Por fin todo ha pasado.
Han pasado varias semanas desde los sucesos de Kinksbury.
Robert Lowdump se quedó en la estación y dió el aviso. Habían encontrado por fin al culpable de los múltiples asesinatos que habían mantenido en vilo la ciudad. El carnicero, el asesino del torso, estaba muerto. Se desató un escçandalo cuando se descubrió la identidad del asesino: ni más ni menos que el heredero Orem Van Schaen, hijo de unos los personajes más ilustres de la ciudad. Hordas de periodistas se afanaron en culpar a Elliot Ness por buscar al asesino entre los pobres de Kingsbury Run y, cuando sus pesquisas no habían dado resultado, incendiar el barrio para, "que no encontraran más víctimas". Las hermanas Van Schaen salieron en defensa del honor familiar negando que siquiera tuvieran contacto con su hermano, que apenas lo veían. Salieron a la luz los problemas mentales del asesino.
Elliot Ness abandonó el cargo y el sheriff O'Donnell volvió a su puesto con todos los honores, aplaudido por todos las fuerzas policiales de Cleveland. Y gran parte de la población, también.
Steve Everett estuvo muy ocupado primero llevando los tres griegos a un hotel de confianza, luego dejando la piedra roja en un lugar seguro, y después, informar sobre todos los sucesos que habían pasado. Aunque se preocupó de no mencionar ni a Caribdis, ni Escila, ni Telémaco ni piedras rojas.
Eugene Cooper asumió el cargo de jefe forense y también estuvo bastante ocupado en hacer las autopsias a las cabezas de las víctimas y emparejarlas con el resto de sus cuerpos. Incluso una revista científica de medicina forense le pidió que escribiera un artículo sobre sus experiencias en un caso de unas características tan fuera de lo común como el del asesino del torso que fue todo un éxito.
Bernard Stoker se recuperó pronto y se quedó muy asombrado al ver cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Su trabajo en el Instituto Forense le ayudó a no dejarse llevar por el alcohol y la senda de la locura que tan fácil hubiera sido para cualquier otro.
Walter Evans tenía un arduo trabajo por delante: asumido que todo lo que habia vivido esos días no era una alucinación colectiva, ahora sabía que habían más cosas en el mundo de lo que pensaba. Cosas que parecían imposibles eran reales: magia, conjuros, viajes en el tiempo... Los escritos de Orem fueron a parar a sus manos gracias a unas hábiles negociaciones con las hermanas Van Schaen, que no querían ver manchado hasta ese punto el nombre de su familia y estaban encantadas de librarse de todo lo "raro" que había ido coleccionando su hermano.
Robert Lowdump se enfrentó a un informe en que explicaba las causas de la muerte de Orem Van Schaen, la presencia de las cabezas y que había tenido que dispararle en defensa propia. Afortunadamente para él, las evidencias de la culpabilidad de Orem eran abrumadoras y no se presentaron cargos ni le expedientaron por abuso de la autoridad. Incluso ganó reconocimiento entre sus colegas y pudo volver a ocupar su cargo de detective. Ahora tenía claro que había más peligros de los que suponía y tenía que estar preparado.
¿Y que había pasado con Escila, Caribdis y Telémaco?
Walter y Steve los habían llevado a un hotel y allí se quedaron unos días. Walter se quedó con ellos para que se fueran acostumbrando. Y el resto del grupo los iba a visitar y escuchaban asombrados sus historias.
Escila y Caribdis eran hermanas, de la colonia griega de Siracusa. Telémaco era el hijo de un guerrero griego que viajó bastante y le contó sobre sus tierras. Cuando fue hasta allí siguiendo el espíritu aventurero de su padre conoció a Escila y se enamoraron. Se hubieran casado sino fuera porque alguien envenenó a las dos chicas en una fiesta. Alguien les ofreció bebida y Escila bebió el vino pero Caribdis sólo un poco. Escila contó que recordaba, en medio de la fiesta, haber estado huyendo de unos perros, y que se desmayó al ver que salían de su propia cintura. Caribdis recordaba que un brujo estaba allí presente haciendo unos extraños signos con la Piedra Roja, un pergamino y vestido de forma muy extraña. Parecida a la ropa que ellos vestían. No os cabe duda: Orem era el brujo. Luego un remolino de agua surgió del mar y engulló a Escila y al brujo. Telémaco y Caribdis corrieron tras ella y también se lanzaron al remolino. Tanto Telémaco como Caribdis habían estado todo este tiempo entrando y saliendo del mar en diferentes lugares y diferentes épocas. Casi se volvieron locos puesto que nunca habían coincidido pero de vez en cuando encontraban al brujo e intentaban seguirlo. Por fin después de tantos siglos lo habían conseguido, estaban los tres juntos. También recordaban que alguien más estaba con el brujo, y que le cortó un brazó y lo lanzó por el remolino. Todos recordáis a Willie el Manco, que se volvió medio loco.
