Partida Rol por web

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

HORA: ¿A QUIÉN LE IMPORTA? PARECE MEDIODÍA.

ALGÚN LUGAR DEL DEMIURGO A UN DÍA AL SUR DEL LÍMITE DEL PROTECTORADO, BORCA OCCIDENTAL.

Ante sus preocupaciones no tardó en saltar su esposa, que cortó de raíz las preguntas.

- Albrecht, ¿quieres dejar de ponerle nervioso y dejarle hacer su trabajo de una puta vez? Mientras se preocupa en responderte no se puede concentrar en encontrar lo que quiera que le pase a este puto cacharro. Déjale trabajar, joder.

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El hombre resopló.

- Tienes razón. Tienes razón...- convino con evidente resignación.- Lo siento. Cuando sepas algo dinos, por favor.

Se alejó un par de pasos arrastrando los pies y al hacerlo levantó el omnipresente polvo arcilloso que lo cubría todo, un polvo que no tardó en acompañarte bajo el carro. Tosiste y resoplaste intentando alejarlo antes de cubrirte nariz y boca y seguir buscando.

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Que aquel polvo era el problema también del carro lo confirmaste al rato, al percatarte de una junta protectora de goma que reseca y corroída ya no cumplía la función que se esperaba que cumpliera. Bajo ella se había empezado a acumular polvo y barro que obstruían eje y buje y que explicaba los tirones y los problemas que habían notado los ancianos cuando giraban las ruedas.

Podías solucionarlo, sin duda, aunque la solución sin algo que sustituyera esa junta protectora sería temporal. Pero quizá entre la "basura" de la que había hablado Albrecht pudieras encontrar algo de utilidad.

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Y de algo nuevo se enteró Phi, de algo que desconocía hasta que prestó algo más de atención: aquel hombre que Filomena decía que era Jehammedano y que le había estado contando historias de estos, no parecía serlo en absoluto. Una barba rala tan descuidada y desaliñada estaba lejos de ser una verdadera barba Jehammedana. Esa falta de cuidado, pulcritud e higiene, era impropia de ellos. A eso había que sumar que dada la edad que aparentaba y la espada que portaba, poca o ninguna experiencia debía haber tenido usándola si carecía de las escarificaciones por cada enemigo del Jehammed derrotado en combate.

A todas luces mentía al decir que era Jehammedano. Las razones solo él podía saberlas: desde ser un simple farsante, un mentiroso que soñaba ser lo que no era o que ya no era lo que había sido, a intentar mantener la ilusión de una niña a la que había pretendido seguir el juego cuando esta le había confundido por una persona de otro colectivo. O quizá las razones eran otras y había usado la curiosidad de la muchacha para acercarse a ella con intenciones más oscuras.

Fuera lo que fuera, solo él lo sabía. El resto eran suposiciones.

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Isaías negó con la cabeza.

- Filomena, mejor que hagas caso, y si tenías un compromiso, cumplirlo- replicó a las peticiones de la niña.- Cuando uno da su palabra, debe cumplirla. Eso lo sabe todo Jehammedano de bien. Ya tendremos tiempo luego y, si quieres, te sigo contando. ¡Historias nuevas! Os las contaré a todos, si aun sigue interesado, don Phi- añadió guiñándote un ojo.- Y si tú también quieres, joven- terminó dirigiéndose a Darío, que por la cara que ponía lo de que sí que quería, lo tenía muy claro.

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Tras algún que otro resoplido por el polvo y tener que trabajar tumbado en una posición precaria, Volker por fin comenta a la pareja de ancianos lo que ha descubierto.

Vaaaale. Parece que ya sé de donde viene el problema. La junta de goma que debe proteger de los movimientos está deteriorada y no está haciendo su labor. Necesito reemplazarla. Espero que me sirva algo de la chatarra que me habéis mostrado. Veamos.

Volker se pone a revisar la caja de chatarra que ha manejado Albrecht sin ningún cuidado en busca de un sustitutivo de la goma estropeada.

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Phi no hizo ningún gesto ante el guiño de Isaías. No quería tomar conclusiones precipitadas, aunque por la actitud de aquel supuesto Jehammedano, suponía que se había visto atrapado en las redes de la imaginación de la niña.

