Tras haberse separado temporalmente de la manada, Vidal no buscó perder demasiado tiempo. Las horas que restaban de la noche resultaban escasas para la cantidad de quehaceres que debía organizar.
Lo primero era asegurar una nueva base de operaciones, una de carácter personal dadas las oscuras circunstancias que rodeaban a los Inquebrantables. No conocía demasiado de las calles, no las de Regina al menos, por lo que tocaría valerse de su uso de la tecnología e informática. Su móvil tendría que hacer el trabajo, al menos hasta que pudiese adquirir un nuevo ordenador portátil. Mientras tanto, el LaSombra se desplazaría aún envuelto en sus sombras por las calles más oscuras y sutiles, manteniéndose siempre en movimiento para no ser presa fácil, y a su vez... Dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad de alimento que se presentase en su camino.
Lo primero era un refugio. El paradigma actual dictaminaba una zona más bien neutral, era cuestión de hallar un piso en un edificio con suficiente prestigio y seguridad, si no un equivalente en una vivienda propia, que pudiese rentar durante su temporaria estadía. Acto seguido sería reponer todo su equipo tecnológico, aquello no debería suponer una dificultad en sí, sólo era cuestión de diferir aquellos componentes de calidad de los baratos y hacerse de un equipo apropiado. Por último, un vehículo. Un auto sutil, oscuro, y más funcional que elegante para la ocasión. Vidrios polarizados serían clave; si además pudiese costearse unos blindados, mejor aún.
Una vez asegurase sus basamentos, y realimentase sus venas, daría lugar al paso dos...
Pero, por ahora, era cuestión de rehacer sus fundaciones. Y, en el entretiempo, buscar de un mortal presto a donar parte de su sangre para una causa mayor.
El destino a veces es caprichoso y en esta ocasión parecía que las cosas se volverían a torcer, entra de manera intempestiva la llamada de Yamagawa.
Santiago había sido el primero. Tenía el perfil de la clase de sujeto que se despertaba a primera hora de la mañana, o en este caso, de la noche. Quizás antes. Su sueño era ligero y sus alarmas siempre rígidas, mas en esta ocasión, le había costado más de lo normal el conciliar el sueño aún con el enorme peso del amanecer...
Para entonces ya estaba listo para ir a tomar el volante, en cuanto sus hermanos también lo estuviesen. Aunque la oferta de Yamagawa resultase fortuita, el LaSombra enseñó la palma de su mano en señal de respetuoso rechazo. - El gesto es apreciado, hermano, mas he de rechazarlo. Esta es una deuda que no desearía extralimitar aún más. - Estableció con humildad, aún pese a la precariedad del estado actual de sus ropas. Tenía que enderezar su camino, no tomar más oportunidades que no fuesen absolutamente necesarias para su objetivo, por tentador o cómodo que resultase.
Una vez dentro del vehículo, marcó la ubicación sugerida por el japonés en el GPS de su móvil. - Muy bien. Les dejaré allí y luego iré a hacer mis propios preparativos para la reunión. Les enviaré la ubicación tan pronto fuere confirmada y allí nos reencontraremos. - Instruyó con sencillez el Ductus, aunque Guillermo era libre de desviarse un poco también si deseaba adquirir algo de su propia pertenencia en el camino. Se habían levantado temprano y podrían darse un pequeño lujo antes de la reunión. No podían desperdiciarlo.
Una vez dejase en el punto de destino a Hiroyuki y Guillermo con su vehículo, él tomaría el suyo para dirigirse a apresurar un par de trámites personales. Observaba atento la hora que marcaba su reloj, estudiando cuánto tiempo le quedaba a medida que completaba aquellas minucias, con tal de aprovecharlo al máximo y no excederse de su límite establecido.
Lo primero era la presentación, y era importante concretarlo bajo sus propios medios. Aún poseía los recursos, por lo que dirigirse a una casa de vestimenta formal y de alta gama no debía ser más que cuestión de tiempo. El negro no era sólo una cuestión de etiqueta, si no de estrategia. El traje una elegante impresión que ayudaba a su manipulación y a ofuscar su verdadera naturaleza.
El siguiente paso sería ir a por una armería. Nuevamente, los recursos no eran un problema, mas en esta ocasión debería valerse de artilugios más simples para obtener lo que quería de una manera relativamente limpia. Sentía que el poder de su sangre se había incrementado, probablemente así también el de sus dones, y la presión de la tarea a mano sólo le brindaba mayor incentivo a llevarlos hacia un nuevo límite. Esta vez no daría una mera orden, si no implantaría una completa sugestión, por medio de su Dominación. Fuese por medio de otro cliente legalmente autorizado -si se presentaba la fortuita ocasión- o hacia el mismo vendedor, les implantaría la idea de que era sensato el comprar algunas piezas con su propia documentación para la persona de Vidal. Él remuneraría lo objetos adecuadamente, pues aquello no se trataba de un robo, si no de un mero acto de manipulación para obtener acceso a dichas herramientas a través de un intermediario y evitar su nombre quedase directamente registrado. Si esto era posible, reincorporaría su arsenal con otro rifle de francotirador o de caza, un nuevo chaleco antibalas, y quizás también un cuchillo de caza con una manopla.
