La capital del imperio está en Skarövde, pero la partida comienza en Sinorburg.
La formación del Imperio
Desde hace siglos, es tradición que su Eminencia el Sumo Pontífice de la Iglesia del Santo Padre y la Sagrada Cruz corone un Emperador de entre los herederos al trono. Así ha sido desde que el Imperio nació por obra y gracia del Santo Padre, que ungió con poderes a la Primera Emperatriz y le otorgó la Sagrada Espada Sublime.
La Primera Emperatriz no tuvo descendencia y por ello el Sumo Pontífice comenzó lo que se convertiría en la tradición de la Coronación. Durante años los reyes fueron legítimos y legitimados por el poder de la Sagrada Espada Sublime. Pero tras varias generaciones, las rencillas entre las familias herederas rompieron la unidad del Imperio y se disgregó en pequeños reinos.
Los Reinos
Unos siglos después de la muerte de la Primera Emperatriz, los herederos había formado pequeñas oligarquías separadas en 6 naciones diferentes: Norkvenide, Lakslanide, Caisernide, Dámaskar, Gland y la República de Quent.
Los sucesivos Sumos Pontífices elegían a un Emperador de entre las familias reales, pero cada vez era más frecuente que la Divina Providencia de la Sagrada Espada Sublime no los refrendara en el trono. Apenas hace un siglo, el trono del Imperio quedó vacío en Erchraon, Caisernide; y los 5 Reinos comenzaron a enfrentarse.
El nuevo Emperador
Era sabido por todos que la línea Real y Divina seguía existiendo en algunas de las familias de los 5 Rinos; pero los intereses políticos eran tan grandes que la Iglesia del Santo Padre y la Santa Cruz no nombraría un nuevo Emperador hasta asegurarse su tajada.
Pero Oskar II de Romal, Rey de Norkvenide, harto de luchar contra sus vecinos pactó con Caisernide y con Dámaskar la paz y forjó lazos entre ambos reinos. De los tres hijos del rey, dos se casaron. El heredero al trono, Kaeser se desposó con la hija del rey de Caesernide y se convirtió en Duque de Erchraon. Para cerrar los lazos con Dámaskar, el rey Oskar casó a su hija adolescente, la bella Lyzbeth con el príncipe Gèrome de Dámaskar y se convirtió en la Marquesa de Rivardorana.
Apenas unos meses después de los casamientos el príncipe Gèrome se convierte en rey y la princesa Lyzbeth en reina de Rivardorana.
En aquellos mismos días, corría el año 1436 del Santísimo cuando el rey Oskar II de Romal fue nombrado, con el apoyo de su Eminencia el Sumo Pontífice, del Rey de Caesernide, del Rey Gèrome de Dámaskar y de la República de Quent en el nuevo Emperador.
Así, cuatro siglos después de la formación del Imperio, volvía a tener un emperador. Y uno, a decir verdad, justo y honrado, se había reescrito la línea sanguínea Imperial. Y la Sagrada Espada Sublime lo había reconocido.
El ascenso del Tirano
El año 1438 del Santísimo, fue el año de la desgracia. Ese año, y antes de que el rey Oskar II de Norkvenide heredero del Imperio, fuese coronado Emperador, fue asesinado. Unos meses después fue asesinado su hijo Kaeser.
El peso de la Corona cayó pues sobre su segundo hijo Dèniel de Romal. Con el apoyo de su Eminencia el Sumo Pontífice y la bendición de la Divina Providencia de la Sagrada Espada Sublime, fue Coronado Rey de Norkvenide y Emperador de los Reinos.
Lakslanide y Gland se opusieron en redondo a dicho nombramiento y declararon la guerra a Norkvenide. Hecho que aprovechó Caisernide para reclamar el derecho al trono del nieto de su rey (e hijo de Kaeser de Romal) al trono de Norkvenide y del Imperio.
