Intla nonemililpa ihuan noyolixtech
anmonemitia amehhuantzitzin noachtotahtzitzihuan,
ammo micohua.
Nican cah notlaminiliz ximomahcehuihtzinocan.
Ma paccayotica ximoyeyantihtzinocan.
-o-
Si en mi memoria y en mi corazón
están presentes ustedes mis ancestros, entonces
no existe la muerte.
Aquí está mi ofrenda, merezcan.
Placenteramente.
Fragmento del poema: “Mictlan”. Iaxca José Concepción Flores Xochimeh.
El camino era de tierra negra como la ceniza enmarcado por un inmenso cielo rojizo que se iluminaba de vez en cuando por alguna que otra centella, en vez de árboles lo que había a lo largo de aquel sendero eran troncos largos y retorcidos con sendas espinas los cuáles parecían estirarse o latir a cada paso que el Malkavian daba.
Aquella estrecha avenida serpenteaba marcando una dirección hacia una especie de pirámide cuadrada de la cultura Mexica la cuál sobresalía imponente en el horizonte.
El cuerpo inerte de Santiago era fiel a su nombre entre los de la secta, Sentencia cumplía la voluntad de la Santa Muerte de un modo difente a otras veces, su última víctima era nada menos que él mismo. Estaba tibio en brazos del Santo, su padre y mentor, dador de vida, poder y locura, que lloraba de impotencia e indignación ante la imágen de su hijo amado partiendo.
- Por qué Padre, no quisiste que lo invite al reino de la noche junto a mis hermanos? -
- Por qué Madre, te has llevado a tu Sentencia y lastimas a tu Santo? -
Joseph murmuraba entre sollozos mientras las balas atravesaban su cuerpo, la sangre manchaba sus prendas y empapaba el pálido cuerpo de Santiago, completando sus negros tatuajes con tonos carmesí. El malkavian se imaginó que su chiquillo se cubría de rosas de un rojo intenso, la ofrenda más sagrada con la que podía despedir a su niño, su propia vitae lo bañaba.
A su alrdedor había oscuridad, más intensa de la que jamás haya visto. También había una luz, una muy potente, provenía de la elegida, la Piadosa. Exigirá como pago por su favor al ser más querido. La frase resonaba en la mente sin cordura de Joseph, dudando si eso era justicia o capricho, indignado e impotente. Su silenciosa respuesta fue tan sólo lágrimas y sangre.
Comió lo que María le dio. Cerró sus ojos, sus lágrimas dejaron de correr y su cuerpo se entregó a un descanso anhelado. Su mente pareció encontrar un instante de paz, que se presentaba como eterno.
Sin saber cuanto tiempo había pasado el malkavian abrió los ojos. Estaba en un bosque como antes, pero no parecía el mismo, ni los árboles, ni el cielo. Si era un sueño o si era una alucinación de su afectada mente no lo sabía, especuló tal vez que eso era un sitio sin tiempo, que mil años antes era igual que ahora y lo sería también mil años después. Sin embargo, la pirámide a la distancia parecía indicar algo inconfundible, estaba en México.
El tono rojizo del cielo lo teñía todo de sangre, los árboles muertos en posiciones retorcidas daban poca esperanza a encontrar algo vivo en ese sitio. Así sería el firmamento si Caín hubiese sido recibido por el altísimo? Asi sería el bosque si la Santa Muerte hubiese logrado dominar la tierra? Estoy muerto nuevamente o he enloquecido definitivamente? Preguntas sin respuestas que lo invadían mientras avanzaba hacia la pirámide.
Caminaba con lentitud, o tal vez era que aquél sitio era más grande de lo que aparentaba, o simplemente el tiempo no tenía sentido allí, porque la pirámide seguía lejos aún. Seguramente estoy muerto otra vez... es mejor así.
- Insolente, blasfemas contra mi al decir eso! - creyó escuchar en su cabeza una voz, al tiempo que se formó la imagen de un inmortal entre los troncos y las espinas, el antiguo lo juzgó con severidad sin mostrar piedad por su dolor.
- Eres yo? Eres el Padre? - preguntpó en voz alta al tiempo que la imagen se desvanecí dejando ver los troncos oscuros y retorcidos.
Prosiguió caminando, confundido, angustiado, sintiendose observado.
- Eres un niño que no ha aprendido nada - escuchó ahora una voz dulce a sus espaldas, casi maternal, y al voltear vió la figura cadavérica de una mujer.
- Eres la Muerte? Eres María y has muerto también? - preguntó mientras contemplaba a la mujer. Su voz se apagó al igual que la imagen.
Se tomó la cabeza con ambas manos, su corazón había quedado destrozado, su cuerpo estaba lleno de agujeros y sus ojos estaban vacíos ya de lágrimas, pero en ese sitio de muerte, su mente sufría una agonía peor.
- Estas bendito, por la impotencia y la locura - dijo otra voz, esta vez delante de él.
- Eres Malkav? Eres mi sire? - frunció el ceño al ver la imagen de un ser que parecía más demente que él mismo.
- Y qué si lo soy? Y qué si no lo soy? Y qué si no existo? Es que no entiendes? Y qué importa si no lo entiendes? - la imagen rió, las carcajadas eran tan fuertes que Joseph intentó taparse los oídos pero el sonido provenía desde dentro de su cabeza.
- Muerto, loco, impotente, destrozado, perdido... de qué bendición me hablas?... estoy Maldito! Maldito!! - dijo en voz alta, al tiempo que la imagen desaparecía.
Se forzó en mirar tan sólo el camino serpenteante bajo sus pies, ausente de las imagenes y voces que lo acosaban.
- Caín, acaso me desprecias?- su paso era errante hacia la pirámide.
- Santa Muerte, es que te burlas de mi devoción? - su voz se entrecortaba entre impotencia y dolor.
- Malkav, te diviertes con mi triste final? - Joseph sentía que estaba ante su final, ese edificio tal vez fuese su tumba.
Malkav me maldijo, Caín me maldijo, la Santa Muerte me maldijo. Triplemente maldito.
