Había pensado que podría aprovechar la crónica personal para jugar los acontecimientos que le sucedan a Esmeralda en el momento en que abandone la Parroquia (que lo hará ^^) tras la reunión.
Mi idea (antes de que me recordases lo de la Crónica Personal, que se me había ido completamente) era hacer que Esmeralda fuera a su otro Refugio (el suyo propio y personal) y se entregase a lo que más le gusta, tratando de apartar de su mente todas las preocupaciones que le acosan. Pero no lo lograría, de modo que se iría a las zonas de marcha de la ciudad, terminando por cazar algo. Entonces, mi idea era narrar un encontronazo con una manada rival, que le dispararia desde un coche en movimiento (este tipo de tiroteos son habituales en la secta, prefieren hacerlo contra vampiros de la Camarilla pero rivales del Sabbat les valen) y al responder ella a los disparos seria atropeyada por otro vehículo.
Naturalmente, toda esta parte final la podrías cambia por otra cosa. Era la idea que yo tenía pensando simplemente en narrar yo estas peripecias, una especie de narración más que roleo, sin narrador ni interacción. Pero la posibilidad de jugarlo también es interesante, más, así que dejaríamos campo abierto a lo que pueda suceder. Tienes habilidad para sorprenderme, de modo que...
¿Que opinas?
El sonido chirriante metálico de mi llave al intenta girar demuestra que tengo poca maña aún con esta cerradura. O quizás sea el mecanismo, el que no anda demasiado bien. Lo único claro es que abro muy pocas veces esta puerta. Vengo demasiado poco por aquí.
Está claro que eso va a cambiar.
La puerta se abre, dando paso a la triste oscuridad. Doy un paso hacia el interior, sin demasiadas ganas de encender las luces. Sin embargo, recuerdo que la mesa estaba justo en medio, y golpearme con ella es lo último que me apetece. Meno aún con la suerte que esoy teniendo esta noche. Busco el interruptor palpando la pared con mi mano mutilada. Se que pronto será momento de regenerar ese pequeño miembro, pero creo que aguantaré un poco más. Aún necesito el dolor.
Cuando las luces se encienden, siento un ligero estremecimiento. La luz amarillenta de la lámpara que cuelga del techo ilumina la pequeña salita que hace además las veces de recibidor. No es el mejor recibimiento. Una pequeña mesa de madera con una sola silla. Aunque tengo otra por ahí guardada, ver ese asiento solitario parece una premonición o una amenaza. Hay una botella de vino sobre la mesa, con dos copas. Ni siquiera recuerdo haberlo dejado ahí, aunque, ahora que lo pienso, creo que fue un detalle que dejó el hombre que me vendió la casa. Nunca me molesté en desprenderme de ello.
El ambiente está corrompido por la falta de ventilación. Definitivamente, la casa ha permanecido demasiado tiempo cerrada. Veo una fina capa de polvo sobre los muebles. La casa necesita una limpieza en profundidad. Pero no es el momento. Esta noche no. No estoy de humor. Me limitaré a ventilar un poco, abrir las ventanas y dejar que la brisa nocturna se lleve a los malos espíritus.
Mañana habrá tiempo para ejercer de "ama de casa". Hace mucho que no me encargo de mis propias labores, de los pequeños quehaceres cotidianos. Tales trareas quedaban en manos de los Aparecidos de Vasily. De ese modo podía concentrarme en lo verdaderamente importante. Y no era más que atender mis labores sacerdotales sin descuidar mi propio camino. Ironías del funesto destino, sí que abandoné en parte mi camino, y el esfuerzo sacerdotal ha sido absolutamente vano.
Cierro la puerta a mi espalda y camino por la sala esquivando la mesa central, la cual acaricio con las llemas de mis dedos al pasar a su lado. La caricia de la madera es reconfortante, sentir las vetas, la textura. No es el mayor de los placeres, pero es uno más.
Todo placer debe ser experimentado, disfrutado.
Al abrir la puerta de mi habitación, la sensación de soledad se acrecenta. Es una habitación rústica, grande, practicamente un pequeño apartamento dentro de otro. Está dividido en dos ambientes mediante una cortina que aprovecha la singular estructura del edificio, que muestra un arco en el techo partiendo la habitación. Hay una mesa redonda con dos sillas, al menos en esta ocasión hay dos, y otra más pequeña frente a un sofá.
