Partida Rol por web

     El sol ya mostraba sus primeros rayos poniendo una corona de luz sobre los picos afilados de las montañas y hasta vosotros llegaba una luz tenue a medio camino entre la oscuridad y el día, alargaba las sombras y a la vez fijaba los perfiles de las cosas que os rodeaban.

     Tras el aviso de Yedra empezáis a percibir figuras que se mueven a unos metros sobre vuestras cabezas o entre las rocas sueltas al otro lado del camino que habéis seguido, no sabéis si son muchas o las mismas que se mueven pero está claro que están por todas partes y que tienen aprendida la lección para acechar este lugar de descanso. No sois capaces de percibir ese tercer bando al que se refiere Yedra, realmente hasta os cuesta admitir que realmente hay enemigos a vuestro alrededor pues es necesario fijar la vista y cuando lo hacéis la sombra parece haberse movido y esa es la única pista que os permite creer en las palabras de vuestra compañera que ya ha buscado un rincón en una roca inclinada y empieza a tensar la cuerda de su arco.

Al escuchar las advertencias de Yedra, hago lo mismo que ella. Miro alrededor y busco un sitio desde donde tenga la espalda cubierta Al encontrarlo, voy hacia allí rápidamente, con Caín pisándome los talones, y me preparo para recibir el ataque de lo que quiera que viene. Saco una flecha de mi carcaj y la pongo en el arco, tensándolo. Caín me cubre el flanco y la espalda, por si alguien se acercara a mi por la retaguardia.

—Si, descansemos—dijo dejando caer el petate con aparente calma y procurando no mirar demasiado a su alrededor para no alertar al enemigo. Sabía de la posición de estos por la curandera y había visto los movimientos por el rabillo del ojo. Aún así, no estaba segura de que aquella gente que les rodeaba quisiera realmente combate. Si lo que decía Yedra era cierto, y no dudaba de ello, podían haberles matado inmediatamente, haciendo caer una lluvia de flechas matándolos sin ni siquiera acercarse. Por ello dejó la lanza apoyada tranquilamente contra las piedras y aflojó el hacha, dejándolo perfectamente a mano en caso de ataque, pero sin mostrar una agresividad inicial que pudiese hacer que los otros atacasen. —Esperemos tener un descanso tranquilo.

     Un aullido rompe el silencio que os rodea a la vez que ois el ruido de los arcos al soltar las cuerdas y varias flechas vuelan hacia vosotros, de las alturas varios cuerpos caen buscando golpearos y el brillo del metal en sus manos deja claras sus intenciones.

     Contaban con el factor sorpresa pero estais preparados para recibirles aunque no esperabais un ataque tan coordinado.

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   Pues vaya mierda de mujer de las montañas estaba yo hecha que me dejaba pillar en esta emboscada de tres al cuarto.

   Casi.

   A cubierto de la roca en la medida de lo posible termino de encordar el arco, que ya estaba a ello y una flecha sale zumbando e impacta en uno de los tragos que salta al círculo del campamento. Por el rabillo del ojo intento tener controlada la situación, o al menos, la situación cercana a mí. Por si puedo soltar otro flechazo o si debo echar mano del hacha.

   Al menos, entre las rocas, me defendía algo mejor. Veamos si de verdad era mejor o no tenía el día.

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Therusia sintió el impacto de la flecha en su hombro, pero vio que no había sido la única herida. Aquellos trasgos parecían estar coordinados a la perfección, algo extraño en aquella inmunda raza. Eso significaba más peligro, por no hablar de que sus compañeros parecían ser mas duchos con el arco que en el cuerpo a cuerpo. No quedaba otra que conseguir que no se acercasen a ellos. La enana decidió llamar su atención para que se centrasen en ella y dar tiempo al resto de que los acribillasen a flechazos.

—¡Ishkhaqwi ai durugnul!— maldijo en su idioma, exponiéndose a las flechas y filos de aquellos engendros. La enana hizo bailar el hacha con maestría, en un estilo que distaba mucho de ser defensivo y que a saber donde o como lo había aprendido. El hacha se hundió en la carne de uno de los trasgos que se acercaba con un cuchillo a sus compañeras y, antes de sacarla de su cuerpo, haciendo gala de la portentosa musculatura enana y la fragilidad trasga lo empotró contra otro trasgoíde que se acercaba al elfo, frenando así su marcha. Pese a su fiereza, las flechas eran el factor más peligroso, y poco podría hacer contra ellas. Tenían que conseguir espantarlos o matarlos con rapidez. Amanecía, con aguantar un poco más el sol se pondría de su ado, pero tenían que ganar ese tiempo. Los ojos de la enana se posaron entonces en un nido de avispas que pendía de una rama baja en un árbol cercano. Era temprano y aún no habían despertado... pero lo harían pronto en la cabeza de uno de los trasgos. NI corta ni perezosa, la enana hizo volar de un golpe el nido contra el grupo de atacantes.

