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Mascullo por lo bajo algo no muy agradable a la figura, en la que mento de pasada a su familia y le arrojo lo que tengo más a mano en la mochila... creo que es un pote con sopa ¡que le aproveche! Luego pego un salto, sin hacer malabarismos que no es cuestión de tropezar ahora y como no se me ocurre nada, pues a las bravas.
Me acerco a echar una mano a Therusia y un hachazo a la figura si se pone tonta.
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Motivo: Saber,
Rangos de habilidad: 3
NO: 14
Tirada: 2 + (2, 5, 4)
Total: 2 + 11 = 13
Fracaso
El aire comenzó a girar y a arremolinarse absorbiendo la oscuridad y con ella formando el cuerpo del espectro que reclamaba venganza, vuestras ropas aleteaban movidas por esa fuerza y a duras penas conseguíais mantener la verticalidad.
Yedra arrojó el bote y todo lo que encontró en su mochila viendo cómo todo ello era arrastrado dentro del cuerpo que se agigantaba, obligándose a avanzar llegó hasta Therusia que apretando los dientes, volvía a ponerse en pie. Amaltea se había refugiado tras una de las columnas y Estel había amagado también en acercarse a la enana pero en el último momento decidió que era más seguro permanecer agachado tras la forja, que ahora mismo, era el único punto de luz.
Ithildir, orgulloso, se mantenía en pie con los cabellos revueltos, la mirada acerada. Desenvainó su arma que brilló reflejando el fuego y se preparó para enfrentarse al ser de oscuridad
La enana finalmente se había levantado y miraba con furia a aquella figura, que parecía absorber todas las sombras a su alrededor. En ese momento, sus ojos se abrieron
—Las sombras... —murmuró antes de mirar a su alrededor. La forja estaba encendida, pero sus compañeros aún tenían las antorchas con las que habían iluminado la sala hasta encenderla. Puede que no pudiesen generar una gran luz que acabase con aquel ser, pero si podían ir apagando las luces que le alimentaban— ¡Amaltea! ¡Estel! Apagad las antorchas.
La enana aún tenía el escudo en la espalda, pero no le sacó para protegerse. En lugar de eso, mostró el anillo al espectro. Supuestamente tenían que destruir el anillo y supuestamente para eso necesitaban la forja. No sabía si sería posible hacerlo sin la llama, si habría cogido suficiente calor. Pero sí que tenían que intentarlo.
—Ithildir, Yedra apagad la forja...
Si las cosas seguían como en la ciudadela, seguramente aquel ser quisiera atacarla a ella antes que a ninguno. Aunque con la historia que Estel había contado, no le extrañaría que la tomase también con el montaraz. En todo caso, ganarían tiempo para probar si su teoría era cierta
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Pues al final la sopa tenía que echarla al fuego... en plan agua. Bueno, podía usar el hacha como una pala y apagar la forja por el expeditivo método de sacar en plan paladas el carbón. Sin combustible, no hay fuego.
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Pues invocando rápida para reaccionar rapidito e ir a la inversa de en vez de echar paladas de carbón, quitar paladas de carbón para que se quede sin combustible la forja esa dichosa.
Yedra miró sorprendida a Therusia pero confiaba en sus decisiones y fue directa a apagar la forja mientras la figura espectral aumentaba de tamaño a cada instante. Estel siguió las instrucciones de Therusia solo cuando Amaltea metió su antorcha en un cubo con agua preparado para el encendido de la forja y ésta le miró con el ceño fruncido, el joven dúnadan no quería perder su única fuente de luz pero esa mirada fue suficiente y copió su forma de apagar la antorcha en un instante. Pronto la rapidez de Yedra eliminando las brasas dio su fruto y los pocos destellos de las ascuas murieron bajo sus botas. Y la oscuridad lo llenó todo.
