-¿Problemas en el paraíso?-
Preguntó cuando Comadreja se dirigió a Billy.
-No os preocupéis, ya os dejo solos para avisar a los demás. Pero más vale que esos gigantes sigan donde están cuando vuelva.-
Aclaró antes de alejarse lentamente para ir al interior del lugar, aunque mirando de vez en cuando hacia atrás para asegurarse de que seguían vigilando. Incluso después de entrar se asomó una última vez por si las moscas. Tras eso, y ya con el resto, dio un par de palmadas sonoras para atraer la atención de los presentes.
-Me envía Billy Jones a deciros que vayáis guardando el equipaje y nos demos prisa, que se nos hace tarde y esto está más frío que Strahd después de que que escupiese los dientes.-
Respecto a ella tenía todo a mano así que se dispondría a ponerse en marcha en cuanto todos estuviesen listos.
Con insidiosas y turbadoras incógnitas revoloteando en sus mentes, el grupo abandonó aquel gélido sótano para advertir las siluetas de los gigantes en la lejanía, rumbo a lo desconocido. El horizonte en el valle estaba oscurecido por la terrible furia de la tormenta, que tenía un manto de fría lluvia transversal por efecto del vendaval que asolaba toda la región.
Fue la hermana Celestina la encargada de encender entre sus manos la llama sagrada con un incesante parpadeo, siguiendo las instrucciones del profesor Zigresky. La señal de socorro en tierra. O como el Gnomo Loco prefería llamarla...
LA SEÑAL DE EVACUACIÓN.
Truenos resonaron arriba, amenazando partir el cielo con el destello de los relámpagos. Era posiblemente la tormenta más salvaje y aterradora que cada uno de los integrantes de la compañía había visto en su vida.
Chafee, menos dado a la bravura por naturaleza, había guardado la fedora y empezó a murmurar a su colega Zev que estaban solos y que nadie iba a recogerles allí abajo en mitad de aquel infierno blanco. El alien, siempre optimista sin importar la dificultad, se ajustó el poncho y señaló el firmamento mientras la Serendipia se recortaba entre la negrura de la noche, sus velas dispuestas para un descenso a toda velocidad.
Cabía la posibilidad de que el Profesor estuviese completamente chalado con aquella maniobra aparentemente suicida en mitad del temporal. Comadreja, de hecho, era muy partidaria de esta opinión y la reiteró al menos cuatro veces a Billy. Pero lo que no imaginaban ninguno de ellos es que un dracónido esculpido en oro reía poseído por una emoción autodestructiva mientras daba un violento golpe de timón y hacía un picado a velocidad de vértigo con el galeón flotante.
Ronca era la risa de Bam Bam mientras el agua se evaporaba al contacto con sus escamas.
-¡YA ESTOY EMPEZANDO A COGERLE EL TRANQUILLOOOOOOOOOO! ¡JAJAJAJAAAAAAAA!
El titán dorado hizo virar la nave hacia la brillante luz que parpadeaba en el valle con decisión y empezó a reír ante la sola posibilidad de retar a una tormenta con aquel navío. Bahamut era sabio. Bahamut le guiaba por el camino adecuado. Y ahora, Bahamut le daba la posibilidad de bramar ante el tronar de aquella ventisca.
-¡QUÉ GRAN DÍA! ¡QUÉEEEE GRAN DÍIIIIIIAAAAA!-, exclamó, fuera de sí.
Aceleró forzando las velas y el ulular del viento se tornó un canto bélico en su interior. Notó su corazón acelerarse. Con todo, no pasaba de 50 pulsaciones por minuto. Los tambores de guerra aún quedaban lejos, reservados para la gran batalla. Echó un ojo a su alrededor y no pudo evitar carcajearse al ver a la Leona agarrarse a un cabo y maldecir a sus ancestros y al Profesor echar la cena por la borda.
B.B. soltó las escalas y asaltado por el pensamiento de arrancarle algún brazo a alguno de sus colegas allá abajo tras la pasada, sonrió satisfecho.
