La Torre Terzzeto, un rascacielos imponente que rasgaba el cielo nocturno de Regina, se alzaba como el monumento de la eternidad. Desde el penhouse, la ciudad parecía una alfombra de luces destellantes, un océano de sombras y secretos que solo los Cienfuegos podían dominar.
El ascensor se abrió con un susurro metálico, revelando el interior del Eliseo, el trono de la Príncipe Imelda Díaz y Cienfuegos. A través de los ventanales del piso a techo, se podía ver la extensión de la ciudad, su pulso constante bajo el manto de la noche eterna. El aire estaba impregnado de una quietud expectante, como si la misma oscuridad contuviera la respiración.
El Justicar conocido como El Tercero, Lucio Ceferino Cienfuegos, avanzó con paso firme, su capa ondeando detrás de él como un espectro viviente. A su lado, caminaba Hiroyuki Yamagawa, "Countdown", su pupilo y asesino nato, un Assamita de mirada fría y calculadora. Las ninjas Cainitas, guardias de la Príncipe, se alineaban a lo largo de las paredes, su presencia apenas perceptible, pero innegablemente mortal.
Imelda Díaz y Cienfuegos, la Príncipe de Regina, se encontraba en su trono de mármol oscuro, su figura imponente irradiaba poder y autoridad. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y recelo al ver a su hijo menor, transformado de un primogénito a un Justicar con sede en París, Francia.
Lucio se detuvo ante su madre, sus labios dibujando una sonrisa calculada. —Madre, he regresado no solo para rendir cuentas, sino para presentarte a quien será mi primer Arconte—. Extendió una mano hacia Hiroyuki, presentándolo con un gesto amplio y teatral. —Hiroyuki Yamagawa, conocido como "Countdown", un vástago cuya lealtad y habilidad no tienen comparación—.
Imelda giró su rostro ligeramente hacia el recién presentado, sus ojos afilados como dagas evaluando al Assamita. —La elección de un Arconte es un asunto delicado, Lucio— dijo, su voz suave pero cargada de poder. —Espero que este... Assamita, esté a la altura de las expectativas—.
—Más que a la altura—, respondió Lucio, con un tono de satisfacción evidente. —Hiroyuki ha demostrado ser una fuerza formidable. De hecho, es gracias a su habilidad que hemos traído tributos apropiados para tu trono—.
Con un movimiento de su mano, Lucio ordenó a los guardias que trajeran a los prisioneros. Las puertas dobles de la sala del trono se abrieron, y dos filas de guardias arrastraron a cinco cainitas encadenados, cada uno de ellos con la cabeza gacha y la ropa hecha jirones. Al frente, tres figuras captaron la atención de Hiroyuki. El sacerdote Joseph, con sus ojos vacíos y su fe rota; el abad Jonas Capabanca, cuya arrogancia había desaparecido bajo los golpes de los guardias; y Anatoli Feiman, un Nosferatu que alguna vez fue un amigo y ahora apenas reconocible bajo las capas de suciedad y heridas.
Hiroyuki no pudo evitar una punzada de dolor, un eco de traición y pérdida. Sus antiguos hermanos, aquellos con los que compartió su sangre y juramento, ahora encadenados y rotos ante el trono de la Camarilla.
—El Sabbat ha sido purgado de Regina—, proclamó Lucio con una sonrisa triunfante. —Estos son los restos de su insolencia, las cabezas de sus ductus, traídas aquí para que veas, madre, el poder de nuestra visión—. En ese instante fueron presentadas tres cabezas reconocidas para Hiroyuki en la partida de guerra, la de la cainita Lasombra María Fernanda Caballero, la cabeza de Jericó el ductus de los Cuervos del Infierno y la cabe de Lance, el ductus de las Cenizas de Baal. Faltaba la de Santiago Vidal. Entonces el Tercero se giró hacia Hiroyuki, sus ojos brillando con un fuego peligroso. —Este es solo el comienzo, Countdown, mi querido hijo. Regina será el primer bastión de la nueva era de la Estirpe. Los impuros serán purgados, y la sangre de los verdaderos gobernantes correrá por las venas de esta ciudad—.
Imelda miró a los prisioneros con una expresión de fría indiferencia, antes de volver su atención a Lucio. —¿Y qué propones que hagamos con estos... despojos?—, preguntó, aunque la respuesta ya era clara en la sonrisa de Lucio.
