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Degenesis I: En el Polvo.

Relatos en el Polvo.

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20/05/2018, 23:01
En el Polvo.

RELATOS EN EL POLVO.

Notas de juego

- Escena especial para la narrativa de los eventos roleados en la quedada nacional umbriana de 2018 en Toledo.

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21/05/2018, 19:04
Radek Skrabanec.

No estaba tan mal orientado, después de todo. Servir de guía a estos siervos del Espital y seguir el rastro de los Devoradores fue todo uno, así que no tuve que tomar la decisión de elegir una u otra cosa, pues el rastro acabó en el Espinazo, nuestro destino inicial.

Los Devoradores habían sido una plaga de poco más que cadáveres con poco cerebro incapaces de todo salvo de morder todo lo que se movía, para hacer honor a su nombre, babear y gemir o aullar y cagarse y mearse donde les diera el apretón.

Llegamos casi a la vez que una caravana que salía del sur, y hete aquí que habían sufrido un ataque muy parecido a aquel cuyos resultados habíamos presenciado. Y traían heridos y muertos.

La necesidad de tener que acabar incinerando a los muertos y, seguramente, también a los heridos ya era lo suficientemente incómoda. Aun más, el hijo de los alcaldes del Espinazo era uno de los fallecidos en la caravana del sur. Aun más todavía: estos espitalianos que me acompañaban ya habían visitado el Espinazo: para incinerar las cosechas de los granjeros con la excusa de que habían sido infectadas por el polvo.

Y todavía más aun: sufrimos un ataque justo en el momento en el que se estaba llevando a cabo la convocatoria para una reunión general.

El Espinazo era un pueblo dedicado a la agricultura, como ya se habrá deducido, de gentes dispersas en sus granjas y un pequeño centro urbano en cuya calle principal había un espinazo muy impresionante a los ojos del recién llegado. Y ahora llegaban corriendo, estas gentecillas, seguidas de varios pequeños grupos de devoradores. Gerik había ido a convocarles y a dar las malas nuevas a la Alcaldesa, y con él un pequeño chatarrero, mientras Cyrek y yo permanecíamos aquí, hablando de qué hacer y Vargas, la mujer, se dedicaba a inspeccionar a las mujeres. No recuerdo dónde se encontraban los demás, porque cuando el infierno se desata, siempre muchos detalles escapan de la vista. Es lo que tiene ver tu atención acaparada por la necesidad de salvar el pellejo.

Subí a la casa del alcalde cuando vi la polvareda, para ver qué ocurría, y ahí estaban corriendo y luchando por su vida, a tiros, con estacas, con lo que hiciera falta. No me hizo falta usar la ballesta ni el arco, pero mantuve mi posición, siguiendo un presentimiento.

Unos cuantos murieron y otros fueron heridos, pero la gente se concentró justo en la vivienda en cuyo tejado me encontraba, para refugiarse en algún lado. Les hice caso omiso: deseaba seguir aquí, y ahora sabía por qué, pues recordaba los rumores y quería corroborarlos. Quería ver si alguien azuzaba a esta peste del polvo llena de tenias infecciosas. Y vaya que si lo vi. Vi cómo, cuando el pueblo ya había quedado desierto y los Devoradores campaban por sus respetos, un vehículo con una ametralladora montada en él, se llegaba a la plaza. En el vehículo había un hombre que, por cómo se vestía y comportaba, me pareció uno de los míos. Un Apocalíptico. Se rodeaba de las bestias sin que estas le hicieran caso alguno. Confirmado. Por varios detalles supuse que pertenecería al grupo de aquel a quien llamaban el Químico. Gente mala, aun entre los míos. Renegado y lleno de odio, por lo que escuché aquí y allá, hace un tiempo.

Fue en ese momento que el grupo en el que venía desde el norte hizo gala de su buena disposición pues, al parecer, tenían un refugio en la casa del alcalde. Un sótano que era mucho más que un sótano y, al ver que yo faltaba, se habían negado a cerrar y ocultar la entrada, y habían salido a buscarme. Asomó su fea cabezota uno de ellos y, joder, tuve que bajar, aunque maldita la falta que me hacía, yo que estaba cómodo y bien oculto, viendo cosas que debían verse para saber qué hacer.

El sótano, cuya entrada se cerraba y ocultaba gracias a un ingenioso mecanismo, formaba parte de una extensa red de túneles que antiguamente se llamaban "metro" o "ferrocarril", o algo similar. Un lugar que habían habitado mis hermanos durante siglos. El alcalde no deseaba salir de la pequeña zona que conocía, pues -y esto yo lo sabía- mis hermanos de siglos pasados habían llenado sus guaridas de trampas y guardas que bien podían seguir funcionando, y era un laberinto con kilómetros de pasajes. Y mis hermanos habían abandonado estos lugares, lo que suele ser un buen motivo para no entrar en ellos, por si acaso. ¿Por qué si no nos habríamos marchado, para empezar? Tentados estuvimos de desoír las palabras del alcalde, desaconsejando la exploración, más aguardamos a que se fueran los devoradores del pueblo para salir.

Ruidos de saqueo. Si. Saqueo. Y las palabras del alcalde, denunciando, por fin, el muy cobarde, que habían recibido una visita de gentes que les querían esquilmar su cosecha bajo la amenaza de un ataque, para encontrarse con que ya antes se la había quemado el Espital y no podían pagar el impuesto.

Y por eso este ataque. Y por eso, cuando salimos, estaba el Espinazo vacío de todo lo que de valor pudieran haber encontrado.

Reclamé entonces para mis hermanos, por encima de cualquier reclamación del Espital o de los Jueces, la tarea de barrer nuestra propia casa y dirigir con su ayuda la búsqueda de este grupo de idiotas locos de atar que se dedicaban a manejar a los Devoradores de Cadáveres y a extender la plaga. Buscarles y atraparles matando, torturando, haciendo lo necesario para que pagaran su estupidez, pues ¿a quién vamos a engañar, timar, vender, robar o lo que sea que hacemos los Supervivientes, si nadie queda para que lo hagamos?

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22/05/2018, 16:41
Famulante Gerik.

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

HORA: MEDIODÍA.

VILLA ESPINAZO.

El siguiente día pareció perdonar la vida a Gerik. Después de que el anterior intentara ahogarlo, despeñarlo y asfixiarlo con su propio vómito, el camino hacia Villa Espinazo lo vivió sin contratiempos. Vamos, un día normal... si no fuera por aquellas huellas anómalas que seguían desde el pasado día. Huellas de presuntos Devoradores y huellas de neumáticos. Huellas que inquietantemente se acercaban al enclave de agricultores.

Guiados por Radek, el guía contratado por el Spital, el Juez Alejandro y los Famulantes Cyrek, Urraca y Gerik terminaron por llegar al pueblo por la zona norte de este. El Spitaliano Polen, atípico entre los suyos por su tono de piel curtido a diferencia de la palidez típica spitaliana, su cabello dorado en cresta en contraste con la total calvicie de sus compañeros y su barba rubia bien recortada frente a los rostros totalmente afeitados de sus homónimos, observó la localidad desde lo alto de una loma.

Parece sólida, no creo que caiga rodando como un fardo, pensó mientras examinaba el lugar conocido por él. Hacía tan sólo dos meses había visitado el pueblo y tras comprobar que un peligroso parásito infectaba buena parte de las cosechas quemó la mayoría, para frustración y rabia de los campesinos. No le importaba lo que pensaran de él. Era preferible que el pueblo pasara hambre o muriera por ella a que se infectaran y transmitieran la plaga subsiguiente a otros lugares. Y murieran en el proceso, claro. Gerik solamente significaba el mal menor necesario.

