Pese a la tensión que atenazaba su pecho y su corazón casi desbocado por los nervios, la princesa jamás olvidaría aquella fortaleza enana que había abierto ante sus ojos un mundo lleno de fascinantes maravillas pero también cosas terroríficas. Estaba deseando poder volver junto a sus amigos y poder contarles todo lo que habían visto allí...
Pero pronto aquellos pasos comenzaron a rodearlas e Ingelyn se mordió el interior de la mejilla hasta casi hacerse sangre. Desenfundó la espada al mismo tiempo que Ilwen tensaba su arco y arqueó un poco las piernas para estar lista ante lo que fuera que pudiera ocurrir. Justo el punto donde estaba ella se iluminó con un tenue halo azul proveniente de Rimkant.
—Maldita sea... si estamos rodeadas plantaremos batalla. Haré todo lo posible por cubriros para que no os alcancen en el cuerpo a cuerpo... —pero ella sabía perfectamente que siendo solo una lo tendría muy complicado
Las chicas se juntaron todo lo que pudieron, uniendo sus espaldas y tratando de discernir de dónde venían los posibles enemigos. No tardaron en saberlo, pues de varias galerías cercanas vieron aparecer varios enanos guerreros, cubiertos de pies a cabeza con una armadura de metal brillante y color dorado oscuro. Era la tropa más impresionante que jamás hubieran visto, y no fue hasta que estuvieron muy cerca que se dieron cuenta de que no eran soldados vivos, si no autómatas con forma de guerreros enanos.
Aquellas máquinas que parecían vivas rodearon a Ingelyn, Mara e Ilwen, cubriéndose con sus enormes escudos dorados y amenazándolas con sus grandes y pesadas hachas ceremoniales. Una rápida cuenta les permitió ver que eran ocho, pero seguramente en una fortaleza como aquella habría muchas más. Poco a poco, se iban acercando y cerrando el círculo en torno a las aventureras.
El rey difunto observó aquellos guerreros dorados y no tardó en dar su opinión sobre la situación.
—Son Siervos de Cobre —dijo—. Guerreros de metal, dotados de movimiento y cuya misión es enfrentarse a cualquier amenaza que ponga en peligro el reino. Nunca se cansarán, ni dejarán de perseguir al enemigo hasta que lo aniquilen o lo expulsen de la fortaleza.
Mientras hablaba, los soldados metálicos se iban acercando, lenta pero inexorablemente.
—Antaño me hubieran reconocido sin dudarlo, pero aho... pare... que... hab...
La voz y la imagen del rey enano se distorsionaron, y la luz de las vetas que recorrían el suelo y los muros titiló. Luego, ambos desaparecieron por completo. Volvían a estar solas.
Estaba a punto de proponer usar el objeto ocular para descubrir de dónde venían esos enemigos metálicos que había visto cuando ya no hizo falta. Se vieron rodeadas por los soldados de metal. Se acercó tanto a la princesa como a Ilwen para intentar defenderse de esas cosas.
Además, ahora estaban solas. El espectro del rey enano se había desvanecido y se había llevado la luz de las vetas de paredes y suelos.
-No parece haber escapatoria. El Rey Enano dijo que la Llave Maestra ayudaría a desactivar las trampas de la fortaleza. Quizá se refiriese a esto.
Se debatía entre usar el arco o la espada. A tan poca distancia, el arco sería inútil. La espada era una mejor opción.
-Quizá deberíamos usar el brazal... ¿qué pensáis?
Ilwen había torcido el gesto al ver llegar a aquellos ingenios dorados, pero mucho más cuando el espíritu del rey enano había desaparecido.
—Maldita sea... otra vez —murmuró.
Luego asintió a lo dicho por Mara.
—Son demasiados, y no parecen precisamente rivales débiles. Si nos atacan, vamos a tener problemas. Espero que esa Llave Maestra nos sirva de algo, porque si no... —no terminó la frase, pero quedaba bastante claro que el final que imaginaba no era bonito.
Aquellas cosas eran malas noticias, pero si se trataba de autómatas quizá hubiera una oportunidad utilizando la Llave Maestra. Ahora sin el monarca enano de su parte las cosas serían mucho más complicadas pero... era la única manera de la que podían salir airosas de esta.
Asintió a la idea de sus compañeras, conforme, mientras metía la mano en su zurrón de nuevo para sacar el artefacto mágico y alzarlo bien alto, a la vista de todas aquellas máquinas instruidas en el arte de la guerra.
—¡Defensores de Krar Drom! Solicitamos paso seguro hacia el exterior de la fortaleza, pues es nuestro deber abandonar Krar Drom para entregar la Llave Maestra a los enanos de Krar Umgar. —eran autómatas e Ingelyn lo sabía, pero no podía descartar la posibilidad de que le entendieran mientras llevaba aquella cosa en su mano. Era lo único en lo que podía confiar, ¿no?
En cuanto Ingelyn hubo sacado el Brazal de Oro de su bolsa para mostrarlo, los autómatas metálicos se detuvieron en seco. Hubo un instante de silencio y luego, tan al unísono que hubiera sido imposible de haberse tratado de seres vivientes, los autómatas abandonaron sus poses defensivas y formaron frente a las tres jóvenes, quedando firmes y tan inmóviles como las rocas que les rodeaban.
Quedó claro al momento que el peligro inmediato había pasado, pues aquellos constructos ya no tenían intención de atacarlas. Pero no hicieron nada más, y permanecieron allí sin moverse. Si había algún modo de controlarlos, sin duda no era tan sencillo...