Hogar, dulce hogar.
Menuda mierda.
Es mi refugio, es mi hogar. Pero estoy sola. Nunca lo he estado. Jamás. Recibí el Abrazo junto con algunas de mis amigas, y pasé mis primeros años en la larga noche con ellas y con mi Sire. Solo me separé de ellos para partir con Vasily, seducida por su carisma y sus ideas. De su mano me uní a la manada que conformó, y con ella he pretendido seguir tras su marcha. Aunque haya fracasado.
Sola.
No más hermanos en la habitación contigua.
No más abrazos al ir y volver del Letargo.
No más "buenos días".
Dejo caer mi mochila sobre el sofá y me acerco al equipo de música, buscando a su lado entre las pilas de Compact Discs. No busco nada en concreto, solo miro las carátulas esperando que una de ellas me incite a escuchar su contenido. Es entonces cuando veo la carátula del disco de ese cantante español, aquel cuya canción extrajo de mi la fuerza que el ritae improvisado no pudo. No he escuchado más canciones suyas durante el camino. Mi Ipod hizo una amplia selección de temas latinos, de diversos artistas: Chayanne, Ricky Martin, Thalia, Bisbal, Bustamante, Cristian Castro, Shakira... Pero ninguna más de este tipo. Eso me parece suficiente motivo para abrir la carcasa y extraer el disco y meterlo en el equipo.
La primera canción comienza a sonar. Mientras las notas de la guitarra inundan la habitación, me dirijo al armario que oculta mi viejo santuario. Mientras lo abro, la triste canción me sumerge en una leve depresión. Supongo que la temática de las canciones del género que me gusta es más o menos estable: amor y desamor, lujuria o desengaño. Es sencillo sentirse identificado. Ésta, concretamente, habla de la peor parte, el desamor y el desengaño. Lo que esta noche me toca vivir.
Sufrir por aquellos a los que amo, desengañarme por su traición.
Sin embargo, al tiempo que la canción me sume en la depresión, el sencillo estribillo me devuelve las energías. un mensaje de esperanza.
Ese no soy yo. Esa no soy yo. Yo no soy así.
Tengo razones para levantarme, caer mil veces y recuperarme.
Tengo el valor para empezar de nuevo, abrir mis alas y tocar el cielo.
Es cierto. Tengo todo eso.
Mientras la canción avanza, voy ordenando mi altar, moviendo las piezas, figuras, velas y utensilios de un lado a otro y psando un paño para eliminar parte del polvo que los cubre. Para cuando la canción está terminando, he perdido las ganas de seguir limpiando. Creo que ya está bastante bien por hoy.
Una nueva canción comienza a sonar. Ésta parece tener algo más de ritmo. Hace que me ponga en pie, sintiendo unas ligeras aunque crecientes ganas de bailar. Al principio despacio, luego más rápido y salvaje, mi baile hace que abandone cualquier pensamiento, concentrada en el ritmo, la melodía, la letra...
~Desaciertos más que aciertos,
empujones más que hablar,
Así ha sido nuestra historia llena de
a ver quien puede más~
Esa ha sido mi historia con la manada. El fin estaba anunciado, a pesar de que no lo viéramos ninguno.
~Hemos tensado la cuerda
tanto, tanto, tanto que
ahora no quedan ni ganas ni fuerzas
ni las migajas de lo que pudo ser~
No lo hay. No hay nada.
Bailo con más y más ganas, olvidando y recordando, disfrutando por fin, tras tanto sufrimiento. Abandonándome.
~Me asomo y veo
la gente como viene y se va,
me asomo y siento música.
Bailando solo en el salón
rayando las paredes,
sintiendo como el corazón
va y viene, va, va y no se detiene~
Abandonada del mundo. Abandonándome al baile.
~Malo me he vuelto,
Malo me he vuelto,
Malo me he vuelto...~
Detengo mi baile al oir esas palabras. Mala. Eso es lo que necesito, maldad, malicia. Se acabó lo de ser la hermana de nadie, lo de confiar, lo de depender. Un vampiro no puede depender de otro, solo puede depender de sí mismo. Y cubrirse bien las espaldas. Es lo que me ha faltado. Ni siquira este refugio estaba concebido como medida deseguridd, sino tan solo para contar con un lugar donde encontrar algo de intimidad. Y bien que me ha servido ahora.