Veamos con qué sonrisa nos reciben en cuanto me reconozcan, se dijo con ironía. Y sobre todo cuando les digamos el peligro que merodea por los alrededores de su villa, añadió mentalmente conforme descendían la loma y comenzaban a entrar al pueblo. Antes de ello, sin embargo, el grupo pudo comprobar la polvareda levantada por lo que parecía una gran caravana procedente del camino sur de Espinazo.

Caravana y grupo se juntaron en mitad del pueblo. Allí supieron que la primera había sido atacada por los Devoradores, causando víctimas: una de ellas un niño que supieron se trataba del hijo del Alcalde de Espinazo. De todo aquello una nueva comitiva se formó para hablar con el alcalde, ya fuera por la pérdida de su hijo, ya fuera por la presencia de los Devoradores, cercanos a su pueblo.

La casa del Alcalde, otrora un gran edificio ahora destruido en gran medida, pero aun así el más impetuoso de todo Espinazo, fue el lugar donde el líder de la villa los recibió. La pérdida de su hijo lo impactó y totalmente azorado rogó a los presentes que llamaran a su esposa, en el perímetro externo del pueblo junto a los cultivos.

Joder, precisamente ahí fuera con lo que puede venir en cualquier momento, pensó el Famulante polen que no dudó en ponerse en marcha hacia el extrarradio del pueblo. Un hombre de la caravana, un tal Phi con aires de sabelotodo, decidió acompañarlo.

Perfecto. Que él hable con la pobre mujer. Yo forzaré a los granjeros a refugiarse en el interior, decidió el rudo spitaliano. Poco antes de salir, su superior Cyrek lograba hacer entender al Alcalde de lo que podía estar por ahí fuera y el atribulado hombre llegó a referirse a un enorme refugio bajo su casa. Gerik asintió mientras salía a paso ligero hacia las granjas, sabiendo a dónde debían ser conducidos los habitantes.

No necesitó indicación para saber dónde quedaban las granjas, pues conocía el lugar de haber pasado otras veces y haber quemado sus cosechas. El estudioso, no obstante, resultó útil a la hora de localizar exactamente la ubicación de la mujer del Alcalde.

Bien, yo a lo mío, se dijo mientras a voces fue llamando y reuniendo a los granjeros de la villa y ordenándoles que se dirigieran al interior del pueblo. Phi logró dar la mala noticia a la mujer sin que esta perdiera los estribos, ayudando posteriormente a juntar a más y más gentes con las que dirigirse al refugio.

El spitaliano caminó detrás de la muchedumbre, girando su cabeza, esperando ver en cualquier momento, en la lejanía, una polvareda con los temidos Devoradores apareciendo. Por ello, cuando sus temores se materializaron, el avance de cuatro Devoradores no lo pilló por sorpresa.

Ya me parecía a mí que este día estaba siendo demasiado benigno.

- ¡Corred, maldita sea! ¡Corred! - Ordenó el Famulante a los labriegos mientras él se giró y caminando lentamente hacia atrás, preparando su Desplegador con una ágil floritura, se dispuso a cubrir la retirada a los civiles y a combatir a aquellas bestias.

De cerca pudo observar que, aunque corrían a cuatro patas a una velocidad desmesurada, en su día fueron humanos a pesar de que ahora parecían unos rabiosos mastines con afiladas dentaduras. Y recibió al primero con dos fuertes tajos de su Desplegador, capaz de matar a cualquier persona. Pudo ver cómo le abría las tripas y como, junto a los intestinos, numerosas tenias gigantescas caían a mansalva... ¡Pero aquella cosa aguantaba!

Recibió un bocado en su brazo, siendo herido de consideración, y la respuesta supuso un último tajo que casi partió por la mitad a aquella cosa y acabó con ella. Oyó un disparo tras de sí y observó cómo los otros tres Devoradores se abalanzaban sobre la muchedumbre que intentaba huir. Con una pistola, el erudito Phi trataba de encararles. Auxiliándolo, pronto cayó otra bestia y luego una tercera tras proporcionarles daños masivos y logrando que los campesinos escaparan. La llegada de Alejandro propició que la última bestia también muriera. Pero si pensaban que aquello había terminado se equivocaban: a lo lejos se podía ver una jauría enorme que se precipitaba al lugar. Sólo habían aniquilado a una avanzadilla. Debían refugiarse y así lo hicieron junto a los evacuados en la casa del Alcalde y su subterráneo.

Durante la evacuación aun tuvieron que lidiar con algún que otro Devorador, pero finalmente la mayoría del pueblo fue puesta a salvo, que no la totalidad a juzgar por los gritos lejanos de personas, sin duda atacados por aquellos monstruos. Pero no había tiempo para auxiliarlos.

El grupo, junto a buena parte de la población, se ocultó en el refugio, camuflado y escondido bajo el salón de la casa del Alcalde. El refugio resultó ser un enorme, amplio y extensísimo túnel que en el pasado sirvió como conducto de grandes vehículos sobre raíles.

Mientras se debatía sobre si intentar seguir el túnel para salir de allí ante el temor de ser descubiertos o esperar a que los atacantes se marcharan, Gerik se tomó la libertad de investigar hasta dónde llegaba el inexplorado corredor subterraneo. Tras una larga marcha llegó a encontrarse un cruce... ¡Con seis caminos distintos, nada menos! Aquella red de galerías debía ser enorme y extensísima. Evacuar a la gente sería inviable sin explorarla a fondo primero y eso podría llevar semanas, sin contar con lo que podrían encontrar allí abajo.

Aquella información disipó la idea de internarse. Esperaron hasta que los amortiguados ruidos de la superficie cesaron. La espera proporcionó tiempo para intercambiar opiniones sobre lo visto y Radek confirmó que los Devoradores tenían amos. Gente bien armada que parecía dirigir a su jauría sin ser atacados. Gente que, según el propio explorador, eran Apocalípticos, como él, y le hacían sospechar de un grupo de químicos siniestros, los Comensales, proscritos entre su propio gremio por el empleo de sustancias químicas para fines terribles. Tal vez aquello explicara la reaparición de los Devoradores y el control que tenían sobre ellos.

Radek, el Chatarrero Volker, el Juez Alejandro, la misteriosa Anubiana Neftis, el estudioso Phi y los Famulantes Cyrek y Gerik salieron a la superficie, asegurándose que la Alcaldía estaba vacía. Se habían llevado las cosas de valor, certificando que eran rapiñadores y bandidos. Por las ventanas pudieron ver a un contingente de esos ladrones con camiones llevándose a la población que no había podido ocultarse en el refugio, para venderlos como esclavos o tal vez convertirlos en Devoradores, y manejando a decenas de las bestias sin problemas. Aquel número de enemigos hacía inviable ningún tipo de confrontación contra ellos. Tras montar en sus vehículos con su botín se marcharon, dejando desolación tras su paso.

El grupo aún tuvo que lidiar con media docena de Devoradores, dejados atrás, que como carroñeros mordisqueaban cadáveres. Atraídos estos a un combate donde el grupo pudo enfrentarse a ellos uno a uno, se eliminaron las últimas amenazas de Espinazo.

¿Y ahora qué?, se preguntó el rudo spitaliano. Esa era la pregunta. Sólo caben dos opciones: avisar al Spital sobre la envergadura del problema y cada uno por su lado, o todos juntos seguir los rastros de esa escoria y localizarlos. Luego ya se verá, pensó Gerik, teniendo bien claro su decisión.

- Sigamos a esos malnacidos - opinó.

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24/05/2018, 14:18
Volker Volg.

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

HORA: MEDIODÍA.

VILLA ESPINAZO.