—Que abracen el sol—, declaró El Tercero, su voz cortante y definitiva. —Que su agonía sirva como advertencia a aquellos que osen desafiar nuestro dominio—.
La sala del trono quedó en silencio, el aire pesado con la promesa de muerte definitiva. Hiroyuki mantuvo su rostro impasible, pero en su interior, sentía cómo la lealtad y la traición se enredaban en una maraña de emociones contradictorias. El camino hacia el poder está pavimentado con los cuerpos de los caídos. Así es la ley de los Cienfuegos, así es la ley de Regina.
Lucio Ceferino Cienfuegos, El Tercero, observó a su pupilo, satisfecho. Hiroyuki Yamagawa sería su mano ejecutora, en los años por venir, su Arconte, y pronto, quizás, el nuevo Príncipe de Regina. Pero primero, debía aprender que en la corte de Imelda, la lealtad se compraba con sangre, y el poder se mantenía con acero y fuego.
La noche en Regina apenas comenzaba, y las sombras ya se movían al compás de los antiguos secretos que despertaban.
La Torre Terzzeto, un rascacielos imponente que rasgaba el cielo nocturno de Regina, se alzaba como el monumento de la eternidad. Desde el penhouse, la ciudad parecía una alfombra de luces destellantes, un océano de sombras y secretos que solo los Cienfuegos podían dominar.
El ascensor se abrió con un susurro metálico, revelando el interior del Eliseo, el trono de la Príncipe Imelda Díaz y Cienfuegos. A través de los ventanales del piso a techo, se podía ver la extensión de la ciudad, su pulso constante bajo el manto de la noche eterna. El aire estaba impregnado de una quietud expectante, como si la misma oscuridad contuviera la respiración.
El Justicar conocido como El Tercero, Lucio Ceferino Cienfuegos, avanzó con paso firme, su capa ondeando detrás de él como un espectro viviente. A su lado, caminaba Hiroyuki Yamagawa, "Countdown", su pupilo y asesino nato, un Assamita de mirada fría y calculadora. Las ninjas Cainitas, guardias de la Príncipe, se alineaban a lo largo de las paredes, su presencia apenas perceptible, pero innegablemente mortal.
Imelda Díaz y Cienfuegos, la Príncipe de Regina, se encontraba en su trono de mármol oscuro, su figura imponente irradiaba poder y autoridad. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y recelo al ver a su hijo menor, transformado de un primogénito a un Justicar con sede en París, Francia.
Lucio se detuvo ante su madre, sus labios dibujando una sonrisa calculada. —Madre, he regresado no solo para rendir cuentas, sino para presentarte a quien será mi primer Arconte—. Extendió una mano hacia Hiroyuki, presentándolo con un gesto amplio y teatral. —Hiroyuki Yamagawa, conocido como "Countdown", un vástago cuya lealtad y habilidad no tienen comparación—.
Imelda giró su rostro ligeramente hacia el recién presentado, sus ojos afilados como dagas evaluando al Assamita. —La elección de un Arconte es un asunto delicado, Lucio— dijo, su voz suave pero cargada de poder. —Espero que este... Assamita, esté a la altura de las expectativas—.
—Más que a la altura—, respondió Lucio, con un tono de satisfacción evidente. —Hiroyuki ha demostrado ser una fuerza formidable. De hecho, es gracias a su habilidad que hemos traído tributos apropiados para tu trono—.
Con un movimiento de su mano, Lucio ordenó a los guardias que trajeran a los prisioneros. Las puertas dobles de la sala del trono se abrieron, y dos filas de guardias arrastraron a cinco cainitas encadenados, cada uno de ellos con la cabeza gacha y la ropa hecha jirones. Al frente, tres figuras captaron la atención de Hiroyuki. El sacerdote Joseph, con sus ojos vacíos y su fe rota; el abad Jonas Capablanca, cuya arrogancia había desaparecido bajo los golpes de los guardias; y Anatoli Feiman, un Nosferatu que alguna vez fue un amigo y ahora apenas reconocible bajo las capas de suciedad y heridas.
Hiroyuki no pudo evitar una punzada de dolor, un eco de traición y pérdida. Sus antiguos hermanos, aquellos con los que compartió su sangre y juramento, ahora encadenados y rotos ante el trono de la Camarilla.