Me miro al espejo, viendo mi rostro con ojo renovado. Creo que es momento para desprenderme de estas trenzas. Quizás unos rizos, o melena lisa, no se. Pero las trenzas han pasado a la historia.
Esta noche nace una nueva Esmeralda.
Apenas has podido tocar tu cabello cuando un sonido artificial inunda tu refugio. Como un eco del pasado, cuando las llamadas eran buenas noticias... Sin embargo esta vez sabes que el sonido de tu teléfono móvil augura consecuencias.
El teléfono vibra un par de veces, mostrándote quién llama: Vasily.
Apenas han pasado un par de horas desde que te fuiste... Sin duda, Nika o Ivan han debido avisarle, puede que incluso haya sido otro de tus hermanos...
La duda se anuncia a través de la llamada que parpadea en tu habitación...
El rostro de Vasily se asoma en tu teléfono, recordándote el día en que sacaste esa foto, exacta, tras celebrar la primera semana en la nueva Parroquia, casi recién estrenada. Hace dos años y tres meses de todo aquello...
Años en los que el tiempo os ha separado, en vez de uniros. Años de secretos y distancias.
Y ahora... tras toda la traición sumisa e indiferente... ¿Qué pensaría Vasily?
El teléfono se ilumina, sin dejar de sonar, buscando una reacción en ti.
Sabes que a Vasily no le gusta esperar. Lo odia.
El sonido vibrante de mi propio teléfono me parece ahora ajeno y amenazante ¿Como he llegado a esto? Su percusión silenciosa, ese vibrador que suena sin tono, me recuerda al crepitar de la lengua de una serpiente antes de inyectar su mortal veneno.
Antes era yo esa serpiente
Ahora... no hay veneno en mi interior.
Me pregunto si sus dos siervos le habrán avisado. Y en caso de ser así, si le habrán comunicado el recado que les solicité, o habrán ignorado directamente mis peticiones sin valor. No tengo prácticamente nada que ofrecer en estos momentos, de modo que serían unos necios si esperasen demasiado por sus servicios. Aún así, no era algo difícil de cumplir.
Puede que sí le transmitieran mi recado, y sea él quien ha decidido hacer oídos sordos a mis deseos. Después de todo ¿Quién soy yo para imponer mis propias reglas?
O puede que no le hayan pasado el informe los Aparecidos y alguno de mis her... de los miembros de la manada le haya avisado de la situación.
Puede, puede, puede... Todo conjeturas, y continúo aquí de pie frente al espejo, mirando un teléfono como si temiera que me empalase contra la pared si me atrevo a tocarlo. No puedo seguir así. No se puede vivir con miedo. Lo que ha de ser, sea, he de afrontarlo con el mismo orgullo que he tenido toda mi vida, hasta que ellos me lo robaron, hasta que me humillaron y destrozaron la mente y el alma.
Tomo el móvil violentamente entre mis dedos nerviosos, sintiendo que me tiembla ligeramente la mano. Veo la imagen de Vasily en la pantalla. No recordaba que tuviera esta expresión tan dura, tan inquisitiva. La poca decisión que parecía tener desaparece en cuanto abro el aparato, y me lo acerco a la cara.
¿Como debería contesar? ¿Si? ¿Diga? ¿Un simple hola? ¿De que forma arriesgo menos? ¿Como evitar que los demás se tomen a mal mis acciones, como sucedió con Hamza, con Sejmet, con Dominic...?
Siento cómo por fin se abre la línea al otro lado del teléfono... Sonrío... Comenzaba a sentirme impaciente. Demasiado impaciente.
Oigo tu voz, quebrada y austadiza, y mi sonrisa se acentúa ante tu debilidad. Yo no te enseñé a ser así. Eras mi mejor alumna, mi orgullo... ¿Qué te ha pasado? Aún así siento una dulzura paternalista nacer en mi interior, deseando protegerte una vez más, hasta que logres caminar sola de nuevo.
Mi voz se escurre, sinuosa, cuando te contesto.
- Buenas noches, Esmeralda.
No hay un sólo atisbo de inseguridad, de duda. Mi voz es tan segura como mi propia voluntad.