Una oscuridad inmensa, densa como el agua, con olor a tierra antigua. Una oscuridad que cubría cada rincón. Una oscuridad que lo era todo porque la luz se había extinguido por completo y en esa oscuridad un grito de rabia y frustración golpeó vuestros oídos cuando el espectro sin remedio fue engullido por la noche. La ausencia de luz había deshilachado su propia existencia y su ser había desaparecido... o no. Lo sentís bajo vuestros pies, a vuestro alrededor, en el polvo que se levanta del suelo cuando cambiáis la postura de los pies y en los muros que os rodean.
En la mano de Therusia el anillo se hace polvo de metal que se desliza entre sus dedos, ya no siente el dolor que punzaba desde su interior ni el peso ni las voces, nada, solo sus propios pensamientos y su propia respiración. Los demás también sienten a la vez una liberación como si la respiración fuera más fácil en el mismo instante que una sensación de amenaza ha surgido por todas partes a su alrededor.
De una chispa surge una llama y de ahí de nuevo la luz amarillenta ilumina vuestros rostros, Estel sostiene una antorcha y gira con ella sobre si mismo buscando al espectro que todos sentís y ninguno veis.
-No es posible. Dice con voz entrecortada y algo cargada de temor
A su lado Ithildir, con chispas en la mirada asiente y busca de esa forma que solo los primeros nacidos pueden hacer, alguna explicación a lo que ha sucedido. Es Yedra quien da la respuesta al fin -Se ha unido a la ciudad de la que surgió. A falta de poder tener un cuerpo ha sido absorbido por la propia piedra. Cuando la falta de luz le dejó sin un punto definido en el que tomar forma todo él se expandió y el odio que acumulaba ahora ha pasado a este lugar doblemente maldito.
Therusia podía sentir la pulsación de las rocas, las grietas, los contornos de la piedra. No habían acabado con la amenaza del espectro pero lo habían condenado y a la vez habían condenado las ruinas de la ciudad hasta, quien sabe, el final de los tiempos. Amaltea encendió también una antorcha y acarició a Caín que a su lado miraba y gruñía a las sombras. -Es hora de volver a casa. Hemos hecho todo lo que hemos podido para salvar nuestro tiempo y sea lo que sea lo que ha pasado aquí queda más allá de nuestras manos darle otro final.
Todos sentíais que tenía razón. El espectro, la traición del Rey y el deseo de venganza ya no eran de vuestra incumbencia. Era el momento de volver y ver qué esperaba en el hogar que hace tanto tiempo abandonasteis.
MUCHO TIEMPO DESPUÉS EN EL PUERTO DE PELARGIR
Los muertos fueron convocados nuevamente, en esta ocasión por Aragorn, heredero de Isildur, en la medianoche del 8 de marzo de 3019 T. E., a la Piedra de Erech, tal y como había sido profetizado, en tiempos de Arvedui, por Malbeth, el Vidente. Pero esta vez los Hombres de las Montañas sí cumplieron con su juramento y siguieron a la Compañía Gris hasta Pelargir, donde derrotaron a los Corsarios de Umbar. Una vez cumplido lo que les había pedido, Aragorn, portador de la espada Andúril y futuro rey de Gondor, deshizo la maldición, por lo que los Hombres Muertos pudieron, finalmente, descansar en paz.
Un Rey de Gondor cumplió la palabra dada y en las ruinas de la vieja Fornost, olvidada desde hacía muchos, muchos años, un suspiro recorrió sus calles vacías. El Heredero de Isildur había logrado lo que su antepasado no logró, Aragorn para los suyos, Trancos para la gente de Bree y Estel para aquellos que le conocieron los días que pasó bajo el cuidado de Elrond Medio Elfo.
Nadie supo porqué durante tanto tiempo se rehuían las ruinas de la antigua capital del Reino Perdido, nadie supo porqué el Rey Elessar pudo volver a reconstruirla cuando antes nadie quería acercarse a sus muros. Nadie, salvo él mismo y un pequeño grupo de aventureros que fueron capaces de evitar que un mal de poder inimaginable se extendiera entre los Pueblos Libres. ¿Qué fue de esos aventureros? De eso no hablan los libros pero los ancianos aún recuerdan.