Vi morir a mi padre y vi morir a mi hijo. Doblemente herido de muerte. Dos veces incluso he muerto yo.
Tengo enemigos en todos lados, no hay sitio en dónde no quieran mi final.
Hasta mi inmortalidad se dio por vencida y huye de mi.
Qué existencia miserable.
Qué vida sin sentido!
Joseph empezó a reír. De dolor, de impotencia, de rabia, de indignación, de odio. Reía mientras avanzaba hacia el zigurat.
Post esquizofrenico adicional
Aquel sendero en donde la tierra negra parecía ceniza y el imponente firmamento entintado en color rojizo abrazaba al Malkavian Joseph el cuál punzando de dolor parecía arrastrar su sufrimiento dejando endebles huellas en aquel camino.
Aquella sombría soledad de vez en cuando era interrumpida por algunos graznidos lejanos y algunas sombras revoloteando en aquel tétrico y rojizo cielo.
A los costados, aquellas enredaderas negras cubiertas con púas parecían ser las únicas que entendían el dolor del extraño pues se retorcían y crujían su paso.
La pirámide se alzó imponente al frente de Joseph una vez que alcanzó el pie da la misma después de recorrer el serpenteante camino que de haber volteado sobre sí aquel cainita habría jurado que había caminado por sobre la eternidad misma.
Una escalera de piedra se alzaba hacia las alturas de aquella construcción de piedra negra tallada artesanalmente con cráneos de estilo prehispánico, envueltos entre serpientes y algunas flores de obsidiana incrustadas como cenefas alrededor de cada nivel ascendente, cada escalón estaba recubierto por un lodazal bermellón oscuro, el cuál observándolo mejor denotaba a sangre coagulada y seca por la eternidad.
Las centellas iluminaban el rostro de Joseph de vez en cuando, de pronto pudo notar algo al pie de aquel enorme monumento, era algo que se revolvía lamentándose muy quedamente, más dolor y sufrimiento, eran sombras arrastrándose a cada costado del sendero por donde había transitado el Malkavian, no podrían ser almas porque las almas no suelen arrastrarse sin poder erguirse, o bien si lo eran, solo quedaban vestigios de consciencia que solo existían para encontrar un último propósito redentor, fijándose bien eran muchísimas sombras revolviéndose al pie de aquella pirámide y sus lamentos cada vez se hacían notar más, una parte de esa oscuridad empezó a tomar forma, un rostro de tristeza y desesperación se forjaba a expensas de aquella masa uniforme de sufrimiento y dolor, una especie de brazo se quiso alzar hacia Joseph, parte de aquel rostro suplicante y desolado como queriendo tocarlo desde el fondo de su desesperación.
El graznido de un cuervo asustó a aquel ser de oscuridad cuando su aleteo se hizo patente aterrizando frente al lunático, de varios picotazos regresó a aquel ente a donde estaba aquella marea de tristeza y lamentos.
El majestuoso animal fijo su inteligente mirada en el rostro de Joseph, inclinando de vez en cuando su cabeza de un lado a otro en como tratando de reflexionar que le aquejaba. Sus poderosa garras arañaban aquella piedra cubierta de sangre seca y de vez en cuando extendía sus poderosas alas recubiertas de un flamante plumaje color oscuro brillante, como las noches en la tierra que ya no recordaba Joseph.
De pronto el cuervo le habló al Malkavian.
-Mi nombre es Munin el cuervo, y el Padre me ha enviado para ser tu guía y conciencia, esto es porque se ha apiadado de tu dolor y quiso que supieras que nunca haz estado solo en este sendero.-
El cielo de sangre, cuya magnanimidad era interrumpida sólo por la silueta de algún pájaro ominoso y esquivo, un sendero serpenteande de muerte, formado por las cenizas de quienes alguna vez respiraron, y un sin fin de ramas con espinas retorciendose de dolor a su paso, esos testigos eternos fueron los únicos que acompañaron al Malkavian en su camino. Ni siquiera el eco de su enferma risa se atrevía a presentarse ante la imponente pirámide que lentamente se hacía más grande.
Aquello parecía ser un gran altar, oscuro, sangriento, un símbolo de muerte. Acaso la Niña Blanca me espera aquí? No la veía, pero notaba los signos de su implacable paso. Miles de sombras, entidades que él no podía reconocer pero que sufrían al igual que él, tal vez más después despues de unirse formando un cuerpo de dolor y agonía, todas ellas en un sólo ser se acercaron al vampiro. Sus manos estuvieron a punto de tocarse, un tácito entendimiento los unía, un nuevo abrazo estuvo a punto de suceder, hubiese sido el último para el Malkavian de no ser por la intervención de un cuervo.
- Piedad? - preguntó balbuceando con dificultad, como si hubiesen pasado años sin que usara sus labios para nada - De mi? -
Me habló un pájaro? La idea le pareció absurda al principio, y eso le agradó, se había acostumbrado a la ausencia de sentido al punto de estar a gusto con ella. Será real? Tal vez ni ese animal ni esas sombras existían y alucinaba con ellas, tal vez él mismo había dejado ya de existir. Piedad? De mi?.
Dudas y confusión lo rodeaban, eso fue como una bendición de locura que recibió de buena gana frente al altar de muerte eterna. La invocación al Patriarca era algo que Joseph no tomaba a la ligera, hablar en su nombre era un sacrilegio que se pagaba con la muerte, más entre los leales a la Espada, y Munin parecía respetarla de igual modo. Eso y sólo eso hizo que se tomase en serio al animal.
- No la merezco, ni su piedad ni tu compañía - tal vez el aleteo que había escuchado en ocasiones mientras caminaba a través del lomo de aquella serpiente gris e infinita había sido el suyo - Pero no rechazaré ninguna de las dos cosas. Gracias -
- Qué es este sitio, Ángel Negro de Caín? - preguntó con curiosidad a la criatura alada, sin acercarse para comprobar si el pájaro era imaginario o no, prefería su compañía a que desapareciese frente a él al tocarlo.
