TURNO 1
¿Qué ruta tengo que tomar? -le preguntó Frodo a Gandalf, justo antes de partir.
-Hacia el peligro, de modo no demasiado directo ni demasiado imprudente -respondió el mago-. Si quieres mi consejo: ve a Rivendel. El viaje no será tan peligroso, aunque el camino es más difícil de lo que era hace un tiempo y será todavía peor cuando el año llegue a su fin.
-¡Rivendel! -dijo Frodo-. Muy bien, iré al este, hacia Rivendel. Llevaré a Sam a ver a los elfos, cosa que le encantará. -Hablaba superficialmente, pero de pronto el corazón le dio un vuelco con el deseo de ver la casa de Elrond el Medio Elfo y respirar el aire de aquel valle profundo donde mucha Hermosa Gente vivía todavía en paz.
* * *
-¡Adiós! -dijo Frodo mirando el hueco oscuro y vacío de las ventanas. Agitó la mano y luego se volvió; y (como siguiendo a Bilbo) corrió sendero abajo. Saltaron por la parte menos elevada del cerco y fueron hacia los campos, entrando en ellos como un susurro en la hierba.
Finalmente, un día de finales de septiembre, los hobbits decidieron partir. Había estado esperando a que el mago regresara, pero ya no podían seguir allí durante más tiempo. Bolsón Cerrado parecía triste, melancólico, desmantelado. Cargaron los bultos sobre los hombros, tomaron los bastones y doblaron hacia el oeste de Bolsón Cerrado.
Al pie de la colina, por la ladera del oeste, llegaron a la entrada del estrecho sendero. Se detuvieron y ajustaron las correas de los bultos; en ese momento apareció Sam, trotando de prisa y resoplando; llevaba la carga al hombro y se había puesto en la cabeza un deformado saco de fieltro que llamaba sombrero.
Durante un rato siguieron el sendero hacia el oeste. Luego doblaron a la izquierda, volviendo sigilosamente a los campos. Continuaron bordeando setos y malezas, mientras la noche los envolvía en sombras.
El anillo viaja desde La Comarca (The Shire) hasta el País de los Gamos (Buckland)
TURNO 2
El sol declinaba; la luz de la tarde se alargaba sobre la tierra cuando los hobbits bajaron por la loma. No habían encontrado ni un alma en el camino; no parecía una vía muy frecuentada, pues no era apta para carros y había poco tránsito hacia Bosque Cerrado. Iban caminando lentamente desde hacía una hora o más, cuando Sam se detuvo un momento como si escuchara.
Estaban ahora en una planicie y el camino, después de mucho serpentear, se extendía en línea recta y cruzaba praderas verdes, salpicadas de árboles altos, como centinelas de los próximos bosques.
-Oigo una jaca o un caballo que viene por el camino detrás de nosotros - dijo Sam. Miraron hacia atrás, pero había una curva en el camino y no podían ver muy lejos.
-Me pregunto si no será Gandalf que viene a reunirse con nosotros -dijo Frodo. Al mismo tiempo sintió que no era así y de pronto tuvo el deseo de esconderse, para que el jinete no lo viera-. No es que me importe mucho -dijo disculpándose-, pero preferiría que nadie me viese en el camino; estoy harto de que mis cosas se sepan y discutan. Y si es Gandalf -añadió, como si acabara de ocurrírsele-, le daremos una pequeña sorpresa como pago por su demora. ¡Escondámonos!
Los otros dos corrieron hacia la izquierda, metiéndose en un hoyo, no lejos del camino, y agazapándose. Frodo dudó un segundo; la curiosidad, o algún otro sentimiento, luchaba con el deseo de esconderse. El ruido de cascos se acercaba. Justo a tiempo se arrojó a un lugar de pastos altos, detrás de un árbol que sombreaba el camino. Luego alzó la cabeza y espió con precaución por encima de una de las grandes raíces.
En el codo del camino apareció un caballo negro, no un poney hobbit sino un caballo de gran tamaño, y sobre él un hombre corpulento, que parecía echado sobre la montura, envuelto en un gran manto negro y tocado con un capuchón,
por lo que sólo se le veían las botas en los altos estribos. La cara era invisible en la sombra. Cuando llegó al árbol, frente a Frodo, el caballo se detuvo. El jinete permaneció sentado, inmóvil, con la cabeza inclinada, como escuchando. Del interior del capuchón vino un sonido, como si alguien olfateara para atrapar un olor fugaz; la cabeza se volvió hacia uno y otro lado del camino.
Un repentino miedo de ser descubierto se apoderó de Frodo y pensó en el Anillo. Apenas se atrevía a respirar, pero el deseo de sacar el Anillo del bolsillo se hizo tan fuerte que empezó a mover lentamente la mano. Sentía que sólo tenía que deslizárselo en el dedo para sentirse seguro; el consejo de Gandalf le parecía disparatado. Bilbo mismo había usado el Anillo. «Todavía estoy en la Comarca», pensó, al tiempo que tocaba la cadena del Anillo. En ese momento el jinete se enderezó y sacudió las riendas. El caballo echó a andar, lentamente primero y después con un rápido trote. Frodo se arrastró al borde
del camino y siguió con la vista al jinete, hasta que desapareció a lo lejos. No podía asegurarlo, pero le pareció que súbitamente, antes de perderse de vista, el caballo había doblado hacia los árboles de la derecha.