Dejo que prosiga un minuto en silencio, saboreando la tensión que sé que te genera, sintiendo tu miedo crecer... Quiero ver si eres capaz de manejar la situación. Necesito ponerte a prueba.
- ¿Quieres contarme algo?
Aún tienes esta oportunidad. Es tuya, te pertenece por entero. Quiero que tú misma me cuentes qué ha ocurrido. Ya he oído otras versiones... Mañana comprobaré con mis propios ojos lo que habeís hecho... Pero deseo una justificación. Deseo que quieras explicármelo.
Juega conmigo. Lo ha hecho antes, pero nunca ha sido un tema tan serio y delicado. El ya conoce la situación, o al menos lo que le hayan contado. Pero no se lo he contado yo. Yo, que fui su alumna antes incluso de que se hiciera cargo del puesto de Ductus. Yo, que me convertí en Sacerdotisa bajo su ala protectora. Quizás era esperable que fuera yo quien le explicara la situación en primer lugar. DEBERÍA haber sido yo quien le llamara antes que nadie.
Pero no estaba preparada. Lo que ha sucedido es... Mi mundo se ha derrumbado, mis esperanzas, mis sueños. Todo lo que buscaba en el mundo, lo que creía tener. Aún ahora no estoy segura de poder explicar con palabras todo cuanto siento. Se ha derruido mi fe, aquello que me daba fuerzas para superarme. El pilar en que se sustentaba mi poder.
He quedado reduida a la nada ¿Como iba a llamarle? ¿A él, que acaba de asumir una de las mayores responsabilidades de la secta? ¿A él, que ha ascendido donde otros ni tan siquiera soñamos? No podía. No PODÍA...
Pero ya se ha enterado, por boca de otros. Y espera explicaciones, como es lógico. Los seres como él no soportan el desconocimiento. La verdad es un dado de muchas caras, y solo le habrán ofrecido algunos de sus números. Ni siquiera se cuales, lo que juega en su favor. Yo tengo que ofrecer todos los que tengo, mostrar todas las caras que conozco. La verdad.
No puedo afrontar la verdad. No tengo valor.
Pero su voz me obliga a ello. Por primera vez, desde que le conocí años atrás, le temo ¿Por qué no iba a hacerlo? Amaba a mis hermanos, no les temía. Y ahora dos de ellos han jurado mi muerte. Y a los demás no les ha importado mucho ¿Por qué confiar en que Vasily será diferente? ¿Por qué confiar en nadie?
Confío en Vasily, mi maestro, mi padre. No quiero hacerlo, lucho contra el cariño que le tengo. Pero es una lucha perdida de antemano.
No le recrimino, solo le comprendo. Me llena de tristeza, pero su nuevo cargo no le permite estar a mi lado como en otro tiempo. He tenido que resignarme a sustituir su compañía por su recuerdo.
Comienzo a desvariar. Vasily no espera una disertación acerca de los principios fundamentales de la fe de la secta. Solo quiere hechos. Pero ¿Estoy dispuesta a dárselos? ¿Le ofreceré toda la verdad, mi verdad, aún sabiendo que puede perjudicar a mis hermanos?
NO son mis hermanos. NO les debo nada. ELLOS son los traidores. Entonces ¿Por qué me hago estas preguntas?
¿Por que les debo lealtad, después de todo lo que ha sucedido?
¿Por que les sigo queriendo?
Un tenso silencio sigue a esa cruel palabra. Renuncié. Si, lo hice. En aquel momento no me parecía algo tan grave, ahora me parece... no se lo que me parece, pero vuelvo a sentir frío solo con haber pronunciado esas tres sílabas.
El relato, entrecortado y confuso, ha ido acrecentando la rabia en mi interior. Una rabia que debería haber brotado en otro momento, para enfrentar a esos hermanos que me despreciaron y pisotearon. Pero solo sale ahora, arrastrado por un orgullo que solo la voz de Vasily me ha recordado.
No hay tristeza ni pesadumbre en la última confesión. Hay rabia.
Yo no soy así. No debería sentirme así.
No por culpa de ellos.
Escucho tu voz al otro lado del teléfono... Sintiendo como todo mi interior vibra y se convulsiona. Cada nueva palabra se me antoja una daga, afilada y cortante... El placer inicial que me produce, alimentando mis sensaciones de un modo único, da paso a una ira casi irracional... Un dolor profundo, que no me llena, que me limita.
