Isolda clavó la vista en Heinrich, una mirada que parecía sopesar que tipo de munición emplear en él; pero en lugar de gritar y y dejarse llevar habló con una voz fría- Que reconozca sus grandes habilidades para moverse dentro de una colmena o para la investigación criminal no le da autoridad para poder gritarme -dijo la Sororita de forma monótona- No pienso cambiar la forma de orar ni empezaré a dirigir los rezos porque no soy un sacerdote, soy una luchadora si es que no quedó claro.
Ante esto, movió el muñón del brazo izquierdo- Puede que tengas razón, puede que no estéis preparados mentalmente para el enemigo que nos enfrentamos; pero solo intentaba explicaros la sutileza del mal al que nos enfrentamos.
Cuando puntualizó sobre donde estaban y de quien era el piloto, se encogió de hombros- De acuerdo, seguid siendo borregos, yo seguiré preguntándome quién es y por qué, y mantendré vuestra espalda vigilada -no entendían que estaban haciendo un salto al vacío, y la entristecía que Homrom fuera tan ciego y tan borrego- pero si no tuvieramos ciertas capacidades, iniciatica y autonomía no estaríamos aquí, ¿o es que en la misión anterior nos llevaron de la mano?
Cuando veo la agresividad con la que el viejo se acerca a mi, mi primer instinto es acercar la mano a la pistolera que llevo al cinto y desenfundar. Por muy arbitres que sea, no tengo ninguna intencion de dejarme apiolar o golpear o lo que sea que hacen los arbitres cuando algo no les gusta. Pero no tardo en apartarla cuando me doy cuenta de que se va a limitar a ladrar y señalar con el dedo. Que haga lo que le de la gana, yo ya he dicho lo que tenia que decir y para discutir con este haria falta liarse a tiros. Eso seria llevar las cosas demasiado lejos y en realidad, empiezo a estar aburrida de toda esta mierda. Si me callo, se callara antes.
Aun asi, no puedo evitar reflexionar sobre lo que me ha dicho ¿Bandida? Sonrio, supongo que no es del todo desacertado. Si, eso es lo que somos. Bandidos y asesinos, y de la peor especie, pero yo al menos no soy una hipocrita y soy consciente de ello. Los bandidos y los asesinos llevan el terror y la muerte a sus victimas, y eso es lo que hacemos nosotros. Eso es lo que son los enemigos del imperio, lo que son aquellos que quieren destruirlo, nuestras victimas. Es para ello que estamos aqui y es lo correcto. Pues si no son nuestras victimas, nosotros seremos las suyas. He visto suficiente galaxia y xenos como para saber que con nuestros enemigos no hay termino medio. Los propios arbitres imponen el orden por el terror que inspiran. No acabo de entender a que tanto aire, a la guardia no la equipan con caramelos para repartir entre los niños, y sospecho que a los arbitres tampoco, ya que no es su funcion.
Protegemos al imperio de enemigos formidables, enemigos que no nos reservan ningun futuro que no implique un tremendo sufrimiento. Cuando me monto en un chimera y empiezo a disparar desde una torreta lateral no es para transmitirle mi amor y aprecio a los enemigos del imperio, y cuando salto del transporte con mi seccion para asaltar una posicion fortificada con granadas, laser y fuego prometeo, no pretendo que los xenos sientan nada que no sea una comprension dolorosa y absoluta sobre el error de haberse enfrentado a nosotros, quiero que sientan terror. No quiero que otros mundos pasen por lo que paso el mio. Quiero que niñas como Atrella puedan llevar una vida normal, que niñas como yo lo fui en su dia, se vean libres de tener que hacer las cosas que hago yo y vivir y ver lo que yo he vivido y he visto. Quiero que si un dia tengo hijos lleven una vida mejor que yo. Si nuestros enemigos nos temen a nosotros mas que nosotros a ellos, se lo pensaran dos veces antes de atacarnos y quizas asi, todo eso sera posible algun dia por lejano que sea. Asi que ¿Bandida? Si, y estoy orgullosa de ello.
Sin embargo, cuando veo que empieza a darle lecciones sobre fe a Isolda, no puedo evitar llevarme la mano a la frente, este hombre me esta empezando a parecer un atrevido. Puedo entender que trate de dar ordenes a todo el mundo, algunas personas necesitan sentir que estan al frente. A mi me es lo mismo, alguien tiene que hacerlo y no tengo ningun interes en ser yo, bastante tengo con cuidar de mi misma. Pero darle lecciones sobre fe a una sororita me parece llevar las cosas demasiado lejos. - Sugiero que vayamos adentro de una vez, aqui no hacemos una mierda y el tiempo corre.