Lo que no sabían era el pacto que el Emperador había hecho con los poderes más oscuros. Vendiendo su alma por la inmortalidad, la única arma que podía herirlo era la Sagrada Espada Sublime. Y prometiendo el cielo a la Iglesia creó un ejército con el que aplastó a sus rivales.
El primer reino en caer fue Dámaskar donde asesinó sus soldados mataron a la familia real, incluyendo a la princesa Lyzbeth. El siguiente fue Caesernide, donde el mismo Emperador mandó capturar a su cuñada y a su sobrino, a los que prendió fuego en la capital de Erchraon delante de una multitud.
El silencio
La campaña militar acabó en el año 1443 con la caída de Sinorburg, la última ciudad de la República Quent y capital de la misma. Desde entonces las campañas de limpieza y orden así como la ayuda de la Iglesia han convertido a los 6 Reinos en obedientes súbditos de las palabras del Emperador.
La Era de la Inquisición
Una de las primeras medidas del Emperador fue trasladar el trono y la capital del Imperio desde Erchraon hasta Skarövde, donde todo estaba más céntrico y podía gobernar a placer.
Una vez allí comenzó una silenciosa y tímida guerra interna: acusó de cargos falsos a los principales nobles que se le oponían. Cuando el resto de nobles se unieron en su contra tuvo que desistir. Pero no acabó allí. Obligó al Sumo Pontífice a crear el Sacro Ejército Inquisidor y nombró a sus tres siervos más despiadados y fieles Lores Inquisidores.
Pero la Iglesia tenía sus propios planes y dirigió a la Inquisición contra sus peores enemigos: la Gran Torre de Alta Hechicería en Rivardorana, a las tribus reelon de los Bosques de Kölinndor y Galiana, y a los reyes enanos de Immlath.
Los cargos de herejía se sucedieron y las piras funerarias se amontonaron en las plazas de pueblos, aldeas y ciudades.
Los enanos, los norin y los gnomos fueron reducidos a esclavos y sus ciudades destruidas. Las reelon fueron aniquiladas y cualquier vestigio de otra raza fue destrozado. Las únicas etnias que eran bien vistas eran las melthes, los humes y los broyl, todos ellos humanos.
La era de la Lealtad
Habían pasado 7 años desde que el Emperador subió al trono. El descontento se podía saborear en el ambiente, y la revolución era inminente.
Fue entonces cuando la Gran Plaga regresó, azotando las vidas de los humildes durante 3 años. Los pocos que habían sobrevivido a la anterior Gran Plaga (1403-1416) creyeron que era un castigo por su desobediencia al Emperador elegido por la Divina Providencia de la Sagrada Espada Sublime, y se acogieron a las leyes del Rey y de la Iglesia.
La epidemia asoló tan fuerte que apagó cualquire indicio de revuelta. Los ciudadanos se olvidaron de la insurreción y el Emperador tuvo una oportunidad para ganarse a su pueblo cuando comenzó a construir hospitales y a promover la limpieza de las ciudades. Comenzó así una era de lealtad ciega al Emperador, un Emperador que los civiles veían como un siervo divino que servía, además, al pueblo.