Los profundos ojos del cuervo se clavaron en Joseph moviendo su cabeza de manera lateral de vez en cuando.
-Es el templo del gran tlatoani Mictlantecuhtli, señor del inframundo...- El ave voltea hacia las escaleras.
-Ejerce su soberanía sobre los "nueve ríos subterráneos" y sobre las almas de los muertos.- Munnin se dirige nuevamente a Joseph. -Aún falta camino por recorrer, la sangre que se ha cristalizado y cubre las escaleras del templo ha sido ofrendada por los hombres en honor a la oscuridad del Mictlán.- El cuervo extiende majestuoso sus alas y se acicala el cuerpo con su poderoso pico.
-Solo algunos pocos han conseguido audiencia con Mictlantecuhtli, y menos han logrado regresar a la vida.- El cuervo lanza un fuerte graznido y emprende el vuelo. -Te espero arriba, en la cima.- Le dice mientras el cielo rojizo se ilumina de vez en cuando por centellas y el viento arrecia tan fuerte que obliga al extraño a cubrirse con su antebrazo, mientras que el río de sombras se revuelve en el inmenso y largo foso que rodea a aquella pirámide.
El acceso hacia la parte superior de la pirámide es terriblemente escabroso y resbaladizo dos o tres veces Joseph había estado a punto de caer mientras su cuervo sobrevolaba en círculos encima de aquel palacio oscuro.
Al llegar a la cima el Malkavian tiene la visión completa de aquel reino de sombras que se extiende hasta el infinito, a lo lejos además de aquellas zarzas negras y espinosas puede observar algunas sombras vagando en el horizonte como perdidas en la eternidad.
Joseph puede contar nueve ríos negros que desbordan sombras y que convergen en el foso alrededor de la pirámide.
Al centro de la explanada se encuentra lo que parece ser una estancia cúbica de mármol negro con tres accesos en su fachada principal, ninguno tiene puertas sin embargo el acceso del medio es más alto que sus entradas laterales.
El cuervo desciende una vez que Joseph alcanza la cima de la pirámide y se posa en su hombro delicadamente recogiendo sus alas y aferrándose con sus poderosas garras a su hombrera izquierda.
-Nunca se me había permitido la entrada al recinto del rey del inframundo, ¡será emocionante!...- Munnin lanza un leve graznido y se acomoda para ingresar a aquella tenebrosa estructura.
El emisario de Caín logró ubicarlo con precisión era sabio, conocía los detalles de aquél sitio y de su oscuro señor. - Mictlán...- susurró tomando consciencia de algo que ya se hacía evidente. Era la tierra de los muertos para las antiguas culturas de Mexico, un sitio que en vida consideró un mito y ahora entendía que los relatos no le hacían justicia, era mucho más imponente y desolador de lo que había leído. Entonces realmente estoy muerto.
Subió los escalones, sangre reseca pegada a la piedra negra por tal vez siglos, formada por incontables sacrificios en honor a dioses que Joseph no conocía bien. Se le ocurrió pensar que tal vez esas deidades fuesen descendientes de Caín y se embriagaran con la sangre tanto como lo hacía el Sabbat en los tiempos actuales. A él se le permitía subir, a diferencia de esas almas en agonía que se retorcían en la base de la pirámide, y cada tanto observaba el panorama completo del inmenso inframundo, los ríos que había mencionado Munnin confluían en ese sito, como un inmenso altar de piedra visible desde los confines más lejanos. Se sintió abrumado por la inmensidad y cómodo con la desolación del paisaje. Esto es majestuoso.
Tropezó en una ocasión, su rostro tocó la fría roca negra y sus labios hicieron contacto con la sangre reseca. Se quedó unos instantes así, abrazando la piedra, imaginando que un río de sangre bajaba por las escaleras y lo limpiaba, lo bendecía, lo renovaba, lo invitaba a renacer. Esta es la piedad del Padre.
Sentía que ese sitio era su hogar, que allí estaba su esencia y su razón de ser, que su vida y su no vida habían sido apenas parte del camino que tuvo que recorrer para llegar allí. Sus ropas de colores intensos y vívidos le parecían fuera de lugar en ese sitio de muerte. Entendió que esas prendas no eran reales, si había muerto entonces serían tan sólo un modo de reflejar cómo se veía a sí mismo, y no quiso verse más así. No iba a dejar atrás su elegancia, eso era más propio que sus huesos, pero el negro aterciopelado de sus vestiduras se volvió mate y decolorido, el rojo intenso que emulaba la sangre fresca se transformó en uno opaco y carmesí, casi amarronado, como la sangre reseca que cubría el templo. Su piel se volvió pálida como las cenizas del camino que había recorrido, y sus ojos se tornaron de un rojo intenso como el cielo de ese reino de muerte. Su corazón palpitó, o eso creyó, porque se sintió renovado, vivo en esa tierra de muerte. He renacido en mi propia muerte.
Llegó a la cima, su compañero alado lo esperaba allí, contempló desde las alturas todo el inframundo, sintió que la muerte estaba a sus pies, como si tuviese poder sobre ella. El entusiasmo del pájaro le hizo ver que era un privilegiado, que el señor del inframundo no recibía a las almas con frecuencia, o tal vez nunca había recibido una. Joseph entendió de inmediato que tras esa invitación había un signo de respeto tácito hacia él, un singo que de algún modo quería corresponder. Se llevó las manos al rostro y arrancó el antifaz que había llevado desde hacía décadas. Mostrarse tal cual era frente a él era lo menos que podía hacer en señar de respeto. Esto soy, mi verdad es mi señal de respeto.
Había tres accesos en el centro, el del medio más grande. Se acercó y los observó con detenimiento, todos descendían en escaleras interminables hacia el vacío, aunque el de la izquierda parecía más oscuro y los tonos verdes le dieron mala espina. El del centro era más grande, los escalones son de piedra y hay iluminación hasta dónde la bruma de copal le permite ver. La de la derecha del tamaño de la primera y tiene escalones iluminados como la segunda, no hay rastros de niebla que estorben, hay una fragancia a rosas que envuelve el sitio y una risa distante que haría estremecer a cualquiera con cordura - Este, me gusta este, iremos por aquí - dijo frente a la tercer puerta.
