Partida Rol por web

De repente, cuando sus dedos ya comenzaban a palpar la acerada superficie del anillo, algo se removió dentro del cofre, apresando el puño del Hombre de Fuego con una garra de hierro. Al instante, Gunk sintió como una descarga de energía le recorría todo el cuerpo, atravesado su brazo hasta llegar a la columna vertebral. Y desde ahí, la extraña energía irradió un frío mortal a cada uno de sus músculos.

Durante un tiempo que se le antojó interminable, el tosco personaje permaneció completamente inmutable, petrificado por el terror más absoluto. No necesitaba bajar la vista al sarcófago para comprobar que había ocurrido con su mano. Sin embargo, en cuanto lo hizo, impulsado quizás por una fuerza misteriosa que nada tenía que ver con la simple curiosidad, Gunk sintió que la muerte volvía a mirarlo a los ojos.

Y en este caso, no era la pacífica y silenciosa oscuridad que había visitado en el pasillo contiguo, cuando la araña habia clavado su aguijón en su pecho. Ahora veía a la muerte en su horror más terrible...

- Ahhhhh !!!!! - bramó con desesperación, olvidando por completo donde se hallaba.

Sacando fuerza de algún remoto rincón de su espíritu, el Hombre de Fuego atinó a retirar el brazo como pudo. Y de inmediato trató de apartarse de la impía criatura.

Valiant ya estaba pasado de vuelta de todo. Tenía claro que la muerte los rondaba. Aquel esqueleto no era más que la personificación de la idea que había estado tratando de echarles el guante desde que los goblins habían atacado el pueblo aquella noche. Se asustó, claro. Y mucho. Pero el anillo era algo demasiado jugoso como para dejarlo escapar y esa apatía que lo hacía ver todo como si le estuviera pasando a otro eran motivos suficientes para que no huyese de ahí.

No sabía quién era ese cadáver o que fuerza lo estaba animando. Si era la misma muerte, le escupiría a la cara.

—A este cabrón ya le han matado antes, Gunk. Vamos a recordarle que ya no respira.

Asalto 1.

No se sentía nada cómodo peleando a esa distancia. Mala suerte, no tenía posibilidad de escapar, de poner tierra por medio y usar a sus compañeros como escudos de carne. Pelear en esa cripta por su vida, cuerpo a cuerpo, era lo último que tenían intención de hacer. No tenía otra opción.

El acero bailó en su mano. Sus reflejos no eran tan buenos como antes. Horas arrastrándose por aquella maldita cueva terminaban pasándole factura. No podía clavar su daga entre las costillas del esqueleto, así que describió un arco con la daga y trató de clavar el acero en el cráneo de su enemigo.

Asalto 1

La reacción había sido instintiva. Por puro reflejo (y mucho de simple susto) el Hombre de Fuego había dado un repentino paso atrás, liberando su mano de la garra descarnada del esqueleto. Sin embargo, también por puro instinto, su siguiente reacción fue arrojar un furibundo tajo descendente con su espada, buscando acertar en la cabeza de la blasfema criatura.

Gunk sabía que tenía que aprovechar aquella oportunidad. Cuando el monstruo todavía se hallaba medio atrapado en su propio ataúd, y le tomaría algún tiempo liberarse por completo. Aunque, claro, en realidad aquello no era más que una simple corazonada. Pues nadie sabía cómo diablos podía moverse un esqueleto viviente, o qué tan rápido podría hacerlo. Para empezar, ni siquiera debía estar allí.

Asalto 1

Superado el susto inicial que se abate sobre los aldeanos cuando el muerto vuelve a la "vida", es Gunk extrañamente quien primero reacciona. Tras zafarse del frío e inquietante agarre de la mano de huesos, el cordelero blande su espada y la descarga sobre el cadáver viviente mientras éste se dispone a alzarse de su lugar de reposo. Mientras una oleada de nueva energía revigoriza a Gunk, la hoja de su arma se estrella contra el cráneo que ya asoma por los bordes del sarcófago. Sin embargo, y a pesar de la fuerza del impacto, el hueso sólo se astilla y marcas de pequeñas fracturas aparecen a lo largo de la zona donde colisiona el filo. Las fuerzas nigrománticas que animan los restos parecen ser fuertes y aguantan.

Valiant sigue en su reacción a su compañero. Aunque se encuentra en una posición desagradable, en la que no puede poner distancia entre medias, blande su daga contra un enemigo que ofrece pocos y difíciles blancos. El costillar de la criatura parece la mejor apuesta, así que hunde allí su arma. Y es con el impacto de la guarda, mientras el filo se desliza entre dos costillas, con lo que el barbero oye un satisfactorio crujido pero un daño mínimo en los huesos.

