Ser. Reconozco modestia y prudencia en vuestras palabras. El señor Stedman no podría haber elegido a un mejor líder para tan peligrosa misión. Sabed que carezco de todo egoísmo y lucharé por todos los integrantes del equipo. Si necesitáis consejo, me tendréis siempre a vuestra disposición. Si precisáis de un escudo inquebrantable que defienda la línea, seré ese escudo. Si requerís de una voz firme que aliente a los nuestros, seré esa voz.
La solemnidad de su padre estaba cristalizada en sus palabras, no había duda.
-Y si necesitáis de una espada que abra una brecha en las líneas enemigas... Seré vuestra espada, Ser.
Inspiró tras soltar lo que su corazón le dictaba.
-Nunca miro atrás, Ser. Acepto vuestras condiciones.
A Cécil la jugada le estaba saliendo de escándalo. Estos caballeros con su honor se apuntaban gratis a todas la misiones suicidas que les encomendases.
-Pensaremos una recompensa digna de su hija, Ser Otis. Tal arrojo y valentía no deben ser desechados. Y ahora, si son tan amables, acompáñenme.
Cécil hizo sus cálculos y consideró que si palmaban el 66% de los efectivos destinados a la operación sería más que rentable para Pallisade. Era un cálculo algo sombrío, pero estaba programado para calcular consecuencias.
Según abandonaban el Jardín, Cécil contestó a las dudas de Sor Celestina y Ser Autumnshield sobre la capacidad de los gigantes de urdir un plan complejo.
-Ciertamente, la mayoría de los gigantes carecen del intelecto suficiente para determinar el color de sus heces.
Qué inicio tan… fecal.
-Ahem… Pero también es cierto que la mayoría de los gigantes sólo entienden el lenguaje de la fuerza bruta y la violencia más visceral. Para ellos, nosotros somos insignificantes. Sus razonamientos, Ser Autumnshield, son los míos. Hay algo más. Pero lamentablemente no sabemos qué.
Aquella última afirmación molestaba profundamente a Cécil. Odiaba ignorar datos.
-Por otro lado, hay un buen motivo para mantener este asunto en secreto…
Regla número dos del político taimado: Nunca delegues el control de la información.
-Le contaré una historia, Ser Autumnshield. Érase dos buenos amigos que se confiaban todo. Todo. Un buen día, una mujer se cruzó en su camino. No cualquier mujer. Una de esas capaces de sacudir el mundo de un hombre. ¿Sabe a qué me refiero?
Claro que lo sabía. Aunque Cécil no estaba hablando de la vida personal de Efrain. Su objetivo era diferente.
-Ambos amigos discutieron y se hicieron daño. Mucho daño. Uno de ellos difundió el rumor de que el otro se había acostado con su propia hermana. Figúrese. Aquella difamación le costó una persecución por toda la villa y casi le cuesta la vida. Al final, ambos se reunieron en un torreón y el difamador quiso disculparse con su buen amigo, cuyo honor había mancillado. ¿Sabe qué hizo este último?
Pausa dramática. Cécil siempre medía los tiempos, como buen orador que era.
-Tomó una almohada, cogió un cuchillo y la rajó con rabia, esparciendo las plumas al viento. Una nube de aquellas plumas colmó el cielo. “Cógelas”, dijo el ofendido. “¡Eso es imposible!”, dijo el otro. “Lo sé. Esas son las consecuencias de esparcir rumores”.
Cécil se detuvo justo ante una reja de hierro camuflada tras una espesa hiedra venenosa. Llevó su mano a una palanca y, antes de accionarla, concluyó su relato.
-No me preocupa el Sultán Khazim, Ser Autumnshield. Me preocupa que la información vague libre por los reinos vecinos. Pallisade es una nación poderosa. Y no hay nadie que alcance el poder sin hacer enemigos.
Una muy sutil forma de decir “Vos sois guerrero; yo, político”. Son dos formas muy diferentes de hacer la guerra.
Stedman recordó a la Princesa Shiang Qui y al Gran Consquistador y se alegró de no sentir escalofríos. Ojalá se equivocase, porque de ser él el que estaba tras el rapto de la Princesa Megania, horas tenebrosas se cernían sobre Pallisade.
La palanca accionó el mecanismo de la puerta secreta, desvelando una oscura gruta. Donaldson encendió una linterna y lideró la marcha a la señal de Stedman.
-Si son tan amables… Síganme-.
FIN DEL CAPÍTULO 1