Su compañero se había apoyado en su hombro - Dime Ángel Negro, qué dicen esas escrituras? - preguntó señalando hacia la leyenda que había notado, sin moverse aún hacia el portal. El Malkavian estaba impaciente pero también consideraba la posibilidad de que tal vez ese mensaje merecía ser leído antes de presentarse al gran señor de aquél sito.
El negro plumaje de Munnin parecía resplandecer de vez en cuando destellos azulosos mientras Joseph se movía en la cima de aquella imponente pirámide al estar frente a las tres entradas, aleteo un poco cuando el Malkavian le preguntó por aquellas escrituras esculpidas en aquella pared de piedra negra.
-Hummm...son palabras de rey... no, no espera... son palabras escritas de un dios.- El cuervo graznó un par de veces y con la mirada siguió aquella escritura traduciéndola para Joseph.
La vida no puede existir sin la muerte, por eso estoy aquí. Mi nombre es Mictlantecuhtli y dentro de la mitología mexica soy el señor de la oscuridad. En mi reino, llamado el Mictlán, acojo a todos los humanos que mueren de forma natural.
Fui creado por los dioses Huitzilopochtli y Quetzalcóatl en el Omeyocan, un lugar equivalente al cielo. Ellos pensaron que para valorar la vida, había que crear al dios de la muerte. ¿Cómo se puede amar la luz sin conocer la sombra? Por eso, sólo por eso estoy aquí.
Mi nombre se pronuncia en náhuatl. Está compuesto por dos palabras: Mictlán, mansión de los muertos y Tecutli, señor. Y se traduce como “el señor de la mansión de los muertos”.
Soy quien rige sobre la muerte de los seres humanos, pero a su vez soy dador de vida. ¿Por qué? Un día Quetzalcóatl bajó al inframundo y depositó su semen sobre unos huesos molidos que dieron vida al hombre.
Desde entonces custodio esos restos y todos me relacionan con la semilla de la vida. En algunos códices fui representado precediendo nacimiento y decepción. Algunos antropólogos lo han planteado como la vida y la muerte en una unidad.
En Mesoamérica, un territorio que fue tan inmerso, hubo varios dialectos. Por eso fui nombrado de diferentes formas, entre ellas: Ixtupec, que significa rostro quebrado; Sextepehua, esparcidor de cenizas y Tzontemoc, el que baja de cabeza.
¿Cómo es esto de bajar la cabeza? El Mictlán se encuentra debajo de la tierra y para accederlo las personas tienen que desplazarse hacia abajo y la forma más rápida es arrojarse de cabeza.
Cuando los españoles llegaron a nuestra tierra aparecieron misioneros que tradujeron al Mictlán como infierno y mi nombre como el diablo. Sólo podían imaginarse el mundo a través de su religión, pero éste fue su gran error.
El Mictlán no es un lugar de tinieblas, ni un lugar de castigo, simplemente es la morada de los muertos, de los descarnados. Incluso, cuando el Sol desaparece en el horizonte se dirige a mi hogar y es cuando los muertos se levantan de su sueño.
Les cuento que mi reino tiene nueve niveles. Las almas tenían que pasar por cada uno hasta llegar al último nivel, pero ustedes no lo sabrán hasta que llegue su día.
Los niveles son:
1.- Apanoayan: Todos los fallecidos deben acceder por un río donde se encuentra un perro y los ayuda a pasar nadando a cuestas.
2.- Tepeme Monamictia: Lugar donde se encuentran dos montañas que chocan siempre una contra la otra.
3.- Iztepetl: Significa cerro de obsidiana y como su nombre lo dice es un cerro erizado de cuchillos de pedernal.
4.- Cehuecayan: Lugar donde hiela, se trata de otro lugar que deben pasar las almas.
5.- Itzehecáyan: Sitio donde sopla el viento de obsidiana; es decir, que corta como cuchillo de pedernal.
6.- Teocoylehualoyan: Espacio donde aparece un jaguar y devora el corazón del difunto.
7.- Apanhuiayo: Es un lago de agua negra donde se encuentra una lagartija llamada Xochitonal e intenta detener el paso del difunto.
8.- Chiconauapan: Este es el último sitio para llegar al Mictlán. El fallecido llega a la orilla de un río.
9.- Por último, el alma ingresa a su destino: el Mictlán, donde está mi dulce hogar.
Pero ojo, no todos vendrán conmigo. Los grandes guerreros mexicas y las mujeres fallecidas en el parto se dirigen hacia la morada del Sol, todos los días lo acompañan hasta el mediodía. Después de cuatro años se convierten en colibríes y pueden bajar a la tierra para alimentarse del néctar de las flores.
Quienes fallecen ahogados o por un rayo van al Tlalocan, un lugar de delicias con un jardín verde repleto de flores, donde reina el dios Tláloc.
Los bebés que nacen muertos o que no han probado alimento sólido se dirigen al Chichihuacuauhco, un sitio con un árbol nodriza lleno de frutos en forma de mamas, donde los pequeños toman leche.
Finalmente, les recuerdo que la muerte llega a todas partes cuando menos la esperan. La vida pasa como una sombra rápida. Todos aquellos que fallecen de muerte natural llegarán a mi hogar, no importa si son hombres o mujeres, ni su clase social. A todos los recibiré. Nos vemos pronto.
El negro plumaje de Munnin parecía resplandecer de vez en cuando destellos azulosos mientras Joseph se movía en la cima de aquella imponente pirámide al estar frente a las tres entradas, aleteo un poco cuando el Malkavian le preguntó por aquellas escrituras esculpidas en aquella pared de piedra negra.
-Hummm...son palabras de rey... no, no espera... son palabras escritas de un dios.- El cuervo graznó un par de veces y con la mirada siguió aquella escritura traduciéndola para Joseph.
