Partida Rol por web

Nuño se lo miró sonriendo de medio lado, dejó la jarra a medio beber sobre la mesa, y volvió a coger su laúd. - La canción del oso... Serán ignorantes patanes. Era una canción vulgar, la cual había sido escrita por un juglar de segunda, calvo y gordo. Un tal Rigobert PicoPlata, aunque más bien se debería hacer llamar PanzaManteca, de como le bamboleaba la barriga mientras tocaba y recitaba.

¿Acaso Nuño sentía algo de celos? Tal vez si, pues aunque su talento era mil veces superior a aquel advenedizo, aun no había conseguido que ninguna de sus composiciones propias fuera conocida en el reino entero.

- Haber si me acuerdo de como empezaba... No acostumbran a pedir mucho esta canción. Mintió.

En algún momento de aquella velada, entre canción y canción quizás, el joven pelirrojo de ojos saltones, quién ya no disfrutaba del arte de Nuño, aprovechó que ya no era el centro de atención, para levantarse y salir de la posada.

Estaba triste y confundido por mil pesares y reflexiones y no hallaba consuelo ni con el calor del fuego y con el frío de la noche. El silencio reinaba al exterior, una brisa suave mecía la hierba azulada a la luz de luna satélite que asomaba su tímida cabeza en ocasiones entre nubes.

Raúl suspiró por tiempos pasados que ya nunca volverían.

Iasana agradeció la taza de agua humeante pero rechazó las hierbas. -Oh, gracias Octavio, pero no me hacen falta. No quiero parecer descortés, simplemente que el té que me apetece esta noche es un producto raro que he conseguido en uno de mis tantos viajes- sonrió y devolvió la cajita junto con el azúcar y la miel. Luego extrajo de su bolsa un paquete apretado que desenvolvió con cuidado y tomó un puñadito de una mezcla rara y aromática de hierbas y lo introdujo en su taza.

Qué agradables son los dueños de este lugar... es una pena que el sitio se encuentre tan vacío. Una temporada así y lo tendrán difícil para mantener esta enorme posada.

Mientras aguardaba que la infusión tomara cuerpo, la chica notó como el trapero se escabullía del salón principal. Era evidente que la conversación anterior le había quitado el ánimo festivo que tenía cuando ella había entrado al lugar. Sin embargo, ni atinó a seguirlo ni alertó a los demás. Cada quién era dueño de sus problemas y ella no necesitaba una carga extra. Aunque todos estuvieran en la misma compañía, no dejaban de ser extraños para la hechicera. Apartando de sus pensamientos a Raúl, siguió disfrutando del espectáculo que brindaba Nuño al tiempo que bebía su té.

Iasana fingía calma y despreocupación, pero por dentro sudaba de ansiedad. Los escasos cinco minutos que necesitaba el té para alcanzar su punto óptimo se le hicieron eternos. Había bebido una dosis de la infusión al mediodía, pero la compañía con aquellos extraños, el temor que le provocaba no poder dominar su arte ni siquiera en trucos sencillos y la perspectiva de una noche llena de pesadillas, la hicieron caer en la necesidad de volver a consumir.

Cuando el té estuvo listo, tuvo que reprimirse para no beber toda la taza de una sola vez. Debía transmitir una imagen segura, sólida. Si aquellos hombres descubrían su debilidad, pronto la dejarían a un lado y eso ella no podía permitírselo. Tenía que llegar al basilisco, tenía que estudiarlo, tenía que hacerse con su poder. Si además rescataban al heredero, sabía que contaría con el favor del gobernante, favor que le abriría muchas puertas. No, no podía sucumbir ante sus miedos y no podía dejar ver cuan débil se había vuelto desde aquel día en el Risco de los Vientos.

