Sin más dilación emprendes la marcha en busca del hijo petrificado del lord de las tierras. Sin duda alguna el lograrlo podría abrirte una cantidad de puertas a un nuevo futuro muy interesante...
El viaje, estando en el corazón de las tierras de los Torquemar, se presentaba plácido, por lo menos en ese primer tramo. El camino era bueno, el clima acompañaba y la promesa de pasar esa primera noche en una posada, cálida, seca y con buena comida, siempre era algo que alegrara el espíritu.
Si me das una rápida descripción del camino y lo que atravieso, me hago un post interludio mientras Isana viaja sola XD
El camino se sucede sin percance alguno. El día convida a dar un paseo, el sol calienta pero no abochorna, el camino se salpica de una moderada variedad de paisaje, pasando entre lomas, valles, planícies y cruzando un importante río sobre un recio puente.
Te llama la atención el poco tránsito que hay por la vía, a penas te cruzaste con un comerciante que iba en sentido contrario al tuyo. Es extraño tanta poca actividad en una vía tan importante como el camino real.
Iasana comenzó a caminar, sintiendo los rayos de sol acariciar su rostro parcialmente cubierto por su habitual prenda. El camino estaba despejado, no se veía gente en los alrededores, algo considerablemente curioso dada la importancia que tenía aquella vía, pero a la muchacha le resultó muy conveniente. Alegre, cedió al impulso de quitarse la capucha y dejar que la calidez del astro rey la cubriera por completo y le hiciera sentir que por primera vez en mucho tiempo, las cosas podían mejorar.
La maga iba a buen ritmo, pero sin sobreexigirse. Tenía todo el día por delante y quería alcanzar la posada con buena presencia y entereza, que sus nuevos compañeros no vieran flaquezas ni debilidades si no a alguien capaz de plantarle cara a la muerte y salir airosa. Mientras avanzaba por la calzada iba observando las plantas y los pequeños animales que se asomaban entre los pastos; catalogaba mentalmente las diferentes especies de árboles y contaba lomas y recodos, tratando de hacerse un mapa mental de la orografía del lugar.
Al rayar el mediodía hizo un alto. El ejercicio le había abierto el apetito y descansar un rato a la sombra de algún árbol no le vendría mal. Se apartó del camino para hacer un pequeño fuego donde calentar agua y sacó de su saco, un pedazo de queso y pan, un puñado de nueces y una lonja de carne curada en sal. Era un almuerzo nutritivo pero no demasiado exagerado. La chica no quería sentirse pesada el resto de la tarde.
Mientras comía, preparó la infusión de la que era dependiente. No quería consumir ese té cuando su ánimo estaba tan alegre, pero tampoco quería arriesgarse a una recaída. Alternando entre bocado y bocado, se tomó la taza entera.
Terminó de comer y volvió a ponerse en marcha. Al poco rato el té comenzó a hacer efecto y toda la efervescencia que había experimentado por la mañana se fue atenuando. Su mirada se opacó y su interés por el paisaje quedó relegado a un rincón de su mente. Sin embargo, se mantenía alerta a lo que la rodeaba, aunque no hubiera señal de peligro.
A media tarde se cruzó con un comerciante que regresaba a la ciudad. Si el encuentro se hubiera dado más temprano, Iasana habría intentado dialogar con él; pero en ese estado de ánimo, la chica saludó con la cabeza al hombre y lo dejó seguir, deseosa de que nadie se inmiscuyera en sus asuntos.
Al anochecer, como le dijera el lord de Torquemar, divisó la posada Las Cinco Jarras. La jornada había sido dura y la idea de poner fin a tan larga caminata iluminó su semblante. Con una bella sonrisa en el rostro, recorrió el último trecho del camino hasta alcanzar su destino.
Bueno, asumí que como no pasa nada en el viaje, llegaba a la posada sobre el final del día como me dijeron. Si no es así, avisame que corrijo.
Master: Llegas un poco más tarde, junto con las últimas luces del día.
Por cierto ¿en qué estación del año estamos?
Master: Estamos a inicios de otoño.