Mis hermanos han fallado... Tú has fallado, mi joven promesa... Mi esperanza. Eres débil, incapaz de sobreponerte a las dificultades, poco precavida... Hablando así de los que fueron tu familia hasta esta noche, sin ni siquiera buscar las emociones en mi rostro.
Yo no te enseñé así. Dejas que los sentimientos te dominen, como un títere mortal, sin trascender, sin buscar el placer en el dolor que te consume, sin buscarme, alejándote de mi guía en una dirección errónea.
Lo que siento ahora, lo que me hiere, lo que pesará sobre ti el resto de nuestra existencia es la decepción. Esperaba mucho más de ti... Más ahora en mi ausencia. Esperaba que estuvieras a la altura, que conocieras las debilidades de los nuestros y fueras capaz de controlarlas, que las suplieras...
Te creía fuerte, te creía segura. Creí haberte enseñado todo lo que sé.
Pero no es real. No lo logré. Yo también he fracasado.... Odio la derrota. Es un sentimiento indignante.
Intenté que heredaras todo lo que aprendí en mi existencia... Pero olvidé que lo que no se experimenta no se aprende. No eres leal... No como yo. No conoces la terrible pérdida que exige el sacrificio por los tuyos.
No estás dispuesta.
Una sola herida te ha hecho renunciar. Un solo momento y dudas de todo lo que he creado durante años. Lo quiebras.
Sonrío, de un modo herido e irracional... La última lección que debo enseñarte es la ausencia y la soledad.
Una lección que te negué y tal vez necesites, la que me hizo quién soy.
Cuando me decido a hablar mi voz no se asemeja al timbre firme y melodioso que suele mostrar. Es vulnerable, de un modo que nunca has conocido en mí anteriormente.
- Me has fallado, Esmeralda. Te has fallado a ti misma.
Es irreversible... Ya no te admiro. Ya no siento orgullo. Te he perdido, y tú me has perdido a mí.
Miles de réplicas acuden a mi mente, deseando que conozcas cada una de ellas... Pero no es el momento. No así, ajenos a la mirada del otro.
- Quiero verte. Necesito verte.
Despedirme de ti... Ser tu Maestro una última noche.
Tal vez sea la primera vez que expreso verdaderamente mis deseos ante ti, que me muestro realmente como tu igual.
- Haré algunas llamadas, y resolveremos todo ésto.
Mi último acto como tu protector.
- Tengo un asunto en el Gehena, dentro de 1 hora. Ven cuando puedas, pregunta por mí en la Sala Vip. Les diré que te espero.
No me falles de nuevo, Esmeralda.
Acude a mí, no rompas los lazos que nos han unido huyendo. Aún te respeto, por encima de todo te respeto. Confío en tus posibilidades... Ahora lejos de mí.
Permanezco expectante al otro lado del teléfono... Esperando tu respuesta.
Sus palabras me hieren. Son puñales silenciosos en la noche de mi alma. Porque lo que dice y lo como lo dice no son la misma cosa. Porque siento en su voz mucho más de lo que quiere revelarme. Una dualidad no acostumbrada, una nueva realidad a la que acostumbrarme. No me muestra su realidad, y en cambio me muestra otra que jamás me mostró. Las cosas han cambiado. El pasado jamás volverá.
No me habla con autoridad, con firmeza superior. Se muestra vulnerable, hablándole a una igual. Y se que no soy su igual. Entonces ¿Por qué...?
Hacer algunas llamadas. Resolver esto. Nada de eso se resolverá con unas llamadas, ni con nada que pueda hacer. Deseo decírselo. Deseo demostrar que no quiero su compasión, que no soy una niña asustada buscando el consuelo de su padre protector.
Son mis propios errores los que me han traido a donde me encuentro. Soy yo quien debe salir de su propio abismo.
Sin embargo, guardo silencio. Me trago mis palabras y deseos por cautela, por miedo, por indecisión. ¿Como puedo saber que palabras elegir, que decir y como? ¿Como saber exactamente en que he fallado, para no cometer lo mismos errores? Hasta que sepa con exactitud el modo correcto de ser yo misma sin peligro, deberé ser otra persona. Silenciosa, respetuosa, cubierta por una máscara que oculte mi verdadera esencia. Me guardaré mi deseos, mis anhelos, mi pasión. Ya encontraré otros momentos y lugares adecuados para darles rienda suelta.
