En las últimas etapas de la rehabilitación, una figura acudió en vuestra busca; ni más ni menos que Lorelii, la consejera de su inquisidor, que les había informado sobre aquella misión en primer lugar.
- Veo que vuestro servicio no os ha tratado bien. - era difícil saber si se trataba de una burla; fuera como fuese, su tono no abandonó la neutralidad en ningún momento. - Ya tendréis tiempo de lamentaros. Volvemos a Escintilla, pero antes recogeremos cierta mercancía por el camino. - guiñó un ojo a los presentes, como si ya supieran de lo que hablaba, o simplemente para quitarle peso a sus palabras. Antes de continuar, tendió un trozo de pergamino a Gianna, quien estaba más cerca - En cuanto seáis capaces de poneros en camino acudid a este muelle, un transporte espera para llevarnos. Yo me adelantaré a prepararlo todo, de modo que no os retraséis. -
Perdonad la espera, confío en que no haya sido demasiado larga.
Se que algunos estáis deseando dejaros los tronos en nuevo equipo, pero prefiero tratar esos temas una vez hayamos cerrado el epílogo. Estamos y en la recta final, solo queda este último desenlace.
Respecto al pergamino, simplemente indica la dirección, no tiene nada extraño.
Era la primera vez que se tenía que someter a una cirugía; pero sabía que eso iba a ocurrir sí o sí desde que perdió el brazo, y eso que podía haber muerto antes de reunir el dinero suficiente o la oportunidad para someterse a la operación.
Todas esas caras más máquinas que hombres la pusieron nerviosa, pero apretó la mandíbula y se dejó hacer.
Unos pocos días después, Isolda no parecía estar mal; pero no paraba de mover el brazo, mirarlo y comprobar que funcionara al cien por cien, como si tuviera que recuperar todos los movimientos que no había hecho desde que lo perdió y a la vez temiera que se estropeara y tuviera que meterse de nuevo en el quirófano o como llamaran a eso los adeptos de Marte.
Lo que más sorprendía a Isolda era ese ligero tacto que tenía. Era extraño, pero ahí estaba. Sí, tendría que acostumbrarse de nuevo, pero el hecho de poder empuñar el bolter con una mano gracias a ese guante que le dieron cuando perdió el brazo, y tener ahora un brazo más fuerte para usar con un arma de melée, si es que no tenía que andar escondiéndose como una serpiente de nuevo.
-Los Herejes no descansan -dijo resignada la Sororita mientras asentía a las palabras de Lorelii y esperaba a ver qué era ese pergamino que le había otorgado a Gianna.
El Inquisidor Marr no respondió a la pregunta del arbites1 y éste, resignado, se dirigió hacia la sala quirúrgica. Aterrorizado por dentro se puso en manos de los adeptos, a los que temía, a pesar de los resultados de la cirugía juvenat de sus ojos, casi tanto como a los adeptus del Mechanicus.
Los procesos de diagnóstico, de cura del muñón y de injerto de la prótesis fueron dolorosos, llenos de cortes, corrientes y puntos de sutura que el arbites notaba correr bajo su piel, sin duda los resultados eran lo importante, la comodidad no parecía ser prioritaria. Hieronymus aguantó el proceso sin quejarse, sabiendo que sólo las manos de aquellos hombres le separaban de una vida de mendicidad como uno de tantos mutilados de guerra de la Guardia que infestaban la subcolmena de toda ciudad, sin más posesión que una muleta, un cuenco de limosna y un arma con la que defender este último.
Se dejó hacer. Flexionó cuando se le pidió, estiró cuando se le ordenó y caminó y cayó tantas veces como le indicaron. Sin embargo, en su interior algo se había roto. Quizás sólo Heinrich se diera cuenta, quizás ninguno de sus compañeros. La pérdida de su extremidad o quizás las muertes de sus dos compañeros, que se sumaban a las de aquellos que les habían precedido había roto algo en el alma del arbites. Hieronymus guardaba un trozo de casi todos ellos. El colgante chamuscado de Reshi, la daga de misericordia de Taikel, el puñado de hojas que hojeaba Urtzi al caer. Solo de Stig no había podido recuperar nada de entre los cascotes. Todos ellos se habían perdido y con cada uno el arbites había perdido algo que no había perdido en sus años en el arbites.
Ni siquiera la aparición de la dama Dekanta alegró al arbites, que se limitó a inclinar la cabeza respetuosamente. Ya ni siquiera sentía ganas llorar - a vuestras órdenes - fue todo cuanto dijo en aquella breve visita, recordando su incumplimiento de las últimas órdenes que la mujer le diera al partir al servicio del Inquisidor Marr.
1Master: Culpa mía por no fijarme en tu pregunta. En cualquier caso lo más que hará el inquisidor Marr es lanzarte una penetrante mirada con muy mala leche.