Cuando partieron, las sombras de los árboles eran largas y finas sobre el pasto. Caminaban ahora por la izquierda del camino, manteniéndose a distancia de tiro de piedra y ocultándose todo lo posible; pero la marcha era así difícil, pues la hierba crecía en matas espesas, el suelo era disparejo y los árboles comenzaban a apretarse en montecillos.
El sol enrojecido se había puesto detrás de las lomas, a espaldas de los viajeros y la noche iba cayendo antes que llegaran al final de la llanura, que el camino atravesaba en línea recta. De allí doblaba a la izquierda y descendía a las tierras bajas de Yale, en dirección a Cepeda; pero un sendero que se abría a la derecha culebreaba entrando en un bosque de viejos robles hacia la casa del bosque.
- Este es nuestro camino -dijo Frodo.
El anillo viaja desde el País de los Gamos (Buckland) hasta el Bosque Viejo
TURNO 3
Bree era la villa principal de las tierras de Bree, pequeña región habitada, semejante a una isla en medio de las tierras desiertas de alrededor. Los hombres de Bree eran de cabellos castaños, morrudos y no muy altos, alegres e independientes; no servían a nadie, aunque se mostraban amables y hospitalarios con los hobbits, enanos, elfos y otros habitantes del mundo próximo, lo que no era (o es) habitual en la Gente Grande. De acuerdo con sus propias leyendas, descendían de los primeros hombres que se habían aventurado a alejarse hacia el oeste de la Tierra Media y eran los habitantes originales del lugar. Pocos habían sobrevivido a los conflictos de los Días Antiguos, pero cuando los Reyes volvieron cruzando de nuevo las Grandes Aguas, encontraron a los hombres de Bree todavía allí, donde continúan estando ahora, cuando el recuerdo de los viejos Reyes ya se ha borrado en la hierba.
La noche había caído y unas estrellas blancas brillaban en el cielo cuando Frodo y sus compañeros llegaron al fin al cruce del Camino Verde, ya cerca de la aldea. Avanzaron hacia la Puerta del Este y la encontraron cerrada, pero un hombre estaba sentado frente a la casita, del otro lado de la cerca. El hombre se incorporó de un salto, alcanzó una linterna y los miró por encima de la puerta de trancas, sorprendido.
-¿Qué quieren y de dónde vienen? -preguntó con tono áspero.
-Buscamos la posada -respondió Frodo-. Vamos hacia el oeste y no podemos ir más lejos esta noche.
Los hobbits subieron por una pendiente suave, dejaron atrás unas pocas casas dispersas y se detuvieron a las puertas de la posada. Las casas les parecían grandes y extrañas. Sam miró asombrado los tres pisos y las numerosas ventanas del albergue y sintió un desmayo en el corazón. Había imaginado que se las vería con gigantes más altos que árboles y otras criaturas todavía más terribles en algún momento del viaje, pero descubría ahora que este primer encuentro con los hombres y las casas de los hombres le bastaba como prueba, y en verdad era demasiado como término oscuro de una jornada fatigosa.
Llegaron a la posada y en ella, encontraron a un hombre extraño. Trancos lo llamaban. No dejaba de mirar a Frodo, pero este recordaba lo que le había dicho el dueño de la posada.
Es uno de esos que van de un lado a otro. Montaraces, los llamamos.
Con un movimiento de la mano y un cabeceo, invitó a Frodo a que se sentara junto a él. Frodo se acercó y el hombre se sacó la capucha descubriendo una hirsuta cabellera oscura con mechones canosos y un par de ojos grises y perspicaces en una cara pálida y severa.
-Me llaman Trancos -dijo con una voz grave-. Me complace conocerlo.
Aquel sería un encuentro que marcaría sus vidas, pues Trancos no era cualquiera. Gandalf le había dejado una carta en donde le explicaba que su presencia no era casual:
Querido Frodo:
Me han llegado malas noticias. He departir inmediatamente. Harás bien en dejar la Comarca antes de fines de julio, como máximo. Regresaré tan pronto como pueda y te seguiré, si descubro que te has ido. Déjame aquí un mensaje, si pasas por Bree. Puedes confiar en el posadero. Quizás encuentres en el camino a un amigo mío: un hombre, delgado, oscuro, alto, que algunos llaman Trancos. Conoce nuestro asunto y te ayudará. Marcha hacia Rivendel. Espero que allí nos encontremos de nuevo. Si no voy, Elrond te avisará.
Tuyo, de prisa
Gandalf.PS. ¡No vuelvas a usarlo, por ninguna razón! ¡No viajes de noche!
PPS. Asegúrate de que es el verdadero Trancos. Hay mucha gente extraña en los caminos. El verdadero nombre de Trancos es Aragorn
Con él partieron, escapando de los Jinetes Negros, que sin saberlo, les pisaban los talones.
El anillo viaja desde el Bosque Viejo a las Colinas del Tiempo.
Saruman utiliza la ventaja
UN CUCHILLO EN LA OSCURIDAD
Juega cuando la Comunidad intente abandonar un territorio
La Comunidad debe lanzar un dado y superar un 3 para abandonar el territorio o, si ya tenía que hacerlo, aumentar en +1 la dificultad.
