Partida Rol por web

—Bonito truco. Ahora soltad al elfo y no os enseñaremos los nuestros

Therusia se había llevado la mano al costado al sentir la mordida de la flecha. Durante unos momentos pensó que era el dolor del propio anillo, pero la sangre le hizo darse cuenta de que no era así. ¿Cómo era posible? ¿Qué clase de magia era aquella? La enana miró a Estel y gruñó. Puede que no le gustase la historia que había contado, pero ahora era la única oportunidad que tenían. O lo único que se le ocurría. Quizás sus compañeras supiesen más.

—Vosotras, sacad al elfo de ahí. Estel y yo les mantrendremos ocupados si es necesario—Therusia susurró aquello a Amaltea antes de mirar a Yedra— salvo que ese viejo mago te enseñase algún truco para situaciones así...

La enana afianzó bien el escudo con una mano y pasó la mano por el filo del hacha antes de agarrarlo con firmeza. Esperaba no tener que sentirlo como había sentido aquella flecha.

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   Manteniendo el arco a punto pruebo a ver si haciendo una media luna llego al elfo... Si algún petardo de estos intenta bloquearme... intentaría clavarle la ropa a algo, más que herirle, una flecha a los ropajes por la parte baja para entorpecer.

   Suponiendo que no tenga una antorcha a mano, claro, que sino tiro de antorcha mientas avanzo.

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     Mientras Therusia habla con los encapuchados, Estel se mueve para situarse a su lado. Ahora la enana y el joven son un muro enfrentado al muro de las tres criaturas que siguen cimbreándose como si fueran incapaces de permanecer quietas. El silencio que rodea las ruinas se han apoderado también de esta sala cubierta de rocas caídas y paredes derrumbadas y visto desde fuera podría ser un cuadro cargado de tensión, las armas aprestadas, las mandíbulas fuertes y la sensación de que la muerte pronto se hará dueña del lugar.

     Yedra por su parte tiene sus propios planes y retorciendo su cuerpo hacia atrás lleva la flecha encordada hasta su oreja y allí la suelta junto con unas palabras susurradas que nadie llega a entender, las plumas verdes realizan una parábola perfecta que acaba impactando en el cuerpo estático de Ithildir y ahí estalla la locura.

     Therusia grita y se retuerce pero quienes realmente gritan de dolor son los tres encapuchados que se derrumban en el suelo y giran y giran sobre si mismos hasta que acaban inmóviles...muertos sin que ninguna herida aparezca en sus ropas que tras unos segundos se hunden como si la sustancia que las llenaba se hubiera hecho aire.

     ¿Qué habéis hecho?... ¿cómo lo habéis hecho? ¿No sabéis la maldición que hemos llevado con nosotros?

     El elfo parece realmente derrotado, no hay rastro de la flecha que le ha lanzado Yedra pero aún así nunca antes había tenido la cara marcada por una preocupación tan profunda.

     Me convencieron de ir con ellos para evitar el sacrificio de todos vosotros, os dejarían tranquilos hasta el fin de vuestros días a cambio de servir a su ritual. Y acepté. No me gustó lo que vi en sueños, la sangre y el fuego. Vosotros dejaréis pronto esta tierra pero yo... yo... yo viviría para ver cómo todo lo que he amado es destruido por culpa de la maldad que contagia ese anillo que porta nuestra amiga. Me parecía justo, todos viviríamos el tiempo que nos corresponde sin añadir más dolor y a cambio solo yo dejaría de ser, de existir. Era justo.

     Una traición creó la maldad y la oscuridad del espectro y sólo un sacrificio serviría para calmarlo por un tiempo. Ahora ruge de dolor porque de algún modo habéis logrado lo imposible y es dañarlo.

     Ahora si que sientes el odio del espectro que grita de rabia y ... ¡dolor! pensaste que eras tú quien sufría pero realmente algo se ha roto en la impenetrable carcasa del espectro que bullía y giraba en su prisión de metal. Tu grito fue por reflejo pero ahora te das cuenta que igual que la flecha que impactó en la criatura te hizo a ti una fea herida, ahora el disparo de Yedra parece haber sido capaz de resquebrajar la conciencia del espectro al estar conectado en ese momento con Ithildir a través de las criaturas y su ritual.

     Quizá ahora si exista una esperanza de lograr acabar con él. En este lugar empezó todo y aquí debería acabar.

—"Yo vería", "Yo sentiría"... Malditos elfos egocéntricos —le espetó Therusia, tratando con su habitual brusquedad sacar al elfo del estado en el que se había sumido—. Sin pensar en que los que no vamos a verlo tampoco queremos que el mal corrompa nuestras tierras y a nuestra sangre, aunque no estemos. ¡No solo nos preocupa lo que hay mientras vivimos!

A pesar de sus palabras, malhumoradas como siempre, la enana hizo algo que ni ella misma se esperaba. Se acercó y dio un abrazo a Ithildir, tratando de confortarlo y de sacarlo del bucle en el que se había metido como hizo con ella tiempo atrás, en aquella mansión enana. Si alguna vez había envidiado la inmortalidad de los elfos, desde luego, no lo hacía en aquel momento. 

—Eres tan valiente como estúpido, amigo mío —Therusia se separó de él— Pero como bien has dicho, ha sido dañado. Hemos, e inclúyete, conseguido dañarlo. Y no deja de gritar. Conseguiremos vencerlo. De aquí surgió este mal y aquí perecerá.

Al escuchar las palabras de Therusia, Estel se giró hacia ella haciendo tintinear las hebillas metálicas que le ceñían el cuerpo. Eso que decís... tendría todo el sentido. Aquí empezó la vergüenza de una promesa incumplida y la huida de mi pueblo.