-Dice lo siguiente: Fui nombrado de diferentes formas, entre ellas Ixtupec, que significa rostro quebrado; Sextepehua, esparcidor de cenizas y Tzontemoc, el que baja de cabeza.
El Mictlán no es un lugar de tinieblas, ni es un lugar de castigo, simplemente es la morada de los muertos, de los descarnados. Incluso, cuando el Sol desaparece en el horizonte se dirige a mi hogar y es cuando los muertos se levantan de su sueño.
Mi reino tiene nueve niveles. Las almas tenían que pasar por cada uno hasta llegar al último nivel, pero ustedes no lo sabrán hasta que llegue su día.
No dice más...-
Dicho esto cainita y ave comenzaron a descender por aquel misterioso sendero que guiaba a lo más profundo de lo profundo.
Después de un rato de bajar en singular forma de caracol, las losas dejaron de ser negras para irse aclarando un poco convirtiéndose en un grisáceo verdoso, como moho y liquen incrustado en rocas, el olor a rosas permanecía guiándolos hacia un estrecho y oscuro camino conformado por paredes rocosas como si fuera un amplio túnel con suelo de tierra húmeda y un poco lodosa, las risas habían cesado ya hacía buen rato tal vez unos veinte minutos si se hubiera podido especificar el tramo de tiempo caminando en aquella oscuridad, de pronto el sonido de un río corriendo interrumpió aquel claustrofóbico silencio, el túnel de amplio diez veces más su anchura y un enorme río les dio la bienvenida sus aguas negras pero transparentes corrían rápido formando remolinos en algunos lugares de aquel canal.
Un desvencijado y rústico muelle se interpuso en su camino, a lo lejos en la otra orilla si entornaban la vista podían observar otro muelle igual de desgastado que el que tenían de su lado más no había ningún barcaza o al menos alguna balsa con la cuál cruzar aquel serpenteante y peligroso río rápido.
El cuervo alzó el vuelo para llegar al otro extremo aterrizando entre las mohosas maderas que conformaban aquel entronque. Munnin dio algunos saltitos como verificando que fuera seguro el lugar y picoteo la madera pero nada sucedió, después lanzó un rápido vistazo a su alrededor y al no encontrar nada más levanto el vuelo nuevamente para regresar con nuevo su amo a posarse en su hombro.
-No veo la manera de cruzar, no al menos de manera segura para llegar al mismo punto para continuar el trayecto.- El cuervo movía su cabeza y pico de menara lateral tratando de discernir la manera para que Joseph pudiera cruzar hacia el otro extremo de aquel misterioso y tenebroso río.
Tira Inteligencia+Ocultismo dificultad 6 para encontrar pistas para pasar ese nivel.
El cuervo daba testimonio de las antiguas palabras de un rey, de un dios. El señor del inframundo le daba la bienvenida a los pocos elegidos para llegar a la cima, a los pocos que le habia llegado su tiempo. A Joseph sintió que le hablaban, porque ese era su tiempo, sin duda alguna, y su reino también, porque Mictlán se estaba convirtiendo en su hogar. - Ángel, no crees que hoy es nuestro día? - las risas proveniendes de una de las puertas parecían sonar con mas fuerza tras la pregunta del malkavian.
Joseph tomó la iniciativa y se adentró en la oscuridad, Munnin le siguió de cerca como si fuesen inseparables, como si el uno no pudiera existir sin el otro. Descendieron la escalera en caracol, cientos de escalones, tantos que las risas dejaron de escucharse y la propia roca cobró tintes verdosos de humedad. Entonces el sonido del agua los envolvió de un modo ensordecedor.
El Emisario de Caín fue al otro lado y regresó con la amarga noticia de no ver modo alguno de cruzar. Entonces Joseph rió, una carcajada absurda hizo eco en las oscuras paredes del túnel - No te dije que es nuestro día? - Lejos de mostrar desánimo, lo imposible le resultó alentador, su existencia estaba sedienta de momentos únicos y desafíos inalcanzables, ahora que lo había perdido todo su sed era más intensa que nunca.
Sus ojos se posaron en las losas laterales buscando dónde clavar sus delgados dedos, buscaron también en los remolinos de la corriente esperando hallar salientes en dónde hacer pie, pero aún si Ixtupec hubiese decididio poner fin a su viaje, él no iba a rendirse así nomás, no tenía absolutamente nada que perder si lo intentaba.
El sonido del agua al correr embargaba de lleno aquel lugar incluso menguando el eco que de vez en cuando se producía en aquella enorme estancia cavernosa.
El cuervo se limitó a ladear sus cabeza curiosa y extender un poco sus alas ante el optimismo del Malkavian.
De pronto a lo lejos se escuchó un aullido, no era el clásico aullido nocturno, era uno muy particular, no tan sostenido y no se escuchaba feroz.
De entre las rocas un par de brillantes ojos se vislumbraron en medio de la oscuridad, luego se acercaron algo tímidos, era una especie de perro mediano con mirada de cachorro, sin pelo, todo en color negro, denotaba curiosidad por aquel par de extraños tratando de cruzar el río.
El can se detuvo a unos cuantos metros de distancia mientras que ladeaba la cabeza , de pronto emprendió carrera hacia Joseph sujetándole de una parte de su ropa para jalarle hacia la dirección opuesta al río.
Aquellos ojos inteligentes les miraron por unos segundos y aquel perro se dio media vuelta para dirigirse hacia un sendero oculto entre rocas que de no haber sido descubierto por este sorpresivo personaje no hubieran podido localizarlo con facilidad.
El perro comenzó a trotar dirigiéndose hacia aquel misterioso camino y antes de desaparecer entre las rocas volteo una última vez como asegurándose de que era seguido.
Munnin extendió sus majestuosas alas negras como la noche y lanzó un par de graznidos ante aquella intempestiva visita.
