RESOLUCION TURNO 215
Nada tenía que ver lo que habían vivido en el Anduin antes y después de los saltos del Rauros. Arriba, la fuerza del rio era brutal, el rio serpenteaba violento, y escondía rocas que cambiaban de súbito las corrientes. Era algo peligroso navegar por él. Ya llegando a las cascadas, sus aguas se calmaban antes del Nen Hithoel. Desde allí sus aguas se precipitaban para después convertirse en una amplia corriente que bajaba veloz, pero tranquila. Solo algunos pequeños saltos y grandes formaciones rocosas bajo el agua, alteraban aquella tranquilidad, para demostrar que el rio estaba vivo, y que había que tener cuidado.
El sol había acompañado a los navegantes, junto a tímidas nubes, durante toda la mañana. Llego el medio dia, sus estómagos lo atestiguaban con sus rugidos. Ninguno quería parar, sabían que no quedaba tanto para llegar al lugar donde debían desembarcar. Decidieron, muy a pesar de los barqueros, continuar. Comieron algo de sus provisiones, lo justo para engañar a sus tripas sin tener que complicarse demasiado.
Al cabo de unas horas la gabarra comenzó a orillarse, hasta detenerse encallando lo más cerca que pudieron de tierra firme. Las barcas fueron directas a la ribera para dejar allí a sus viajeros. Al cabo de un rato, todos habían bajado ya, los esgarothianos, Larrid y los demás se encontraban en tierra. Los barqueros sacaron una rampa por el costado de la gabarra, y por ella comenzaron a descargar las provisiones y a bajar los caballos y la mula. Toda la operación llevo un buen rato.
Sin levantar campamento, o hacer fuego alguno, hicieron una comida complementaria a base de pan, queso y embutidos. Cuando terminaron, los barqueros se despidieron de todo el mundo, les esperaba una larga y cansada vuelta rio arriba. No lo harían por el rio, sería un desperdicio remar contracorriente. Dejarían allí las barcas, a la espera de que la gabarra volviese. Podrían cargarlas hasta llegar a la aldea otra vez. Los barqueros retornarían por el camino que iba al norte, rodeando la desembocadura del Entaguas, y parando a descansar en las posadas que había en el camino.
Aquel era el punto en que los esgarothianos se separarían del grupo y solo Larrid seguiría con ellos. Agranil y los comerciantes, tenían que seguir rio abajo hasta llegar a Minas Tirith, contar lo que sabían y prepararlo todo para la llegada de la armadura.
► Anotad el próximo turno como “Turno 216”
►No hay problemas durante el descenso, todos superáis la maniobra de navegación sin contratiempos.
►Estáis en tierra, junto a los animales, barqueros, víveres y comerciantes
►Despedida, y comenzaremos un nuevo capítulo. Los besitos están mal vistos entre hombres en la Tierra Media
► Resolución del próximo turno: martes 21-05-19
Turno 216
- Ha llegado el momento - dijo Agranil tras la frugal comida - A partir de ahora estáis solos, Larrid os guiara en nuestra empresa - dijo señalando al soldado - Sobre todo, recordad que nos representáis, sed honorables, justos y valerosos - Sus palabras eran sinceras. - No vemos en Minas Tirith, cuidaros.
Turno 216
- Vuestro reconocimiento os espera, así como todo lo pactado - Añadió Egorant, pragmático como siempre. - Buena suerte - dijo sin mas .
Turno 216
- Y tened cuidado, no olvidéis a quien os enfrentáis, y de que son capaces. - Quiso decir Dorhand refiriéndose a los orientales - regresad sanos y salvos - termino diciendo sincero.
Turno 216
El enano bajó de su barca feliz, ansioso por tocar de nuevo la tierra. Al hacerlo, volvió a montar el mismo numerito que hiciera la primera vez que pararon. Arrodillado en tierra besó la misma y después elevó, más bien agachó, pues la plegaria iba dirigida física y emotivamente hacia la tierra que tenía a sus pies, a su dios Aülle.
