Calados hasta los huesos.
Así habéis acabado la mayoría en los pocos metros que separan el parking de la recepción del motel.
El vestíbulo está abarrotado de gente que se sacude el agua de encima (salpicándose unos a otros) mientras se van formando pequeños charcos en todo el suelo. Un par de goteras, finas pero persistentes, tampoco ayudan a la sequedad y el confort que los potenciales clientes desean.
Varias personas intentan llamar la atención de algún empleado del motel, ya sea a voces o golpeando repetidamente el timbre que se encuentra sobre el mostrador.
Un golpe sordo se escucha por encima del ruido ambiental cuando un estuche golpea el suelo revelando un saxofón en su interior.
Una mujer negra con frondoso pelo a lo afro y que responde al nombre de Danielle Soul, se acerca a recogerlo, pero un hombre se le adelanta. Lleva el pelo revuelto, barba recortada pero no demasiado cuidada y un cigarro mojado que cuelga de la comisura de sus labios. Es Larry Rockwell.
- Disculpe, señora. Ha sido por mi culpa. - Se agacha a cerrar el estuche y lo levanta con sumo cuidado para entregárselo a su dueña. - Se me cayó al intentar coger mi propio instrumento. - Dice señalando una funda de guitarra que se encuentra sobre un aparador lleno de bártulos.
Una enorme mochila de campista impacta sobre un hombre de pelo blanquecino y rostro adusto. Tras la mochila, tratando de recular para dejar espacio a más gente en la zona de la entrada, se encuentra un tipo con un pañuelo empapado en la cabeza y aún sobre éste, unas gafas de sol de escasa utilidad en la situación actual.
- Perdone, amigo, resulta imposible moverse por este sitio. - Sonríe y se presenta. - Me llamo Water Crucce, ¿y usted?
Por un instante, Ido considera la posibilidad de no contestar, pero si la tormenta no amaina, tendrá que pasar un buen rato en el motel codeándose con esta gente. - Ido Lamson, tatuador. - Eleva ligeramente la mandíbula para lucir el arabesco que rodea su cuello hasta perderse en la espalda.
Nadine Maisler, que ha logrado esquivar la mochila por milímetros, sonríe para sus adentros al observar el intercambio entre los dos hombres.
Nadine siempre ha vivido por la zona y conoce el motel, aunque nunca se había alojado o siquiera parado en el mismo. Y, desde luego, nunca habría imaginado que pudiera llegar a haber tanta gente en él. Los pocos viajeros que pasan cerca no suelen quedarse aquí salvo que no puedan evitarlo.
Hoy parece una de esas ocasiones.
Sven Grog, amante de las motos americanas y de la ideología que llevan aparejada, resiste con gesto estoico el acoso al que le somete un tipo trajeado con aspecto de vendedor de seguros.
En realidad se trata de un extraño político llamado Niles White. - Esto es culpa de la actual administración. Falta de previsión, infraestructuras insuficientes y un total desinterés por el ciudadano de a pie... - la charla continúa, con gran entusiasmo de Niles, aunque Sven no da muestras de seguirla.
Algo llama su atención, no obstante. Otro hombre, casco en mano, acaba de entrar por la puerta; se identifican mutuamente como fanáticos de las dos ruedas y se saludan con parcos gestos.
El recién llegado es bastante atípico: Largos pelos anudados en rastas, perilla descuidada y una clara ascendencia samoana rompen con el estereotipo de los moteros.
John Smith, un hombre ciego, avanza apoyado en el brazo de una exuberante cabaretera que gozó de cierto renombre en su época, Rubi Palazzo. Parece que sus mejores tiempos ya han pasado, aunque su presencia y buen talante lo desmienten. John ríe sinceramente ante algunos de sus comentarios mientras se mueven esquivando equipajes y clientes con gran destreza.
Se detienen antes de llegar al mostrador. Una silla de ruedas bloquea el paso del ya de por sí escaso espacio disponible en el interior del vestíbulo.
El hombre que se sienta en ella, Steven William Hawkings, de aspecto cultivado, escucha a otro hombre con aires de profesor, quien habla sobre divulgación científica. Se trata de Stephen Howard Shelley, que también ha hecho sus pinitos en el campo literario como amateur. Cuando el primero le responde, lo hace con una voz metálica procedente de su silla totalmente informatizada.
Un hombre que se presenta como Herbert (a secas), habla animadamente con una mujer pelirroja. Se trata de otro escritor, en este caso de guías de viaje, pero la mujer está más preocupada por otros asuntos. Aunque asiente cortesmente de vez en cuando, su mirada se pasea por toda la estancia, examinando el lugar y a las personas allí congregadas. Sharon Levitt es detective de homicidios y, como tal, está de servicio las 24 horas del día, tanto más en una situación tan delicada.