Ahora su principal preocupación era saber cómo volver a casa, puesto que la piedra roja está hecha pedazos y no saben cómo funciona.
Quizá el entrañable grupo formado por nuestros intrépidos investigadores pueda resolver el misterio.
Pero eso es otra historia...
FIN
- Y cuando tenía doce años recuerdo que mi hermana mayor me obligaba a ponerme sus vestidos, y una vez nuestro padre nos pilló en medio de este juego, y me dio la mayor paliza de mi vida, y yo no entendía qué era lo que había hecho mal... y...
La cháchara de su último paciente aburría soberanamente a Walter. Después de haber perseguido asesinos, luchado contra monstruos de dos cabezas y tropezar con viajeros delsu silla, tiempo nacidos hacía milenios, volver a su consulta y a su antigua rutina se le hacía insoportable.
Walter se levantó de su sillón . Dio cuatro pasos hasta la librería, cogió el pesado encendedor de sobremesa que tenía allí y se encendió un cigarrillo, mientras su paciente no paraba de hablar sobre su cruel hermana y un padre abusivo.
La sesión aún se alargó otros viente minutos, antes de que por fin se acabara el tiempo del paciente y saliera de su oficina. El psiquiatra se quedó solo con sus pensamientos: Escila, Caribdis, Telémaco, todos tan lejos de su casa.
Walter tomó una decisión; agarró su chaqueta, el sombrero y salió del despacho, decidido a mandar a aquellos turistas temporales de vuelta a su tiempo. Una sonrisa asomó bajo su fino bigotito. Quizás no lo lograrían... pero al menos, intentarlo sería divertido.
Cooper había vuelto de una nueva reunión en el hotel con sus tres nuevos amigos, aun no se podía creer del todo lo que había vivido en esas semanas. Se sentó en el escritorio y empezó a repasar los informes de las autopsias a las cabezas. Aunque tenía delante de sus narices los fríos datos científicos, no podía creer que algo así pudiera haber ocurrido.
En su cabeza poco a poco los engranajes funcionaban buscando una explicación y una posible solución para sus tres nuevos amigos. Había ojeado algunos viejos libros en la biblioteca pero sus conocimientos en la materia eran escasos, tendría que buscar ayuda si quería salvar a sus nuevos amigos. Pero eso sería otra aventura.
Sentado en su mesa Steve piensa en los acontecimientos acaecidos meses atrás y se da cuenta más firmemente de su obligación a descubrir la verdad, el mundo debe saber, pero entiende que ciertas cosas no deben saberse, hay que descubrir a los asesinos a los policías dementes y a todos aquellos que para conseguir sus metas hagan daño a la gente inocente pero también sabe que no hay que mostrar los acontecimientos extraños porque la gente normal entraria en pánico ante tales aberraciones.
Se pregunta que tal estarían los griegos y como llevaría lo de estar fuera de su hogar y tiempo, y con firme decisión se pone a trabajar revolviendo entre los papeles del periódico para encontrar una solución a su problema con una ligera sonrisa en su boca sabiendo que siempre podrá contar con sus amigos para resolver los problemas por muy extraños que parezcan.
Ha sido un placer jugar con vosotros gente
Robert saboreaba el humeante café recién hecho en su oficina mientras rememoraba los sucesos pasados. Aquel día fue el más largo de su vida. Después de todas las emociones tuvo que pasarse horas escribiendo un informe y contestando preguntas incómodas. La suerte de los tres griegos le preocupaba. Y la posibilidad de que hubiera más de un Orem van Schaen en el mundo, alterando las leyes fisicas, el tiempo y el espacio. Un tumulto al otro lado del despacho le sacó de sus pensamientos. Se levanto de su silla y abrió la puerta, mirando lo que sucedía. No era nada. Voces de un grupo de borrachos, uno que decía que las carteras de diversas personas habían ido a parar por sí solas a su bolsillo, otro diciendo que su mujer se había caído por las escaleras... Bufó y volvió a su sitio.
Su trabajo de detective no le acababa de satisfacer. Había visto demasiadas cosas. Los casos que había resuelto en esas semanas eran mediocres y fáciles. No es que quisiera que viniera otro asesino en serie pero necesitaba sentir que servía para algo más que encerrar a delincuentes comunes.
Acabó de despachar los papeles rutinarios y se decidió. Esos tres griegos debían volver a su casa. ¿Cómo? No tenía ni la menor idea. Pero debía ayudarlos. Junto con sus compañeros. Sonrió y acabó el café. Eso si que sería un caso interesante.