Las articulaciones del muerto viviente traquetean cuando, por fin, se alza e incorpora sobre la que es su tumba. Sus puños huesudos se descargan con violencia sobre quien ha osado perturbar su descanso. Por suerte, los primeros golpes que lanza parecen torpes y lentos, así que Gunk no tiene mucho problema en esquivar y parar los puñetazos de aquellos brazos huesudos.

Una renovada oleada de terror agarrotó por un instante los miembros del Hombre de Fuego, al ver como la criatura se erguía para abandonar su lugar de reposo eterno. Pues si ya era bastante terrible ver un muerto que se revolvía en su fosa, verlo alzarse para caminar y lanzarte golpes de puño era directamente sobrecogedor. Por fortuna para Gunk, la parte de su mente que solía analizar las cosas ya se había retirado a un remoto rincón de su cabeza, donde se abrazaba las piernas mientras se mecía en posición fetal llamando a su madre.

Sin embargo, por más inconcebible que fuera aquella amenaza, su mera presencia no dejaba de enfurecer al fornido cordelero. Que estaba ya harto de aquel lugar, donde en todos lados acechaba el peligro, y debía luchar a cada instante por mantenerse con vida. De modo que, sintiendo que sus tripas empezaban a arder por la rabia que crecía en su interior, Gunk reaccionó de la misma manera que lo hacía ante cualquier otro tipo de amenaza, ya fueran terrenas o sobrenaturales: revoleando su espada a diestra y siniestra como un poseso, como si no hubiera mañana. 

De todas las pesadillas que habían enfrentado en aquel lugar aquella era sin duda la más delirante y escalofriante. Sin embargo, el terror que debería estar tomando su cuerpo no lo había hecho. Aquello era matar o morir. Pero no se podía matar a algo que ya estuviera muerto. Incluso descabezado, el esqueleto podría seguir tratando de matarles a golpes.

Un pensamiento lúcido cruzó su mente sumida en tinieblas. Había que desmembrarlo pieza a pieza. Aunque estuviera animado mágicamente no podría perseguirles si le faltaba una pierna. Aparte, las articulaciones eran puntos más débiles. Así que, atacó a una de las piernas con todas sus fuerzas 

Asalto 2

Gunk se debate entre los golpes del esqueleto. Su arma desvía un brazo aquí, despeja otro con su codo por allá, usa el pomo para empujar el cadáver viviente cuando se abalanza peligrosamente sobre él y, en un giro apurado con el arma trazando un molinete a su alrededor, como si pretendiera intimidar y mantener al esqueleto a raya, el cordelero impacta otra vez. En esta ocasión, contra el húmero derecho y el costillar. Y vaya sí golpea. La magia que aun animase a los restos se dispersa y el esqueleto estalla en una lluvia de huesos que caen al suelo con gran estrépito, antes de convertirse en un montón de polvo fino.

Y esto ocurre bien pronto y a tiempo de evitar que Valiant se abochorne innecesariamente con un mal movimiento pobremente apuntado del brazo que empuña la daga.

El golpe desesperado de Gunk alcanzó de lleno a la criatura, que estalló de inmediato en mil pedazos, revoleando minúsculos trozos de hueso en todas direcciones. El maravillado Hombre de Fuego apenas si tuvo oportunidad de girar el rostro y cubrirse a medias con un movimiento de su hombro. Pues el impacto lo había tomado completamente por sorpresa. Simplemente había lanzado un tajo torpe y extremadamente abierto, del tipo que intentaba siempre que pretenía recomponer su posición defensiva, luego de haber quedado desbalanceado por los ataques de sus enemigos. En circunstancias normales, semejante mandoble no tenía la menor posibilidad de hacer el más mínimo daño. Pues cualquier oponente con medio gramo de cerebro, habría visto venir el golpe con total claridad. Y habría retrocedido algún paso para esquivarlo.

Evidentemente, aquel esqueleto no compartía el mismo sentido de supervivencia que la mayoría de las criaturas. Lo cual resultaba lógico, claro. Pues, incluso a pesar de las extrañas fuerzas que lo animaban, no dejaba de estar muerto.

De todos modos, Gunk demoró todavía un buen rato en bajar la guardia. Y cuando finalmente lo hizo, se aproximó a los restos polvorientos del esqueleto y los tanteo muy prudentemente con la punta de su espada. Solo cuando estuvo seguro de que nada más se movía, se inclinó para tomar el anillo que yacía entre los despojos.

- Valian !! Mira !! - dijo mientras lo tomaban entre sus dedos y lo acercaba al rostro para observarlo mejor - Un regalo.