Motivo: Superar dificultades
Tirada: 1d6
Dificultad: 4+
Resultado: 1 (Fracaso)
El anillo permanece un turno más en el Bosque Viejo.
THEODEN usa la ventaja:
LA PERSECUCIÓN DEL PORTADOR DEL ANILLO
Juega al comienzo del turno
Si controlas el territorio que la Comunidad ocupa actualmente puedes colocar 4 unidades allí. En caso contrario, avanza a la Comunidad un Territorio. Esta ventaja ha de usarse antes de terminarse la partida.
Aunque ponga que se usa al comienzo del turno, se usaría al principio del turno 4, por lo que lo actualizo ya ;)
El anillo viaja desde el Bosque Viejo a las Colinas del Tiempo.
TURNO 4
La cima de los vientos fue su lugar de descanso después de dejar atrás duras jornadas de viaje.
El frío aumentaba junto con la oscuridad. Espiando desde los bordes de la cañada no veían otra cosa que una tierra gris, que ahora se borraba rápidamente hundiéndose en las sombras. El cielo había aclarado de nuevo, puntuado por estrellas centelleantes, más numerosas cada vez. Frodo y los demás se apretaban alrededor del fuego, envueltos en todas las ropas y
mantas disponibles, pero Trancos se contentaba con una capa y estaba sentado un poco aparte, aspirando pensativo el humo de la pipa.
Cuando caía la noche y el fuego comenzó a arder con llamas brillantes, Trancos se puso a contarles historias a los hobbits, para distraerles y que olvidaran el miedo. Conocía muchas historias y leyendas de otras épocas, de elfos y hombres, y de los acontecimientos fastos y nefastos de los Días Antiguos. Los hobbits se preguntaban cuántos años tendría y dónde habría aprendido todo esto.
El frío arreciaba en la cima de los vientos y el sueño se les echó encima, pero en ese momento vieron una silueta pequeña y sombría, que se recortaba a la luz de la luna, sobre la cima del monte. Quizá no era más que una piedra grande o una saliente de roca visible a la luz pálida.
Sam y Merry se pusieron de pie y se alejaron de la hoguera. Frodo y Pippin se quedaron sentados y en silencio. Trancos observaba atentamente la luz de la luna sobre la colina. Todo parecía tranquilo y silencioso, pero Frodo sintió que un miedo frío le invadía el corazón, ahora que Trancos ya no hablaba. Se acurrucó acercándose al fuego. En ese momento Sam volvió corriendo desde el borde de la cañada.
-No sé qué es -dijo-, pero de pronto sentí miedo. No saldría de este agujero por todo el oro del mundo. Sentí que algo trepaba arrastrándose por la pendiente.
-¿No viste nada? -preguntó Frodo incorporándose de un salto.
-No, señor. No vi nada, pero no me detuve a mirar.
-Yo vi algo -dijo Merry-, o así me pareció. Lejos hacia el oeste donde la luz de la luna caía en los llanos, más allá de las sombras de los picos, creí ver dos o tres sombras negras. Parecían moverse hacia aquí.
-¡Acercaos todos al fuego, con las caras hacia afuera! -gritó Trancos-. ¡Tened listos los palos más largos!
Durante un tiempo en que apenas se atrevían a respirar estuvieron allí, alertas y en silencio, de espaldas a la hoguera, mirando las sombras que los rodeaban. Nada ocurrió. No había ningún ruido ni ningún movimiento en la noche. Frodo cambió de posición; tenía que romper el silencio y gritar.
-¡Calla! -murmuró Trancos.
-¿Qué es eso? -jadeó Pippin al mismo tiempo.
Sobre el borde de la pequeña cañada, del lado opuesto a la colina, sintieron, más que vieron, que se alzaba una sombra, una sombra o más. Miraron con atención y les pareció que las sombras crecían. Pronto no hubo ninguna duda: tres o cuatro figuras altas estaban allí, de pie en la pendiente, mirándolos. Tan negras eran que parecían agujeros negros en la sombra oscura que los circundaba. Frodo creyó oír un débil siseo, como un aliento venenoso, y sintió que se le helaban los huesos. En seguida las sombras avanzaron lentamente.
El terror dominó a Pippin y a Merry que se arrojaron de cara al suelo. Sam se encogió junto a Frodo. Frodo estaba apenas menos aterrorizado que los demás; temblaba de pies a cabeza, como atacado por un frío intenso, pero la repentina tentación de ponerse en seguida el Anillo se sobrepuso a todo y ya no pudo pensar en otra cosa. No había olvidado las Quebradas, ni el aviso de Gandalf, pero algo parecía impulsarlo a desoír todas las advertencias y dejarse llevar. No con la esperanza de huir, o de obtener algo, malo o bueno. Sentía simplemente que tenía que sacar el anillo y ponérselo en el dedo. No podía hablar. Sabía que Sam lo miraba, como dándose cuenta de que su amo pasaba en ese momento por una prueba muy dura, pero no era capaz de volverse hacia él. Cerró los ojos y luchó un rato y al fin la resistencia se hizo insoportable y tiró lentamente de la cadena y se deslizó el Anillo en el índice de la mano izquierda.
