Et en estando tu en caminando por la Villa Imperial, llegaste al barrio de la Alcazaba (en la parte de su extramuro, no por dentro), que le dicen también el barrio de la Almudena o barrio Real. Hacía ya tiempo que morabas de acá para allá, sin rumbo fijo y sin dedicación propia. Y no es porque no fuera menester el poder hacerlo, que tu condición bien lo valía, aunque quizá no tu aspecto para el contratista. Y eso que sabías hacer casi de todo (et de lo mejor en las cosas del mal hacer), pero tu vida era casi una vivencia al límite, casi mendigando en los mentideros por un rumor sobre alguien que ofreciera trabajo (ya fuera cargar, limpiar... o matar).
Y quizá tus pasos te llevaran hasta allí, que andabas al extramuro (dentro de la Villa) del barrio "de postín", y que si bien pudieras asaltar a algún burgués o noble sin protección bien que lo hicieras, aunque fuera con tus propias manos. Pero aquel día la Fortuna (o quizá el abandono de ésta por su parte) quiso que el asaltado fueras tú. Sentíste de repente en la espalda un frío acero; una punta metálica que no podía ser sino el principio de una de guardamano, esas armas que bien conocías de antaño, pues buen uso que le dabas cuando era menester. Alguien pegó su cuerpo casi al tuyo, y apretando un poquito el filo en tu espalda te susurró algo al oído, en bajito.
No te muevas, Caracuervo -te dijo refiriéndose a ti como una banal versión (aunque quizá no peor) de cómo te apodaban-, o el montante que llevo en la mano -mentira: era una daga- te lo saco por el ombligo... ¿Qué haces por aquí, querido? ¿Es que no sabes quién vive por esta zona...?
Aquella voz te sonaba. Si. Te sonaba demasiado. Demasiado tiempo como para olvidar ese tipo de susurro, el mismo que le hacía a cada víctima: tanto o más suave cuanto más cruento sería el robo o asalto. Era Manfredo, reconociste enseguida (sin siquiera darte la vuelta): un antiguo compañero de bandolerías y desacatos. Para ti era "el Pena". Manfredo "Manfre", "el Pena".
Acababa de amanecer.
En malahora ocurrióseme pasar por aquellos lares, buscando algún botín que permitiérame comer caliente en ese día, cuando más el acero en mis costillas que la voz conocida en mi oído, fizome parar en seco. Maldito bravucón.
- ¿Así recibes a un antiguo compadre, Penas?
Mi voz resonó con la sorpresa que había llevado al encontrarmelo allí, pero más que eso fue a la pregunta que me lanzó y, devanándome inútilmente los sesos, seguía sin saber a quién narices se refería El Penas... ¿quién vivía en ese barrio que me pudiera malquerer de aquesta forma?
Aún con la punta en tu espalda, susurraba a tu oído (y tu aún de espaldas a él) las buenas razones por haberte asaltado así, cual noble lleno de dineros.
Sin duda que éste recibimiento es mejor que cualquier otro que puedan hacerte -dijo aprentando un poco el cuchillo, pero sin herirte-, ¡que si la guardia real te coge en este sitio te encierra un año a oscuras ante de llevarte a galeras! ¡Da gracias que no está el Rey en ésta época en su residencia!
Sin duda que aquello era la Almudena, el lugar de la residencia real, y en ausencia de Su Majestad su séquito vigilaba por la plaza. Una suerte que fuera "El Pena" quien te advirtiese guardamano en espalda. Y acto seguido, miró un poco para abajo, y te arrebató el cutlass, se separó de tí dando tres pasos hacia atrás, y aun dándote tu la vuelta y él con su daga de guardamano en alto (no bajaba la guardia), comenzó a juguetear con tu arma con la otra mano. La lanzaba al aire y la cogía por el filo, muy habilmente, mientras reía y parecía maravillarse él mismo con su habilidad. Acto seguido, bajó la guardia, guardó su propia arma, y te lanzó el cutlass de vuelta, que cogiste al vuelo, en el aire.