El galadhel mantuvo la compostura cuando Yedra le susurró al oído. No hizo ningún movimiento brusco, aunque sus privilegiados luceros comenzaron a saltar de roca en roca, buscando a esos asaltantes. Mientras tanto, se descolgaba muy lentamente su mochila para poder disponer del pequeño escudo en caso de ser necesario.

Y tanto que lo fue. Pronto escuchó los típicos silbidos de los virotes volando, seguidos por gruñidos y lamentos de las retorcidas criaturas que son los trasgos. Ithildir echó mano de espada y rodela, pero ya estaban encima. Trató de esquivar las toscas flechas al tiempo que desenvainaba su espada para disuadir el acercamiento del que venía de frente, el cual se aproximaba con cierta dificultad. El sablazo ascendente impactó en el trasgo, que siseó de dolor. 

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   Consigo derribar al que venía a trabarse cuerpo a cuerpo, lo que me permite en el combate que empieza mantener mi posición de tiradora, a cubierto por la roca*.

   Despliego unas pocas flechas a mi alrededor y cargo con pericia el arco, uno de los trasgos salta al círculo de defensores y lo derribo en el aire en pleno salto de un flechazo. La fuerza del impacto lo vuelve a mandar para atrás dando una voltereta en el aire, atravesada su cabeza entre los ojos con una flecha emplumada de los hombres del bosque. Había que mantener a la altura la fama de los hombres del bosque de asesinos despiadados de trasgos y orcos. Después de todo, el miedo es una de las pocas cosas que atienden estas criaturas. Si les infligíamos en los primeros compases del combate terribles pérdidas, es bastante probable que se retirarían, no destacan los trasgos por su valor si no hay un poder superior que los azuce.

   Luego recuerdo que cuando solté la primera flecha una venía en mi dirección y echo un vistazo a ver si me ha impactado, no sea que en el fragor del combate haya sido alcanzada y no me haya enterado.

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Viendo que Caín gruñía, supe que lo que se aproximaba no eran amigos. Nada más que vi asomar una cabeza e trasgo, mi flecha la traspasó de lado a lado, cayendo este muerto. Reculé algunos pasos y apoyé la espalda contra una pared  de roca y volví a descargar otra flecha sobre otro trasgo que venía hacia mi. Caín estaba al lado mía, protegiéndome de cualquier posible ataque.

Las flechas vuelan a vuestro alrededor mientras las sombras que caen se definen como trasgos de ojos rojos y dientes afilados. Ois como se astillan casi todas las flechas menos una que atraviesa el cuerpo de Therusia aprovechando un hueco de su armadura

La enana consigue empujar a uno de los trasgos que avanzaba intentando ir a por las mujeres arqueras, logra incluso golpear una roca sobre la que había un nido de avispas que distraen lo suficiente a los asaltantes como para permitir a Therusia empujarles y ganar espacio a su alrededor y es justo gracias a ese espacio que ha dejado que la flecha logra colarse entre sus defensas.

Varios de los cuerpos que han caido a vuestro alrededor lo hacen para no levantarse mas con los cuerpos atravesados por las flechas de plumas verdes de las mujeres del bosque. Habéis sabido aprovechar la ventaja de la zona y el aviso de Yedra para evitar una brutal emboscada y ahora sois los que tenéis toda la ventaja por la posición y la falta de sorpresa, pero os superan claramente en número y parece que no tienen mucho aprecio a sus propias vidas por la forma en que se lanzan a por vosotros.

Ithildir empieza su lucha contra un trasgo de cresta roja que llega cargando con su lanza y a pesar de que el elfo consigue impactar sobre su enemigo, este ignora el daño recibido y continúa su camino clavando su arma. Parece que se detiene el tiempo cuando Ithildir sujeta con la mano que lleva el escudo el astil del arma mientras el trasgo intenta empujar y empujar para atravesar el cuerpo del elfo.

Habéis logrado sobrevivir a este primer asalto pero la sangre de trasgos, elfo y enana se empieza a mezclar en el suelo y siguen moviéndose figuras entre las sombras dispuestas a saltar hacia vosotros.

—¡Yyyaaaggh! —bufó el galadhel al tiempo que se esforzaba por alejar la punta de lanza de su corazón.

Tras evitar lo peor de esa carga enemiga, Ithildir pateó el pecho del trasgo para apartarlo y tener algo de margen de actuación. Enarbolando luego su espada y con un grito en su lengua materna, buscó cercenar la cabeza de la criatura pelirroja con el siguiente golpe.

Desde luego no eran sus maneras las de un guerrero profesional. Se notaba a leguas que su estilo a la hora de manejar la espada ofensivamente distaba del de sus semejantes entrenados en la materia. Sin embargo, en ese momento sentía su corazón arder por desquitarse, proteger a sus compañeras y demostrar mayor utilidad de la mostrada anteriormente en estos menesteres.

Y fuera por el brillo de la luz del alba en su indumentaria, la mera imaginación y recuerdo de héroes legendarios o un sortilegio desconocido, el pecho de Ithildir pareció refulgir* al golpear de manera tan brutal a ese trasgo, agrandando ficticiamente sus hechuras hasta el punto de poder hacer dudar al orco más orgulloso. Y ahí permaneció, con aire fiero y noble, atrayendo con maldiciones la atención de los demás enemigos.