No más la ardiente y apasionada Esmeralda, solo la fría y silenciosa nueva Esmeralda. Un caparazón de hielo ocultando mi corazón de fuego.
Es todo cuanto digo. Una promesa, decisión, pero nada más. Mis palabras serán medidas a partir de ahora. No puedo permitirme más errores. No puedo ganarme más enemigos. No en mi nueva vida de soledad.
Pulso el botón y cierro la solapa del teléfono móvil, un acto que ya ha suplantado al antiguo acto de colgar el auricular del teléfono fijo. Lo hago con escasa decisión, sin necesidad de disimular. Puede que algún día la gente pueda sentir las reacciones de los demás a través de un teléfono colgado, pero de momento estoy a salvo.
Al menos respecto a lo que AHORA me sucede.
He podido sentirlo, he vislumbrado un cambio. Uno de los muchos que he sufrido esta noche. Los cambios de un todo. Mi vida entera ha cambiado, mi existencia eterna. Ya he pasado por algo similar, el cambio no es nuevo en mí. Mi vida cambió para siempre cuando mi Sire decidió arrastrarme a la inmortalidad. Todo mi mundo quedó atrás, pero no me importó, sabedora de que había ascendido a un estado superior. También cambió con la aparición de Vasily, por quien me dejé arrastrar al verdadero camino del Sabbat, una vida que al fin parecía tener un sentido, una función, un fin. Dejé atrás mi vida en Haití, y partí con él para afrontar un nuevo rumbo. Lo dejé todo. Lo perdí todo. Pero no me importó. Por segunda vez, perdí cuanto tenía para ganar más, mucho más.
Ahora es diferente. Es un cambio obligado, no deseado, como mi llegada al mundo de la noche eterna. Pero no son cambios para mejor. Ahora lo pierdo todo, pero no veo que se me ofrezca algo mejor a cambio, ni siquiera similar.
Ante la pérdida, no veo más que vacío.
Pero no es momento de lamentame. Tengo un cita a la que no puedo faltar, y tampoco deseo demorarla en exceso. Vasily no ha impueso una hora concreta, solo ha dicho que él estará allí en una hora, pero por lo que creí conocerle no le gusta esperar.
Lo que creí conocerle. Ya no estoy segura de nada.
Desde donde me encuentro, mientras deposito el teléfono sobre el mueble de la habitación, veo mi reflejo en el espejo. Eso me recuerda que tengo mucho que hacer, y muy poco tiempo. Me acerco a la minicadena de música y cambio el disco, poniendo uno en que canciones de diversos artistas se mezclan sin un orden concreto. La primera de las canciones comienza a sonar, aumento el volumen y me dirijo al cuarto de baño.
Malditas trenzas, apenas me las he puesto hace pocos dias y ya estoy harta de ellas. Posiblemente dentro de poco me aburriré de llevar el pelo suelo y tendré que buscar otra vez una peluquería que cierra después del anochecer, pero ahora mismo solo deseo eliminar estas pequeñas culebras de mi cabeza. El rostro que veo al mirarme en el espejo es el rostro de la vampiresa que no fue capaz de superar sus dificultades frente a su familia. No quiero ver ese rostro.
Me sitúo frente al espejo del baño, sorprendiéndome al descubrir que la sange ha recompuesto mi rostro. El rostro reflejado tiene los dos ojos igual de aparentemente sanos, y veo con normalidad. También mi mano cuenta ya con todos sus dedos. Al menos se que la sangre sigue siendome fiel. Ella cuida de mi.
Comienzo con prisa a soltar los enganches con que se sujeta el extremo de cada una de mis trenzas. Son muchas, y tardo cierto tiempo en soltar cada una y desentrelazar los mechones que la componen. Eso hace que comience a ponerme nerviosa pensando en el tiempo que voy a necesitar para terminar con toda la maldita cabeza. La canción termina y da paso a otra, y ésta a otra más, pero yo ya no presto atención a la música. Me concentro en una actividad monótona y manual que despeja mi mente y evita que piense en exceso. No quiero pensar. Solo dejar pasar el tiempo con la mente en blanco, dedicada a descomponer las hebras de mi pasado. Dejar de ser la que era y ser la que seré. Antes incluso de terminar, saco del pequeño tocador unas planchas en forma de pinza, ya que según veo será necesario alisarme el pelo.