Reprimiendo un suspiro, observó como Raúl dejaba el lugar. El chico le inspiraba pena. No debía ser fácil estar en sus zapatos. Pero tampoco era un amigo. Ni siquiera un conocido, tan solo un tío que el destino le había cruzado como compañero para aquel encargo y ella tenía demasiado con sus propios problemas como para acercarse a alguien más.

Luego observó al resto del grupo. Salvo el juglar, los otros dos también se veían pensativos, sumidos en sus propios asuntos. Tal vez la compañía no fuera tan mala. Si durante el viaje la cosa seguía así, si nadie buscaba meter las narices donde no debía, podía resultar un buen contrato de trabajo.

La noche estaba resultando la mar de festiva. Lo más seguro era que mañana tardarían en ponerse en camino, pero realmente era un detalle que a Jack no le importaba... La música era buena y no faltaba la cerveza.
Lo que realmente le importaba era tropezarse con forajidos, eso sí que sería un contratiempo serio. Generalmente los bandidos no se arriesgaban a atacar hombres bien armados, pero si era verdad que Reimundo tenía algo abandonada la región, era provable que éstos se envalentonasen, una faena, ya llegar al cubil del basilisco parecía engorroso.
Pero tenían un as en la manga.

-Señorita Ranac...kver -el apellido era complejo, generalmente en el mar gente con nombres así se les llamaba Jack- Si sois... si podeis hacer trucos de magia ¿podéis hechizar a un bandido? ¿o hacerlo...? ¿cómo era esa palabra que utilizáis...? ¡eso! ¿podéis hacerlo enano? Para asustar a los que lo vean. Será más fácil... para todos.

Mientras la maga consumía su bebida, Jack volvió a entablar conversación con ella. La pregunta la pilló por sorpresa y le causó un poco de gracia, pero era bueno saber que la veía como alguien que podía ayudar y no que la considerara alguien de temer.

-Mmmmmm, eso que me pides es un tanto difícil de lograr. Requiere mucho tiempo de concentración y los elementos adecuados para poder canalizar el conjuro- no iba a darles falsas esperanzas aunque ello hiciera mella en la reputación que se estaba forjando ante los ojos del extranjero. -Sin embargo, sí podría hacerle creer a él y al resto de sus compañeros, que ha sido transformado en enano... o en rana... o en lo que se te ocurra. Y el susto se lo llevarían igual. Hay veces que las ilusiones son igual de efectivas que un conjuro permanente. Y su elaboración es mucho más sencilla.

Iasana aplaudió la ultima canción entonada por Nuño y continuó conversando un poco más. -Dime "extranjero" Jack, ¿cual es tu especialidad? Ah, y no te preocupes por mi apellido, puedes llamarme Iasana simplemente.

El hombre de color escuchaba con atención las explicaciones de la joven. Había oído muchas genialidades de los magos, con poderes casi divinos. El hacer creer a la gente que los han hechizado quizás no era lo espectacular que le hubiese gustado a Jack, pero la chica tenía razón: Si se trataba de ahuyentar a bandidos, con engañarlos podía ser suficiente.

A decir verdad, Jack núnca había visto ningún mago. Estos no les gustaba meterse en veleros, por que si les abordaban se encontraban fácilmente al alcance de una espada.

Decían que los magos eran viejos de largas barbas y ropajes vistosos. Era chocante ver a Iasana... Si es que realmente era una maga...

-¿Mi especialidad? -el hombre de mar apartó sus pensamientos- Te refieres a... ¿Lo que se me da bien?.
Buena pregunta. Des de que se decidió acudir a la llamada del noble de la zona, nadie había preguntado por sus capacidades... ¿qué le podía decir a la joven? Una sonrisa le apareció de repente en el rostro.

-Como dice el refrán... "Puedo hacer lo que quiero evitando los problemas" JA JA JA JA... -Era un viejo dicho sobre los contrabandistas- Perdona, era broma... Tengo exper... como era... ¡experiencia! Tengo experiencia en las peleas. Lo suficiente como para saber que si podemos rescatar al señorito Hugo sin pelear... sin ver al monstruo es mejor.