-Es un perro guardián del inframundo, les llaman Xoloitzcuintles... son emisario de deidades o guardianes de la noche según esta cultura, él hubiera podido haberte ayudado a cruzar... sin embargo prefirió guiarnos hacia el sentido contrario... mmhhh... curioso.- El ave emprendió el vuelo y se volvió a posar en el hombro de Joseph esperando a que este decidiera por donde seguir avanzando en aquel inframundo.
Había olvidado otorgarte la habilidad "Trato con los animales", haz obtenido dos puntos que puedes anexar a tu ficha.
Los agudos sentidos del malkavian percibieron detalles que no distinguió en un principio, podía trepar por las paredes rocosas, podía poner un pie en las aguas menos profundas, sin embargo difícilmente eso alcanzase para cruzar el río. Reconoció el muelle al otro lado y recordó leyendas sobre barqueros para adentrarse en el mundo de los muertos. Había un precio a pagar y era un viaje de ida, pero Joseph no tenía nada para ofrecer.
Reconoció un aullido a la distancia. Un fugaz escalofrío recorrió su cuerpo muerto, pero se disipó cuando comprendió que el canino no era un lobo en absoluto. Los ojos rojizos de la negra criatura se clavaron en el vampiro y el cuervo, a la timidez le siguió la curiosidad, y luego el compromiso con el destino de ambos. Joseph miró a Munnin dubitativo, al darse cuenta que el perro los invitaba a seguirlos.
- Así que es un emisario de los dioses... - sus pies estaban en el muelle pero sus ojos no miraban al otro lado del río sion que seguían con interés cada movimiento del perro de la noche - Supongo entonces que el Señor del Inframundo quiere decirnos algo - dijo llevándose la mano al mentón - Somos sus invitados y que tenga todo el tiempo del mundo no significa que le guste esperar. Vamos! - entonces caminó con determinación hacia el misterioso camino que el guardián les había mostrado.
Mientras avanzaba, habló en voz alta con tono juguetón - Oye perrito, Xoloitzcuintle es un nombre complicado, te llamaré Xolo - dio unos cuantos pasos hasta ponerse en frente a las rocas en las que comenzaba el camino - Xolo, tenemos una cita con el Gran Mictlantecuhtli y no queremos llegar tarde, si nos ayudas a llegar prometo jugar contigo a perseguir cuervos, qué dices? - miró a Munnin con complicidad, y rió divertido.
Aquel canino pareció agradarle la actitud sombría del cainita caído en el inframundo y le respondió subiendo sus patas delanteras en una de sus rodillas y lamiendo la mano fría y pálida si es que Joseph se la ofrecía.
A Munnin no le hizo mucha gracia y se limitó a dirigirle una gélida mirada a su amo mientras movía su cabeza de un lado a otro para enseguida emprender el vuelo hasta alcanzar un rocoso recoveco en una de aquellas entradas cavernosas por las que Xolo ahora se había escabullido. De vez en cuando el perro giraba su cabeza como si quisiera asegurarse de que lo estaban siguiendo.
Aquellas cavernas pronto comenzaron a tomar forma de alguna civilización antigua y perdida, altas columnas resquebrajadas pro el tiempo parecían sostener al mundo entero en aquel inframundo, el ruido que producía el correr de agua sobre aquel río subterráneo hacía mucho que ya no se escuchaba y el olor a rosas ya había cambiado por el de jazmín.
De pronto Xolo se detuvo ante un enorme marco de piedra esculpida con cráneos de diseño autóctono en piedra volcánica, negra y agrietada que se distinguía del suelo el cuál a partir de aquella entrada se encontraba tapizado con lozas de piedra esculpidas de manera perfecta y suave al tacto.
El sonido de vapor de algunos geiser interrumpían de vez en cuando aquel eterno silencio y la atmosfera se veía un poco empañada por delicados mantos de vapor que parecían cortinas traslucidas en aquel lugar en donde predominaba la oscuridad, al fondo algo reluciente marcaba un sendero, para ese entonces Xolo ya no iba adelante si no que caminaba alerta a un costado de Joseph mientras que Munnin también había decidido hacer su orgullo a un lado y posarse en el hombro del Malkavian.
Ante los ojos de aquellos tres seres se vislumbró con toda majestuosidad un trono de oro macizo tallado delicadamente que pareciera tan irreal como imponente, sobre aquel sitio descansaba una hermosa figura femenina, tan alta que pareciera un gigante de facciones delicadas y hermosas y unos ojos que destilaban poder y no cualquiera podía osar mirarlos de lleno.
Xolo se agazapó y quedó atrás temblando y postrado a un costado de Joseph, Munnin aferró sus garras al hombro de su amo pero se mantuvo firme ya que su curiosidad pudo más que el temor que aquella deidad le impusiera.
Nadie dijo nada hasta que una voz dulce y firme retumbó por todo aquel lugar.
-Soy la Mictecacihuatl, poderosa señora del inframundo, soy la luz o la oscuridad de este mundo, la llave de lo etéreo, señora de la tormenta y del anochecer...-
-¿Quien eres y que es lo que te ha traído a mis dominios?-
Munnin no parecía estar pasándola bien, pero Xolo si, así que el malkavian siguió al perro infernal rumbo a lo desconocido, un desvío que bien podría ser un atajo como una trampa, y lo que había en juego era nada menos que su existencia. Esa duda lo excitaba, lograba darle vida en medio de la eterna agonía del inframundo.
El camino parecía un viaje al pasado, al mundo Azteca de otro tiempo probablemente, aunque la inmensidad de las columnas no daban cuenta de haber sido habitadas por humanos sino por gigantes. Su sed por lo oculto se sintió saciada al alcanzar el corazón de ese sitio, aunque su capacidad de asombre fue puesta a prueba cuando vió el trono dorado.
Los animales que acompañaban a Joseph se vieron afectados por la imponente presencia de la gobernante de ese sitio, él mismo sintió su cuerpo estremecerse ante ella, por su belleza, por su inmensidad, por su atrapante mirada y por el poder de su voz cuando habló. El malkavian hizo su acostumbrada reverencia, que usualmente era exagerada pero no en este caso, pues ninguna expresión de su cuerpo sería suficiente para mostrar pleitesía a un dios inmortal.