—El Sabbat ha sido purgado de Regina—, proclamó Lucio con una sonrisa triunfante. —Estos son los restos de su insolencia, las cabezas de sus ductus, traídas aquí para que veas, madre, el poder de nuestra visión—. En ese instante fueron presentadas tres cabezas reconocidas para Hiroyuki en la partida de guerra, la de la cainita Lasombra María Fernanda Caballero, la cabeza de Jericó el ductus de los Cuervos del Infierno y la cabeza de Lance, el ductus de las Cenizas de Baal. Faltaba la de Santiago Vidal. Entonces el Tercero se giró hacia Hiroyuki, sus ojos brillando con un fuego peligroso. —Este es solo el comienzo, Countdown, mi querido hijo. Regina será el primer bastión de la nueva era de la Estirpe. Los impuros serán purgados, y la sangre de los verdaderos gobernantes correrá por las venas de esta ciudad—.
Imelda miró a los prisioneros con una expresión de fría indiferencia, antes de volver su atención a Lucio. —¿Y qué propones que hagamos con estos... despojos?—, preguntó, aunque la respuesta ya era clara en la sonrisa de Lucio.
—Que abracen el sol—, declaró El Tercero, su voz cortante y definitiva. —Que su agonía sirva como advertencia a aquellos que osen desafiar nuestro dominio—.
La sala del trono quedó en silencio, el aire pesado con la promesa de muerte definitiva. Hiroyuki mantuvo su rostro impasible, pero en su interior, sentía cómo la lealtad y la traición se enredaban en una maraña de emociones contradictorias. El camino hacia el poder está pavimentado con los cuerpos de los caídos. Así es la ley de los Cienfuegos, así es la ley de Regina.
Te debía un buen final, para un excelente cierre de partida.
Excelente final :P , me lo he pasado genial, espero volver a repetir la experiencia, un abrazo!
La noche en Regina era espesa y fría, como una manta de terciopelo oscuro extendida sobre la ciudad. Las sombras se cernían sobre la catedral de Santa María de la Asunción, que se alzaba majestuosa contra el cielo, su silueta recortada en la luz tenue de la luna. Dentro, los cainitas se reunían en silencio, una congregación de depredadores, esperando la llegada de la cúpula Sabbath.
El sonido de un motor rompió el silencio de aquella desolada avenida, un ronroneo profundo que vibró a través de las piedras de la catedral. Un lujoso vehículo negro se detuvo frente a las escalinatas, su carrocería brillando bajo la luz de los faroles. De él descendió Melinda Galbraith, la Regente del Sabbat, envuelta en un manto de misterio y poder. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos verdes destellaban con una intensidad que paralizaba a los mortales y vampiros por igual. A cada lado de ella, dos paladines, un hombre y una mujer de presencia imponente, se mantenían firmes, sus miradas imperturbables como si fueran estatuas vivientes.
Minos Astari, el Priscus Tremere, se acercó para recibirla. Su figura esbelta y su túnica negra lo hacían parecer un espectro, un monje cainita con la sabiduría de siglos. Con una inclinación de cabeza, le indicó a Galbraith que lo siguiera. —Su excelentísima Regente Galbraith, bienvenida a Regina—. Susurró con voz suave pero firme. La regente asintió, sus labios dibujando una sonrisa que apenas se dibujaba en su rostro.
Caminando por los pasillos de la catedral, el eco de sus pasos resonaba contra las paredes de piedra. Los cainitas congregados apenas se atrevían a levantar la mirada. Eran importantes figuras reconocidas de la ciudad de Regina, envueltas la mayoría en capas negras, sus rostros marcados por siglos de intriga y brutalidad. Galbraith caminaba con la gracia de un depredador en su territorio, segura y letal.
Finalmente, llegaron ante el Obispo de Regina, Vicente Moliere. El Tzimisce era una montaña de músculos y altura, superando los dos metros. Su piel pálida contrastaba con su vestimenta de cuero negro, adornada con cadenas y pinchos de metal. Sus ojos brillaban con una luz maliciosa, una chispa de crueldad que se reflejaba en los dos agentes de la Mano Negra a su lado, Lord Asthor y Lady Irina. Sus miradas eran frías, calculadoras, la promesa de violencia latente en cada gesto.