-¡¡Oh Mahal!!, ¡Gracias por ayudarme a seguir con vida y reencontrarnos nuevamente en tu reino! -dijo realmente agradecido, besando la tierra tras sus palabras.
Luego se levantó y ayudó a bajar las cosas y animales de la gabarra principal. Y cuando todo estuvo en tierra, escuchó a los esgarothianos que se despedían. Su camino iba directo a Minas Titith. Allí se volverían a ver si todo iba bien.
-Sea pues. Nos veremos en Minas Tirith -contestó el veterano guerrero asintiendo-. Seremos todo lo honorables, justos y valerosos que nos permitan nuestros enemigos, descuidad.
Tras esto se acercó a los mismos y les estrechó la mano uno a uno mientras asentía solemnemente.
Turno 216
El resto de la travesía pasó relativamente rápido y sin mucho movimiento, a pesar de la velocidad que llevaba el agua. Quizás el hecho de no haber obstáculos en la superficie del río ayudaba. También ayudó la conversación que el animista mantenía con el rohir; éste se mostró interesado por el estado del norteño, quien pareció estar afectado por la refriega a pesar de no presentar herida alguna. Grimbeorn necesitó un buen rato para explicar de forma comprensible cómo falló a la hora de dirigir el poder de Araw y, en lugar de convertirlo en un efecto bendito, simplemente explotó dentro de su cuerpo, que era el vehículo usado en ese momento por aquel poder.
A juzgar por la expresión del rostro de Edan, el animista no tuvo claro que su propósito se cumpliera en varias ocasiones, por lo que tenía que volver sobre los pasos de su explicación hasta un punto donde el rohir hubiera comprendido la explicación. E hicieron un alto en aquella conversación para comer frugalmente; un aperitivo para conservar fuerzas hasta el fin de la jornada. Por suerte, tras la interrupción, la exposición del animista sobre los peligros de pedir poder a los Valar sólo se prolongó por una hora aproximadamente. Al cabo de ese tiempo, Grimbeorn tuvo la sensación de que el rohir estaba satisfecho con las razones que había recibido. Puede que también se arrepintiera de haber preguntado, aunque el norteño ya no pudiera estar seguro de ese aspecto.
La conversación, sin embargo, derivó pronto hacia el aspecto más mundano del enfrentamiento contra los seres de la noche pasada. Aunque no se atrevía a afirmarlo, Grimbeorn tuvo la impresión de que Edan dudaba de su capacidad para llevar a cabo la misión, a juzgar por algunas de sus palabras. Las horas siguientes hasta el desembarco, el animista trató de levantar el ánimo del jinete haciéndole ver que no había mal en estar dubitativo, siempre y cuando la duda no le paralizase. Que era importante, llegado el momento, atreverse a tomar una decisión y actuar. Pero, sobre todo, que la duda no le condujera a la inseguridad sobre sus propias habilidades.
Y llegó la hora de desembarcar.
-... como te decía, yo no tengo mucha experiencia militar, pero he participado en partidas de caza. Es importante mantenerte cerca de un compañero porque, si te separas, es posible que la presa pueda atacarte y no tengas quien te apoye. Y créeme cuando te digo que, si estás cazando a un depredador, eso puede ocurrir con más frecuencia de la que podrías esperar. - Grimbeorn ayudaba a Edan a descargar uno de los últimos paquetes que quedaban aun en su barca. - Sólo necesitas algo más de tiempo y práctica para acostumbrarte a luchar codo con codo junto a otros. Tal vez podrías pedirle ayuda a Larrid con eso, durante las acampadas.
Ambos dejaron el fardo junto con el resto de equipaje. Grimbeorn aprovechó para acercarse al lugar donde los esgarothianos comían junto al resto, para unirse a ellos. Al término de la comida, les avisaron de sus intenciones de partir hacia Minas Tirith. Una parte del animista hubiera querido ir con ellos, ver la Ciudad Blanca de la que hablaban en ocasiones los comerciantes de madera y pieles, poder decirles a los suyos si aquellos relatos eran ciertos. Pero el tiempo apremiaba; tenía que encontrar a Geleswinta y, desafortunadamente, detener a los orientales antes de que pudieran convertirse en una amenaza no ya para Gondor, sino para todo Rhovanion.
