Londres, 22 de Enero de 1923. 0:20
Alexander Wan Bruswell le indicó la dirección al cochero y al momento los caballos saltaron adelante y dejaron atrás la entrada del edificio en el que, hasta hacía unos instantes, habían estado. El profesor Smith seguía en estado crítico por lo que sabían y tanto la señorita Vasilieva como la hermana Lucía habían permanecido a su lado mientras los demás iban en busca de ayuda.
El segundo coche, al cual Lord Connely había subido, se desvió pronto en dirección al Támesis. Alexander, Dimitri, Reginald y Mia viajaban en silencio en mitad de la noche. La tensión era palpable, sobretodo entre el conde y Wan Bruswell, que parecían estar echando un pulso mental.
Mientras el coche traqueteaba por las empedradas calles de Londres, atravesando la espesa niebla que poblaba la noche londinense, cuatro figuras permanecían calladas en interior del carruaje, dos de ellas se miraban en silencio como si de un duelo mental se tratara, estudiandose y esperando y Lord Reginald parecía perdido en sus propios pensamientos
Ayer todo parecía ser fiesta y diversion y con la propuesta del profesor esta noche parecía que iba a ser interesante, en cambio, alguien a atacado al profesor el cual esta grave, aparte de delirar acerca de un extraño objeto que rebosa maldad
El conde mantenía un hosco silencio. No le gustaba Alexander, no le gustaba lo que le había sucedido al profesor y no le gustaban los delirios acerca de extraños viajes y estatuas mágicas. Todo aquello era un galimatías sin sentido para él. Resistía estoicamente la tentación de echar mano de la petaca solo por conservar su dignidad ante sus acompañantes y, sobre todo, para no darle a ese anglo-oriental ningún motivo para lanzarle un reproche. El destino del profesor estaba claro para el general: aquellas heridas no las curaría ni el mejor de los médicos. Sin embargo mientras hubiera la menor oportunidad deberían intentar salvar la vida de su amigo.
Aunque trataba de mantener una imagen calma, Mia se retorcía las manos enguantadas con nerviosismo. Aquellos hombres, sumidos en sus pensamientos comenzaban a intimidarla. El ambiente agradable y dicharachero del día anterior había desaparecido para dar paso a otro mucho más taciturno y agobiante.
Ahora dudaba de si acaso venir había sido peor idea que quedarse en a casa acompañada por Irina y la hermana Sturzo...
Alexander perdía la vista en las oscuras calles de Londres, que poco a poco despertaban al nuevo día. Sin embargo, su cabeza miraba en realidad hacia su propio interior, hacia una negrura insondable, tiempo atrás olvidada; una megrura con olor a humo y sonido de llamas, todo amortiguado por el opio. Luego el suplicio; un suplicio largo y ancho, interminable, insoportable... algo que, si el destino era piadoso, le evitaría vivir al Profesor Smith. Realmente confiaba en que el Dr. no llegara a tiempo, por el bien del accidentado; si lo hacía, sus siguientes años serían la peor de las torturas. Wan habíua recorrido los siete infiernos, y sus quemaduras no eran ni la mitad de graves. En realidad, incluso él mismo, con su formación militar y naturista de primeros auxilios, dudaba de que el pobre profesor fuera a sobrevivir a su regreso con ayuda. Pero el joven que ardió necesitaba salir de aquel agujero, y el Bruswell de ahora necesitaba sentirse útil. El carrohabía sido el asidero vital para ambas caras de aquella moneda.
Para la sonrisa que Wan reprimió, lo fue el que posiblemente el temperamental moscovita imaginaría que Alexander se mantenía distante y serio por su discusión, con una gran tensión en su fuero interno... cuán equivocado estaba. La ridícula pauta de pensamientos casi hizo que se le escapara una risilla baja, por propia liberación de estrés. Al menos le sirvió para relajarse un poco y liberar tensiones.
Ah, pues nop me he perdido mucho en realidad, XD. Bueno, pues mucho mejor.
El coche se detuvo en mitad de la calle y los pasajeros descendieron ordenadamente. Las luces de Regent Street ayudaban a mejorar la visibilidad y provocaban la ilusión de que disiparan la niebla. El frío intenso, por otro lado, permanecía inalterado.