La era de la Opresión. La Resistencia La falsa preocupación del Emperador por su pueblo no era tan obvia como podría pensarse. En la práctica había soldados de sobra para patrullar las calles y evitar robos, y además el ejército engrosaba sus filas en una situación de militar bastante tensa con el reino vecino de Sonkaria. En el año del Santísimo de 1451 un incidente en las minas de Immlath hace que cuatrocientos esclavos enanos, hombres, mujeres y niños mueran por el derrumbamiento de todas las galerías de la antigua Ciudad-Estado enana. También murieron multitud de civiles que trabajaban allí así como un centenar de soldados imperiales. Este incidente obliga a reubicar a la gran población enana superviviente, más de un millón de almas, en las ciudades cercanas. Así el éxodo de los enanos hacia las ciudades del imperio se alarga durante un año. Pero con los enanos viaja otra cosa: el descontento. En Sinorburg, donde la multiculturalidad es mayor, nace el brote de la Resistencia en el antiguo Templo del Rayo. El edificio clausurado servirá de sede para los disidentes, entre ellos un viejo hechicero perseguido por la Inquisición desde la demolición de la Alta Torre de Hechicería de Rivarrona. Durante los siguientes años, él y un cabecilla de mineros enanos empieza a crear una red de fieles y adeptos a la resistencia entre todas las ciudades. El primer golpe sucede en el año del Santísimo de 1453, cuando a las afueras de Sinorburg un grupo de insurgentes roba la Reliquia más importante del Imperio: la Sagrada Espada Sublime. En ese momento el Emperador desata toda su furia y comienza una oleada de ahorcamientos, matanzas y decapitaciones públicas. Lo que la resistencia no esperaba era que el pueblo se pusiera en su contra. La fe del populacho les había jugado en contra. Los acusados de insurgencia que, por casualidad eran absueltos quedaban marcados en el cuello con un tatuaje horrendo de una calavera. Así todos podían saber que era sospechoso. Pero aún así, la resistencia tenía la Reliquia en su poder. Eso significaba poseer el único arma que podía destruir al Emperador.
La historia de Sinorburg
Antaño la brillante Sinorburg no era más que un mero asentamiento comercial entre la ciudad estado enana de Immlath y las rutas comerciales de Quent. Ciudades más antiguas como Gûthdrum, Melthisburg o Eltherin quedaron apocadas cuando los comerciantes construyeron las antiguas murallas.
Poco se guarda de la historia de la ciudad en aquella época, lo poco que había se perdió durante la última Gran Plaga y la Purga Herética que la Inquisición llevó a cabo en la última década. No obstante, si se pregunta a la gente adecuada se puede escuchar la gloriosa historia de la Joya de las Montañas.
Cuenta la leyenda que, cuando el mundo era joven y la Primera Emperatriz aún no había alcanzado el trono, la tierra estaba llena de espíritus buenos y espíritus malignos. Aún en nuestros días los habitantes de Quent, ponen velas a los espíritus para que protejan sus hogares. Muchos de ellos han olvidado el significado, pero siempre hay quien recuerda los acontecimientos.
Cuando el mundo era joven y la ciudad aún estaba construyendo sus murallas, Quent apenas era un principado en el que las grandes ciudades peleaban por imponer a su poder sobre el resto mientras que el Príncipe se divertía ocioso en la corte. Por aquel entonces un mal se preparaba para ascender desde las profundidades, y fue embaucando a los débiles de corazón y creando una pequeña secta en la ciudad de las nieves, Gûthdrum. El Alastor preparaba su ascenso.
Aquellos acólitos esperaron y obedientes, prepararon el engaño. Así, cuando el Príncipe visitó la ciudad, el malvado espíritu lo poseyó y comenzó su reinado en la tierra. Con malas artes reunió un ejército de alimañas e hizo sucumbir a las grandes ciudades de Quent.
Los que consiguieron huir de aquel reino de maldad se refugiaron tras las jóvenes murallas de Sinorburg, y allí, los sacerdotes suplicaron al cielo su ayuda. Cuenta la leyenda que el cielo les escuchó y mandó cuatro espíritus protectores, y en Sinorburg se selló un pacto y se forjaron cuatro anillos para los campeones que se enfrentarían al Alastor.
Los enanos de Immlath y los gnomos de la Casa de Rindal se unieron a los sinorburgueses en la lucha. Y en las colinas de la Atalaya del Trueno Negro se llevó a cabo la gran batalla que enfrentó a los cuatro campeones y su pequeño ejército contra el Ejército Negro del Alastor.
La victoria fue absoluta y tanto la Atalaya del Alastor como la ciudad de Gûthdrum fueron destruidas.