-Bueno, bueno, tranquilidad, que haya paz.- Arcturus levantó las manos intentando calmar los ánimos, aunque su voz sonó más inexpresiva que nunca; no podía saberse si el tecnosacerdote ensayaba lo que tal vez para él fuese un tono conciliador o si, por el contrario, sonaba hastiado por tanta discusión vana. En realidad, eran disquisiciones puntillosas que dirigidas a acotar el territorio de cada uno de los que intervinieron Gianna, la hermana Isolda y el sargento van Tod, cuando estaba sobradamente claro que el culto al Dios-Máquina y al Emperador que lo encarnaba era lo único indiscutiblemente importante de todo aquello; ellos no eran sino pequeñas piezas en un mecanismo mayor, piezas minúsculas y con abundancia de recambio barato. Pero se calló súbitamente tras el último arranque de furia del arbites, que también, a su manera, marcaba su territorio con los códigos que conocía. Sin embargo, mientras la vena del cuello de Homron seguía hinchandose, se quedó un buen rato mirando a la soldado Gianna, sin decir nada. La acalorada discusión aún dio unos cuantos coletazos. Era increíble cómo podían acalorarse los seres humanos; ningún engranaje, ningún interruptor de las sagradas Máquinas del Emperador tenía aquella necesidad por encontrar su lugar en el mundo y justificarse ante las demás piezas del mecanismo. Gracias al Omnissiah.
Emitió un pequeño ronroneo. -No tengo información significativa y/o relevante acerca de este edificio aparentemente administrativo, señor Homron.
Y luego calló de nuevo, y siguió inmóvil junto al resto del grupo.
El arbites no escuchó las respuestas que Gianna e Isolda pronunciaron a sus espaldas o si lo hizo no hizo el menor gesto que permitiera dar a entender tal cosa. Caminaba con pasos largos, clavando el tacó de las botas en el empedrado al andar, como sí el suelo el responsable de su malhumor.
Cuando el tecnoadepto respondió a la pregunta que el arbites le realizara mucho tiempo atrás, como si hubiera estado meditando sobre ello todo ese tiempo o como si hubiera estado reservando la respuesta para ese preciso momento. El arbites, sin dejar de andar soltó un bufido; quizás en respuesta a sus propios iracundos pensamientos, quizás como signo de haber oido al sacerdote rojo responder aunque fuera a destiempo. En cualquier caso no detuvo el paso, ni volvió atrás la cabeza, buscó la puerta de la cámara 13, tal como les indicaran y descargó el puño sobre ésta llamando, probablemente con más violencia de la que el gesto precisara.
Finalmente, atravesáis los gigantescos pórticos de entrada a los salones de cancillería. En el interior se respira un ambiente asombrósamente frío; a pesar de la amplitud de las salas está iluminado por focos de luz más débiles y escasos de lo que sería necesario, aunque deja entrever la gran bóveda superior de la sala central.
Tras dar los primeros pasos hacia el interior, un grupo de media docena de agentes de las FDP* os sale al paso, y dos de ellos se adelantan a los demás para haceros una señal de que os detengáis. Os indican que no están permitidas las armas en el interior del recinto, y os invitan a dejarlas en unas cajas de almacenamiento que son etiquetadas con nombre del propietario y contenido^.
Tras abandonar a vuestra espalda el peso de la seguridad de vuestras armas, os adentráis en el laberíntico recinto. Enseguida os encontráis obstaculizados por una marea interminable de hombre encapuchados con túnicas negras y grises, servocráneos flotantes por encima de vuestras cabezas y algún que otro mensajero que aparecía tan rápido como desaparecía en otra dirección. Tras agobiantes esfuerzos por adelantaros hasta un escritorio de información pudísteis por fin preguntar por la cámara número 13.
Ante vuestra pregunta, el secretario se gira hacia un hombre que había pasado desapercibido entre la multitud de alrededor, a pesar de que permanecía quieto en su lugar, al contrario que todos los demás. Era un hombre de piel tan grisácea como sus túnicas, era completamente calvo o bien tenía la cabeza afeitada. El secretario indicó que él os guiaría, y el propio individuo os hizo un gesto para que le siguierais. Poco a poco, os apartó de las multitudes que caminaban hacia destinos y propósitos desconocidos, y os adentrásteis en zonas más laberínticas y silenciosas del complejo...
Tras un viaje interminable y serpenteante siguiendo al secretario, llegáis a un entresuelo particularmente ruinoso y casi abandonado en las alturas, a la sombra de la gran bóveda. El camino os lleva a una vieja puerta de aspecto corriente aunque maltratada por el tiempo con una pequeña placa de bronce con la etiqueta “XIII”.
El hombre gris abre la puerta y entráis en una habitación oscura y polvorienta, con muebles de madera negra y apilados desde el suelo hasta el techo junto a libros de lomos deteriorados, incontables rollo de pergamino, y montañas de documentos amarillentos. Un débil fuego crepita en una chimenea en la esquina, y mugrientas lámparas incandescentes distribuidas por las paredes arrojan una luz intermitente. Un segundo hombre gris, idéntico al que os ha guiado hasta aquí, aparece sin hacer ruido por una puerta lateral con una deslustrada bandeja de plata en la que se apilan sobres de pergamino sellados con cera. Os los ofrece uno por uno antes de que ambos abandonen la sala en silencio.
*FDP: Fuerzas de Defensa Planetaria. En pocas palabras pertenecen al ejército local del planeta, al contrario que la guardia imperial, que forma el ejército a nivel de todo el imperio.
^hago esto rápido porque no tenéis opción ni excusa válida para contravenir la autoridad de los agentes en estos momentos.
Termina el prólogo y cierro la escena.