Volker apenas había terminado de sacudirse el polvo de sus ropajes, se encontraba mostrando a la pareja de ancianos dueños de la carreta de un mapa que estaba tratando de actualizar con lo que ambos pudiesen aportar. En ese instante, sonaron unos gritos salvajes que no parecían provenir de seres humanos y Volker reaccionó rápidamente guardando el mapa y soltando la mochila en el mismo lugar que reposaba su rifle. El ataque había sido tan repentino, que el enemigo iba a estar encima suyo para cuando reaccionase, obligándole a usar su pala a modo de arma.

Los atacantes, como pudo entrever mientras se preparaba, caminaban prácticamente a cuatro patas y se movían recordando un poco a las arañas. Parecía que en algún momento fueron seres humanos. Ahora por contra, viéndoles arrancar a mordiscos la carne de los desafortunados que caían ante su avance, distaban mucho de aquel pasado.

Fedor y varios miembros de la caravana comenzaron a organizarse rápidamente y consiguieron herir y matar a varias de esas criaturas. Volker, también hizo su parte, no sin observar con temor y asombro como, por muy mala que fuese la herida que sufriesen aquellos seres, no cejaban en su objetivo e incluso lo buscaban con mas ahínco.

La caravana al cabo de un rato salió victoriosa, aunque las caras de los supervivientes no reflejaban más que miedo y urgencia. Miedo porque aquellos seres en ningún momento parecieron contemplar la retirada y urgencia porque podría haber más cerca.

Partieron rápidamente, no fueron necesarias órdenes de apremio, tan sólo recogieron los heridos y muertos con toda la premura posible y se pusieron en marcha hacia Espinazo.

Llegaron a Espinazo sin más percances y allí dividieron la caravana entre los que vivían en las afueras y los que se quedaban en el pueblo como tal.

Fedor les pidió a Phi y a él que le acompañasen a casa del Alcalde y así lo hicieron tras conocer que uno de los muchachos que había muerto era su hijo.

Cuando llegaron a casa del Alcalde se encontraron con unos Spitalianos, que mostraron bastante interés en el ataque, en los heridos y los muertos y lo que se había hecho con ellos.

Tanto Phi como él, explicaron lo que habían podido ver durante el ataque, de los que los Spitalianos denominaron “Devoradores” y Volker ante la posibilidad de que los Spitalianos se tomasen el asunto en plan “quema todo posible foco de contagio y luego analiza”, se puso a la defensiva y cerca de la puerta de salida tratando de escuchar todo lo que hablase en especial el que parecía el líder del grupo.

Tras escuchar los planes de éste de investigar tanto heridos como muertos antes de proceder, se relajó un poco y le acompaño al lugar en que estos habían sido dispuestos.

Volker, que acompañó a Cyrek, que así se llamaba el spitaliano al mando, observó el análisis que hizo éste de los heridos y los muertos para tratar de aprender que debía vigilar de cara a un posible contagio. Mientras tanto, Phi iba con Gerik a ver a la mujer del Alcalde para informarla de lo ocurrido y de paso informar a la gente de las afueras que debían acudir al refugio bajo la casa del Alcalde.

Apenas habían finalizado el examen, al parecer sin síntomas de ver contagio en ninguno de los examinados, cuando oyeron gritos y escucharon disparos. El explorador estaba en el tejado del Alcalde tratando de apuntar con una ballesta bastante grande y en la distancia se veía una gran polvareda, mucha gente que venía corriendo hacia el centro del pueblo y al parecer varios Devoradores que trataban de alcanzar a los campesinos.

Volker y Cyrek avanzaron raudos en dirección a la revuelta, sin embargo Volker al pasar por la puerta de la casa del Alcalde, soltó la mochila y avanzó tan sólo unos metros al encontrar un buen lugar en el que afianzar su rifle y prestar apoyo en la distancia.

Afianzado y buscando objetivos que abatir, observó la situación y vio que los que plantaban cara al enemigo mientras los campesinos tan sólo corrían en dirección al refugio eran Gerik, Phi, Alejandro y en camino de ello estaba Cyrek. Mientras tanto Radek en el tejado estaba a la espera de tener algún tiro limpio, lo cual no estaba resultando fácil ni para él con el rifle.

No tardó mucho en verse obligado en disparar a un Devorador con dos tiros consecutivos, aun a riesgo de dar al defensor, pues la situación parecía apurada. Sin embargo, el apuro no pareció durar demasiado. Los hombres que venían del Norte, parecían muy competentes en el combate y pronto limpiaron la zona lo suficiente para retirarse. El tal Gerik fue el más reticente a la retirada, pero se dio cuenta de que era imperativo.

Volker retrocedió al igual que ellos hacia la puerta de la casa del Alcalde, donde al lado de su mochila montó guardia mientras el resto se replegaban, entrando justo antes que Alejandro, que tras mirar el interior del edificio y buscar a alguien con la mirada, se quedó esperando lo máximo posible antes de cerrar la puerta.

Hicieron recuento de conocidos mientras el Alcalde abría una trampilla en el suelo cerca de la chimenea, recordaron que Radek estaba en el tejado del Alcalde y descubrieron que desconocía si el refugio tenia salida.

Apurando la decisión mientras los campesinos iban entrando en el refugio, Alejandro finalmente subió por la escalera interior al tejado instando a Radek a bajar.

Una vez todos entraron al refugio, Gerik se dio un pequeño paseo por lo que Volker había reconocido como un túnel de transporte antiguo que se llamaba Metro. No tardó en regresar y entonces hicieron un aparte para exponer la situación.

Los que se reunieron para valorar las opciones eran Cyrek, Gerik, Alejandro, Radek, Phi, Volker y una africana que ahora era la primera vez que Volker reparaba en ella.

Radek informó que los Devoradores parecían controlados por un hombre que iba en un vehiculo armado con una metralleta.

Iniciaron una conversación para determinar si debían ir por los túneles o esperar a ver si los atacantes se retiraban. El Alcalde parecía bastante seguro de que una vez tomasen los objetos de valor que estimasen oportunos se irían.

Volker era partidario de ir por los túneles, pero Radek dijo que estaba seguro que estaban plagados de trampas. Quizás por el hecho de que Radek era su guiá, el grupo de Spitalianos, decidió optar por la alternativa de esperar y con sigilo cuando lo considerasen despejado salir a echar un vistazo.

Volker que estaba acostumbrado a trabajar solo y tratando de pasar desapercibido se ofreció a subir.

No tuvo muchos problemas en llegar a una ventana y asomarse a echar un vistazo por una pequeña rendija entre la cortina y el marco de la ventana.

Cuando bajó, su cara era de preocupación mientras informaba a sus compañeros.

Lo que había visto eran camiones, coches, motos. Armas. Una veintena de personas y entre tres y cuatro docenas de aquellos Devoradores con arneses. Parecían estar llevándose a varios campesinos que no habían tenido la suerte de llegar al refugio, gente a la que les miraban la dentadura como animales. Había un grupo de ancianos que estaba apartado del resto y también había varios individuos que parecían estar cargando con todo lo de valor que habían encontrado.

Daba la impresión que estaban próximos a partir.

Decidieron esperar a dejar de oír el ajetreo y a los vehículos alejarse antes de salir y cuando lo hicieron tan sólo vieron a media docena de Devoradores y la mujer del Alcalde a punto de atacarles a pedradas, pues estaban comiéndose al cadáver de su hijo. Radek intervino con rapidez y evitó que la mujer llamase la atención. El grupo, al que se había unido la africana, no tardó en acabar con los enemigos sin mayores problemas.

Cyrek, entonces dirigiéndose sobre todo a Radek y Volker, les preguntó sobre las opciones que tenían de seguir el rastro de los vehículos, cosa que parecía fácil, al menos actualmente.