No había quedado contento de cómo había construído la frase, no estaba seguro de haberse hecho a entender.

Interesante. Suena... sensato. La joven sonrió amablemente al captar las dificultades que experimentaba Jack para hacerse entender en un idioma que no era el suyo propio. A la maga le hubiera gustado hablarle en su idioma nativo, pero sus viajes no la habían llevado cerca de ninguna población en la cual abundaran los hombres de piel oscura, así que era más que seguro que nunca la hubiera escuchado siquiera.

Ella, como arcanista, comprendía el valor de los lenguajes. Cada palabra, cada inflexión, podían representar un mundo de diferencia en su Arte, cambiando por completo el hechizo que se quería realizar. Lo mismo pasaba con las lenguas. Una palabra mal pronunciada, una frase construida erroneamente podía acarrear una guerra... pero esas no eran reflexiones para aquella noche. Aquella noche era para relajarse y disfrutar de buena música, mientras intercambiaba charlas superficiales con sus compañeros hasta que el cuerpo dijera que era hora de dormir.

-Así es Jack... pero eso sería poco divertido... y ¿de qué material dispondría Nuño para sus futuras canciones?- agregó a modo de broma, aunque sus palabras guardaban algo de verdad. Era cierto que lo mejor sería rescatar a ser Hugo sin tener que enfrentar al basilisco; pero su sangre aventurera y su deseo de ver al bicho en acción le hacían desear encontrar al monstruo en medio de su aventura.

-Bueno, creo que es hora de que me vaya a dormir. Mi día ha sido largo y asumo que mañana saldremos temprano. Si me disculpas Jack...- Iasana se levantó de la mesa con algo de dificultad. Sus movimientos estaban un poco más lentos y su mirada comenzaba a opacarse. -Capitán... Don Nuño... hasta mañana- saludó escueta y luego se acercó hasta el posadero para pedirle que la guiara hasta su habitación.

 El capitán de la guardia contempló como el advenedizo pelirrojo abandonó el salón para salir fuera. Decidió no preocuparse demasiado. Si bien le debería haber marcado, dudaba de que pretendiera escapar. No estando en mitad de una región que según habían confirmado los perroquianos que estaba siendo acosada por bandidos. No tendría agallas para largarse. No las tuvo para estar junto a su amigo y señor, no las tendría ahora para largarse.

 - Bien compañeros, tenemos mucho trabajo por delante, será adecuado ir a descansar pronto, como bien apunta la sra. Iasana.

El hombre se levanta mientras se cuelga el escudo del hombro.

 - Maese Octavio, necesitaré dormitorios. Tres estarán bien.- Dice posando unas piezas de oro en la barra.- Una para el sr. Aguasfrías y Jack, otra para la sra. Ranackver y la otra la compartiremos el crío y yo. Supongo que esto cubrirá los gastos.

- Una gran idea capitán. Espetó Nuño tras apurar la jarra. La verdad es que se alegraba de no tener que pagar la habitación, y como no era probable sacar más dinero aquella noche, se conformó con poco.

Guardó su laúd, mientras hacía una teatral reverencia a su escaso, pero entusiasta público. - Ha sido todo un honor tocar para tan distinguido público. Dijo con toda la pomposidad del mundo. Aunque no lo pensara con sinceridad, Nuño era capaz de hacer creer la mas vil de las mentiras, más aun si su interlocutor estaba bebido.

De formas despreocupada, se colocó junto al capitán a la espera que el posadero les dijera donde se encontraban sus habitaciones.

 Al salir al exterior un aire frío te recibió, su soplo hizo que el aire frío se colara por debajo d elos pantalones y las mangas del jubón. Pero tras unos instantes se aclimataba bastante uno.

