Con el asentimiento de Tressa logrado y debido a la urgencia que le mostraba la chica arbórea, Strumni se dejó llevar sin oponer ningún tipo de resistencia. Ballesta en mano y preparado para otro eventual y desagradable conflicto, el enano se dispuso a reunirse con los jóvenes lo antes posible, confiando en que el evidente cambio de situación hubiera servido para relajar los ánimos y cohesionarles como grupo.
—Vamos, vamos, guíanos Mawi.
El camino fue breve. La galería avanzaba hasta llegar a una caverna amplia, con enormes escombros procedentes de derrumbes en el pasado y en la que se podía comprobar que se había librado una intensa batalla. Montones de cadáveres de guerreros skaldi estaban diseminados por el suelo, al lado de artefactos mecánicos de metal dorado que Strumni jamás había visto, aunque no le quedó la menor duda de que eran de manufactura enana. Estaban inertes en el suelo, golpeados y abollados, pero el montarazon imaginó que eran los responsables de que todos aquellos guerreros skaldi hubieran muerto en ese lugar. ¿Centinelas mecánicos, tal vez? Las leyendas enanas hablaban de ellos, pero Strumni jamás hubiera imaginado que llegaría a ver uno con sus propios ojos, aunque fuera destruido. ¿No iban a acabarse las maravillas en ese viaje?
Pero no podía detenerse a admirar aquellos constructos arruinados. Enfrente de él había una enorme puerta dorada como la que habían encontrado antes ese mismo día. Estaba abierta, y del otro lado de su umbral llegaba el sonido de otra batalla, esta vez en curso. Mawi tenía razón. Sus compañeros estaban allí, y les necesitaban.
Sin pensarlo dos veces, tanto Tressa como él se lanzaron hacia delante y cruzaron el gran arco de piedra con sus armas listas para la lucha.
- Cambio de escena -