Volker intentó despedirse del grupo, diciendo que aquello no iba con él. Él trabajaba solo y se dedicaba a la chatarra, de aquello no veía qué podía sacar de provecho. De hecho, de momento sólo había perdido un dineral en munición, y no le sobraba precisamente. Sin embargo, era obvio, que si este grupo de carroñeros prosperaba... con el tiempo quizás no quedarían lugares para explorar. Y justo ese razonamiento, que era de los pocos que servirían para que Volker continuase con el grupo fue sacado a colación por Cyrek.

Así pues, Volker, revisó la mochila para ver que no le faltaba nada mientras los demás hacían a su vez los preparativos para partir. Tras un rápido vistazo y ahora que no les acechaba el enemigo, Volker buscó entre los supervivientes a Albretch y Hülda. Hasta ahora no se había atrevido a hacerlo.

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27/05/2018, 18:15
Neftis.

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

HORA: MEDIODÍA.

VILLA ESPINAZO.

Neftis había perdido a su escolta. Otra vez. Tampoco es que fuera algo especialmente preocupante, a fin de cuentas, ya había ocurrido en el pasado y estaba convencida de que aquel gran luchador regresaría pronto. Al menos, eso había prometido.

De un modo u otro, continuó su camino. Su destino le llevó a pasar por un pueblo pequeño, al que los nativos llamaban Espinazo. Todos los Anubianos esperan encontrar el caos allá donde van, pero lo que Neftis encontró allí superaba sus expectativas. Las casas vacías. Los lugareños corriendo. Una masa ingente de personas dirigidas por un par de hombres hacia un edificio central: El Ayuntamiento.

No pudo evitar dirigirse hacia los dos hombres que dirigían a aquel grupo. Sabía que era mejor dejarlo correr y seguir al resto, pero la curiosidad era demasiado grande, y aquellos hombres hablaban alto y fuerte. Sin duda debían ser líderes. Les observó unos instantes, y su mirada se detuvo sobre una de sus armas. Un gusano, portador de la plaga trepaba discretamente sobre el filo. Aplastó con sus manos al invertebrado, sin inmutarse demasiado. Luego volvió sus grandes ojos verdes hacia su portador esperando obtener explicaciones de lo ocurrido.

El plan de aquellos hombres hacía aguas. Querían que entráramos en un edificio cerrado para ocultarnos en unas catacumbas esperando huir de unos Devoradores que supuestamente estaban siendo controlados. Yo sabía que eso era imposible, nadie había podido controlarles, y encerrarse parecía una decisión muy arriesgada. Tú no eres la líder de este pueblo, se dijo Neftis a sí misma, y resignada, sin siquiera haberse presentado, se unió a la masa, aunque su color de piel y sus rasgos claramente africanos la identificaban fácilmente.

Una vez escondidos en aquellas extrañas catacumbas, Neftis notó el recelo de muchos hombres. En aquel lugar oscuro, la Anubiana se sintió sola. Aquellos hombres tenían complicidad, amistad incluso. Su corazón se ensombreció un poco.

Acostumbrada al desprecio de algunos, intentado dejar de lado su soledad, decidió investigar junto a otro de los líderes. Parecía un soldado. Era fuerte, musculoso y le había visto antes tolerar el dolor con una maestría que había encendido algo en la Africana, ¿Curiosidad? ¿Admiración? Cuando dijo que quería investigar aquellos túneles, le siguió. Parecían demasiado complejos, y era fácil perderse, así que fue todo un fracaso.

Al final, nos limitamos a esperar. Hubo alguna conversación intermedia, e incluso la Africana dio su nombre cuando le pidieron que se presentara. El resto del tiempo, tan sólo recitó mentalmente sus rituales, e intentó percibir perturbaciones, sin éxito. Pasado un rato, algunos salieron. Ella no tardó en seguirles.

Fuera, todo estaba desierto. Se percibía la muerte en aquel lugar. Se respiraba el aire de la batalla, y el corazón de la Africana se aceleró. Ella no era una luchadora, y apenas era capaz de citar uno o dos de los nombres de los integrantes del grupo. Fue entonces cuando los vio, los Devoradores que se habían quedado atrás. Los que habían “dejado”, suponiendo que fuera cierto que alguien los controlaba. Eran monstruos, tal y como se les describía en las leyendas, seres inhumanos. Pero no hubo mucho tiempo para centrarse en ellos. La batalla comenzó.

El resto del grupo se organizó. Todos parecían luchadores, y todos tenía un plan. Ella se ofreció a ayudar, como hiciera falta. Todo fue muy deprisa, en realidad. Un hombre subió a lo alto del edificio y disparó desde arriba, los demás esperamos dentro del edificio a que los monstruos entraran. Todos pelearon con maestría. Neftis sacó su cuchillo, observó y esperó.

Los luchadores hicieron su trabajo con sus armas. Llegado cierto momento, el cuchillo quiso saborear la sangre. La muerte llamaba a aquel ser, así que la Africana, servidora de su dios salió corriendo, el cuchillo se clavó en la criatura y Neftis sintió a aquella extraña criatura morir.

Una vez todos murieron, Neftis se tomó un segundo para observar a la muerte. Intentó grabar en su memoria lo que veía para compartirlo con su secta. Observó a uno de los Devoradores, de cerca y reprimió las ganas de investigarlo, de examinarlo para saciar su curiosidad. No es el momento. – Se dijo. Susurró una plegaria, revisó los restos para que no quedaran gusanos vivos, respiró hondo y observó a todos sus compañeros de batalla. Como siempre, sintió cierta cercanía a ellos, habían luchado juntos. ¿Ahora compartirían su viaje? Sus ojos verdes centellearon un segundo. Podría ser. Se mordió el labio. Sin darse cuenta, había surgido un deseo. Deseaba que su destino estuviera unido al de ellos.

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27/05/2018, 18:26
Phi de los Maestros.

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

HORA: MEDIODÍA.

VILLA ESPINAZO.

Bum. Como si de un tambor lejano se tratara Phi notó el leve estremecimiento acompañado del sonido. En mitad de su conversación con Filomena, el maestro hizo un gesto brusco con el dedo índice instando a la joven a permanecer en silencio.

Bum. Aquel sonido volvió a escucharse. El silencio repentino en los alrededores. La ausencia del piar de las aves. Phi reaccionó por instinto... como haría cualquier superviviente. Cogió a Filomena y la arrastró consigo hasta ocultarse ambos tras un rojizo y erosionado tocón. Le tapó la boca.

Bum. Su sensación de peligro se vio recompensada en cuanto vio a la figura adentrarse en el claro. Un hombre corría sin resuello, jadeante, con el rostro mostrando un pavor primigenio, visceral. El tipo se sujetaba un muñón ensangrentado, que era todo lo que quedaba de su brazo derecho. Phi temió por él, y por Filomena. Pero no temía a aquel hombre asustado. Temía a lo que fuera aquello de lo que huía el hombre. 

El tipo casi se derrumbó de rodillas en el centro del claro. Era evidente que sus fuerzas le fallaban y que no podría huir mucho más tiempo. Entonces fue la primera vez que Phi vio a uno de ellos. Físicamente parecía un hombre. Con rasgos alargados, mutados quizá. Salvajes.  Sí, salvajes era la definición más cercana a la realidad. Caminaba a cuatro patas, con las patas traseras más alargadas que las delanteras, y parecía que le costaba avanzar con rapidez... salvo cuando saltaba.

De dos saltos se plantó encima de su presa y el hombre cayó al suelo... muerto o inconsciente. Y el depredador se acercó a su víctima, olfateando el aire y deleitándose con el olor de la sangre.