—Alta madre Regente—. La voz de Moliere era un gruñido, un sonido profundo que vibraba en el aire. —Bienvenida a nuestro dominio.-El Priscus decidió iniciar con malas noticias, con la verdad.- Hemos sufrido grandes pérdidas... las manadas han sido diezmadas por la Torre de Marfil. Los Cuervos del Infierno, Las Cenizas de Baal, La Cruz de Espinas... todas masacradas. Solo una ha quedado en pie, y herida en cuerpo y orgullo.—. Sus ojos se posaron en Santiago Vidal, el ductus de los "Inquebrantables Portadores del Caos". —Pero aún hay esperanza en los sobrevivientes—.
Galbraith observó a Santiago con una mirada escrutadora. El Lasombra se mantuvo firme, su expresión impasible, pero los ojos de la Regente eran como agujas penetrantes. —Santiago Vidal—. Su voz era suave, pero cada palabra era una daga. —Has luchado valientemente, pero has fracasado en mantener a tu manada. Ya no eres digno de ser su líder. Serás enviado a Ciudad de México. Allí, servirás al Arzobispo Ramírez, lavarás la afrenta de esta derrota y eso te fortalecerá o perecerás en el acto. Cuando estés listo, regresarás para completar la misión que dejaste inconclusa en este territorio—.
Los ojos de la Regente buscaron algún gesto de aceptación de su destino. A su lado, Rafael de la Cruz, con sus heridas apenas cicatrizadas, fue llamado ahora a una señal del Priscus. La mirada de Galbraith se posó en él, y por un momento, un destello de esperanza cruzó sus ojos.
—Rafael de la Cruz, ahora eres el ductus de los Renegados de la Oscuridad. Liderarás a esta nueva manada y continuarás la lucha en Regina. No toleraré otra derrota. Si fallas, lo mejor será que mueras en batalla—. La Regente levantó su mentón en señal de determinación ante la cicatriz de la espada santa aún visible en su rostro como un recordatorio de su propósito.
Galbraith se volvió ahora hacia Guillermo de los Santos, el Gangrel, sus ojos verdes evaluando al cainita con una frialdad calculadora. —Guillermo de los Santos, los agentes de la Mano Negra tienen una tarea para ti. Llevarás a cabo una misión en solitario. Si tienes éxito, se te permitirá unirte a una de las nuevas manadas que se formarán aquí en Regina. La ciudad necesita guerreros capaces, no sobrevivientes sin rumbo—. Melinda Galbraith se limitó a asentir confiada en su expresión tranquila pero su interior tan salvaje y feroz como siempre.
Finalmente, Galbraith se volvió hacia la congregación, su presencia llenando el espacio con una autoridad innegable. —Hemos sufrido pérdidas, pero no estamos derrotados. Regina es un bastión del Sabbat, y no permitiremos que la Torre de Marfil lo reclame. Por cada cainita que hemos perdido, la Camarilla pagará el doble con sangre. Que la ciudad arda si es necesario, pero jamás entregaremos nuestro territorio. Lucharemos hasta el último aliento, hasta la última gota de vitae. ¡Regina será nuestra o no será de nadie!—.
Las palabras de Galbraith resonaron en la catedral, una promesa de guerra y destrucción. Los cainitas levantaron sus voces en un grito de aprobación, un rugido que reverberó en las paredes de piedra, prometiendo que la lucha apenas comenzaba. El Sabbat había sufrido un golpe, pero el espíritu de la secta seguía vivo, tan indomable y feroz como siempre. En las sombras de la catedral, la guerra continuaba, y la promesa de venganza ardía en cada corazón inmortal.
Aun con dolor por sus heridas pero más llevaderas Rafael y los demás acudieron a la cita, la catedral resultaba imponente, un símbolo de poder de otra época ya pasada pero que aún levantaba la admiración de quien pudiera contemplara. Al llegar el silencio era notorio, los maltrechos miembros de la manada avanzaban hacía el interior. La última mala noticia vino de parte de Jonas quien había sido igualmente capturado por la torre de marfil, su refugio debió ser igualmente descubierto o quizá traicionado por el mago.