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Cuando al fin termino, a pesar de no estar del todo conforme con el resultado, termino de maquillarme y miro el reloj. Casi cuarenta minutos, que barbaridad. Corro a la habitación en busca de ropa limpia, y cojo lo primero que encuentro: una camiseta ajustada de color marfil, unos pantalones vaqueros y un viejo sombrero. También saco un abrigo de imitación a piel, de tonos grises. Lo echo todo sobre la cama y comienzo a vestirme con velocidad. La musica sigue sonando, el tiempo sigue corriendo.
Y yo continúo concentrada en no pensar.
Cuando a fin me pongo las botas y cojo mi bolso, me doy cuenta por el peso de éste de que mi pistola está dentro. El revolver. Ese arma me da seguridad, o al menos lo hacía antes. Ahora, jamás estaré segura. Sobre la mesa descansa mi mochila y se que en su interior está mi otra arma, la que tomé como recuerdo de la armería de la Parroquia.
Mi nueva vida implica inseguridad.
Abro la mochila y saco la funda. Con rapidez y precisión, la abro y tomo el arma, sacando el cargador y dándole un par de golpes suaves contra la superficie de la mesa para que la munición se mueva en su interior. Evita encasquillamietos innecesarios y peligrosos. Vuelvo a introducir el cargador y a poner el seguro, y coloco convenientemente los otros dos cargadores y el silenciador a su lado. Saco la mira laser y comienzo a colocarla rapidamente en la pistola, ajustándola de forma que quede fijada de manera permanente. Sitúo de nuevo el arma en la funda y la cierro.
Tan solo me queda coger mis cosas: llaves, cartera, teléfono... mi revolver bien guardado en el bolso y la funda de mi automática bajo el brazo. Apago la musica y me dirijo a la puerta.
Al salir de casa y cerrar la purta con llave, me embarga una sensación extraña, nueva. Ni siquiera soy capaz de discernir si es agradable o dolorosa. Veo el cielo estrellado sobre mi cabeza. El brillo de cada estrella. Hasta ahora, al mirar el cielo solo veía unidad, uniones de puntos brillates creando figuras imaginarias. Las constelaciones. Ahora solo veo estrellas. Cada una de ellas, brillando con su propia luz, sin precisar a las demás para brillar más y más.
He sido constelación imaginaria, olvidándome de brillar con luz propia.
Debo aprender de mi soledad.
A brillar.
Sola.
Me acerco a un coche aparcado, cubierto por una funda de tela roida. Cojo la tela y tiro de ella. Demasiado tiempo ha estado aparcado sin usarse. Sin correr, sin recorrer la ciudad, con una serpiente al volante. La tela sale despedida, desvelando el automóvil que esconde. Un Pontiac Firebird, de 1968, todo un clásico. La pintura necesita un retoque, pero el motor está como nuevo. Mi dinero me costó rehacerlo, pieza a pieza. En un taller, por supuesto, tirarse al suelo y mancharse de grasa no es una de mis aficiones. Abro el maletero y escondo la funda con la pistola bajo el fondo falso, junto a la rueda de repuesto. Cierro y me meto en el coche, sentándome en el asiento del conductor. No me apetece retirar la capota, creo que iré con el coche cerrado, cubierta por la oscuridad de su interior. Habrá otras noches para conducir un descapotable.
Hoy es una noche sombría, no una noche de disfrute.
Guardemos un mínimo luto por la vieja Esmeralda.
Arranco el motor, sintiendo cierta incertidumbre acerca de si arrancará correctamente después de tanto tiempo parado. El rugido del motor, seguido de un ronroneo constante, me indica que todo marcha bien. Al fin algo marcha bien. Los espíritus quieran que la racha continúe.
Es la hora de acudir al Gehena.
La voz al otro lado del teléfono enmudece... No hay nada que pueda añadir. Tan sólo expectativas mudas, que no tienen nombre, que no tienen meta. Los frutos de años de compañía, de lazos, de vículos... que aún penden sobre vosotros.