Parecía que los problemas aumentaban. La enana se arrancó la flecha con brutalidad, llena de adrenalina como estaba y, confiando en que sus compañeras acabasen con los arqueros, se centró en aquellos que estaban más cerca. El elfo peleaba como una rata acorralada, parecía haber recordado de golpe todas las clases de esgrima que le hubiesen enseñado, pero el golpe que había recibido no era cosa de risa. Cambiando de posición el arma, Therusia volvió a atacar a sus enemigos, tratando de ganar tiempo y obligar al más agresivo de los trasgos a fijar su atención en ella, para así dejar volar las flechas de sus compañeras y la espada del elfo.

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   Me enfurezco al ver asaetada a la enana y me fijo desde que dirección ha salido esa saeta. Veo la silueta recortada de la sombra del arquero y no me lo pienso más. Es un tiro difícil, pero que ostias, soy una mujer de las Montañas Nubladas y del Bosque Negro. Un par de arqueros trasgos del tres al cuarto no pueden venir y pegar un flechazo a una de mis amigas e irse de rositas.

   La flecha vuela recta y contra todo pronóstico, atraviesa el pulmón del arquero enemigo. No está mal, viendo mis capacidades marciales.

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La cantidad de trasgos era cuantiosa y no podía perder ni un segundo, así que volví a sacar una flecha del carcaj y apunté a uno de los arqueros que habían herido a mis amigas. La flecha voló rauda y precisa, clavándose en la cuenca el ojo y alojándose en el cráneo. La criatura cayó al suelo muerta en el acto. Miré fugazmente alrededor para contabilizar el número de adversarios y elegir el siguiente blanco. Caín gruñía a mi lado, preparado para morder a quien se acercara.

     El trasgo de cresta roja cae aplastado por Therusia que reta con la mirada a un grupo de tres trasgos que estaban esperando la ocasión de lanzarse a por ella, mientras Ithildir comienza a girar alrededor de su enemigo convirtiendo su espada en un brillo plateado continuado que bajaba una y otra vez contra el cuerpo del trasgo, cuando terminó dejó que este se derrumbara justo en el momento en que el sol asomaba por un hueco de la montaña y le bañaba con su luz haciendo refulgir sus cabellos con chispas de luz y con destellos plateados el colgante que llevaba al cuello. Algo debía tener esa luz que hizo retroceder unos pasos a los trasgos que empezaban a rodearos.

     Detras de ellos las cuerdas de los arcos del bosque seguían su letanía mortal y a pesar de la distancia, de estar a cubierto y protegidos por las rocas dos de los arqueros cayeron de forma simultánea, ambos con una flecha verde asomando en su cabeza. El sonido hecho por sus cuerpos al caer desmadejados fue demasiado para el resto y las sombras que os habían acechado se desvanecieron a sus oscuros cubiles sabiendo que erais un rival demasido poderoso para ellos.

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   El ataque termina tan rápido como comenzó, pero aquí y allá dejamos sobre una decena de cuerpos tendidos de trasgos.

   - Cúbreme, - le indico a Amaltea mientras guardo el arco y con gran rapidez bajo de un ágil salto y me acerco donde Therusia e Ithildir. No pierdo de vista los supuestos cadáveres de trasgos y voy con hacha en mano, de hecho al pasar al lado de algún cadáver, si no se ve claramente muerto, lo remato, que no sería la primera vez que estas asquerosas criaturas se hacen el muerto para luego saltar por la espalda encima de algún despistado hombre del bosque.

   Una vez junto a ellos, apoyada a mi lado el hacha, agarro del cinto una pequeña bolsita con hierbas, un tarro con un empaste vegetal y algunas vendas y les hago una pequeña cura de urgencia, poniendo mucha atención a limpiar los cortes, si los hay, antes de vendar. Que estos bichos también son aficionados a embadurnar sus armas de excrementos y otras mierdas para propagar enfermedades.  Después del vistazo preliminar, si veo que hay alguna herida que sangra, me preparo para usar la canción restañadora si hace falta.

Por el emplasto tras la emboscada de la tarde,
que limpia de la herida, el barro y la sangre.
Previene la mugre y la ponzoña avanzando,
y cierra las brechas de la carne con este ensalmo.

   Trabajo con calma, pero lo más rápido que puedo. Sin dejar de estar alerta, sencillamente, no me salen las cuentas de las sombras y la sombra que vigilaba a las sombras.

   - Debemos movernos, los trasgos se rigen por el miedo. Ahora han huido por miedo a nosotros, pero si hay algo más fuerte mandándolos, en cuanto haya roto un par de cráneos trasgos, el miedo hará que vuelvan a por nosotros. -

   Luego susurro, - además, vi una sombra elevada que vigilaba a quien nos estaba vigilando, y no sé si puede ser otro peligro peor que los trasgos o no. -

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