Conozco el lugar, a veces estamos por los alrededores, vigilando que no haya indeseables. Más adelante hay lo que parecen ser los restos de una herrería, forja o similar... ¿serviría para algo intentarlo ahí?

—Eso espero. Esta pesadilla terminará pronto

Therusia miró a sus compañeras. Había llegado muy lejos juntos y el viaje estaba a punto de finalizar. Solo quedaba un último esfuerzo más. Estaba convencida de que entre esos seres no eran el último reto, pero entre la magia de Yedra, la forja de Ithildir, las habilidades de combate de Amaltea y ella misma, podrían superar cualquier cosa

     Avanzáis vigilando las sombras que las ruinas de los edificios proyectaban sobre vuestro camino. El tintineo del metal y el sonido de las pisadas era lo único que rompía el silencio junto con algún gruñido de dolor de Therusia que cuando alguien la miraba simplemente negaba con la cabeza.

     Salís del edificio principal y Estel os señala una pequeña torre circular con la puerta cerrada pero uno de sus lados derruidos por el impacto de algún tipo de proyectil de gran tamaño. Es fácil reconocer que se usaba como forja ya que a su alrededor aún se pueden ver varios elementos de la profesión. Al llegar Estel se gira hacia el resto ¿alguno sabéis cómo se pone ésto en marcha?

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   Al detectar algo parecido a la palabra "forja" automáticamente me giro hacia Therusia. Igual poniendo el anillito en la forja y dándole a toda potencia se fundía y tal.

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—Sin duda —Therusia asintió. El elfo era herrero y ella se había criado prácticamente entre las forjas—. Lo primero de todo tenemos que poner el yunque, preparar los martillos con los que vamos a destruir esta monstruosidad y desde luego, necesitamos encenderla. Carbón, madera... necesitamos un buen combustible. Necesitamos que la forja adquiera unas altas temperaturas. Tardará unas horas en alcanzar la temperatura adecuada.

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   Voy señalando aquí y allá.

   - Eso parece un yunque... mmm.... esto parece un fuelle... mira, ¡carbón! y ahí... -

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Con ayuda de Yedra, Therusia localizó todo lo necesario para devolver la vida a la fragua y comenzó a manipularla para encenderla. Aún quedarían unas horas para poder encender el fuego al máximo, pero ¿qué eran unas horas comparadas con aquellos meses de locura? Unas horas donde poder pensar, compartir sus pensamientos con sus compañeros... y rezar para que todo fuese bien

     Mientras Yedra indicaba dónde podían encontrarse los diferentes elementos para poner en marcha la fragua, Therusia iba amontonando las cosas de una forma perfectamente organizada. A ratos paraba y resoplaba apretando los dientes como si algún tipo de dolor le recorriera por dentro y paraba con la mano cualquier intento de acercarse a ayudarla.

     Pronto la temperatura empezó a aumentar y el fuego alejó las sombras hasta las esquinas de la sala, Ithildir ayudaba añadiendo sus conocimientos más especializados para lograr que el proceso se acelerara y enseñando de paso un par de trucos a Therusia mientras que ésta también le explicaba porqué se hacían ciertas cosas en un orden concreto para lograr el efecto de aumentar rápidamente la temperatura en zonas muy concretas.

   Tomo posiciones por si la situación se descontrola desde fuera, que no nos pillen por sorpresa, así que Yedra pilla un buen nicho de francotirador y se oculta.

Tras unos minutos en los que la fragua comenzaba a coger calor, la enana sacó la pequeña caja que Arnulf le había hecho. A pesar del poder que había imbuido en ella, ya no podía contener el poder en absoluto. La enana comenzó a tratar de controlar su respiración y apretó la caja, mirando las tenazas que había dejado a mano para sacar el anillo cuando estuviese caliente y romperlo a martillazos

—Si esto sale mal... Bueno. Es un honor haber compartido camino con vosotros —tomando aire, Therusia abrió la caja, esperando una oleada de dolor inmensa y se dispuso a lanzar el anillo al fuego.

      Cuando Therusia sacó el anillo de la cajita que lo contenía desapareció toda la luz de la zona como si una inmensa nube hubiera ocultado el sol, más incluso, casi podía sentirse físicamente la oscuridad que os rodeó, tan sólo brillaba levemente la fragua encendida entre la enana y el elfo. Una ráfaga de viento arrastró la sombra y junto al cuerpo inerte de Therusia se erguía la misma figura a la que os enfrentasteis en la ciudadela de los enanos.

     Mi venganza no ha sido consumada, la traición no ha sido pagada. Una voz cavernosa, imposible, lejana retumbó a un lado y a otro de la sala. Los dedos de Therusia se arrastraros sobre la piedra, estaba viva.

Por un segundo, Therusia creyó que todo había terminado, pero entonces notó un leve dolor en... bueno, en todo el cuerpo. No había mayor señal de que uno estaba vivo que el dolor físico. Cuando abrió los ojos, vio con horror la figura que estaba a su lado. Era aquella que la había atacado sin piedad, sin parar un solo segundo de intentar matarla. La enana se quedó rígida en el suelo, preparada para rodar esquivando un golpe que no llegaba, a pesar de que debía saber que estaba con vida. Desde allí, miró a Yedra, que había sido capaz de encerrarlo una vez. No sabía si levantarse o no, pero finalmente, su cabezonería le insistió en que, pasase lo que pasase, no acabaría su vida tirada en el suelo fingiendo estar muerta. Poco a poco, con un gran esfuerzo, comenzó a incorporarse.

—Yedra...

Por primera vez desde que se habían conocido, incluso en aquella horrible batalla de la ciudadela, la enana parecía pedir ayuda.