- Que el camino hasta Minas Tirith sea recto y despejado, maese Agranil. Maese Egorant. Maese Dorhand. - El animista inclinó su cabeza en señal de deferencia ante cada uno de los esgarothianos conforme les nombraba. - Seremos honorables, justos y valerosos bajo la mirada de Araw y volveremos con aquello que buscamos. - Pensó en añadir un "O no volveremos" pero desistió de hacerlo por el marcado significado pesimista que arrastraba. Era probable que todos en sus cabezas conocieran ya los riesgos que enfrentaban y los posibles sacrificios que pudieran verse obligados a hacer. Así que, en aquel momento, era obvio que mantener el optimismo servía al fin de elevar la moral del grupo.
Turno 216
El trayecto no se hizo muy largo. La conversación con Grimbeorn se desarrolló animadamente hasta que llegaron a su destino. A Edan le pareció sumamente interesante todo lo referente a la canalización del poder de Araw que el bosquimano le explicó. Toda aquella mística y exoterismo no le eran ajenos al muchacho, aunque todavia no había sido capaz de comprender totalmente los misterios del más allá. Tal vez su pragmática visión de los Dioses tenían algo que ver. Para Edan los Dioses no estaban muy preocupados por las peripecias de los simples mortales, al menos no por la de mortales de la plebe como ellos.
Sin embargo empezaba a pensar que había hablado demasiado. O tal vez Grimbeorn era mejor de lo que él sospechaba leyendo las mentes de la gente. Pues el curandero había adivinado algunos de sus temores, aún antes de haberlos verbalizado por completo. A Edan no le gustaba que sus debilidades salieran a la luz, de modo que en cuánto le fue posible, dió por zanjada la conversación y se dirigió a ayudar con el desembarco de provisiones.
Cuando llegó el turno de partir y los comerciantes se despidieron de ellos, los despidió con respeto, uno a uno, agradeciendo sus palabras, pero sin mostrar demasiada familiaridad. Después de todo no creía que Agranil y sus amigos esperasen mas que un apretón de manos y unas palabras amables para cumplir aquel trámite.
Así sea. Que los Dioses les guien.
La última etapa de su viaje por el río transcurrió monótona y sin sobresaltos. Tan tranquila, que incluso le permitió al todavía somnoliento campesino pegar alguna que otra cabezadita para recuperar el sueño perdido.
En verdad, tras arrebujarse entre algunas cajas y bultos, de manera más o menos estable, Hallfrid incluso consiguió dormirse de a ratos, acunado por el suave mecer de las olas, y con el cálido abrazo del sol del mediodía acariciando su rostro.
Al principio, había intentado ir oteando el horizonte, procurando estar alerta a cualquier cosa que se moviera en la distancia. Pero bien pronto el cansancio y la modorra lo habían superado, y sus compañeros de barca incluso lo escucharon roncar sonoramente un par de veces.
Cuando finalmente llegaron a destino, el muchacho se desperezó sin disimulo, como si se hallara de vuelta en el granero de su vieja granja. Parecía completamente renovado, y un brillo de fascinación encendía su mirada.
Luego de ayudar a los otros a bajar los animales y las demás cosas de las barcas, el muchacho se calzó los diversos componentes de su improvisada armadura y, tras saludar respetuosamente a cada uno de los que partían, aguardó paciente a que decidieran el siguiente paso a seguir. Una cuestión en la que no creía tener demasiado para aportar.
Mientras lo hacía, daba buena cuenta de unos cuantos trozos de pan con queso.
Turno 216
Tras una larga jornada a bordo de las barcas el dúnadan no pudo menos que alegrarse de poder bajar a tierra y estirar las piernas. Más hambriento de actividad que de comida, aprovechó la pausa para el almuerzo para dar una pequeña vuelta alrededor de la rivera donde habían desembarcado, dando cuenta de su ración mientras caminaba examinando alguna flor que no conocía, asomándose a las madrigueras de los conejos de campo y dando la vuelta a las piedras del camino con el pie cual infante curioso.