Bum. Otra vez aquel ruido. Phi reaccionó con rapidez. Miró muy serio a Filomena y le dedicó unas palabras en voz baja:

- Quédate aquí y no hagas ningún ruido... Hasta que yo o alguien de la caravana vuelva. - Urgió a la niña. No tenía tiempo para comprobar si ella le obedecería. Filomena parecía aterrada y Phi retiró con suavidad su mano de la boca. Ella no gritó. Convencido de que la niña podría permanecer allí oculta, Phi respiró hondo una vez y salió a toda velocidad de su escondite, corriendo alejándose de la niña. Gritó mientras desenfundaba su revólver. Se paró en seco, saltó y agitó las manos.

- ¡Eh tú, caraperro! - El rostro del ser se giró para observar con sorpresa a Phi.

Bum. Dios santo. Ese ser daba miedo. Intentó no traicionar la posición de Filomena, no desviando su mirada hacia el tocón tras el que se refugiaba la niña. Entonces recordó. La descripción de ese ser se le antojaba familiar. Había escuchado historias... Era un Devorador de Cadáveres. Pero eso no era posible... Estaban extintos, o eso se creía.

Bum. Un salto. De un salto la criatura había cubierto la mitad de la distancia que le separaba del maestro. Phi apretó el gatillo. Pero los nervios y la velocidad del ser le hicieron errar el tiro por poco. Su bala impactó en una rama de otro árbol y el Devorador saltó de nuevo casi alcanzado la posición de Phi.

¡BANG! Ésta vez el disparo resonó aun más en los oídos del profesor, ahogando el nuevo Bum... que aunque no se escuchó, lo sintió. Entonces lo supo. Era su corazón desbocado, a punto de salírsele por la boca. La fortuna quiso que el segundo disparo impactara en la frente de aquel ser abriendo un boquete de un tamaño considerable. Un disparo del calibre 44 diseñado específicamente para la caza mayor debía ser capaz de acabar casi con cualquier animal. Pero Phi dudaba de englobar a ese ser en la categoría de animales.

Sin perder ni un segundo, Phi rodeó al Devorador y corrió hasta alcanzar al hombre caído en el claro. Le buscó el pulso y éste apenas se notaba. Seguía con vida pero por poco. Lo arrastró hasta el mismo tocón donde estaba Filomena, se apresuró a aplicarle unos primeros auxilios mínimos, y preparó un improvisado torniquete en la herida del brazo. Quizá no fuera muy buena idea, pero era todo lo que podía hacer por él. El mundo era un lugar realmente jodido. El profesor palpó con rapidez en los bolsillos del hombre y recuperó unos pocos cartuchos de bala. Al menos recuperaría las dos balas gastadas y alguna más. Después de todo ese tipo no iba a necesitarlas y menos en su estado.

Escuchó un aullido. A éste le siguieron otros. No podía calcular cuántos pero si había más de esos seres, estaban en apuros. Agarró la mano de Filomena y salió corriendo en dirección a la caravana. Al llegar el espectáculo resultó desalentador. Volker, el chatarrero, ayudaba a incorporarse a otro de los miembros de la caravana. Habían sufrido un ataque y varias bajas, pero habían logrado matar a unos pocos Devoradores. Phi intercambió una rápida mirada con Volker.

- Hay más de esos seres. - Dijo el maestro. Fedor no lo dudó y puso en marcha la caravana. Las lágrimas en los ojos del líder de esas gentes contaron a Phi el resto de la historia. Miró a Volker y éste le indicó con la cabeza uno de los carromatos, donde habían colocado los cuerpos de los caídos. Darío estaba allí. El joven muchacho con ansias de aprender. Si Phi hubiera aceptado, Darío habría ido con ellos a la clase y ahora no estaría muerto. Una punzada de culpa golpeó con fuerza al Maestro y éste decidió permanecer un poco aislado y en silencio el resto del camino a Espinazo.

La caravana se apresuró en regresar, adelantando su llegada algo más de un día. Nada más llegar, Fedor pidió a Phi y Volker que le acompañaran a ver al Alcalde. Éste se encontraba reunido con un grupo curioso. Un Juez, tres Spitalianos y un Apocalíptico. La conversación derivó enseguida a la aparición de los Devoradores de Cadáveres.

Phi, Volker y Fedor narraron su encuentro, y el otro grupo les indicó que venían siguiéndoles la pista. El rastro al parecer casi acababa en Espinazo. Se intentó realizar un plan de emergencia. En el sótano de la mansión del Alcalde había una especie de refugio, así que el grupo, a petición del Alcalde, trató de reunir a todos los aldeanos para que se ubicaran en dicho sótano. Al menos para estar protegidos en caso de ataque hasta que se supiera más de esas criaturas.

Phi se dirigió a las casas de las afueras, junto a uno de los Spitalianos, un tal Gerik. Su misión era avisar a las gentes de los deseos del Alcalde, y transmitir la noticia de la defunción de Darío a su madre. La pobre mujer lloró desconsolada unos minutos en los brazos de Phi, pero éste y el Spitaliano enseguida trataron de movilizar a todos los aldeanos.

Todo parecía ir sobre ruedas hasta que Phi notó cómo se le erizaban los pelos de la nuca. Algo iba mal. Giró el rostro y vio una polvareda. Un grupo de Devoradores se acercaba hacia ellos a toda velocidad. Lo siguiente fue caos y confusión. Gritos, mordiscos, sangre, polvo y disparos. Una locura.

Cerró los ojos. No tenía muy claro cómo, pero en la confusión habían logrado abatir a algunas criaturas y refugiarse en el dichoso sótano. Vio a Volker, un rostro conocido, y asintió en su dirección. Quizá fuera por haber compartido viaje anteriormente, pero sentía cierta familiaridad con el Chatarrero.

Phi echó un vistazo a aquel túnel y a la gente hacinada en el mismo. Estaba bastante seguro de que aquellos no eran todos los habitantes de Espinazo. Debían faltar al menos la mitad. Apretó un puño, furioso. Giró el rostro y vio al grupo de extranjeros comandados por el Juez que habían estado hablando con el Alcalde. Se dirigió hacia ellos y Volker le acompañó. Entre todos expusieron la situación y plantearon opciones. Una Anubiana estaba con ellos. Phi estaba seguro de no haberla visto antes en la Villa, y no sabía muy bien cómo había llegado hasta allí... pero parecía estar de su lado y querer ayudar. El Maestro no objetó nada.

Aquel lugar no era seguro. Los túneles se extendían en ambas direcciones y más adelante se ramificaban. En una época antigua los habitantes del lugar lo habían usado como medio de transporte. Metro lo llamaban. Pero ahora no eran más que largos y kilométricos túneles bajo tierra que en ciertos puntos tendrían salidas a la superficie. Si es que no se habían taponado ya, claro.

Mientras decidían cómo proceder, llegó de la parte superior el Apocalíptico que acompañaba al grupo del Juez. Se había mantenido escondido fuera todo el rato y venía con malas nuevas. Un grupo de varias docenas de Devoradores había arrasado la ciudad... o al menos a las personas vivas que quedaban. Pero lo más extraño era que un grupo de Apocalípticos había venido luego en sus vehículos y se habían dedicado a saquear. Parecía que uno de ellos controlaba a las criaturas de algún modo, y eso despertó el interés científico de Phi. ¿Era posible controlar a esos seres? Y en caso afirmativo... ¿cómo?

En su lucha habían descubierto que las personas normales podían convertirse en Devoradores si eran infectados por alguno de los parásitos que contenían los Devoradores ya desarrollados. Al golpearlos habían visto en algunas ocasiones cómo tenias de pequeño tamaño salían disparadas al suelo entre la sangre y las vísceras. Podía convertirse en una epidemia de magnitud global. Eran una amenaza para todo lo que quedaba de humanidad. Y al parecer, los Apocalípticos que los usaban, habían capturado con vida a bastantes de los habitantes de Espinazo. ¿Querrían convertirlos en nuevos Devoradores? ¿Estaban formando su propio ejército? Y en ese caso... ¿Qué podrían hacer ellos? Si huían y lo dejaban correr llegaría un punto en el que nadie en el mundo estaría a salvo.