- Haz caso a maese Isaías. - Dijo a Filomena. - Como todo buen Jehammedano, sabe cuándo es momento de aprender, cuándo de contar historias y cuándo de pelear. Ahora te toca aprender, chiquilla. - Dijo mientras se giraba y echaba a andar de regreso al grupo principal.

- Además, Isaías debería continuar con sus labores. - Indicó. - Pero luego habrá tiempo para todo. -

Confiaba en que su aire autoritario, las lecciones pasadas y el hecho de que él fuera su maestro fuera suficiente para que la niña hiciera lo que debía.

- Darío. - Añadió sin volverse. - Si quieres puedes venir y escuchar. - En su mente ya estaba dando vueltas a un par de ideas sobre cómo comenzar la lección.

Los humanos se habían vuelto salvajes e indomables. Pero cuando veía la ilusión en los ojos de críos como Filomena, Phi aún creía que había esperanza. Quizá, salvando y transmitiendo sus conocimientos, podrían hacer del mundo un lugar mejor.

Los pasos de Phi se detuvieron a una distancia prudencial del ajetreo y ruido del campamento principal y se giró para comprobar si Filomena y Darío le habían seguido.

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Parasteis en un pequeño claro despejado quién sabía hacía cuanto tiempo por un viento que había partido el tronco de unos cuantos árboles que con sus pies bien enraizados, ahora veían expuestas sus entrañas astilladas al polvoriento ambiente.

Filomena te habían seguido, no sin algún resoplido dando a entender que prefería haber tenido como aperitivo para la lección, otra de las historias que les había estado contando el supuesto Jehammedano. Aunque sin resoplido, Darío también había dudado al principio y a punto había estado de seguiros, pero finalmente había ganado la posibilidad de escuchar las historias que Isaías ya le había contado a su prima, razón por la que se había quedado atrás ocupando el asiento en el que hasta hacía nada había estado su prima. Además era un chaval responsable y no sabía cuando su tío le volvería a necesitar. Antes, eso sí, te dio sinceras gracias por haber pensado en él y prometió que os acompañaría otro día a dar clase si te parecía bien y no molestaba.

Estabais lo suficientemente lejos como para que el grueso del jaleo que había en el camino no os molestara, pero no tanto como para escuchar de vez en cuando algún que otro grito amortiguado por la distancia. Los árboles esqueléticos cubiertos de su pátina rojiza os rodeaban proporcionando la intimidad que la mente inquieta de Filomena necesitaba. Y es que cuanto menos a su alrededor susceptible de captar su atención, más posible era evitar distracciones y mantenerla concentrada.

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Sin el menor pudor la muchacha se sentó en el suelo tan pronto consideraste que el lugar para dar la clase era el apropiado.

- ¿Qué vamos a aprender hoy, Phi? Matemáticas no, ¿verdad? No me apetecen nada. ¿No puede ser otra cosa? Cualquier cosa...

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Rebuscaste y rebuscaste entre cacharros y cachivaches de todo tipo, inútiles para cualquiera que no fuera un chatarrero, pero a los que tú le podías sacar un buen partido. Que todo aquello fuera guardado por Albrecht tan solo podía ser explicado porque aquel hombre era de esos a los que les molestaba tirar la más mínima cosa. De esos que creaban un vínculo extraño con cualquier cosa que pasaba por sus manos y que guardaban todo lo usado, por mucho que no se pudiera usar más, ante la posibilidad de que un día, muy improbablemente, les pudiera servir de algo.

Tras unos minutos terminaste de apartar todo lo creías que podías utilizar y dejaste junto a la caja, tras sacarlas, unas gomas, pedazos rotos y desgastados de lonas plásticas, unas abrazaderas metálicas de métricas diversas y alguna otra cosa más que ni tú sabías qué era. Con todo aquello, usado correctamente, creías ser capaz de dejarles el carro perfectamente.

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El anciano te había estado observando en todo momento, carcomido por la curiosidad y preocupado también por el destino que sufrirían sus cacharros. Había guardado silencio la mayoría del tiempo, salvo por algún que otro consejo del estilo "mira ahí abajo, ahí puede haber algo" que te sirvió de bien poco.