 El lugar estaba vacío, bañado por la luz argéntea, dándole un fantasmagórico tinte al paisaje. La noche estaba despejada, y tan alejados de cualquier fuente de luz importante, el cielo estaba repleto de estrellas que te dieron la bienvenida.

 Los pocos pasos que hiciste resonaron con las piedras de grava que desplazabas con tu peso. No parecía que hubiera nadie más fuera de la posada.

 El posadero se apresuró a ofrecer tres llaves, cada una iba acompañada de un llavero de madera con un número gravado en él. Mostraban el 2, el 3 y el 11. También guardó las monedas de metal dorado con un asentimiento.

 - Tomen esas llaves, encontrarán los dormitorios en la primera planta. Cada puerta tiene un cartel con el número que aparece en el llavero. Las habitaciones 2 y 3 son las dobles. La 11 es para la señora.- Saliendo de detrás de la barra se ofreció para acompañaros.- Si me siguen se las mostraré.

 Los otros dos hombres, sentados en sillas, saludaron alzando la jarra a los viajeros que se iban a dormir. Mientras la mujer recogió la mesa que habían usado para comer, tarareando una tonada mientras lo hacía.

Estuvo un rato, paseando en silencio. Raúl sentía como un puño invisible atenazaba su interior. La vergüenza de haber abandonado a los suyos se mezclaba con el terror de tener que revivir aquellos hechos que había pretendido, en vano, apartar de su mente.

Aquél grupo se lanzaban a una misión suicida, no sabían lo que era el basilisco. Él si.

Por si sus miserias fueran pocas. La carretera estaba a rebosar de malhechores desesperados y quién sabe que peligros más les aguardaban. El joven pelirrojo se sabía sus días contados, asomaba su cabeza al borde del precipicio. Atrás quedaron el vino, el jolgorio y las mujeres.

Sin embargo, del calor de la taberna solo le llegaban burlonamente; cantos, aplausos y risas. Una alegría que estaba lejos de sentir y que tanto contrastaba con sus miserias.

 No tenía donde ir. Abatido se dejó caer al tocón de un árbol cortado largo tiempo atrás, y se echó a llorar impotente, amargamente hasta que no le quedaron lágrimas.

Iasana agradeció al capitán que costeara su habitación y luego tomó la llave que le tendía Octavio. Si las habitaciones estaban numeradas consecutivas, la suya había quedado bastante apartada de las de los demás lo cual le confería una notable intimidad, pero por otro lado la dejaba aislada. Sin embargo, había visto la muralla que rodeaba el lugar, y la edificación se veía muy sólida. Dudaba que hubiera problemas esa noche. Y aunque los haya... no he llegad a ser quién soy por casualidad...

Cuando el posadero les indicó que lo siguieran, la mujer no se hizo esperar. Cargando sus pertenencias fue en pos del hombre hasta el cuarto donde por fin podría asearse un poco y descansar.

  Finalmente el solón de la posada se fué silenciando y las luces del interios se fueron apagando. Ahora que el frío aumentaba, el cansancio se adueñaba del joven pelirrojo, este partió hacia el refugio que representaba aquel edificio.

 Unos más tarde, otros más temprano os fuistéis abandonando al abrazo de los sueños.

 Las habitaciones, lejos de ser lujosas, eran cómodas y las sábanas y mantas estaban limpias y bien puestas sobre los colchones, dando una muy agradable sensación al meteros bajo estas.

 La noche terminó de pasar sin sobresaltos y la mañana llegó acompañada por los cantos de un gallo que recíbía el perezoso astro rey. Pronto llegaron los sonidos típicos de abrir póstigos, bajar taburetes y sillas así como algún tintineo ocasional al mover ollas o cazos.

 Os fuisteis despertando, aseando con la palangana y jarra de agua preparada para tales funciones y una vez vestidos bajasteis al salón. Allí os recibió Hanna, preparando un desayuno. Pan calienta salido del horno, mantequilla, huevos y algo de carne y pronto el grupo se puso en marcha de nuevo.