Inmediatamente, aunque todo lo demás continuó como antes, indistinto y sombrío, las sombras se hicieron terriblemente nítidas. Podía verlas ahora bajo las negras envolturas. Eran cinco figuras altas: dos de pie al borde de la concavidad, tres avanzando. En las caras blancas ardían unos ojos penetrantes y despiadados; bajo los mantos llevaban unas vestiduras largas y grises; yelmos de plata cubrían las cabelleras canosas y las manos macilentas sostenían espadas de acero. Los ojos cayeron sobre Frodo y lo traspasaron, las figuras se precipitaron hacia él. Desesperado, Frodo sacó la espada y le pareció que emitía una luz roja y vacilante, como un tizón encendido. Dos de las figuras se detuvieron. La tercera era más alta que las otras; tenía una cabellera brillante y larga y sobre el yelmo llevaba una corona. En una mano sostenía una espada y en la otra un cuchillo y tanto el cuchillo como la mano resplandecían con una pálida luz. La forma acometió, echándose sobre Frodo.
En ese momento Frodo se arrojó al suelo y se oyó gritar en voz alta:
-¡O Elbereth! ¡Gilthoniel! -Al mismo tiempo lanzó un golpe contra los pies del enemigo. Un grito agudo se elevó en la noche; y Frodo sintió un dolor, como si un dardo de hielo envenenado le hubiese traspasado el hombro izquierdo. En el mimo instante en que perdía el conocimiento y como a través de un torbellino de niebla, alcanzó a ver a Trancos que salía saltando de la oscuridad, esgrimiendo un tizón ardiente en cada mano. Haciendo un último esfuerzo, Frodo se sacó el Anillo del dedo y lo apretó en la mano derecha.
El anillo viaja desde Fornost a las Colinas del Tiempo (disculpad, el anterior era del Bosque viejo a Fornost)
TURNO 5
El viaje desde la Cima de los Vientos estaba siendo cada vez más difícil, debido a la herida que había recibido Frodo. Los hobbits estaban extenuados y cada paso que daban parecía alejarles, más que acercarles a su destino.
Rivendel.
De repente, oyeron un eco detrás de ellos, como si unos pasos vinieran siguiéndoles por el desfiladero en el que se encontraban en aquel instante. Era un sonido impetuoso, como si un viento soplara derramándose entre las ramas de los pinos.
-¡Huid! ¡Huid! ¡El enemigo está sobre nosotros! -dijo una voz del grupo.
Todos aceleraron el paso y de repente, se oyó claramente un galope de caballos. Saliendo del túnel de árboles que acababan de dejar apareció un Jinete Negro. Tiró de las riendas y se detuvo, balanceándose en la silla. Otro lo siguió y luego otro y en seguida otros dos.
-¡Corre! ¡Corre! -le gritaron a Frodo.
Frodo no obedeció inmediatamente, como dominado por una extraña indecisión. Llevando el caballo al paso, se volvió para mirar atrás. Los Jinetes parecían alzarse sobre las grandes sillas como estatuas amenazadoras en lo alto de un cerro negro y macizo, mientras que todos los bosques y tierras de alrededor se desvanecían como en una niebla. De pronto el corazón le dijo a Frodo que los Jinetes estaban ordenándole en silencio que esperara. En seguida y a la vez, el miedo y el odio despertaron en él. Soltó las riendas y echando mano a la empuñadura de la espada, la desenvainó con un relámpago
rojo.
Por fortuna, el caballo en el que montaba se precipitó hacia delante, olvidándose de la voluntad de su jinete, y corrió como
el viento por la última vuelta del camino. Al mismo tiempo los caballos negros se lanzaron colina abajo persiguiéndolo y se oyó el grito terrible de los Jinetes, semejante a aquel que Frodo había oído alguna vez en la lejana Cuaderna del Este, como un horror que venía de los bosques. Otros gritos respondieron y ante la desesperación de Frodo y sus amigos, cuatro Jinetes más asomaron rápidamente entre los árboles y rocas que se veían a la izquierda a lo lejos.
Dos fueron hacia Frodo; dos galoparon como enloquecidos hacia el vado, para cerrarle el paso. Le parecía a Frodo que corrían como el viento y que cambiaban rápidamente haciéndose más grandes y oscuros a medida que los distintos cursos convergían hacia él.
Frodo miró un instante por encima del hombro. Ya no veía a sus amigos. Los Jinetes que venían detrás perdían terreno. Miró otra vez adelante y perdió toda esperanza. No parecía tener ninguna posibilidad de llegar al vado antes que los Jinetes emboscadas le salieran al encuentro. Podía verlos claramente ahora; se habían quitado las capuchas y los mantos negros y estaban vestidos de blanco y gris. Las manos pálidas esgrimían espadas desnudas y llevaban yelmos en las cabezas. Los ojos fríos relampagueaban y unas voces terribles increpaban a Frodo.
El miedo dominaba ahora enteramente a Frodo. No pensó más en su espada. No lanzó ningún grito. Cerró los ojos y se aferró a las crines del caballo. El viento le silbaba en los oídos y las campanillas del arnés se sacudían en un agudo repiqueteo. Un aliento helado lo traspasó como una espada, cuando en un último esfuerzo, como un relámpago de fuego blanco, volando como si tuviera alas, el caballo élfico pasó de largo ante la cara del jinete más adelantado.