Alguno de los presentes comentó la posibilidad de tratar de rastrearlos hasta su base. Hasta la guarida donde los Apocalípticos repostaban el combustible de sus vehículos. Dar con la ubicación y luego regresar a informar a algún grupo más numeroso y mejor armado. Quizá a los Jueces, que creían haber extinguido a los Devoradores, y que ahora se verían sacados de su error.

Phi asintió. Fuera como fuera, él iría. Se lo debía a Darío, y lo quería hacer por sí mismo también. Quería descubrir qué estaba pasando y cómo esos tipos controlaban a unas criaturas tan demenciales y salvajes. Era un conocimiento que no debía perderse.

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27/05/2018, 22:45
Alejandro de Burgos.

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

HORA: MEDIODÍA.

VILLA ESPINAZO.


La victoria era suya. A pesar de su obligada actuación como acompañante, como una especie de mezcla entre guardaespaldas y soldado, el orgullo hizo que, por primera vez, Alejandro sonriera. Era perfectamente probable que ninguno de sus acompañantes diera a su victoria y proceder el crédito que merecía, pero eso no importaba. Ya llegaría el momento de reflejar debidamente lo ocurrido, de expresar como, a pesar de ser forma evidente el de menor rango de todos los presentes, había sido su actuación la que había logrado lo más importante: evitar una masacre.

Apoyado contra la pared, Alejandro miró a los presentes, esperando los acontecimientos que se iban a suceder mientras repasaba, mentalmente, lo que había ocurrido desde que el Apocalíptico les había llevado hasta el pueblo de Espinazo. Desde ese momento, Urraca (y a ella habían ido sus pensamientos en todo momento desde el segundo que descubrió que no estaba muerta) había centrado todos sus esfuerzos en ayuda a la población, sobre todo a la población femenina, del asentamiento. No había podido hablar demasiado con ella y esa circunstancia le zahirió unos segundos. Tuvo que repetírselo, nuevamente: estaba viva. Urraca, su Urraca, estaba viva. Y viva aquí, al lado suyo. No en un lugar lejano, no esclavizada o capturada. Viva. Aquí. Ahora.

- E incluso progresando más que yo, la muy arpía - pensó sin disimular en la voz de sus pensamientos el placer por la broma que ella nunca escucharía. Porque no había duda. Urraca había logrado prosperar. Había viajado hasta aquí, y se había unido al Spital. ¿Cuánto tiempo había precisado antes de ascender tanto en sus filas?

La inteligente, valiente, capaz y autocrática Urraca. La volvió a repasar, con la mirada, mientras respiraba profundamente. Seguro que su búsqueda había durado menos que la que él había realizado, intentando encontrar cualquier rastro de ella, donde fuera hasta que, finalmente, perdida toda esperanza, había unido sus fuerzas a los Jueces.

Quería juzgar. Quería sentenciar. Se negaba a dejarse morir aun cuando no hubiera motivo alguno para vivir. Orgullo, lo sabía. Su viejo orgullo.

Pero demonios, en días como él muchos motivos había para sentirse orgulloso. ¿O no era cierto acaso que los acontecimientos habían demostrado la certeza de sus conclusiones? En efecto, al llegar al pueblo de Espinazo se habían encontrado con luctuosas nuevas: una caravana que llegaba del sur había sido, igual que los pobres que habían encontrado, emboscados por los Devoradores y el hijo menor del Alcalde había fallecido. En la reunión en la alcaldía, había mantenido las mismas tesis que ya había mantenido antes, con su grupo: no se trataba de los Devoradores. Ese Clan había sido eliminado. Sin embargo, sabiendo que había ahora unos parásitos parecían contagiar la enfermedad de alguna manera (o tener relación con ella), era de prever que una nueva cepa, desconocida, había surgido.

Deseando saber más, había hablado con uno de los miembros de esa caravana en la que había muerto el hijo del Alcalde, un tal Phi. Había escuchado lo ocurrido, y llegado a la misma conclusión: la amenaza era grande, y debía eliminarse lo antes y mejor posible.

Fue entonces cuando, mientras el resto del grupo partía para hablar con la madre del niño muerto, o para comprobar el lugar donde se había producido el ataque, se quedó en Espinazo con el Apocalíptico. Al creer ambos ver algo en la lejanía, le convencí para subir a la terraza de la casa del Alcalde, desde donde pudimos percibir un grupo de Devoradores lanzándose contra nuestros aliados. Aún me dio tiempo de agarrar al Apocalíptico, que apunto estuvo de perder pie y caer, antes de lanzarme hacia el combate. Dudo que Radek llegara siquiera a darse cuenta de lo cerca que había estado de caer al vacío. Acto seguido estaba allí, golpeando a esa especie de remedo de Devoradores, hasta lograr que todos pudieran escapar.

Sí, fue un buen trabajo. Como lo fue también dirigir a todos los supervivientes evitando la desbandada, hasta el bunker de la casa del Alcalde. Fue él, y no otro, el que con su voluntad logró que todos entraran. Y fue él, igualmente, quien mantuvo las puertas abiertas hasta que todos entraron, especialmente, hasta que entró Urraca. Hubo muertos, claro, y capturados. Pero la mayor parte de los habitantes se salvaron. Y el motivo principal fue él, sus palabras. Sus órdenes. Su fuerza.

Alejandro vuelve entonces a mirar a Urraca, deleitándose con su figura y recordando otros tiempos, lejanos. Tiempos en los que ella le hablaba de planes, le confiaba sus medidas, siempre adecuadas, para organizar el asentamiento, y donde él le contaba sus triunfos y, en algún caso, alguna derrota.

Los recuerdos volvieron. Habían llegado al asentamiento, y tras esperar al apocalíptico, habían cerrado las puertas. Se trataba de una especie de refugio subterráneo, con numerosas salidas, pero más peligrosas que seguras.

El Apocalíptico nos avisó. Había gente junto a los Devoradores, al parecer, unos Apocalípticos renegados bajo el mando de un tipo llamando el Químico. Además, una persona más se había unido al grupo. Una Africana. Contuve mis deseos de dejarla fuera, e incluso defendí su presencia. Por mucho que su mera visión me recordara el asesinato de mi gente, las atrocidades cometidas contra ellos, ella, aquí, no había cometido delito alguno. Es más, era una de las vivas. Y esto era de vivos contra lo que quiera que fueran esos Devoradores mestizos y el criminal que los había comprado.

Tras un debate esperamos a que los Devoradores y quienes los guiaban se marcharan tras saquear la parte de arriba. Logré evitar, nuevamente, que entre los refugiados de abajo cundiera el caos y el desánimo, y se envió al Chatarrero, Volker, a investigar. Sí, había vehículos, y personas que conducían a los Devoradores como animales.

Tal como yo había indicado, no era una cepa. No era que los Jueces no hubieran terminado el trabajo. Alguien había creado en el laboratorio un nuevo tipo de Devoradores y los usaba para sus fines.

Tras eliminar a algunos Devoradores más, nos preparamos para seguirles a donde quiera que fuera su guarida.  

Y aquí estamos ahora. Con una sonrisa se acercó a Urraca. Saldrían pronto. Eso era seguro. La abrazó con fuerza. No sabía si iban o no a poder descansar antes de partir. Pero sabía que ambos se merecían estar juntos y hablar. 

Y ojalá fuera pronto.

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27/05/2018, 23:01
Joukahainen el Conciliador.