Cuánto tiempo... -continuó Manfre-, creí que no volvería a verte desde que me vendiste... y menos en un lugar como éste.
Lo cierto es que se refería a cuando un grupo de alguaciles de la Villa hizo una batida al norte de la Villa, en el monte, tras un robo a un noble local. Os pillaron con el botín, y, pese a que tu escapaste "con lo puesto" y sin el premio, El Penas y otros bandidos fueron capturados. Manfre siempre creyó que tu le delataste (por eso de haber escapado...).
¿Ves este dedo...? -te enseñó, irónicamente, la falta de dedo de la mano con la que jugueteó con tu cutlass. Quizá se maravillara antes de su habilidad aun con la falta de la falange-. Tuve que confesar en la Casa y Cárcel y delatar falsamente a nuestros otros compañeros para salvar la vida... a ellos los ahorcaron, y yo... ¡fui el chivato! Se me rebajó la pena a lo del dedo... , pero... ¡YO NO SOY RENCOROSO! -decía ahora alegremente y riendo como por haberte encontrado, antiguo amigo. Y entonces hizo como que te iba a golpear y te dio una palmadita en el hombro amistosa-. ¿Qué ha sido de ti...? ¿Al fin comprendiste que en la Villa están los mejores dineros? Ja ja ja ... -el tipo tenía mucha "guasa" en verdad-.
No pude hacer otra cosa que mirarlo con cara torva, haber caído en manos de mi antiguo compañero de fechorías podía ser bueno o malo según se mirara. Sabía que me podía clavar la daga sin pestañear y sin tan siquiera temblarle el pulso. Cogí el cutlass al vuelo con cara de sorpresa. ¿A qué jugaba Manfre ahora? Por momentos pensaba que se le había ido la cabeza, quizás el tiempo pasado a la sombra le había vuelto loco.
- Supongo que por mucho que te diga que yo no os delaté no te hará cambiar de opinión ¿no?
No, claro. Él ya tenía esa idea metida en la mollera y por más que le dijera no se echaría atrás, tendría que estar atento para que no me hiciera una mala jugada.
- Poco negocio hay últimamente y la bolsa cada vez está más vacía. Malos tiempo corren y ya ves... hasta estos barrios tengo que llegar, a riesgo de cruzarme con los alguaciles, para conseguir algo que merezca la pena. ¿Y tú? ¿Acaso no sabrás de algún negocio que merezca la pena?
Tenía que estar en guardia y lo sabía, pero el hambre apretaba más que el miedo.
Hombre... -respondió-, ahora que "vivo" en la Villa -eso de "vivir", dicho así, era muy relativo; más bien vagabundeaba y robaba- sé donde se puede robar y dónde no, a quién y a quién no...; y ahora mismo no estamos en el mejor sitio. Aunque, si te digo la verdad... lo estoy dejando -acertó a decir-. ¡Si!, ya no robo, no le quito al pan al herrero, ni al panadero que él mismo lo hace; y tampoco asalto las carretas, que doble daño yo haría: al propio hombre y a sus hijos... No, no, no... Me he fijado dónde hay buenos dineros, y ni te imaginas el lugar, amigo mío... -y te estrechó hombro con hombro con su brazo mientras reía mirando al cielo-. Pero antes... larguémonos de aquí.
Y comenzásteis a caminar raudos, fuera de la Almudena, dirección Plaza de la Villa, por el comienzo de la Calle Mayor, fuera de toda sospecha.
Te dejo que respondas antes de actualizar.
Buenos dineros. Esas palabras resonaron en mi cabeza como el tintineo de las monedas en la bolsa.
- Parece que al final te están yendo bien las cosas querido Pena. ¿No te interesaría un viejo amigo como compañero de andanzas? Mal conozco la ciudad y tú serías una gran ayuda... Entre los dos podríamos sacar un buen botín.
Y con esta cháchara alejámonos con paso raudo fuera de aquellos barrios pudientes donde los alguaciles patrullarían con más frecuencia que en los arrabales.
