Partida Rol por web

De alguna manera, Orlant está conteniendo a la Manada frente a las puertas de entrada del recinto amurallado.

Es lo que piensa Sertois mientras aprovecha los valiosos segundos que el sargento le está proporcionando para correr a toda velocidad hacia la muralla de madera, por el lado suroeste, alejado de donde los monstruos se apiñan contra el valiente caballero.

Pero a medida que el explorador se aproxima, comienza a caer en la cuenta de la altitud de la muralla. Cinco metros de pared de madera trabajada y lisa que ofrecen casi ningún apoyo para subir por ella. Sertois vuelve a maldecir a la orden de caballería, y ya ha perdido la cuenta de las veces que van ya en los últimos días, y esta vez es por lo bien que construyen fortificaciones los malditos.

Si dispusiera de tiempo podría hacerlo, subir hasta lo alto, escalar la muralla tomando todas las precauciones posibles… pero el tiempo que le queda son los segundos que restan hasta que alguno de los lobos-troll se percaten de su presencia…

¡Date prisa!

La voz del joven teniente resuena apagada desde el otro lado del portón, a pesar de que tiene que estar gritando a pleno pulmón.

Y la puerta comienza a cerrarse. Lo están haciendo desde dentro. Orlant se da cuenta de ello a pesar de estar rechazando él sólo a lo que resta de la Manada. La abertura se reduce segundo a segundo, haciendo desaparecer su vía de escape.

Sertois volvía a demostrarme que era un soldado lo bastante listo y escurridizo como para poder conservar la vida en el ejército sin necesidad de mucha ayuda. El condenado estaba corriendo hacía la muralla como alma que lleva el diablo mientras yo me jugaba la vida distrayendo a aquellas tres enormes bestias.

Y lo cierto era que tal vez lo lograra, solo tenía centrar la atención de los lobos-troll sobre mi unos segundos más y estaba seguro que las bestias ni se enterarían de su presencia. Podía hacerlo, podía contenerlas un poco más antes de entrar en la torre. Incluso, con algo de suerte, podía acabar con alguna de ellas mientras lo hacía.

Pero había algo con lo que no contaba, y ese era Derlan. El imberbe teniente y su padre estaban cerrando el portón. Una cosa era entretener tres bestias mientras Sertois se escabullía y otra era dejarme matar para que el explorador se pusiera a salvo. Y eso era lo único que pasaría si me quedaba fuera de la muralla.

De un salto salté a la protección de la torre mientras la puerta se cerraba.

Llegar hasta la base de la muralla implica subir una empinada cuesta de tierra que el explorador salva con unas últimas y rápidas zancadas. Al llegar arriba, apoya sus manos en la madera mientras trata de normalizar su jadeante respiración y reservar sus últimas fuerzas para la escalada que tiene por delante.

Pero al levantar la vista, la muralla de cinco metros le parece un obstáculo insalvable: una superficie prácticamente vertical en la que los troncos de madera que forman la muralla no presentan apenas huecos en los que apoyar sus pies o manos para ascender. Y sólo cuenta con sus recursos para escalarla.

Por lo menos, desde esta posición en la que se encuentra no puede ver a los lobos-troll, que se agolpan en las puertas de entrada del recinto amurallado.

Pero puede oírlos.

Y el ruido no parece de lucha. Se escuchan los aullidos y rugidos de las bestias, sonidos de frustración, como si hubieran perdido a su presa justo antes de alcanzarla. ¿Será cierto? Si es así, esto significa que Orlant y el orejón han conseguido entrar dentro de la muralla a través de las puertas. Bien por ellos. Mal por él. Si los lobos-troll han perdido a las presas que perseguían no tardarán en buscarse otro objetivo: un agotado explorador llamado Sertois…

Mientras Sertois mira hacia arriba, desesperado, en busca de una manera de emprender la escalada, su agudizado oído capta como los rugidos de los lobos-troll se interrumpen de pronto.

El explorador siente cómo se le seca la garganta, ese silencio puede querer decir que las bestias se están moviendo de su posición frente a las puertas de entrada.

Y eso significaría que le pueden descubrir en cualquier momento...

No hay caso.

Intento subir por la lustrosa pared de madera resbalando como si estuviera enjabonada.

Cansado y sin ideas mi frustración crece al sentir la cercanía de las bestias.

Van a verme.

En cualquier momento.

Y entonces, estaré muerto.

Sigo moviéndome hacia la dirección contraria en donde se encuentra la puerta, busco una muesca, un detalle en la estructura, algo que me permita subir a buen resguardo.

Y por los dioses que me niego a morir así.

De pronto, en lo alto de la muralla aparecen dos rostros. Dos fantasmas. El teniente Derlan y el cocinero que le acompañaba.

No puede ser verdad. Pero entonces el extremo de una gruesa cuerda cae desde arriba hasta donde Sertois se encuentra. Es real, es de verdad, no se lo está imaginando. El explorador sujeta la cuerda con ambas manos, de la misma manera que un naufrago se agarraría a una tabla en mitad del océano.

Pero lo que también es real son los rugidos de los lobos-troll. Porque le han descubierto. Las bestias han descendido a toda velocidad la rampa de tierra que conduce a la entrada de la muralla y se dirigen a la carrera hacia él, ávidos de sangre. Su sangre.

Sertois intenta apartar de su mente el miedo y concentrarse en escalar la muralla, para evitar cometer un fallo que podría costarle la vida.