Frodo oyó el chapoteo del agua, que batía espumosa alrededor. Sintió cómo el caballo empujaba subiendo rápidamente, dejando el río y escalando el sendero pedregoso. Trepaba ahora por la orilla escarpada.
Había cruzado el vado.
Pero los perseguidores venían cerca. En lo alto de la barranca, el caballo se detuvo y dio media vuelta relinchando furiosamente. Había nueve Jinetes allí abajo, junto al agua, y Frodo se sintió desfallecer ante la amenaza de aquellas caras levantadas. No sabía de nada que pudiera impedirles cruzar también el vado y entendió que era inútil tratar de escapar por el largo e incierto camino que llevaba a los lindes de Rivendel, una vez que los Jinetes hubiesen vadeado el agua. De todos modos sintió que le habían ordenado perentoriamente que se detuviera. La cólera lo dominó otra vez, pero ya no tenía fuerzas para resistirse.
De pronto el jinete que iba delante espoleó el caballo, que llegó al agua y se encabritó retrocediendo. Haciendo un gran esfuerzo Frodo se irguió en la silla y esgrimió la espada.
-¡Atrás! - gritó -. ¡Volved a la Tierra de Mordor y no me sigáis! -llamó con una voz que a él mismo le pareció débil y chillona. Los Jinetes se detuvieron, pero le replicaron con una risa dura y escalofriante.
-¡Vuelve! ¡Vuelve! -gritaron-. ¡A Mordor te llevaremos!
-¡Atrás! -murmuró Frodo.
-¡El Anillo! ¡El Anillo! - gritaron los Jinetes con voces implacables, e inmediatamente el cabecilla forzó al caballo a entrar en el agua, seguido de cerca por otros dos Jinetes.
Con un último esfuerzo y esgrimiendo la espada, Frodo volvió a gritar
-¡No tendréis el Anillo ni me tendréis a mí!
Entonces el cabecilla que estaba ya en medio del vado se enderezó amenazante sobre los estribos y alzó la mano. Frodo sintió que había perdido la voz. Tenía la lengua pegada al paladar y el corazón le golpeaba con furia. La espada se le quebró y se le desprendió de la mano temblorosa. El caballo élfico se encabritó resoplando. El primero de los caballos negros ya estaba
pisando la orilla. En ese momento se oyó un rugido y un estruendo: un ruido de aguas turbulentas que venía arrastrando piedras. Frodo vio confusamente que el río se elevaba y que una caballería de olas empenachadas se acercaba aguas abajo. Unas llamas blancas parecían moverse en las cimas de las crestas y hasta creyó ver en el agua unos Jinetes blancos que cabalgaban caballos blancos con crines de espuma. Los tres Jinetes que estaban todavía en medio del vado desaparecieron de pronto bajo las aguas espumosas. Los que venían detrás retrocedieron espantados.
Exhausto, Frodo oyó gritos y creyó ver, más allá de los Jinetes que titubeaban en la orilla, una figura brillante de luz blanca y atrás unas pequeñas formas sombrías que corrían llevando fuegos, y las llamas rojizas refulgían en la niebla gris que estaba cubriendo el mundo. Los caballos negros enloquecieron y dominados por el terror saltaron hacia adelante arrojando a los Jinetes a las aguas impetuosas. Los gritos penetrantes se perdieron en el rugido del río, que arrastró a los Jinetes. Frodo sintió entonces que caía y le pareció que el estruendo y la confusión crecían y lo envolvían llevándoselo junto con sus enemigos. No oyó ni vio nada más.
La comunidad viaja desde las Colinas del Tiempo a las Quebradas del Sur
TURNO 6
Frodo despertó y se encontró tendido en una cama. Al principio creyó que había dormido mucho, luego de una larga pesadilla que todavía le flotaba en las márgenes de la memoria. ¿O quizás había estado enfermo? Pero el cielo raso le parecía extraño: chato, y con vigas oscuras, muy esculpidas. Se quedó acostado todavía un momento, mirando los parches de sol en la pared y
escuchando el rumor de una cascada.
-¿Dónde estoy y qué hora es? -le preguntó en voz alta al cielo raso.
-En la casa de Elrond, y son las diez de la mañana -dijo una voz-. Es la mañana del veinticuatro de octubre, si quieres saberlo.
-¡Gandalf! -exclamó Frodo, incorporándose. Allí estaba el viejo mago, sentado en una silla junto a la ventana abierta.
Aquel fue el primero de muchos encuentros para Frodo, que descubrió que había estado a punto de perecer a causa de la mortífera arma del jinete negro, pero que finalmente había sido salvado por los elfos y gracias a los conocimientos de Elrond. Pero muchos y apremiantes problemas debían resolverse, y pronto.
En los días posteriores, se celebró un importante Concilio que reunió a representantes de todas las razas de la Tierra Media y en el cual, se habló largo y tendido sobre la historia del anillo y qué debía hacerse con él.
En él se habló de cómo apareció el anillo único, sí, ese que Frodo había llevado, pero también de la traición de Saruman y el destino que a todos les esperaba si no lo destruían.