La tensa espera pronto llegaría a su fin cuando al fin la cúpula del Sabbath se congrego en el lugar, Melinda, la Regente, fue la llegada más esperada, rodeada de sus paladines que no se separaban de ella en público. El Priscus y el Obispo la recibieron para dar lugar a la reunión.
Las noticias sobre la situación no eran buenas y las decisiones sobre sus destinos no tardaron en llegar. La primera de ellas sobre Santiago Vidal no fue del agrado de Rafael, el mismo había sentido en sus carnes no hacía mucho aquella humillación por unos objetivos que sin duda nunca estuvieron a su alcance. Al menos seguiría vivo y eso reconfortó de alguna manera a Rafael, que Santiago siguiera vivo hacía sin duda un Sabbat más fuerte.
Después le llegó el turno al propio Rafael, a quien se encomendó una nueva manada como Ductus, aquello que en su primera vez le había llenado de orgullo no produjo la misma sensación en el cainita, - Así sea... si se me permite hablaré en favor de mi hermano Santiago Vidal, pues a pesar de no haber conseguido su objetivo, el cual escapó de su mano antes de empezar por el traidor de Countdown, ha lidero la manada con sabiduría, consiguiendo una valiosa información acerca del tercero y su facción que amenaza toda la ciudad, incluso haciendo frente a la amenaza a pesar de la gran desventaja.
Tras aquellas palabras volvió a su lugar, no le apetecía luchar en una guerra en la que ya apenas creía, pero al menos tendría una oportunidad para encontrar o vengar a los suyos. Desearía suerte a Guillermo con el que apenas había coincidido pero que sin duda se había mantenido fiel al Sabbat a pesar de todo.
La Regente Melinda Galbraith se mantiene firme frente a Rafael de la Cruz, su porte elegante pero letal irradiando poder y control absoluto. Sus ojos verdes, los cuales se volvieron oscuros y fríos como un abismo, lo observan con una mezcla de desaprobación y desprecio contenida. A su alrededor, el ambiente se vuelve pesado, cargado de tensión. Su voz, aunque suave, resuena con la autoridad de siglos de dominio.
—Rafael de la Cruz —comienza, su tono implacable, cada palabra cortante como un filo de obsidiana—, veo en tus palabras una debilidad que no tolero en quienes se arrodillan ante la espada de Caín. Hablas de Santiago Vidal con nostalgia, como si su fracaso fuera una casualidad del destino y no el resultado de sus propias carencias.
Debes entender que en el Sabbat no hay lugar para excusas ni para el lamento por aquellos que no han podido cumplir con su deber. Vidal sigue vivo, no por tu sentimentalismo, sino porque la espada que empuñamos ha visto en él un potencial que aún debe ser forjado en las llamas de la guerra. Si no, ya estaría convertido en cenizas, como tantos otros que han caído en este bastión.
La única razón por la que ha sido enviado a Ciudad de México es para endurecerse, para templar ese filo que amenaza con quebrarse. Lo que tú llamas sabiduría, yo lo llamo insuficiencia, y en nuestra guerra no hay espacio para los insuficientes.
La Regente se mueve un paso hacia adelante, su imponente figura eclipsando por completo a Rafael, como si el peso de su presencia lo aplastara.
—Pero tú, Rafael, tus palabras me hacen dudar de algo más profundo, de tu visión para con nuestra secta. ¿Acaso tu lealtad es tan frágil como para cuestionar las decisiones de esta cúpula? ¿Es que no comprendes que el destino de Vidal ya no es asunto tuyo? Si has dejado de creer en nuestra causa, entonces no tienes lugar entre nosotros. El Sabbat no necesita guerreros que miren al pasado con dudas; necesita depredadores que vean el futuro con hambre de victoria.
El ambiente en la catedral parece enrarecerse aún más, como si la oscuridad misma estuviera absorbiendo todo a su alrededor. Incluso una seriedad absoluta aparece en el rostro del Obispo Vicente Moliere que permanece atento a las palabras de la Regente con la vista perdida en su mensaje. Los paladines de Melinda permanecen inmóviles, observando con ojos afilados y vigilantes.
—De la Cruz, si sigues cuestionando las órdenes, entonces no solo estás dudando de Vidal, estás dudando de nosotros, de mí —sus palabras adquieren un tono glacial—. Y si dudas de mí, entonces me estarás forzando a dudar de ti.