Fox Mulder clava su vista en la pelirroja (quizá evocando alguna vivencia anterior) mientras Frank Postillo, de profesión taxidermista, le muestra fotos de sus mejores trabajos. Ajeno a los gestos airados de su interlocutor, Frank se afana por enseñarle una pieza en particular que saca de una pequeña caja de madera. - Quizá quiera comprarla... - dice tratando de vender su "arte" incluso es estas circunstancias tan adversas.
Fox se disculpa tratando de escabullirse ya que tiene muchos misterios que resolver y no está seguro de que los alienígenas, el gobierno, las órdenes masónicas o las brujas de Salem se lo vayan a permitir. Si se hubiese parado un instante a ver la obra de Frank, quizá habría descubierto alguna conspiración en ciernes.
Martin McGarret, enfermero fuera de servicio, ve su atención captada por un par de figuras que encajarían mejor en una película dramática que en este desvencijado motel.
La primera es una joven que, con expresión triste, se sienta en un rincón con la ropa empapada. Se trata de Nataly Vico, una modelo poco conocida (salvo para los más fanáticos o la gente del sector) que ha llegado hasta aquí con lo puesto (literalmente); nada de equipaje ni pertenencias adicionales.
A su lado, sin dirigirse la palabra ni mirarse siquiera, se encuentra un hombre que parece haber sufrido todas las penurias existentes. Aunque pareciera imposible, da la impresión de estar a punto de recibir una mala noticia o experimentar otra vivencia lamentable; es la viva imagen de la desdicha.
Martin, fiel a su personalidad, se acerca a ellos con el propósito de entablar conversación y animarlos un poco. Sabe que va a necesitar algo más que suerte, pero por intención que no quede.
Naiana Cohle, a pesar de la tormenta, de haberse perdido, y de haber tenido que hacer auto-stop para llegar hasta aquí, narra sus peripecias con bastante buen humor. No omite decir que es encargada de un restaurante Wendy's, algo de lo que, si no orgullosa, al menos se siente satisfecha.
- Claro que pretendo seguir mejorando, incluso me he planteado volver a estudiar. - Quizá sea verdad o quizá sólo se trate de un poco de mimetismo con su interlocutora, Antonella Spinozza, una estudiante extranjera que parece vivir al máximo la experiencia de viajar. Aunque son muy distintas en apariencia, el fondo es bastante similar; ambas son fuertes, independientes, y aprovecharon la primera oportunidad que se les presentó para salir de casa.
Entre el enorme caos en que se ha convertido el hall del motel, rondan un par de individuos más, apartados entre sí y del resto; con mirada hosca y ánimo a juego. Tal vez su actitud sea la normal, y no la que muestran algunos de los anteriores personajes, ya que la noche no se muestra propicia para muchas fiestas, sobre todo en el exterior.
Cuando empezó la tormenta, todos daban por hecho que no duraría más de una hora, dos a lo sumo.
Eso fue a mediodía.
Hace poco que ha anochecido y la lluvia torrencial apenas deja ver la carretera. Los relámpagos surcan el horizonte iluminando el panorama como gigantescos flashes de una cámara celestial. Algunos de ellos impactan peligrosamente cerca del tendido eléctrico, antenas repetidoras y árboles solitarios. Sólo faltaría que alguno provocara un incendio para que la situación fuese aún peor.
La luz titila antes de apagarse por completo. El silencio se apodera del lugar. Puede escucharse la respiración de una rata en la esquina noreste de la estancia. La tensión es palpable.
De pronto se escucha una voz, cortante, átona, femenina.
- Mantengan la calma, señores clientes, en breve les atenderemos…
Pero la calma resulta esquiva cuando te encuentras en un motel rodeado de desconocidos en medio de una tormenta apocalíptica y completamente a oscuras.
Alguien emite un gemido, quizá un amago de protesta, pero se ve ahogado por el ruido de un motor. Parece que el generador ha entrado en funcionamiento.
Unos segundos después, la sala vuelve a estar iluminada.
- Buenas noches. - Continúa la voz que no parece humana ni digital pero que, claramente pertenece a una mujer.
¿Mujer? ¿Muchacha? ¿Niña? Lo único seguro, si algo así puede aseverarse, es que no se trata de una anciana. La voz es demasiado limpia, demasido bien modulada.
Y su dicción es excelente.
- Me llamo Inquietante, y soy la encargada del motel. - De pronto, como salida de la nada, todos ven a una chica que se encuentra tras el mostrador. - Lamento comunicarles que los bungalows del exterior se han visto afectados por la tormenta y no disponen de suministro eléctrico. Por tanto, tendrán que alojarse aquí, en el edificio principal. Hay catorce habitaciones en la segunda planta y diez en la tercera. - Mientras explica mecánicamente la distribución de las instalaciones, va repartiendo llaves a diestro y sieniestro entre los clientes. - En este piso tienen la sala común con un televisor que no funciona.
Las personas que se agolpan frente a la recepción esperan a que la joven diga algo más, pero esperan en balde; la charla ha concluido.