-Hay que destruir el Anillo -determinó Elrond con gravedad -. Y hay solo un lugar en el que eso podrá hacerse: el mismo fuego en el que fue forjado, el Monte del Destino. En Mordor.
Tras múltiples discusiones se decidió formar una compañía que ayudaría al único al que podía encomendársele esa tarea. Frodo sería el portador del anillo, pero no iría solo, sino acompañado de sus fieles camaradas y amigos hobbits, Boromir y Aragorn por la raza de los hombres, Legolas, por los elfos, Gimli hijo de Gloin por los enanos, y Gandalf el gris, para guiarles en su peligroso camino.
La comunidad viaja desde las Quebradas del Sur a Rhudaur (Rivendel)
TURNO 7
La Compañía cargó poco material de guerra, pues confiaban más en pasar inadvertidas que en la suerte de una batalla. Aragorn llevaba a Andúril y ninguna otra arma, e iba vestido con ropas de color verde y pardo mohosos, como un jinete del desierto. Boromir tenía una larga espada, parecida a Andúril, pero de menor linaje, y cargaba además un escudo y el cuerno de guerra.
En ese momento Elrond salió con Gandalf y pidió a la Compañía que se acercase.
-He aquí mis últimas palabras -dijo en voz baja-. El Portador del Anillo parte ahora en busca de la Montaña del Destino. Toda responsabilidad recae sobre él: no librarse del Anillo, no entregárselo a ningún siervo de Sauron y en verdad no dejar que nadie lo toque, excepto los miembros del Concilio o la Compañía y esto en caso de extrema necesidad. Los otros van con él como acompañantes voluntarios, para ayudarlo en esa tarea. Podéis detenemos, o volver, o tomar algún otro camino, según las circunstancias. Cuanto más lejos lleguéis, menos fácil será retroceder, pero ningún lazo ni juramento os obliga a ir más allá de vuestros propios corazones, y no podéis prever lo que cada uno encontrará en el camino.
El camino fue largo y agotador. Tras intentar el paso de Caradhras, decidieron dirigirse hacia el único camino que les quedaba. Moria.
Todos estaban cansados y tenían los pies doloridos, pero siguieron tercamente por aquella senda sinuosa y áspera durante muchas millas. El sol comenzó a descender. Luego de un breve descanso y una rápida comida, continuaron la marcha. Las montañas parecían observarlos de mala manera, pero el sendero corría por una profunda hondonada y sólo veían las estribaciones más altas y los picos lejanos del este.
Al fin llegaron a una vuelta brusca del sendero. Habían estado marchando hacia el sur entre el borde del canal y una pendiente abrupta a la izquierda; pero ahora el sendero corría de nuevo hacia el este. Casi en seguida vieron ante ellos un risco bajo, de unas cinco brazas de alto, que terminaba en un borde mellado y roto. Un hilo de agua bajaba del risco, goteando a lo largo de una grieta que parecía haber sido cavada por un salto de agua, en otro tiempo caudaloso.
-¡Las cosas han cambiado en verdad! - dijo Gandalf -. Pero no hay error posible respecto del sitio. Esto es todo lo que queda de los Saltos de la Escalera. Si recuerdo bien hay unos escalones tallados en la roca a un lado, pero el camino principal se pierde doblando a la izquierda y sube así hasta el terreno llano de la cima. Había también un valle poco profundo que subía más allá de las cascadas hasta las Murallas de Moria y el Sirannon atravesaba ese valle con el camino a un lado.
El tenebroso lugar les esperaba no demasiado lejos de ellos.
La comunidad viaja desde Rhudaur (Rivendel) a Eregion
TURNO 8
¡Bueno, aquí estamos al fin! - dijo Gandalf -. Aquí concluye el Camino de los Elfos que viene de Acebeda. El acebo era el signo de las gentes de este país y los plantaron aquí para señalar los límites del dominio, pues la Puerta del Oeste era utilizada para traficar con los Señores de Moria. Eran aquellos días más felices, cuando había a veces una estrecha amistad entre gentes de distintas razas, aun entre enanos y elfos.
El viaje hasta las minas de Moria había sido largo y sinuoso, pero por fin habían alcanzado su destino. Con mucho esfuerzo, el mago gris logró encontrar la puerta de entrada. Justo entre la sombra de los árboles había un espacio liso y Gandalf pasó por allí las manos de un lado a otro, murmurando entre dientes. Luego dio un paso atrás.
La luna brillaba en ese momento sobre la superficie de roca gris; pero durante un rato no vieron nada nuevo. Luego lentamente, en el sitio donde el mago había puesto las manos, aparecieron unas líneas débiles, como delgadas vetas de plata que corrían por la piedra. Al principio no eran más que hilos pálidos, como unos centelleos a la luz plena de la luna, pero poco a poco se hicieron más anchos y claros, hasta que al fin se pudo distinguir un dibujo.
Arriba, donde Gandalf ya apenas podía alcanzar, había un arco de letras entrelazadas en caracteres élficos. Abajo, aunque los trazos estaban en muchos sitios borrados o rotos, podían verse los contornos de un yunque y un martillo y sobre ellos una corona con siete estrellas. Más abajo había dos árboles y cada uno tenía una luna creciente. Más clara que todo el resto una
estrella de muchos rayos brillaba en medio de la puerta.