- Poderosa Señora Mictecacihuatl, es un verdadero honor para indigno servidor estar en vuestra presencia - dijo con el torso incluinado hacia adelante y los ojos mirando el suelo. Se mantuvo así un instante y luego juntó valor para ergirse y continuar.
- Soy Joseph, un loco para unos, un santo para otros. Soy de la estirpe del Patriarca, Caín, miembro de su espada y devoto de la Niña Blanca, La Santa Muerte. Llevo en mis venas la sangre de Malkav y aún muerto habité entre los vivos, y ahora aún vivo habito entre los muertos - lo último no lo sabía con certeza, era la primera vez que entraba en letargo y no lograba entender si había muerto definitivamente o aún no.
- María Sabina, una de las piadosas, poderosa bruja servidora de la Niña Blanca, me dió algo de comer y me dijo que si quería recuperar mi alma debía buscarla en el propio Mictlán, vuestro reino - respondió a la pregunta de cómo había llegado al inframundo, pero decidió continuar su explicación de cómo llegó hasta allí - Luego Munnin, el Ángel Negro de Caín, me acompañó a las tres puertas del templo del gran tlatoani Mictlantecuhtli. Fue camino a una audiencia con él que encontré a Xolo e hicimos un acuerdo, él me guiaría hasta dónde está el Señor del Inframundo... pero me ha traído hasta dónde esta la Señora, lo cuál agradezco. A todos ellos les debo el privilegio de estar en vuestra presencia - Espero que el Señor y la Señora de Mictlán se lleven bien, o acabo de meterme en el mayor lío de mi existencia.
El ambiente en el reino de Mictlantecuhtli era denso y cargado de una energía ancestral. Mictlantecuhtli, la señora de la muerte, observaba a Joseph con ojos que parecían penetrar hasta lo más profundo de su ser. El vampiro Malkavian se encontraba ante una de las deidades más poderosas y temidas de la mitología prehispánica, y si su corazón latiese sería con una mezcla de temor y determinación infirió aquel ser.
Joseph se inclinó ante la deidad, mostrando respeto y sumisión ante su presencia majestuosa. Sus palabras fluían con cautela, consciente del peso de cada una de ellas en aquel lugar sagrado. Habló de su linaje, de su devoción hacia la Santa Muerte y de su búsqueda por recuperar el alma perdida de Santi en el inframundo.
Mictlantecuhtli escuchaba con atención, su mirada inspeccionando cada rincón del alma de Joseph. Era como si pudiera leer sus pensamientos más íntimos, sus deseos más profundos y sus miedos más oscuros. No había secretos que pudieran escapar a su percepción en aquel reino de la muerte.
El cainita relató cómo había llegado hasta allí, mencionando a María Sabina y al Ángel Negro de Caín como sus guías en aquel viaje hacia lo desconocido. Habló del encuentro con Xolo, el fiel perro guía del inframundo, y del acuerdo que habían pactado para encontrar al señor de aquel reino oscuro. Los ojos de Mictlantecuhtli brillaban con una luz sobrenatural mientras escuchaba la historia de Joseph. Era como si estuviera evaluando su valentía, su determinación y su lealtad hacia aquellos que lo habían acompañado en su travesía por el inframundo.
El cuervo y el perro Xoloscuintle que acompañaban a Joseph permanecían a su lado, observando con atención a la deidad que se alzaba ante ellos. Sabían que estaban en presencia de una fuerza más allá de su comprensión, una entidad que dominaba los secretos de la vida y la muerte en aquel reino oscuro. Joseph, consciente del peligro que enfrentaba, se preparaba para lo que vendría a continuación. Sabía que su destino estaba en manos de Mictlantecuhtli, y que solo ella podría decidir si le permitiría regresar al mundo de los vivos con su alma intacta.
El silencio se prolongaba en el reino de la muerte, mientras el vampiro aguardaba con expectación el veredicto de la poderosa deidad que se alzaba ante él. En aquel momento, el destino de Joseph pendía de un hilo, entre la vida y la muerte, entre la luz y la oscuridad del inframundo prehispánico.
Y por fin la señora del inframundo habló, su voz dulce pero con una extraña sensación de peligro inundo todo aquel espacio etéreo.
-Joseph, hijo de Malkavian, te has aventurado en los dominios del Mictlán en busca de una salvación que no te pertenece. ¿Qué te hace creer que mereces el favor de la muerte?--
Joseph no tenía claro qué era peor, si la profunda mirada o el eterno silencio de la diosa, pero pronto entendió que lo peor de todo era su poderosa voz, que atrevesó los huesos del Malkavian y si no estuviera en el inframundo hubiese orinados sus pantalones.
- Mi señora, no soy merecedor ni de un segundo de vuestra atención, mucho menos de vuestro favor - dijo haciendo aún más evidente su reverencia. Su sumisión mezclada con carencia de autoestima hicieron más potente el gesto de respeto y por sobre todo sus modestas palabras. - Pero puedo serviros al otro lado mejor que muchos, mejor que nadie en estos tiempos - aseguró.
Mantuvo la cabeza baja y miró de reojo a Munnin y a Xolo, buscando aprobación sin estar seguro de que fuese a recibirla - He aprendido de mis errores, la tibieza con la que he transcurrido mis últimos años me trajo hasta aquí y evitó que cumpliese mi verdadero llamado. He aprendido, entre los vivos puedo ser el fiel reflejo de la muerte. El Patriarca y La Santa Madre podrían estar orgullosos, puedo ser vuestro heraldo mi señora, puedo llevar la muerte sin razón y sin sentido a cientos de personas, demostrar en las tierra de los vivos que la muerte tiene la última palabra, siempre.-
- Permitidme serviros, permitid que estos dos me acompañen, y que mi amado niño regrese conmigo a la tierra de los vivos, y yo haré que Regina se bañe de sangre, que México sea un templo de sangre y muerte, que el caos le enseñe a los pedantes la sabiduría de la locura. Permitidme ser vuestro verdugo y ejecutor - suplica con convicción, confiado en que puede alcazar la promesa que acaba de hacer.