-BAHAMUT DICE... SI EL INFIERNO ES FRÍO COMO EL HIELO, QUE ARDA CON EL FUEGO DEL DRAGÓN...
Si Laureena no hubiese atado un cabo a la cintura del gnomo, Zigresky habría salido despedido por la violenta forma de pilotaje de Bam Bam. Ahora el reto estaba en mantener la compostura militar y no vomitar como un rookie.
-¡Bam Bam! ¡Quedas relevado del puesto de timonel! ¿¡Me oyes!? ¡Si no fuese porque de soltar este cabo saldría despedida por babor, te echaría yo misma del timón, maldito lunático! ¡¡No tiene maldita gracia!! ¡¡Profesor!! ¿¡Se encuentra bien!?-. Laureena sabía bien que la pregunta era estúpida, pero calibró que un "¡Oh, señor Profesor, su vómito le ha empañado los cristales de las gafas!" no iba a arreglar en nada la situación y, además, le podía revolver su estómago.
-Laureena, no vomites. Por tu padre... No... Vo... Mi...
Entonces Bam Bam hizo aquel picado mientras la miraba fijamente.
¿La estaba desafiando?
Tarde.
La Leona vomitó su cena en plena cara de Zigresky.
Pobre Zigresky.
No se lo vio venir.
-¡Me encuentrrrro algo marrrreado, frrrrraulein! ¡No sé si podrrrré evitarrr caerrrr inconsciente tras el muy agrrrresivo pilotaje al que nos está sometiendo el forrrrrnido Bam Bam! ¿¡Frrrrraulein!? ¡Vuestrrrrra pigmentación facial denota que vais a...! ¡Oh! ¡OH! ¡No, frrrrraulein! ¡Conténgase, bitte! ¡Nooooooooo! ¡Gaaaaaaaaaaaaaaak! ¡Me ha entrrrrado algo en la boca! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaggggg!
Existe una diferencia fundamental entre un narcotraficante y un maestro envenenador.
El primero JAMÁS debe probar la mierda que vende.
El segundo DEBE resistir la ingesta de la mierda en la que unta su daga.
Killen Shaft juega en la liga de los segundos.
Y es un consumado experto en su arte.
Pero claro, esta información no es de dominio público.
Los efectos de agarrotamiento que mantiene entumecidas sus articulaciones y de sequedad capilar que muestra el cadáver del felino pasan tras unas horas y Killen Shaft parpadea por primera vez en un nuevo día que ve amanecer en el horizonte tras una terrible tormenta a la que precede la niebla. El tabaxi tose, sus pulmones buscando aire en grandes bocanadas. Recolocándose la mandíbula tras el puntapié propinado por la sacerdotisa, el hombre gato esboza su sonrisa inaccesible al desaliento. La clériga le pegó bien, pero el icor que ingirió casi consigue paralizar por completo el latir del corazón. Killen se rasca la mandíbula con el recuerdo aún vívido. Es algo que recordará en su fiable y bien entrenada memoria. Quién sabe. Quizás dé pie a una situación interesante más adelante.
-No se puede revivir lo que no yace muerto, hermana... ¡Ji, ji, ji!-, sisea mientras se sacude el manto, notando la sangre fluir por su cuerpo de nuevo.
Tras recolocarse su túnica, Shaft observa imperturbable que no conserva la carta y asciende con paso calmado al exterior. Observa los incipientes rayos del sol naciendo en el horizonte y el felino se pregunta para sí.
-Bien, Ser Autumnshield... ¿Qué decisión tomará finalmente? ¡Ji, ji, ji!
Todo lo cual le recuerda que debe informar. El peor error que podría cometer es subestimar al equipo reunido por Stedman.
Y eso, no va a volver a ocurrir.
Es posible afirmar que ningún gato es un guerrero. El escuálido y taimado Killen estaría de acuerdo con esta afirmación, sin duda. Pero hay una cosa que cualquier gato lleva en la sangre, sin importar el tamaño, el peso, la inteligencia o la raza.
Todos los gatos son cazadores.
FIN DEL CAPÍTULO 8