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

Era por la mañana cuando el ruido alertó a sus sentidos. El ruido era la llamada del deber en forma de rugidos de bestias impías que en algún momento pretérito fueron seres humanos no muy diferentes a él. No creía en las casualidades y esos enemigos no habían salido a su encuentro de forma fortuita. Su tarea era expandir la fe y limpiar el mundo, no podía ignorar la llamada del deber. Tenía enemigos que abatir.

No estaba solo, pero la llamada era únicamente para él, por ese mismo motivo se despidió de la extraña mujer que le acompañaba poco antes de espolear su caballo con energía y enarbolar su peligroso sable en la mano. No se conocían demasiado y las circunstancias de su primer encuentro habían sido las más extrañas que él podía recordar, sin embargo prometió volver a encontrarla aunque aquella promesa no dependía únicamente de su voluntad. El combate se acercaba y seguramente sería peligroso. Si salía bien parado ya tendría tiempo de tratar de cumplir con sus promesas y continuar con su tarea.

Cabalgaba erguido tal y como le habían enseñado desde niño, subido en su silla con el tronco recto y la barbilla levantada. Sujetaba las riendas de su animal con la mano izquierda mientras en la diestra empuñaba con firmeza su poderoso sable damasceno. La enjoyada hoja de su mortífera arma brillaba con la tenue luz de la mañana y era un claro reclamo para los posibles enemigos. Algo que a él le gustaba, pues no temía a la muerte y era un portador de la verdad, quería que sus enemigos pudieran verle y temerle mientras avanzaba hacia ellos con la muerte en su brazo derecho. Sin embargo su soberbia fue castigada por su Dios y sus oponentes más astutos de lo que él había pensado le emboscaron en un pequeño paso inclinado. El Conciliador no reparó en ello hasta que fue muy tarde para reaccionar. Uno de sus enemigos saltó hacia él como un resorte tratando de atacarle de una forma suicida, pero lo suficientemente efectiva como para ser descabalgado y caer pesadamente al suelo. Consciente de la situación el Isaaquita se quitó a su enemigo con un potente golpe de su brazo izquierdo y rodó por el suelo con toda la celeridad que le permitía su armadura para llegar hasta su letal arma.

Su brazo se volvió a sentir poderoso cuando recuperó el control sobre su arma, momento en el que se puso de nuevo en pie para enfrentarse al primer enemigo. Cruzó su sable frente a él y se puso en guardia listo para el enfrentamiento. La bestia le observó con lentitud moviendo su cabeza como si tratara de comprender algo, pero él no le dio tiempo. Cargó contra su oponente y con un potente tajo hundió su magnífica hoja en el pecho de su enemigo. Cuando desencajó su hoja del cadaver pudo ver la pastosa y oscura sangre del muerto manando lentamente. Joukahainen suspiró profundamente y levantó la cabeza buscando a su caballo, el cuál se había marchado encabritado tras el combate, pero antes de poder localizar a su bestia una sombra oscura se cernió sobre él. En aquella ocasión no le pillaron por sorpresa y el otro enemigo que estaba encaramado a una roca como un depredador observando a su presa, se lanzó como un tigre enfurecido contra el Isaaquita. No obstante, éste se apartó y la caída de su oponente fue aparatosa. Mientras el ser se reponía, el guerrero elevó su enjoyada espada y acabó con su vida, finalizando el combate.

Tardó unas horas en apartar los cadáveres y encontrar a su caballo para volver montado en él y sucio de polvo a continuar con su camino en dirección a Espinazo.

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29/05/2018, 23:09
Famulante Cyrek.

VALLE DEL POLVO.

AÑO: 2595.

MES: ENERO.

DÍA: FINALES DE MES.

HORA: MEDIODÍA.

VILLA ESPINAZO.

El polvo es cada vez más fuerte y la noche cae con fuerza sobre nuestras cabezas. Poco a poco nuestros pasos nos llevan a lo que esperamos sea un refugio seguro para nuestros cuerpos. Todo el día marchando y con el terrible asunto de los cadáveres infectados, ha agotado nuestras fuerzas mucho más de lo que esperaba. Han pasado horas y el cansancio que traigo encima es más del que recuerdo tener en toda mi vida, incluso más que en todas esas largas jornadas de trabajo en el Apéndice.

Por suerte Radek conoce un buen lugar en el que montar un campamento y es ahí donde pasamos la noche. Por más que diseñamos un sistema de guardias, nada interrumpe nuestro sueño y somos capaces de reponer todas nuestras energías después de una jornada que ha sido, como poco, agotadora.

Ya en la mañana, continuamos con nuestra marcha, siguiendo el rastro. Radek no se demora mucho en informarnos que vamos en dirección de nuestro objetivo inicial: El poblado conocido como Espinazo.

Entonces divisamos el pueblo, un pueblo de un tamaño considerable. El rastro que seguíamos viene en esta dirección pero no entra en el caserío, por lo que claramente no los encontraremos en el interior del mismo. Sigo avanzando sin demasiadas expectativas acerca de lo que encontraremos en esa zona. Sigo a Radek, nuestro guía, para finalmente entrar en Espinazo.

Al ingresar, vemos de inmediato como acaba de llegar desde el sur una caravana. Lo primero que hacemos es acercarnos a donde está el alcalde del pueblo, a quien buscamos para hacerles algunas preguntas. Nada más llegar a él escuchamos la noticia de que, durante un ataque de lo que parecen ser nuestros objetivos, ha sido asesinado su hijo. El hombre está devastado y en un aparente estado de shock. Cruzo unas palabras con él pero no parece capaz de formular oración alguna ni de decidir nada. Lo único que hace es pedir que le ayuden a informar a su mujer del fallecimiento de su hijo.

Es entonces que conozco a un buen hombre: Un chatarrero que se presenta como Volker Volg. Me cuenta que su caravana fue atacada por hombres bestiales con las características de los devoradores. Es entonces que entiendo la importancia de realizar una inspección en muertos y heridos para determinar la posible infección por las temidas tenias que encontramos en el ataque anterior.

Gerik permanece a mi lado mientras que Urraca se dedica a asistir a las personas del pueblo, que la ocupan con preguntas de índole médica. Entiendo la necesidad de dividirnos para realizar múltiples funciones, por lo que le hablo a Gerik:

 - “Famulante, acompaña al hombre para hablar con la mujer del alcalde y aprovecha de reunir a las personas de las granjas. Tienes experiencia en este lugar, por lo que confío en ti para esto.”

Si bien el polen no es lo más diplomático que hay, su conocimiento del sitio (que había visitado anteriormente para purgar cultivos contaminados) es invaluable para su tarea pues puede ahorrarle tiempo valioso. El hombre al que me refiero es un tal Phi, quien parece ser alguna clase de erudito, con aspecto de buena gente. Alejandro decide quedarse con Radek para vigilar los alrededores en vistas de un posible ataque que se deduce de las posiciones flanqueantes de los ataques anteriores y el hecho de que las huellas nos trajeron acá:

“Si no han atacado Espinazo, lo harán a la brevedad.”

Pero mi tarea será otra. Pregunto al dueño de la caravana, al parecer el hermano del alcalde, donde están los muertos y heridos del ataque que sufrieron y él me lleva a donde están los carros apostados. Volker me acompaña y me asiste mientras me pongo a la tarea de realizar un examen acabado.

Miro con detenimiento primero a los muertos, Examino las heridas de todos ellos, determinando contusiones de diversa consideración así como cortes y otro tipo de heridas, descartando que haya presencia de mordidas. Busco también la presencia de tenias pero no encuentro nada de ello. Luego miro a los heridos y también observo que no tienen heridas infectadas ni que son un peligro potencial de contagio de aquellos temidos parásitos.