El silencio es llenado por tu música, pero no logras marchitarlo. Parece rodearte, con su halo de soledad y ausencia... Y no se extingue. Crece y mengua, paulatinamente, alimentado por los minutos, y los recuerdos. Amenazado por tu energía que trata de expulsarlo, de acabar con él. Haciendo equilibrios en tu alma.
Finalmente la noche te recibe. Fresca, húmeda. Aún joven a pesar de todo lo ocurrido, ofreciéndote horas de oscuridad, de seguridad. Horas contigo, para pensar... Horas que aunque duelan, nunca sobran.
Arrancas, y el coche te lleva, guiado por tus pensamientos, ajeno a una ciudad que no duerme, y sin embargo nunca está despierta. Una ciudad bañada por la pereza y la desidia, adicta al placer, víctima del calor, acostumbrada al tedio de la pobreza.
Tu casa... tan lejos de tu origen, pero tan tuya.
Las calles cambian poco a poco, traspasadas, dejadas atrás, hasta que el perfil del Gehena asoma entre los edificios... Una vez dentro de la zona centro. No hay demasiado ambiente, al ser una noche "laborable", y sin embargo, como siempre, hay coches en el exterior... y movimiento "nocturno".
El camino se hace largo y pesado. No aburrido, porque realmente no tengo gana alguna de diversión. Las calles parecen vacías, mustias, muertas. Como plantas faltas del agua de la vida. Las avenidas son largas y oscuras, macabras, llenas de una total falta de pasión, vida, color.
No escucho música. No tengo ganas de aletargar mi mente con sonidos innecesarios. Me limito a mirar la carretera, dejar la mente en blanco, dejar que la brisa de la noche se filtre por la ventana y acaricie mi rostro. Ver la ciudad con mis nuevos ojos, solitarios, desconfiados, doloridos por todo lo que han visto esta noche. Necesito apaciguar mi alma, limpiar mis heridas y lamer mi piel hasta hacerla brillar de nuevo.
Las calles cerradas y los edificios se abren para dejarme vislumbrar el centro neurálgico de la vida nucturna del Sabbat en esta zona. El Gehena brilla en la noche como un faro que atrae a los vampiros a buen puerto. Su silueta, sus luces, todo parece atraer a los hijos de la noche al lugar. Incluso a mí, que me siento extraña en su interior. No me desagrada la exaltación vampírica. Somos lo que somos y hemos de demostrarlo, pero me siento mucho más cómoda mostrando mi superioridad a los mortales a los que puedo controlar. Quizás más tarde podría ir a un par de locales de salsa de la zona...
Aparco el coche en una calle cercana, y paseo en dirección a la entrada. Con el rosto sumido en las sombras de mi pequeño sombrero, flanqueado por mi larga cabellera, ahora suelta, fina y sedosa. Con mi torso cubierto por un abrigo cuya calidez necesito en estos momentos de debilidad. El bolso lo llevo cruzado bajo él. Y en su interior, la pistola que me da confianza. Escasa confianza.
Entro en el local, subiendo en el ascensor con un cosquilleo en el lugar que en otro tiempo era mi estómago. Nervios. No debería sentirlos, debería sentir paz, tranquilidad. Voy a ver a mi maestro. Pero se que las cosas son distintas ahora, lo que voy a ver es una incógnita para mi. No soporto la incertidumbre. Pero peor es la falsa confianza. La que sentí hacia mis hermanos, ahora declarados enemigos. Al menos Hamza y Dominic. Ahora, pensandolo con calma, reconozco que no puedo achacarles demasiado a Mariela y Steff. ¿Que podían hacer ellas? ¿Enfrentarse a su Ductus? Quizás si hubiera contado todo... si hubieran sabido toda la verdad... Pero entonces me considerarían traidora por delatar a mis hermanos. Es un circulo vicioso. No había nada que hacer.
Llego a la planta, lo que se hace evidente por el estruendo. No logro entender cómo está tan generalizado entre los vampiros una música como ésta, pero supongo que la mayoría pensaría lo mismo de mis gustos. Camino hacia la barra con decisión, sentándome en una de las altas sillas y esperando a que el camarero me atienda. Cuando lo hace, le sonrío cercana y sensual casi por inercia. Costumbres grabadas durante años que no puedo evitar.