Al término de la comida volvió apresuradamente, pues no quería ser el único en dejar de despedirse de los comerciantes que al fin y al cabo se habían molestado en acompañarles durante aquél incómodo y apresurado tramo del viaje. - Así lo haremos. - contestó el Leofred con convencimiento mientras les dirigía unas leves y educadas inclinaciones de cabeza. - Cuídense también ustedes en el viaje de vuelta y eviten los islotes de la última noche. Tendremos mucho que contarnos para cuando nos volvamos a encontrar cuando lleguemos, triunfantes. -
La despedida no se alargó mucho más, y en poco tiempo pudieron ver cómo zarpaban las barcazas mucho más vacías que cuando les llevaban. - Bueno, Larrid es quien manda ahora. ¿Qué dirección seguimos? -
Turno 216
Habían llegado a su destino con las barcazas. Ahora solo les quedaba seguir a los orientales por tierra. Para ello bajaron los caballos y sus enseres y se despidieron de los tripulantes de las embarcaciones que decidieron volver andando hasta el poblado donde habían salido.
Ional se despidió de los esgarothianos que debían viajar a MInas Tirith, dejándoles a ellos la tarea de conseguir la armadura robada.
No os preocupéis que conseguiremos la armadura y os la llevaremos a Minas Tirith. Daremos con esos malhechores y pagaran su afrenta. Seguiremos las órdenes de Larrid y seremos un equipo de ahora en adelante.
Turno 216
Larrid también se despidió tras haber descargado y descansado un poco. Estrechó la mano de los comerciantes sin darse mucha prisa, y siempre sonriente.
- Nos veremos en Minas Tirith - dijo ya dirigiéndose hacia sus cosas - Y tengan cuidado - añadió elevando la voz ya casi junto a su caballo.
- Por allí - dijo a Leofred decidido - Caras Gwidor nos espera, y tenemos prisa - declaro sus intenciones de tratar de llegar lo antes posible.
RESOLUCION TURNO 216
Los barqueros se hicieron al agua otra vez, cruzarían a la orilla opuesta e irían hasta el camino que hacia el norte los llevaría al Rauros. Una larga travesía de casi una semana que tenían que afrontar cargando con los víveres y pertrechos a sus espaldas. No tenían prisa.
Agranil, Egorant y Dorhand se subieron a la gabarra tras la despedida y después de desear un buen final para todos. La embarcación los llevaría directamente hasta Minas Tirith, donde les esperaban sus asuntos. A bordo no correrían peligro, y no tendrían siquiera de bajar durante el par de noches que tendrían que pasar en el rio. El segundo día, a media mañana arribarían en la Ciudad Blanca. No tardaron en alejarse rio abajo, saludando mientras lo hacían.
Ya solos, terminaron de prepararse. Larrid se colocó la armadura, y todos fueron cargando sus mochilas, petates y alforjas en las monturas. Leofred contaba también con una mula, fiel amiga que le acompañaba llevando sus bártulos. En aquella ocasión, su caballo cedido podría ir más ligero al repartir la carga. Caras Gwildor los esperaba, y no había tiempo que perder.
Larrid se subió a su caballo, sabía dónde ir, no era muy difícil. Había un camino, algo desdibujado, que los llevaría directamente a la población. Estaban a tres jornadas y media, pero estaban seguros de poder reducir la distancia a tan solo dos días si mantenía un trote continuo. Eso cansaría antes a los caballos, y tendrían que hacer varias paradas para que descansasen, pero era posible. A medio camino había una granja, que acostumbraba a recibir a los viajeros como si de una posada se tratase. De no haberse retrasado tanto, todo hubiera salido como estaba planeado, y aquella granja coincidiría con la noche. Sin embargo, ahora tendrían que dormir en el camino, y el día siguiente pasarían de largo aquella oportunidad, para volver a descansar al raso, y llegar a su destino después del mediodía.
Cuando todos estuvieron montados, se pusieron en marcha.