El pacto se olvidó y como memoria a los cuatro Espíritus Protectores se construyeron cuatro catedrales en las ciudades. La Catedral de los Cielos en Eltherin, la Catedral de los Mares en Rivarrona, la Catedral de la Madre Tierra en Melthisburg y la Catedral del Fuego en Sinorburg. Y así, la ciudad comenzó su apogeo.
Quent dejó de ser un principado para convertirse en una República gobernada por un Consejo Electo y la capital fue rotando entre las conocidas ya como Ciudades Libres.
Pero son sólo leyendas aunque han perdurado hasta nuestros días.
Pocos años después, cuando la Primera Emperatriz reinó, las Ciudades Libres se rindieron a su sabiduría y Sinorburg vivió una época de esplendor jamás vista. El tiempo fue benévolo con la ciudad y no tardó en crecer gracias al comercio, la tolerancia y la protección del Imperio.
Pero las luchas internas tras la muerte de la Emperatriz y la presión de la Iglesia del Santo Padre para que el Consejo de Quent apoyara a un Emperador u otro hizo que la República se separara del Imperio cada vez más ajado y sin un legítimo Soberano que sentar en su trono.
La República creció y nacieron múltiples asentamientos a lo largo del río Sinor, en la costa de Rivar, o en los caminos comerciales entre las ciudades. Cientos de años después, Sinorburg era la más hermosa y floreciente de las Ciudades Libres.
Pero, cuenta la leyenda, que Sinorburg tuvo que pagar precio a su bonanza, y un mal siglos dormido la atacó de nuevo. El hecho real es que en el año 1442 fue sitiada por un ejército bárbaro de las tribus kabatuh de las montañas. Un audaz Capitán de la Guardia liberó la ciudad acompañado de una milicia civil. Pero la batalla no había acabado. La ciudad de Gûthdrum, reconstruida por sus habitantes tras cientos de años había esperado el momento para asestar el golpe de gracia a la Joya de las Montañas, y tuvieron su oportunidad. En las afueras del bosque Urieldenin a los pies de la derruida Atalaya del Trueno Negro se liberó el combate y aún se pueden encontrar en los páramos las heridas de aquella batalla.
Pocos quedan en Sinorburg que recuerden aquella breve guerra contra las tribus bárbaras, y según dicen ahora Gûthdrum es una ciudad más de Quent. Pero aún quedan algunos supervivientes de aquella época y si preguntas a la gente adecuada, puedes escuchar una historia muy diferente. Una historia sobre un Señor Oscuro y hechiceros vestidos de negro. Una suerte de cuento sobre truenos en la noche, un ejército de bestias, salvajes y muertos andantes; y héroes bendecidos que cabalgaban a lomos de dragones.
Fuera como fuese, apenas un año después, cuando la República de Quent se recuperaba de las heridas por la guerra contra los bárbaros y redactaba un edicto de paz con la ciudad de Gûthdrum, Immlath fue sitiada y el ejército Imperial tomó el paso de las montañas enanas. Sinorburg no tardó en caer, con sus fuerzas aún mermadas, en un largo asedio. Pero la fortaleza de Quent fue probada y liberó la ciudad, no una sino dos veces antes de que el Emperador y sus tres Lores Inquisidores dejasen caer su puño de acero sobre Sinorburg y las puertas de Quent quedaran destruidas.
La Inquisición, por mandato de la Iglesia del Santo Padre y la Santa Cruz cerró todos los templos y destruyó los altares de la Catedral. Un año después de la toma de Sinorburg, los nobles de la ciudad ardían en la Plaza de Sinorburg y sus mansiones quedaron reducidas a escombros. La Universidad, antes hogar de eruditos, fue convertida en un centro de formación eclesiástico y la Facultad de Artes Mágicas sufrió una purga incendiaria y se reconvirtió en la Universidad de Artes de la ciudad. La Biblioteca tampoco se salvó de la purga y, por cuarta vez, fue incendiada y reconstruida, con una estructura más acorde a los gustos Imperiales.
A día de hoy, aún siguen derruida algunas mansiones y clausurados los antiguos templos.