Ilwen destensó el arco y exhaló un suspiro de alivio.
—Bueno, menos mal... —dijo—. Aunque sería aún mejor si pudiéramos llevárnoslos como guardaespaldas. Parecen muy duros de pelar.
Se acercó con precaución a uno de los centinelas metálicos y lo golpeó suavemente con los nudillos. Sonó un leve clonc hueco, pero el autómata ni se inmutó.
—¿Qué hacemos, seguimos adelante por nuestra cuenta, o esperamos por si el rey volviese a aparecer? Esta vez hemos tenido suerte, pero si echamos raíces aquí, a la próxima quizá no tengamos tanta...
—El Rey dijo que era muy posible que se acabara la energía y no pudiese seguir guiándonos. Vamos a mantener la promesa que le hicimos pero no podemos esperar a que vuelva: hay que intentar salir de aquí lo antes posible. —que los autómatas hubiesen parado era todo un alivio pero Ingelyn temía que en cualquier momento pudiesen volver a reaccionar.
No quería siquiera tocarlos por miedo a que volvieran a despertar, así que buscó con la mirada la dirección a la que iban antes de aquel pequeño imprevisto. —Tenemos que seguir el sonido de ese cuervo... cada vez tengo más claro que nos guía hasta la salida.
Cuando todo parecía perdido, el truco del brazalete funcionó. Los soldados de metal se detuvieron y formaron ante ellas. Sin duda, podrían ser de gran ayuda si se topaban con algún enemigo. Aunque activarlos y hacer que las protegiesen podría ser algo más complicado que detenerle.
-Bueno, le podemos dar unos minutos mientras intentamos hacer que los soldados nos sigan y nos protejan. Tengo el presentimiento de que nos harán falta y nos serán de utilidad. No sabemos lo que nos aguarda.
Se acercó, curiosa, a ellos para ver que podía descubrir.
Mara examinó los constructos enanos, y tuvo claro al momento que eran obras de una habilidad inimaginable en Volaria. A pesar de que por sus juntas debían haber pasado eones, estaban en perfecto funcionamiento y ni siquiera habían chirriado al moverse hasta allí. Los ingenieros enanos de aquella fortaleza mítica habían sido sin duda algo fuera de serie.
Pero la comprobación no le sirvió para detectar nada que pudiera serles útil. Su mecanismo estaba oculto bajo sus placas, y lo poco que se veía no permitía averiguar su funcionamiento. Mara dudaba de que ni siquiera el mejor artesano enano de la actualidad pudiera conseguir que respondieran a sus órdenes. Si Ingelyn no lograba controlarlos gracias al Brazal, no habría nada que Ilwen o ella pudieran hacer.
La elfa suspiró.
—La verdad es que llevárnoslos sería genial, pero me temo que va a ser complicado. Al menos, si se quedan aquí nos cubrirán la espalda. El que nos siga no tendrá con él el Brazal para frenarlos como ha hecho la princesa...
Oteó el camino que les esperaba por delante.
—¿Seguimos?
Asintió a la elfa, todavía con la Llave Maestra en la mano. —Continuemos... y probaré a intentar que nos sigan, pero no prometo que vaya a funcionar. —ojalá su padre hubiera sabido más al respecto de aquel artefacto y sus posibilidades, pero ya le había quedado claro que los skaldi no habían podido siquiera imaginar la importancia de el que llamaban Brazal de Oro...
Encaminándose hacia la salida que habían visto antes y ahora menos nerviosa por la posibilidad de que esa criatura las intentara buscar, Ingelyn señaló hacia donde emprendieron la marcha con el brazo del Brazal. —¡En marcha!
-Sigamos.
Ninguna de las tres tenía muy claro que los autómatas fuesen a seguirlas, pero Ilwen había sugerido otro uso para ellos. Si se quedaban ahí, es cierto que harían de barrera. Y, quizá, atacasen a los que viniesen tras ellas. El problema sería si aquellos que viniesen tras ellas eran amigos. Pero no podían preocuparse de esa forma ahora. Lo importante era salir de ahí con la Llave Maestra y evitar que nadie más la consiguiese, salvo los que debían tenerla.
-Necesitaremos un poco de luz. ¿Podríamos usar tu esfera mágica, Ilwen?
Ilwen asintió y sacó su orbe mágico. La luz que surgió de él iluminó el camino que tenían por delante y se reflejó en las corazas doradas de los autómatas enanos.
—Llamaremos un poco la atención, pero... a estas alturas supongo que ya da un poco igual. Tenemos que llegar cuanto antes a ese Corazón de Cobre.
La luz de la esfera de Ilwen había iluminado un gran arco de piedra de construcción geométrica. Era bastante notorio que el lugar al que estaban a punto de acceder era importante. El rey fantasmal parecía haberlas guiado bien.
Se pusieron en marcha, mirando atrás para comprobar si aquellos autómatas seguían la orden de Ingelyn... pero los guerreros mecánicos siguieron en su sitio. Después de todo, no... aquél artefacto enano no iba a servir para todo. O al menos, no tan fácilmente.
Las tres aventureras cruzaron el arco de piedra con prudencia, pero a buen paso, preparadas para enfrentarse a cualquier desafío que las esperase al otro lado. No sabían cómo, pero todas podían sentirlo: el final de aquél viaje estaba cerca. Sin embargo, ni mucho menos estaba asegurado que ese final fuera a ser feliz...
- Fin del capítulo -