Mictecacihuatl, la diosa de la muerte y señora del Inframundo guarda brevemente silencio hasta que su dulce voz se convierte en un estruendo que hace eco en aquella mística caverna.
-El eco de tus palabras reverbera en las sombras, mortal audacia que se atreve a desafiar los hilos del destino. Joseph, errante vampiro, tus súplicas resuenan en los pasillos etéreos, y mi mirada, fría como el mármol funerario, se posa sobre tu figura.
¿Qué eres, sino un suspiro en el viento? ¿Un latido efímero en la vastedad de los siglos?
Tus palabras, como hojas secas, caen ante mí. El silencio, mi aliado ancestral, se quiebra por tu osadía. La muerte no negocia, Joseph. No se doblega ante las promesas de un alma atormentada. Pero escucho, pues soy la que recibe las almas en su último viaje.
Eres un descendiente de Malkavian, retorcido por la locura y la sed de sangre. Tu cruzada, una danza macabra en el filo de la existencia. ¿Qué ofreces a cambio de tu redención? ¿Lo que todos ofrecen? ¿Un río de sangre que anhelan derramar?
La balanza de los destinos se inclina, y mi voz, como un canto de huesos, responde:
“Joseph, errante entre los mundos, tu destino está tejido en hilos de penumbra.”
Regresarás a la tierra de los vivos, pero no como heraldo de la muerte. Tu misión será otra: serás el eco de la eternidad, el recordatorio de la fragilidad humana. No bañarás a Regina en sangre, sino en la sabiduría de la transitoriedad. Los pedantes aprenderán que la locura y la muerte son hermanas, y que en su danza encuentran sentido.
Munnin y Xolo, guardianes de los umbrales, os acompañarán. Su mirada será vuestro juicio, su silencio, vuestra guía. No olvidéis que la muerte no es solo fin, sino también renacimiento.
Y Santi... él me pertenece, nada puedes hacer para cambiar mi decisión.
Y así, Joseph el errante, serás el viento que susurra en los oídos de los vivos, la sombra que se desliza entre los sueños. Tu cruzada eterna no será de toda de sangre, sino de conciencia y tormento. Y cuando llegue tu verdadera hora final, yo, Mictecacihuatl, estaré allí para recibirte.
Ahora, vuelve, errante vampiro. Que tu existencia sea un eco en el tejido del tiempo, y que la muerte definitiva te encuentre cuando sea el momento adecuado.
-o-
Ante aquellas últimas palabras, aquel sitio comienza a temblar, todo se derrumba alrededor del Malkavian, el cuervo y el cachorro corren a tomar resguardo hasta perderse en la oscuridad, el sonido de pesadas rocas cayendo en el río se conjugan con el tenebroso crepitar de rocas partiéndose a la mitad, de pronto oscuridad.
Puedes cerrar con un último post antes de regresarte a la partida con el resto de los jugadores.
“Joseph, errante entre los mundos, tu destino está tejido en hilos de penumbra"
Las palabras de la diosa resonaban en la trastornada mente del malkavian, su cabeza asentía una y otra vez mientras en silencio escuchaba la sentencia de la poderosa presencia ante él. La Señora del Inframundo no aceptaba su ofrenda de muerte y aún así le ofrecía la vida, de todos menos de ella lo hubiese esperado y eso le agradaba, comenzaba a sentir que su corazón ardía de emoción ante su pedido. Quién mejor que él para recordarle a los soberbios que la muerte y la locura van de la mano. Se puso de rodillas y extendió los brazos en un gesto de alabanza.
- Joseph, El Errante... - murmuró, como si fuese un nuevo bautismo sagrado. Sus ojos se clavaron en la enorme mujer, no como desafío sino en la mas profunda contemplación, la personificación de la muerte era el ser mas atractivo y poderoso que había conocido, un privilegio que ninguno en la Torre ni en la Espada podían presumir. Joseph, el Santo de la Niña Blanca, la Espada del Patriarca, el Bufón de Malkav, el Errante de Mictecacihuatl, tantos había sido y tal vez tantos otros habrá de ser. - Mi señora, que así sea -
Por un instante se atrevió a sentir pena por Santi, pero estar con ella era mucho más provechoso para su niño que estar con él, no podía desearle mejor destino - Por favor enviadle mi saludo, mi abrazo, mi amor, a mi querido niño. Cuando regrese ante vuestra presencia le pido me conceda reencontrarme con él - Incluso la muerte sería una bendición para Joseph, estaría junto a su amado Santi, bajo el ala de la mujer más asombrosa de todos los tiempos.
Entonces todo tembló, el trono se sacude, las rocas se rajan, el techo se desmorona, la oscuridad lo abraza - Munnin, Xolo, dónde están?- sus palabras se pierden en el estruendo del derrumbe, sus ojos no logran penetrar las sombras que lo rodean.
En el oscuro abismo del inframundo, donde las sombras bailaban al compás de antiguas leyendas, el cainita Joseph se aventuró con coraje y determinación. Descendió por los escalones de obsidiana, atravesando los dominios de los señores de la muerte y desafiando a los espíritus ancestrales que custodiaban los secretos de la eternidad encontró a la niña blanca. En su travesía, afrontó pruebas a su humanidad perdida y fragmentos de su antigua vida entre los susurros de los dioses olvidados. Sin embargo, en medio de la oscuridad eterna, la esperanza brillaba como una estrella lejana en el firmamento. Al final del viaje, cuando la sombra amenazaba con devorar su voluntad, el Malkavian halló la recompensa ansiada. No era un tesoro mundano ni un poder efímero, sino la redención misma: una luz radiante que destellaba con la promesa de una nueva aurora.
Y así, con el corazón lleno de esperanza, Joseph emergió de las profundidades del inframundo como "El Errante" renacido en cuerpo y espíritu. Con cada paso hacia la superficie, dejó atrás las cadenas
-Fin de capítulo alterno-
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