Más adelante, y sólo si el tiempo aún apremiaba, haría la compra de un nuevo teléfono móvil y ordenador portátil. Aquello sería útil a futuro. Reponer todos sus datos y demás sería sencillo gracias a las actuales tecnologías de la nube, por lo que sólo era cuestión de reponer el hardware.
Posteriormente, y más allá de cuánto pudiese obtener en su limitado margen horario, enviaría la geolocalización de la reunión a sus compañeros. A un punto intermedio y anterior al de la reunión final, con tal de que los Inquebrantables pudiesen asistir en conjunto (Y además comprobar de antemano no se encontrasen con mayores sorpresas).
Al abrir la reliquia, el olor del cuero envejecido y el pergamino llenó el aire, evocando la esencia de su Sire, una presencia que, aunque ausente, parecía dominar cada rincón de la mansión. Las páginas, amarillentas por el tiempo pero perfectamente conservadas, contenían una escritura firme, marcada por una caligrafía precisa y sin titubeos, reflejo de la mente estratégica de Blanco.
La primera página estaba dedicada exclusivamente a Santiago Vidal, como si Sebastián Blanco estuviera hablándole directamente desde el pasado:
"Mi querido Santiago, si estás leyendo estas palabras, entonces el tiempo ha dictado que debes continuar el legado que te he confiado. Esta libreta es tuya, no solo como mi chiquillo, sino como mi sucesor en la eterna guerra que libramos en las sombras. Aquí encontrarás lo que he aprendido a lo largo de los siglos, no solo sobre cómo ganar batallas, sino, y quizás más importante, cómo aprender de las derrotas."
Las siguientes páginas detallaban estrategias de guerra vampírica, cada una más intrincada que la anterior, elaboradas con el propósito de asegurar la supremacía de los vástagos en México. Desde emboscadas precisas hasta tácticas de manipulación política, todo estaba allí, desglosado con la claridad de un maestro en su arte. Pero más allá de las estrategias, había algo más profundo, un mensaje que resonaba en cada línea.
"Las victorias son dulces, Santiago, pero son las derrotas las que te forjarán. No te dejes consumir por la amargura de un revés, pues en ellas reside la semilla del verdadero triunfo. Cada vez que caigas, levántate más fuerte, más sabio, y más decidido. Recuerda siempre que una derrota no es el final, sino una lección en la senda hacia la victoria definitiva."
Conforme avanzaba en la lectura, Santiago llegó a una sección más reciente, casi al final de la bitácora. Allí, Blanco relataba su decisión de atender al Llamado, una señal ominosa que se extendía entre los ancianos como un susurro de la Gehena.
"Me marcho, Santiago, pues el Llamado es imperativo. La Gehena se acerca, y con ella, el despertar del Guardián. La sangre débil será borrada de la faz de la tierra, y solo los más fuertes prevalecerán. Sé que lo comprendes, tal como yo lo hice cuando fui llamado. Esta mansión, este bastión, es tuyo ahora. Te dejo no solo mis posesiones materiales, sino mi legado, mi voluntad. No claudicarás, lo sé. Porque tú, mi chiquillo, eres la culminación de todos mis esfuerzos, la esperanza de nuestra estirpe. No olvides jamás que el verdadero poder reside en la persistencia y la determinación de quien nunca se rinde."
La última página contenía un solo párrafo, escrito con una tinta más oscura, como si hubiera sido redactada en un momento de profunda reflexión:
"Santiago, la guerra es eterna, y nuestra causa, inmutable. Pero recuerda siempre que el poder reside en aquellos que se levantan después de cada caída. No hay fracaso, solo aprendizaje. No hay derrota, solo preparación para la próxima batalla. Sigue adelante, mi chiquillo, y no mires atrás."
Al cerrar la reliquia, el peso de las palabras de su Sire calaron en su interior. La mansión, antes un lugar de soledad, ahora se sentía como un templo, un lugar donde las enseñanzas de Sebastián Blanco vivirían a través de su propio accionar. Con la bitácora en su mano, Vidal sabía que, aunque el camino por delante sería oscuro y lleno de desafíos, estaba preparado para enfrentar lo que viniera. No habría claudicación, no habría rendición. Solo la determinación de seguir luchando, hasta el amargo final... o la dulce victoria.