Se detiene un instante, sus ojos perforando los de Rafael, dejándole sentir el abismo de sus intenciones.
—Eres ductus ahora. Se te ha otorgado una oportunidad que pocos merecen. Conforma tu nueva manada, aférrate a la visión que te ha sido encomendada y actúa como el depredador que se espera que seas. Si fracasas de nuevo, Rafael de la Cruz, no tendrás otra oportunidad. Esta guerra no perdona la debilidad, y si te atreves a defraudarme, preferirás las garras de la Camarilla a lo que yo tengo preparado para los traidores.
Melinda retrocede un paso, su expresión implacable, pero sus ojos, llenos de una furia contenida, nunca abandonan los de Rafael hasta que se gira sobre sí misma dándole la espalda al ductus y continuar con su discurso ante el resto de la cúpula Sabbath dictándole una última sentencia.
—Hazme dudar de ti otra vez, y tu destino será peor que el de cualquier presa que hayas cazado.
Sabía que no debía ir más allá o acabaría sin cabeza por mucha razón o no que tuviera... no obstante su pensamiento era claro y sin duda las manadas habían tenido pocas opciones desde un inicio, quizá fuera innecesario pero sentía que de alguna manera le debía aquello a Santiago, quizá simplemente porque había vivido eso mismo en sus propias carnes.
- No ha sido mi intención cuestionar las órdenes, tan solo señalaba las virtudes de un hermano, cuyas cualidades seguro usaréis sabiamente. Acepto sin dudar mi destino y la que será mi última oportunidad.
No había vuelta atrás, saldría victorioso o moriría por alguno de los tres bandos que se aferraban a la ciudad, tan solo esperaba poder llevarse al ejecutor de sus hermanos por delante antes de que ocurriera.
No sabía quien era esa mujer que estaba allí, nadie se lo había explicado, del mismo modo que no le habían explicado tantísimas cosas, pero captaba aptitudes.
Guillermo observaba callado, viendo como se desarrollaba todo: tras todo lo pasado, tras la sangre compartida, ahora los separaban, los manejaban como un niño manejaría a sus juguetes, tirándolos, y rompiéndolos a placer y la duda se recompensaba con más castigo. No obstante, la promesa de vengar a los caídos en combate le gustó. No los había conocido mucho, pero aquellos una vez fueron su manada y los depredadores que no cuidan de su manada mueren solos.
-Entonces lucharé en solitario. - Sentenció Guillermo una vez hubiera quedado claro el asunto de Rafael y sus palabras. -Transmitidme mi misión y no quedarán decepcionados. - Añadió ignorando las palabras de menosprecio, aunque su capacidad de supervivencia era la que lo había llevado hasta allí en un primer lugar, había sobrevivido a la caería. -Mis hermanos me han enseñado mucho, cosas que querían enseñarme y otras que no lo pretendían. La próxima vez hare lo que debo mejor y sin dilación- Sentenció.
No había razón para desafiarles y al menos esta vez no habría traidores y solo apostaría el con su vida. Tampoco había razón para decir nada más.
La Catedral era de los pocos lugares dignos, un símbolo de cómo se había fundado la verdadera Espada. Vidal y su manada arribaron allí preparados para lo peor, para afrontar la posible amenaza de la Mano, fuere con sus audaces palabras o en última instancia, su propia mano. No obstante, su sospecha de una presencia mayor del Sabbat allí se confirmaron. Ni siquiera ellos serían tan osados como para realizar un movimiento en semejante ocasión.
Entonces llegó la Regente Galbraith, y su sentencia. No esperaba menos que la muerte, su propio Sire no sería menos estricto. Mas, así no fue. Su fracaso, no fue absoluto, y en ello Santiago pudo encontrar cierta absolución que le justificaba seguir adelante. Pues aún no había terminado su trabajo, y allí en Regina, había desvelado más que ningún otro cainita. Algo que necesitarían, si pretendían aspirar siquiera a triunfar.
- Agradezco el gesto, hermano De la Cruz, empero la Regente está en lo cierto. Un fracaso, es fracaso, y es injustificable por parte de un verdadero Guardián. - Se pronunció con solemnidad, posando la mano sobre su hombro por un momento, aceptando el peso impuesto por la dama. Escuchó el decreto de la dama, y asintió con ambas manos cruzadas tras su espalda. - Así será, su Eminencia. - Aceptó de manera fría y marcial.