Terminada mi labor, le informo a Volken, quien ha mirado todo lo que he hecho como quien supiese algo de medicina:

 - “No he encontrado signo alguno de infección parasitaria, por lo que pueden disponer de sus difuntos con el rito funerario que consideren apropiado. Sus heridos tampoco, por lo que hemos de atender sus heridas en función de la gravedad d…”

Pero entonces, un revuelo interrumpe mis palabras mientras que un disparo nos confirma que hay problemas. Tomo el desplegador que había dejado a mi lado y corro junto con Volker para ver qué es lo que está causando disturbios. Apenas salimos de la construcción, notamos como grandes nubes de polvo enmascaran lo que parece ser un gran caos que proviene de las afueras del pueblo pero que ya se ha instalado en el corazón mismo del asentamiento. La única imagen que consigo divisar es a Alejandro corriendo con su hachuela en la mano, lo que me indica que hay enemigos y que han de estar en esa dirección.

Comienzo a correr siguiendo aquel vector mientras siento como mi respiración se agita en cada paso. No consigo ver con claridad al enemigo a combatir hasta que veo, justo delante de mí y levantando una gran polvareda, a un hombre (o lo que alguna vez puede haber sido considerado un hombre) desnudo, moviéndome a cuatro patas, intentando morder con sus asquerosas fauces en movimientos bestiales y completamente enajenados de humanidad alguna. Sus ojos son los de bestias y su aspecto es aun peor.

Pero no alcanzo a blandir mi arma cuando ya han sido asesinados. Suspiro con calma pues hemos conseguido detener el ataque por el momento, pero a nuestro alrededor permanecen en el suelo una serie de cuerpos asesinados. Algunos aldeanos no han sido afortunados pues sus cuerpos fueron literalmente despedazados por los devoradores.

Escucho la voz de Radek, que indica que vienen muchos más atacantes por todos los flancos del pueblo. Pero el alcalde menciona algo acerca de un refugio bajo su casa, uno que han usado contra bandidos y saqueadores. Es la única opción que tenemos, por lo que comenzamos a movernos en esa dirección. Alejandro consigue movilizar con sus palabras a todos los aldeanos que permanecen en los alrededores, por lo que junta alrededor de doscientas personas para meterse en el refugio bajo la casa del alcalde.

Nos movemos junto con ellos, guiándolos y protegiéndolos. Cercano a la chimenea, debajo de una alfombra que tiene una mesa encima, se oculta una trampilla que comunica a un gran lugar bajo el suelo que nos servirá como refugio. Cuando todos ellos han bajado, nos quedamos en el piso superior asegurándonos de que todos han descendido. La situación es caótica y desesperada, por lo que hacemos un rápido recuento y entonces noto que Radek no está entre nosotros. Pregunto a todos los presentes y Alejandro me indica haberlo visto sobre el tejado de la casa del alcalde.

Subo las escaleras todo lo rápido que puedo hasta que llego a una trampilla. La abro y, al asomarme, veo que Radek me hace signos de que me mantenga en silencio. Le indico que baje junto a mí en señas hasta que le convenzo. Una vez abajo le digo que bajaremos todos y nos ocultaremos para luego planificar. Bajamos por las escaleras en el suelo, seguros ya de que nadie está arriba que haya tenido posibilidad de guarnecerse con nosotros.

La trampilla se cierra sobre nuestras cabezas y un inteligente dispositivo reposiciona desde abajo la alfombra y los muebles que la disimulan. Suspiro un poco más tranquilo y es momento de hablar. Nos quedamos al lado de la escalera mientras que Volker mantiene su oído atento a lo que ocurre en el piso superior.

Delante de nosotros se extienden los túneles de lo que antiguamente era un sistema de transporte por el que millones de personas transitaban. Redes imposibles de conocer completamente y más peligrosas aun que el campo abierto. Pero hay algo más urgente que hacer en este momento. Me acerco a Gerik y le indico la herida que tiene en su brazo, producida por los dientes de una de esas bestias. Él asiente y se descubre para que le examine. Utilizando mi material para curaciones, abro la herida y examino bien hasta encontrar unas pocas de esas tenias, que consigo remover de forma exitosa, para luego desinfectar y suturar con toda la pericia que soy capaz de reunir. El trabajo no es malo y cumple con su función.

Una curiosa mujer de piel oscura, a quien no habíamos percibido hasta entonces, participa en todas nuestras conversaciones y se muestra muy protagonista en los acontecimientos. Su nombre es Neftis, uno que no dice hasta que se le pregunta directamente y que parece confesar no sin cierta incomodidad.

Entonces escuchamos como alguien recorre la casa sobre nuestras cabezas e incluso saquea lo que hay en ella. Poco tiempo nos preguntamos como es posible pues Radek nos cuenta acerca de lo que vio: Un hombre en un vehículo con una ametralladora, que no era atacado por las bestias sino que parecía dirigirlas. Nos cuenta la historia de aquellos traidores entre los Apocalípticos y su líder, a quien llamaban “El Químico”.

Pero eso es un tema para otra ocasión pues ahora lo importante era saber si quedarnos ahí hasta que el asunto pase o si irnos por los túneles a nuestro alrededor. Gerik, después de una breve exploración, nos indica que son muchos túneles y probablemente llenos de trampas, por lo que decidimos seguir donde estamos, aun a sabiendas de que ser detectados sería nuestra muerte inevitable.

Pero no sucedió y, en vistas de lo bueno del escondite y la artimaña para ocultarlo, decidimos quedarnos ahí. Pasaron los minutos, esperamos pacientemente, hasta que finalmente los ruidos desaparecieron sobre nosotros. Media hora más pasa antes de que Volker decide subir en solitario para así averiguar qué ha sucedido.

Pocos minutos pasan hasta que vuelve a bajar. Nos informa que unas personas están terminando de saquear todo lo que encuentran en el pueblo, incluyendo aldeanos a quienes llevan como prisioneros, probablemente esclavos, mientras que los devoradores pululan por los alrededores. Nada podemos hacer en este momento, por lo que esperamos un rato más antes de decidir salir.

Subimos Gerik, Alejandro, Neftis, Phi, Radek, Volker y yo. Una vez arriba, vemos como los atacantes ya se han marchado, mientras que solo queda un pequeño grupo de devoradores royendo los huesos de los cadáveres. De pronto, vemos como la mujer del alcalde se dirige piedra en mano a atacar a los enemigos que consumen el cuerpo de su hijo muerto. Solo Radek consigue detenerla a tiempo para que no mande nuestro factor sorpresa a la mierda.

Hacemos un plan de emboscada en el interior de la casa del alcalde, flanqueando la puerta Alejandro y yo mientras que Gerik corta su paso. Phi apunta por una ventana mientras que Volker con su rifle de caza hace lo mismo desde otra. Radek ha subido al tejado para disparar con su arco y Neftis permanece atenta para luchar en el interior.

El flechazo de Radek comienza la lucha, que se continúa por el disparo de Volker. Phi dispara también mientras que el resto comenzamos la lucha cuando los devoradores ingresan en la casa. Cortes con los desplegadores, la hachuela de Alejandro y la daga de Neftis tiran cadáveres al suelo. Nuestros ataques son coordinados y pronto la victoria es nuestra sin tener que lamentar decesos.

La amenaza ha acabado de momento y solo queda pensar qué hacer a continuación. Nos reunimos para conversar y pronto concordamos que debemos aprovechar las huellas frescas para seguir el rastro. Tenemos planes secundarios, como el conocimiento de Radek y quienes conozcan los lugares cercanos pues no será fácil cumplir con las condiciones para tener esa cantidad de devoradores y vehículos. Sea como sea, todos estamos de acuerdo en cual es nuestra labor, nuestra mejor posibilidad y, aun los más renuentes no querrán vivir en el mundo donde esos malnacidos sean imparables. Nosotros nos encargaremos de evitar que así sea.