Anexa esta libreta a tu inventario, ya que te servirá como guía de guerra teniendo la particularidad de que cada vez que la abras para buscar algún consejo en las sabias palabras de tu Sire, el templario Sebastián Blanco, obtendrás un punto extra de fuerza de voluntad antes de cualquier batalla importante.
"Bienvenido a donde el tiempo se detiene, nadie se va y nadie lo hará, la luna está llena, nunca parece cambiar, sueña lo mismo todas las noches. Veo nuestra libertad en mis ojos."
Welcome Home (Sanitarum) Metallica.
La noche era densa y sofocante en Ciudad de México, con una niebla espesa que se aferraba a las calles como un susurro malicioso, envolviendo cada rincón de la metrópoli. Santiago Vidal, ahora un simple soldado del Sabbat tras su degradación, descendió del avión privado que lo había traído desde Regina. Había llegado con una misión clara, con un propósito que ardía en su corazón como una llama eterna: lavar la afrenta y redimir su honor.
La catedral de la Sangre, el nombre secreto del antiguo templo colonial, se alzaba imponente en el centro de la ciudad, sus paredes de piedra resonando con ecos de ritae pasados y promesas de poder. Aquella noche, el Arzobispo Santiago Ramírez se encontraba reunido con sus más cercanos consejeros, evaluando la guerra que se libraba en el norte, cuando Santiago Vidal fue conducido a su presencia.
Dentro del oscuro santuario, el aire estaba cargado de una energía palpable, una mezcla de reverencia y peligro. Las velas negras ardían en cada esquina, proyectando sombras que danzaban en las paredes con vida propia. En el centro del gran salón, sobre un estrado cubierto por un estandarte negro con el símbolo del Sabbat, se encontraba el Arzobispo Ramírez, un Nosferatu de aspecto imponente, con la piel arrugada y verdosa, casi grisácea como ceniza olvidada por el tiempo. Sus ojos brillaban con una malicia infinita. A su lado, un grupo de templarios y paladines del Sabbat, todos con expresiones frías y calculadoras, como depredadores midiendo a una presa potencial.
Ramírez observó la figura del ex ductus caído en desgracia en silencio durante un largo instante, su mirada parecía atravesarlo, sopesando el valor de aquel guerrero que había llegado desde el campo de batalla de Regina.
—Santiago Vidal, ex ductus de los Inquebrantables Portadores del Caos—, comenzó el Arzobispo, su voz rasposa resonando en el eco de la catedral. —Has llegado a nosotros marcado por la derrota,- se llevó una mano al mentón en sorna burla. -una sombra de lo que una vez fuiste.
Pero no estás aquí por compasión ni por misericordia. La Regente Melinda Galbraith ha ordenado que te unas a nuestras filas, para redimirte y demostrar tu valía. Esta ciudad, la poderosa Ciudad de México, es bastión invencible del Sabbat, este, no es lugar para débiles, ni para derrotados—.
Ramírez sonrió, una sonrisa cruel y satisfecha.
—Tu misión aquí será simple, pero de vital importancia—, continuó el Arzobispo. —Deberás infiltrarte en las filas de la Camarilla que acechan en los márgenes de nuestra ciudad. Descubrirás sus planes, sus movimientos, y sembrarás la discordia desde dentro. No se trata solo de fuerza bruta, sino de astucia, de estrategia. Te has enfrentado a la Torre de Marfil y has sobrevivido; ahora usarás ese conocimiento en nuestra ventaja—.
Ramírez se levantó de su trono, avanzando hacia Santiago, cada paso un eco en la vastedad del santuario. Al estar a solo unos centímetros de él, el Arzobispo bajó la voz, haciéndola apenas un susurro.
—En este juego de sombras, serás nuestra pieza más oscura. Quebranta a los traidores, destruye desde dentro. Y cuando hayas cumplido con tu tarea, cuando la Camarilla esté rota y humillada, regresarás ante mí. Solo entonces, si has sobrevivido y has probado tu valía, tendrás un lugar entre nosotros, un lugar de poder que te habrás ganado con sangre y astucia—.
El LaSombra Santiago Vidal resintió el peso de las palabras del Arzobispo cayendo sobre él como una sentencia. Sabía perfectamente que no podía fallar; el precio de la derrota sería saldada con su existencia misma. En el corazón de la noche en pleno centro de la Ciudad de México, un juramento silencioso fue hecho, un juramento de venganza, de redención. Santiago Vidal, ahora una sombra más entre las sombras de Ciudad de México, se levantaría para cumplir con su destino, para recuperar su honor perdido y reclamar el lugar que le pertenecía en las filas del Sabbat.