- Si me permite, Altísima Madre... - Tras la pausa posterior a su dictamen, el LaSombra solicitó respetuosamente la palabra, dando a entender que sería breve. Tomó, del interior de su saco, una pequeña carta refinadamente sellada y la ofreció. - ...Una última ofrenda, de parte de Sebastián Blanco, y su chiquillo Santiago Vidal. Un informe personal, acerca de todos nuestros hallazgos, en su superficie quizás ya conocidos; en su profundidad, quizás ocultando la clave para que nuestros hermanos conlleven éxito a esta cruzada. Siéntase libre de aceptarlo, y analizarlo con mayor calma luego. - Ofreció de manera solemne y respetuosa, más a modo de cumplimentar su deber que a un obsequio, su honor se lo demandaba más allá de todo riesgo. Era un documento breve, manuscrito por él. El mismo detallaba todas las crónicas que atravesaron los Inquebrantables, datos los cuáles podrían brindar luz a eventos posteriores, mas el de mayor importancia era el párrafo final.
...Fue así que se nos fue develada la verdadera identidad de El Tercero, Lucio Ceferino Cienfuegos, su desafiliación para con la Camarilla y, posteriormente, los Arcontes Agatha y Judex. Una nueva alianza con Hiroyuki Yamagawa, La Niña y su Espada Santa. Pero antes del Tercero, habían dos más. Puede que las evidencias recolectadas hasta el momento no le sean suficientes para dilucidar sus Identidades, pero el reconocerlas será fundamental para el éxito de la Cruzada en Regina. Si espera hallar la respuesta, esta se halla oculta en... "La derrota sin honor"
Aquel párrafo, no sólo era una elegante manera de ofuscar su verdadero conocimiento del asunto, el documento llegase a arribar en manos equívocas, comprobarían que en efecto Vidal no parecía tener certeza ni sospecha alguna de quiénes apoyaban realmente al Tercero. Empero, si la Regente realmente se tomaba su tiempo de estudiar el documento, y ver más allá... Tal vez, pudiera notar por medio del Auspex la fuerte impronta intelectual que aportó el LaSombra al escribirla. Tal vez, esta era una prueba de su propio intelecto, si realmente era la indicada para triunfar en esta conquista o perecer en la ignorancia. Tal vez, si Galbraith tenía un intelecto suficiente y comprensión de la situación, se percataría de que aquella última oración no se trataba de ningún gesto poético. Si no de un anagrama. "La derrota sin honor" podía traducirse perfectamente como "Son Lord Asthor e Irina", si uno contaba con la astucia suficiente para leer detrás de las letras.
Finalmente, realizó una reverencia, y regresó para despedirse de sus dos hermanos.
- Aún en mi pasada victoria, he notado que esconder más potencial de que has tenido la oportunidad de enseñar. No dudo que este nuevo liderazgo sea de tu merecimiento, Ductus Rafael. Guíalos con Honor, triunfa donde yo fallé. - Le encargó en un gesto de camaradería.
Por consiguiente, se acercó a Guillermo, a una distancia más personal. - Los Miembros de la Mano Negra -Los Verdaderos- actúan en solitario, desde las sombras. Ellos, son libres de todo vínculo de sangre, ritaes, manadas. Tal vez, este sea el camino para ti hermano, y tal vez, esta tu prueba. - Le aseguró en un tono apenas audible para ellos dos, posando su mano sobre su espalda en un gesto de despido y buena suerte. El Gangrel no parecía estar a gusto con las tradiciones del Sabbat, y eso lo comprendía. Pero La Mano podía considerarse otra secta en sí misma, tal vez una mayormente alineada con su filosofía.
En cuánto a él... Tenía un nuevo deber que cumplir. Su misión allí en Regina, había concluido, al menos parcialmente. Ahora, comprendía por qué Blanco le había enviado, la verdad a desenterrar en aquella ciudad no era menor. Sólo recaería en la sabiduría de su Regente, el saber dilucidar y utilizar tales hallazgos con sapiencia.
El tiempo lo diría...
-FIN DEL CAPÍTULO 3-
"EL DESPERTAR DEL GUARDIAN"