Acto seguido, le arrojó la pequeña joya a su compañero. Y se encaminó a inspeccionar de nuevo el sarcófago. Quizás ahora que no estaba la criatura, podía ver mejor su contenido. 

—¡Lo hicimos! —le dijo a Gunk.

No había sonado muy convincente. Esperaba que su amigo, ¿ahora pensaba en él como un amigo? No se hubiera dado cuenta de la mierda de golpe con el que casi había mellado una de sus dagas al golpear el sarcófago. De haber acertado al esqueleto, le habría hecho cosquillas. Una expresión curiosa. Respiró tranquilo, aunque aquel lugar le daba escalofríos. Enfundó el arma. Miró a un lado, a otro. No más arañas, no más esqueletos. Tampoco más puertas o caminos. Su viaje terminaba allí, en esa sala.

No había oro, animales. No había nada que pudieran utilizar para retomar sus tristes vidas. Tendrían que desandar sus pasos, buscar a los demás…cielos, los demás ¿Qué habrá sido de ellos? … ¿Y después? Seguir bajando y bajando en esa representación física del infierno hasta que ya no pudieran más y el agotamiento, o algo horrible y cruel los atrapase.

Volvió a suspirar. Valiant tomó el regalo. Piensas que es peligroso y por eso quieres dármelo a mí. Triste, pero en el fondo era lo más parecido a un amigo que había tenido nunca.

—Gracias.

Lo examinó, de lejos y de cerca, a la luz de la antorcha. Lo pasó entre sus dedos, intentó adivinar de que material estaba hecho. ¿Esa gema era un rubí? ¿Qué podría costar? El esqueleto estaba muerto. ¿Cómo había llegado allí? ¿Por qué los goblins lo guardaban? ¿Tenía sentido algo?

La mejor forma de no perder el anillo era ponérselo. Así que lo hizo, en el mismo dedo que lo había llevado el muerto.

La calma regresa paulatinamente al sepulcro, una vez su ocupante reanimado descansa, esta vez sí, en paz. Gunk registra los restos polvorientos del que fuera su adversario con la esperanza de que el anillo hubiera sobrevivido al destino de los huesos que lo portaban. Y así es; pronto lo tiene entre sus dedos, mientras un fino hilo de polvo discurre al alzarlo frente a sus ojos.

Aunque su interés pronto se desvía. Arroja la pequeña joya a Valiant mientras el cordelero vuelve a examinar el sarcófago. Pero aunque lo tienta varias veces, no encuentra nada más. No hay más pertenencias del difunto ni dobles fondos ni compartimentos secretos. Entre tanto, Valiant observa el anillo. Incluso llega a ponérselo. No siente nada especial cuando la joya por fin adorna su dedo. Puede que sea normal y corriente y que haya resistido el paso del tiempo mejor que su anterior dueño. De hecho, el barbero estima que podrían sacar trescientas (300) coronas de plata fácilmente si lo vendieran en alguna ciudad o villa.

Había esperado que el anillo le dotase de un gran poder, sin una gran responsabilidad, o que licuase músculo, piel y hueso hasta convertirle en una masa amorfa de órganos burbujeantes. Nada de eso había pasado. Observó bien el anillo, que quedaba perfecto en su mano. Solo era un anillo. Un puñetero anillo de trescientas monedas de oro. Cuatrocientas si logró venderlo bien. Se lo sacó del dedo. Empezó a reír. Una risa profunda, arrogante.

—Ganamos Gunk. Al final, ganamos.

Y siguió riendo. El anillo era algo con lo que podrían llenar bolsillos, buche y esos agujeros que la mala suerte había provocado en sus vidas. Pero no era lo único que se habían llevado. El oro, la suerte, las mujeres. Iban y venían. Pero ellos habían encontrado algo más allí. Camaradería, si, pero también desafío. Y poder. Poder sobre la vida de los demás. Poder para matar, para domeñar la vida a golpe de espada y cuchillo. Apuñalando, tajando, asesinando. Poder. Si la vida no te repartía buenas cartas le dabas una patada a la mesa y la emprendías con los jugadores.

Durante toda su vida Valiant había sido demasiado cobarde como para salirse de la mediocridad de sus propios miedos, de las leyes del hombre, de lo que la sociedad le decía como debía hacer. Y todo por temor a perder lo poco que tenía. Cuando uno no tenía nada, podía arriesgar la vida, que siempre era la última pertenencia. Pero ahora que tenía el anillo, necesitaba algo más que oro. Necesitaba el riesgo.

—¿Lo ves Gunk? Brilla como la sangre. La sangre de todos aquellos a los que les hemos arrebatado la vida. Y donde había uno, seguro hay más.

Terminó, girándose hacia su compañero con una extraña sonrisa en los labios.