Alexander se adelantó al resto seguido de cerca por Rigby, que parecía no saber muy bien lo que se cocía pero no iba a marcharse hasta haber cobrado. La puerta del número 156 estaba bien iluminada, al igual que el resto, pero a esas horas de la noche la gente dormía en los países civilizados.
Alexander prácticamente saltó del coche en marcha en cunto llegaron y se apresuró a llamar a la puerta del Dr., con denodada insistencia. La temprana hora lo complicarÃa todo aún más. Aun asÃ, confiaba en que explicarle al fÃsico la situación lo más claramente posible, le hiciera entrar en razón y acompañarlos, por caro que les fuera a salir.
El general bajó del carruaje y esperó silencioso tras Alexander a que alguien contestase a su insistente llamada. Dada la hora intempestiva imaginaba que el recibimiento no sería demasiado bueno pero la situación, desde luego, se salía de cualquier protocolo.
Sin mucha seguridad, Mia esperó a que Regi saliera del coche para seguirle. No sabía si sería muy útil que cuatro personas se plantasen delante de la puerta del médico a la espera de que este saliese, pero tampoco quería quedarse sola en le carruaje.
La espera se hizo larga, en mitad de la noche, pero finalmente alguien encendió la luz en el interior y poco después abría la puerta el doctor Edmund Lorenz, afamado médico del Royal London Hospital, envuelto en una gruesa bata.
-¿A qué se debe esta visita? -preguntó malhumorado mientras terminaba de anudarse el cinturón- ¿Es que no saben que hora es?
Lord Reginald salió de sus pensamientos cuando el coche se detuvo, el cochero abrio la puerta, pùso la escalerilla y permitió que las damas bajaran primero. Vió como Mia le estaba esperando. Vamos querida, veamos a ese medico y transmitamosle la urgencia de nuestra visita, ojala pueda hacer algo por el
-Dr. Lorenz, imagino que me recordará: Alexander Bruswell.- refresca el angloriental la memoria del físico - No hay tiempo para explicarle, pero un hombre está a punto de morir por quemaduras en casi todo el cuerpo. Necesitamos de su ayuda inmediata. Tenemos un coche esperando para poder llevarle allí sin tardanza. El pobre esta tan grave que ni siquiera puede moverse. Por supuesto que el pago estará a la altura de la urgencia.- dice Wan apremiando al médico y apelando a su sentido del deber.
Tirada: 1d100
Motivo: persuadir
Resultado: 12
Pozezo.
-Bruswell -el doctor asintió resignado-. Bien, denme un segundo. No puedo ir así a ningún sitio pero no tardaré. Espérenme en el coche preparados para salir.
Los siguientes minutos pasaron casi arrastrándose mientras el grupo esperaba a que Edmund Lorenz terminara de acicalarse. Siguiendo las instrucciones volvieron a subir al coche, algo más resguardado del frío y le dieron las indicaciones necesarias al cochero.
Finalmente volvió a abrirse la puerta y el doctor apareció vestido con poca ceremonia y a toda prisa, sujetando un bastón que evidentemente no necesitaba a juzgar por la carrera que se dio hasta llegar al carruaje.
-¡Vamos! -gritó mientras subía por la portezuela y se sentaba junto a Rigby.
No os preocupéis por las tiradas, si hace falta os pediré yo que la hagáis :)
A menos que alguien quiera añadir algo pasamos la acción nuevamente al edificio de Cheapside.
En todo el proceso el general permaneció en silencio. No quiso hacerse ilusiones con vanas esperanzas y siguió a los demás con los peores pensamientos en mente.
Nada que añadir.
A la espera de que describas la nueva escena
El coche salió disparado cruzando la capital a gran velocidad. El doctor, sorprendido, se agarraba a los laterales con los nudillos blancos y resoplaba por el esfuerzo. Las calles se sucedían y gradualmente la iluminación de las mismas se apagó hasta llegar nuevamente a Cheapside y sus oscuros callejones.
Durante el trayecto, todos mantuvieron un tenso silencio, cruzando las miradas de tanto en tanto y poco más. Al llegar a su destino, las peores sospechas de los presentes se convirtieron en realidad o peor aun. Desde la distancia se apreciaba un fulgor rojizo a través de la niebla que fue aumentando rápidamente. La calle, vacía cuando se separó de los demás, estaba ahora llena de ociosos que, incluso a esas horas, observaban el espectáculo.
El edificio en el que habían dejado al profesor Smith y a las dos mujeres ardía en llamas.
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