-Está escrito en una lengua élfica del Oeste de la Tierra Media en los Días Antiguos -respondió Gandalf -. Dicen sólo Las Puertas de Durin, Señor de Moria. Di amigo y entra. Y más abajo en caracteres pequeños y débiles está escrito: Yo, Narvi, construí estas puertas. Celebrimbor de Acebeda grabó estos signos.
Recogiendo la vara y de pie ante la roca, dijo con voz clara:
-Mellon!
La estrella brilló brevemente y se apagó. En seguida, en silencio, se dibujó una gran puerta, aunque hasta entonces no habían sido visibles ni grietas ni junturas. Se dividió lentamente en el medio y se abrió hacia afuera pulgada a pulgada hasta que ambas hojas se apoyaron contra la pared. A través de la abertura pudieron ver una escalera sombría y empinada, pero más allá de los primeros escalones la oscuridad era más profunda que la noche. La Compañía miraba con ojos muy abiertos.
-¡Bueno, vamos!
Gandalf se adelantó y puso el pie en el primer escalón. Pero en ese momento ocurrieron varias cosas. Frodo sintió que algo lo tomaba por el tobillo y cayó dando un grito. Se oyó un relincho terrible y Bill el poney corrió espantado a lo largo de la orilla perdiéndose en la oscuridad. Sam saltó detrás y oyendo en seguida el grito de Frodo regresó de prisa, llorando y maldiciendo. Los otros se volvieron y observaron que las aguas huían, como si un ejército de serpientes viniera nadando desde el extremo sur. Un largo y sinuoso tentáculo se había arrastrado fuera del agua; era de color verde pálido, fosforescente y húmedo. La extremidad provista de dedos había, aferrado a Frodo y estaba llevándolo hacia el agua. Sam, de rodillas, lo atacaba a cuchilladas. El brazo soltó a Frodo y Sam arrastró a su amo alejándolo de la orilla y pidiendo auxilio. Aparecieron otros veinte tentáculos extendiéndose como ondas. El agua oscura hirvió y el hedor era espantoso.
-¡Por la puerta! ¡Subid las escaleras! ¡Rápido! -gritó Gandalf saltando hacia atrás.
Arrancándolos al horror que parecía haberlos encadenado a todos al suelo, excepto a Sam, Gandalf consiguió que corrieran hacia la puerta. Habían reaccionado justo a tiempo. Sam y Frodo estaban unos pocos escalones arriba y Gandalf comenzaba a subir cuando los tentáculos se retorcieron tanteando la playa angosta y palpando la pared del risco y las puertas. Uno reptó sobre el umbral, reluciendo a la luz de las estrellas, Gandalf se volvió e hizo una pausa. Estaba considerando Qué palabra podría cerrar la galería desde dentro cuando unos brazos serpentinas se enroscaron a las puertas y con un terrible esfuerzo las hicieron girar, Las puertas batieron resonando y la luz desapareció. Un ruido de crujidos y golpes llegó sordamente a través de la piedra maciza. Sam, asiéndose del brazo de Frodo, se dejó caer sobre un escalón en la negra oscuridad.
Oyeron que Gandalf bajaba los escalones y arrojaba la vara contra la puerta. Hubo un estremecimiento en la piedra y los escalones temblaron, pero las puertas no se abrieron.
-¡Bueno, bueno! -dijo el mago-. Ahora el pasadizo está bloqueado a nuestras espaldas y hay una sola salida... del otro lado de la montaña. ¡Sigamos adelante, pues!
La Comunidad viaja desde Eregión hasta Moria.
TURNO 9
La compañía avanzó por el interior de las minas. Las que antaño estuvieran llenas de lujo y vida, eran ahora lugares muertos y carentes de esperanza. De pronto, todos vieron una luz. Vacilaba y reverberaba en las paredes del pasadizo. Ahora podían ver por dónde iban: descendían una pendiente rápida y un poco más adelante había un arco bajo; de allí venía la claridad creciente. El aire era casi sofocante.
Cuando llegaron al arco, Gandalf se adelantó indicándoles que se detuvieran. Fue hasta poco más allá de la abertura y los otros vieron que un resplandor le encendía la cara. El mago dio un paso atrás.
-Esto es alguna nueva diablura -dijo Gandalf - preparada sin duda para darnos la bienvenida. Pero sé dónde estamos: hemos llegado al Primer nivel, inmediatamente deba o de las puertas. Esta es la Segunda Sala de la Antigua Moria y las puertas están cerca: más allá del extremo este, a la izquierda, a un cuarto de milla. Hay que cruzar el puente, subir por una ancha escalinata, luego un pasaje ancho que atraviesa la Primera Sala, ¡y fuera! ¡Pero venid y mirad!
Espiaron y vieron otra sala cavernosa. Era más ancha y mucho más larga que aquella en que habían dormido. Estaban cerca de la pared del este; se prolongaba hacia el oeste perdiéndose en la oscuridad. Todo a lo largo del centro se alzaba una doble fila de pilares majestuosos. Habían sido tallados como grandes troncos de árboles y una intrincada tracería de piedra imitaba las ramas que parecían sostener el cielo raso. Los tallos eran lisos y negros, pero reflejaban oscuramente a los lados un resplandor rojizo. Justo ante ellos, a los pies de dos enormes pilares, se había abierto una gran fisura. De allí venía una ardiente luz roja y de vez en cuando las llamas lamían los bordes y abrazaban la base de las columnas. Unas cintas de humo negro flotaban en el aire cálido.