Respuesta: no contaba con más. =)
Cuando lo encontraron en los aposentos comunes que les habían dado, Arcturus estaba moviendo a un lado y otro con precaución su nueva y flamante mecadendrita utilitaria, injertada en su espalda, a la altura de los omóplatos: un largo brazo articulado de unos dos metros, serpentino, brillante, con un robusto acople cromado como base, acabado en un pequeño y elegante racimo que recordaba a las combiherramientas que podían haber visto en algunas pictograbaciones marcianas. Incluía seis pistones de óleo bellamente instalados alrededor del mástil principal con inscripciones sagradas en Alto Gótico. Un inciensario profusamente decorado se encontraba acoplado a uno de los lados. Por último, una hoja de corte robusta y nada pretenciosa remataba el conjunto. Parecía que le gustaba, aunque se sintiera todavía un poco torpe con ella.
Al encontrarse con sus compañeros, el tecnosacerdote no pudo dejar de admirar el trabajo que los quirurgos habían hecho con la hermana Isolda; sin duda, una elegante y sobre todo funcional muestra de la comunión entre el espíritu-máquina y el cuerpo humano, y toda una lección de cómo el primero podía mejorar al segundo. Se sintió orgulloso. En el caso de Hieronymus, Arcturus estaba tan contento de verlo caminar de nuevo, si bien un poco renqueante, que no se fijó demasiado en la prótesis en sí misma; era extraño el afecto que aquel hombre había podido despertar en alguien poco dado a sentimentalismos como Arcturus. El viejo podría seguir dando guerra para largo, y se alegraba.
El tecnosacerdote no comentó nada a Dekanta cuando les encomendó la última parte de una misión que parecía no acabarse nunca. Estaba cansado, cansado de todo aquello, pero se dirigieron juntos y en silencio a los muelles con toda la disciplina que se esperaba de ellos.
Sin perder más tiempo que el necesario para recoger vuestras pertenencias os pusísteis en marcha hacia los muelles lo antes posible, aunque igualmente os visteis obligados a recurrir a los poco fiables transportes locales, que provocaron que tardaseis un total de algo más de una hora en cubrir la distancia que os separaba de la localización indicada por Dekanta en su nota.
Los muelles de transporte eran otra estructura tan impresionante como extraña de aquél planeta. Construidos en el límite de un acantilado orientado hacia el mar ácido del planeta, la estructura se hundía en la tierra como gigantescas raices metalicas huecas que contenían una incesante y frenética actividad, tanto de individuos de un lado a otro como de naves sobre sus cabezas en busca de un emplazamiento de aterrizaje.
Vuestra nave os esperaba en una de las zonas más cercanas a los enormes portones abiertos al cielo anaranjado del planeta, ya preparada para partir. Se trataba de un transporte simple, pero robusto, con capacidad para al menos 20 personas, normalmente usado en masa por las naves de peregrinos para hacer descender a sus viajeros hasta la superficie de los mundos que visitaban en sus rutas de expiación. Al acercaros la compuerta trasera se abrió dejándoos paso a un cubículo repleto de asientos de seguridad, y separada por una compuerta con una ventanilla de cristal transparente, la cabina del piloto, donde la figura de Lorelii ocupaba el asiento del copiloto junto a un servidor montado directamente sobre los paneles principales del vehículo.
El vehículo no se puso en marcha de inmediato... ni después de eso. Tras varios minutos Lorelii tampoco os había dirigido la palabra. ¿Qué era lo que ocurría? Sin más opción, abristeis la puerta de la cabina con intención de preguntar lo que ocurría, y entonces saltó la trampa.
Lorelii no estaba consciente, no lo había estado desde antes de que subierais a la nave, pero alguien la había dejado allí para atraparos. En cuanto se abrió la compuerta de la cabina los paneles de la nave se activaron y cerraron por completo la nave, y por varios puntos del fuselaje se escucharos unos chasquidos inmediatamente antes de que el interior comenzara a llenarse de un gas denso y cálido, que os irritaba los ojos y os impedía respirar. Uno a uno acabásteis cayendo al suelo en distintos estados de debilidad, a duras penas conscientes de lo que ocurría a vuestro alrededor. Pasados unos minutos la compuerta se abrió, dejando salir parte del gas cuando unos individuos accedieron al interior del vehículo.
Parecían mutantes monstruosos, pero solo cuando reordenasteis vuestros pensamientos mucho más tarde os disteis cuenta de que en realidad llevaban grotescas máscaras de animales, o simplemente con rostros desfigurados.
Estábais a su merced, no había nada que pudierais hacer para evitarlo, lo último que escuchásteis antes de caer definitivamente en la inconsciencia fue - Con estos ya hay suficientes. Informad al maestro de que recibirá otro envío de ganado muy pronto. -