Cierto es... ¡así pienso yo! -y fue como si le leyeras el pensamiento a Manfre-. Eso mismo te íba a proponer yo -el Pena echaba algunas miradas indiscretas a las jóvenes que bien temprano iban a por agua, para luego centrarse en su discurso de nuevo-. De lo que te estoy hablando es... de las casas de las tapadoras... ¡Sí! Hay uno, en la Plaza de la Paja -y señaló con la mano en dirección sur- que es muy popular entre nobles, et van tapados y bien escondidos a ver a sus mancebas, et dejan cuantioso dinero en sus "encargos"...
Entonces llegásteis a una pequeña casa que hacía de esquina, en la propia calle Mayor.
Entra -te dijo abriendo la puerta-. Aquella vivienda poseía únicamente dos salas: una grande que hacía las veces de cocina y sala de estar, y otra contigua, que seguramente sería una habitación. Nada más pasar contemplaste los techos altos, de palos de madera, las vigas verticales bien cuadradas (aunque algo roídas por el tiempo), algunos pocos muebles y una gran chimenea... Y justo delante de la misma, atado a una silla, había un hombre amordazado, (manos a la espalda y atadas con cuerda y pies de igual forma). Al mirarte como nuevo invitado, la congoja le vino de nuevo.
Y éste es el Padre* del lugar donde te digo, el de la Plaza de la Paja -te hablaba sonriendo, como satisfecho y risueño al tener a aquel tipo allí embozado y oprimido-; el dueño del prostíbulo... ¿Sabes cuánto pagará el Concejo por él? Algunos de los miembros del Concejo de la Villa son clientes de alli, y a buen seguro que si éste hombre pasa bajo tierra... se acabará su buen lugar de recreo...
Sin quererlo, el pena te había contado (y tal vez metido) en todo su embrollo: era un secuestro. Ahora mismo eras cómplice.
Esos degenerados pagarán una fortuna por su anfitrión de desvergüenza, ja ja ja -reía Manfre mientras pasaba su cuchillo por la cara del tipo-. Entonces, ¿estás dentro? -te preguntó-, ¡nos haremos ricos!
Y antes de que contestaras continuó hablando.
Ayúdame en este "negocio" -dijo-, y olvidaré aquella vez que me delataste..., et luego que tendrás buenos dineros, dineros que nunca pudimos acaudalar. ¡Anda y ve a la Plaza de la Villa! ¡Allí está "Flortu"! ¿Te acuerdas de él? Ahora tiene mucha barba... -quizá se referiría a otro miembro suyo de fechorías, porque el caso es que tu no sabías quién era-. He quedado con él en el mentidero de la Plaza... dile que venga, que no puedo cargar con éste tipo yo sólo -dijo mirando finalmente al secuestrado-.
*Conceptos de Padre y Tapadora en la escena de ambientación.
Haz un último post antes de finalizar el prólogo.
La idea no me pareció nada descabellada según me la iba relatando, mas cuando llegamos a la casa y vi a su "invitado" allí atado y con pinta de haberse cagado en los calzones, pareciome todo un desastre. En menudo lío me había metido el Pena, una cosa era asaltar y robar pero un secuestro... eso eran palabras mayores. Por mucho que aquel hombre prometiera no soltar prenda, había visto nuestras caras y no sería difícil delatarnos sin más. Mala idea... muy mala idea pareciome cuando me paré a pensarla con más calma.
- Esto... ya, pero éste ya nos ha visto la cara. ¿Quién te asegura que no hablará?
Aunque no accediera al encargo que me pedía Manfre ya me veía envuelto en semejante lío, y si me negaba a participar seguro que se cobraría con mi vida todas las deudas que creía tener pendientes conmigo. Lo mejor sería acceder y, una vez en la Plaza de la Villa, ya vería que hacer al respecto. Siempre podía decir que no me había topado con el tal Flortu, al fin y al cabo nunca en mi vida le había visto, aunque debería aparecer por allí para hacerme ver.
- De acuerdo. Ahora mismo me voy.
Y salí de allí por pies en dirección a donde me había mandado.