- ¿Y bien? ¿Tienes lo que necesitas? ¿Necesitas algo más? ¿Te puedo ayudar con algo, muchacho?

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Phi escuchó la queja de la niña sin mutar su semblante lo más mínimo.

- Te contaré un secreto... - Dijo en tono misterioso y sombrío. - Mi padre era Jehammedano... ¿lo sabías? -

Miró a Filomena unos segundos más en silencio, dejando que sus palabras calaran en la muchacha.

- Sé más sobre ellos de lo que crees... Puede que incluso más que Isaías. - Añadió lanzando un rápido vistazo en la dirección en que habían abandonado al supuesto Jehammedano con Darío.

- Puedo contarte cosas... si estudias. - Dijo poniendo finalmente su condición. - Si apruebas mis exámenes te contestaré a una pregunta concreta sobre los Jehammedanos. - Ofreció. Parecía haber encontrado algo con lo que motivar a Filomena. - Una pregunta por día... si te esfuerzas y aprendes. - Añadió.

- ¿Qué te parece? - Preguntó a la niña sin mostrar una sonrisa en el rostro. Confiaba en que aquello funcionara a la perfección. De lo contrario Filomena le sorprendería... y mucho.

Se irguió de nuevo y sacó su garrote. Le dio la vuelta y lo sujetó por la parte más ancha. Sin esperar, comenzó a grabar en la arena del suelo con la parte más fina del arma... Filomena ya conocía los números, pero aún estaban con las operaciones básicas. Inecuaciones y polinomios estaban lejos del alcance de la chica, pero tarde o temprano tendría que aprenderlos. Si es que Phi lograba inculcarle un mínimo de pasión por aquello. De lo contrario tendría que conformarse con sumas, restas, multiplicaciones y divisiones... Eso era lo que había acordado con su padre, pero para Phi no era suficiente.

- Las tablas de multiplicar... - Indicó mientras señalaba con el garrote al suelo para captar la atención de Filomena. - ¿Cuánto es? - Preguntó dando un par de toquecitos con el extremo del garrote en un punto en concreto.

En el suelo estaban grabados los símbolos:

3 X 7

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- No… ¿En serio? Mmm…  Imposible. Es… Raro. No te pega, Phi. No te pega nada. No pareces Jehammedano- inquirió suspicaz la muchacha.- ¿Y por qué tú no eres Jehammedano entonces? ¿Por qué eres...- te miró de arriba abajo sin saber muy bien que decir, así pues optó por lo primero que se le ocurrió: la indefinición- lo que eres? Si mi padre fuera Jehammedano yo sería Jehammedana, ¿no?

 Estaba claro que ante la revelación que acababas de realizar los símbolos sobre la tierra estaban lejos de captar su atención. Demasiadas dudas y preguntas habían despertado tus palabras como para que ella estuviera aun dispuesta a aceptar ninguna promesa. Eso o que ella esperaba sacarte alguna respuesta antes de comprometerse a nada. Un aperitivo que o bien podía aplacar su curiosidad haciendo que se concentrara o bien podía terminar de despertar su voraz apetito por saber más sobre aquel colectivo que en su mente estaba rodeado de un aura de atractivo misterio.

- Por qué no querrías ser Jehammedano si tu padre lo era, ¿eh?

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Volker sonríe ampliamente cuando descubre el problema y parece encontrar el modo de solucionarlo. Tras reunir las piezas comienza con la labor de dejar el vehículo lo mejor posible. Si bien no deja de echar un ojo por si algo del saco podría venirle bien para alguno de los cacharros que tiene a medio montar. Cuando acabe la “chapuza”, según lo agradecidos que les note tratara de que de tener algo que le interese, consiga que se lo obsequien.

Creo que con lo que tienes aquí podría arreglarlo lo suficiente, pero si tienes algo más que crees que pueda serme útil, muéstramelo ya que podría ser un trabajo más duradero o permanente.

VOLKER:

- Consigues hacer un buen apaño con los materiales disponibles. Crees que el carro aguantará otros cien o doscientos kilómetros más.