Aún mientras hablaban escucharon de nuevo el insistente redoble de tambor: bum, bum, bum. Más allá de las sombras en el extremo oeste de la sala estallaron unos gritos y llamadas de cuerno. Bum, bum: los pilares parecían temblar y las llamas oscilaban.
-¡Ahora la última carrera! -dijo Gandalf-. Si afuera brilla el sol, aún podemos escapar. ¡Seguidme!
Se volvió a la izquierda y echó a correr por el piso liso de la sala. La distancia era mayor de lo que habían creído. Mientras corrían oyeron los golpeteos y los ecos de muchos pies que venían detrás. Se oyó un chillido agudo: los habían visto. Hubo luego un clamor y un repiqueteo de aceros. Una flecha silbó por encima de la cabeza de Frodo.
-¡Mirad adelante! - llamó Gandalf -. Nos acercamos al puente. Es angosto y peligroso.
De pronto Frodo vio ante él un abismo negro. En el extremo de la sala el piso desapareció y cayó a pique a profundidades desconocidas. No había otro modo de llegar a la puerta exterior que un estrecho puente de piedra, sin barandilla ni parapeto, que describía una curva de cincuenta pies sobre el abismo. Era una antigua defensa de los enanos contra cualquier enemigo que pusiera el pie en la primera sala y los pasadizos exteriores. No se podía cruzar sino en fila de a uno. Gandalf se detuvo al borde del precipicio y los otros se agruparon detrás.
-¡Tú adelante, Gimli! -dijo-. Luego Pippin y Merry. ¡Derecho al principio y escaleras arriba después de la puerta!
Las flechas cayeron sobre ellos. Una golpeó a Frodo y rebotó. Otra atravesó el sombrero de Gandalf y allí se quedó sujeta como una pluma negra.
Frodo miró hacia atrás. Más allá del fuego vio un enjambre de figuras oscuras, que podían ser centenares de orcos. Esgrimían lanzas y cimitarras que brillaban rojas como la sangre a la luz del fuego. Bum, bum resonaba el redoble, cada vez más alto y más alto, bum, bum.
Legolas se volvió y puso una flecha en la cuerda, aunque la distancia era excesiva para aquel arco tan pequeño. Iba a tirar de la cuerda cuando de pronto soltó la mano dando un grito de desesperación y terror. La flecha cayó al suelo. Dos grandes trolls se acercaron cargando unas pesadas losas y las echaron al suelo para utilizarlas como un puente sobre las llamas. Pero no eran los trolls lo que había aterrorizado al elfo. Las filas de los orcos se habían abierto y retrocedían como si ellos mismos estuviesen asustados. Algo asomaba detrás de los orcos. No se alcanzaba a ver lo que era; parecía una gran sombra y en medio de esa sombra había una forma oscura, quizás una forma de hombre, pero más grande, y en esa sombra había un poder y un terror que iban delante de ella.
Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego y con un salto, la sombra pasó por encima de la grieta. Las llamas subieron rugiendo a darle la bienvenida y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego y en la mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas.
-Un Balrog -murmuró Gandalf-. Ahora entiendo. -Trastabilló y se apoyó pesadamente en la vara.- ¡Qué mala suerte! Y estoy tan cansado.
La figura oscura de estela de fuego corrió hacia ellos. Los orcos aullaron y se desplomaron sobre las losas que servían como puentes. Boromir alzó entonces el cuerno y sopló. El desafío resonó y rugió como el grito de muchas gargantas bajo la bóveda cavernosa. Los orcos titubearon un momento y la sombra ardiente se detuvo. En seguida los ecos murieron, como una llama apagada por el soplo de un viento oscuro, y el enemigo avanzó otra vez.
-¡Por el puente! - gritó Gandalf, recurriendo a todas sus fuerzas- ¡Huid! Es un enemigo que supera todos vuestros poderes. Yo le cerraré aquí el paso. ¡Huid!
Aragorn y Boromir hicieron caso omiso de la orden y afirmando los pies en el suelo se quedaron juntos detrás de Gandalf, en el extremo del puente. Los otros se detuvieron en el umbral del extremo de la sala, y miraron desde allí, incapaces de dejar que Gandalf enfrentara solo al enemigo.
El Balrog llegó al puente. Gandalf aguardaba en el medio, apoyándose en la vara que tenía en la mano izquierda; pero en la otra relampagueaba Glamdring, fría y blanca. El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo envolvía se abrió a los lados como dos vastas alas. En seguida esgrimió el látigo y las colas crujieron y gimieron. Un fuego le salía de la nariz.
Pero Gandalf no se movió.
-No puedes pasar -dijo. Los orcos permanecieron inmóviles y un silencio de muerte cayó alrededor-. Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor. No puedes pasar. El fuego oscuro no te servirá de nada, llama de Udûn. ¡Vuelve a la Sombra! No puedes pasar.
La comunidad permanece en Moria