El corazón de Miriel se sentía lleno de gozo y alegría por haber sido escogida finalmente por la dama Irimë para acompañarles. Valoraba que el príncipe Legolas confiara en ella para esta misión, pero era la compañía de la dama lo que realmente le hacía sentirse especial por poder disfrutar unos pocos días de la luz de los dos árboles que aún era capaz de transmitir. Cuán bellos debieron ser para que su luz aún perdurase en aquellos que tuvieron la fortuna de poder bañarse en ella.
Aquella noche era una noche de celebración como pocas recordaría en las próximas décadas. A pesar de hallarse en el Bosque Negro donde la Sombra acechaba constantemente sabía que nada podría rodeada de sus hermanos y hermanas silvanos en compañía de la dama. Bebería y comería disfrutando cada bocado y cada sorbo como si fuera la primera vez que probara tales manjares, por sencillos que fueran. En los próximos días tendrían que conformarse con la comida de Vanwa y Baldbrand, que aún siendo magnífica con las pocas cosas que solían encontrar en el camino, sería paupérrima en comparación con lo que el príncipe compartiría para despedir a la dama. Sería una noche donde poder unir de nuevo su voz a las canciones de sus hermanos, aunque ahora sintiera algo de vergüenza al cantar en presencia de la dama cuya voz tan etérea regalaba sus oídos.
Vanwa estaba feliz. Más que feliz. ¡La Dama había dicho su nombre! Y como sonaba cuando lo pronunciaba ella... Tenía tantas preguntas para ella... Pero en lugar de eso la observaba sin disimulo. Cada detalle. La Dama bañada por Telperion y Laurelin. ¿Cúantos quedarían como ella sobre la Tierra Media? Oh... Qué injusto era, pues ella no tenía la incertidumbre para volver a valinor. Ya había estado allí. Para ella era realmente un retorno a casa. En cambio para los elfos menos afortunados como Miriel o él mismo era un misterio. ¿Pero eso quitaba o añadía valor a aquel viaje? Reflexionó sobre todo aquello y se guardó sus conclusiones para él mismo, con una sonrisa satisfecha. No era necesario importunar a dama Irimë con más cháchara.
En lugar de eso se esforzó en animar a Ainar. Se le veía más gruñón de lo habitual, así que llenó con holgura su copa y le palmeó la espalda.
- Oh! venga, Ainar! Animad esa cara! Dentro de unos días os arrepentiréis de no haber disfrutado de este festín como se merece. Pensad en todas las uvas, venados y resto de acompañamientos que se han sacrificiado para que podamos disfrutar de ellos. No sea descortés, maese enano!!- Exclamó, a la vez que le ofrecía a Munin algo de comida en la palma de la mano.
También miró de sacar de su estado contemplativo a Miriel. Era una gran cantante, con aquella voz susurrante y quebrada que tan sensual se tornaba cuando la usaba para recitar. Y el resto de compañeros, que quien más quien menos, sabía que todos ellos tocaban algún instrumento con mejor o menor fortuna.
- ¿Hola? ¡Hola! ¿Qué acaso no estamos de celebración? Las noches brillan más allá de las copas de estos árboles, y estamos aquí en inmejorable compañía. ¿Acaso no merece este momento una canción de celebración? ¿Acaso no merecen nuestros corazones recordar las cosas bellas de la vida, aunque sólo sea por esta noche? Maldita sea! Celebremos hoy que podemos!!- Exclamó el Príncipe de las Cigarras, tomando a unos y a otros por la muñeca.
Una canción empezó a entonar, sin dar tiempo a quejas, golpeando la mesa de forma rítmica, una vieja canción de caminantes, invitando a todos a unirse...
En el hogar el fuego es rojo,
y bajo techo hay una cama;
pero los pies no están cansados todavía,
y quizá aún encontremos detrás del recodo
un árbol repentino o una roca empinada
que nadie ha visto sino nosotros.
Árbol y flor y brizna y pasto,
¡que pasen, que pasen!
Colina y agua bajo el cielo,
¡pasemos, pasemos!
Aun detrás del recodo quizá todavía esperen
un camino nuevo o una puerta secreta,
y aunque hoy pasemos de largo
y tomemos los senderos ocultos que corren
hacia la luna o hacia el sol
quizá mañana aquí volvamos.
Manzana, espino, nuez y ciruela
¡que se pierdan, se pierdan!
Arena y piedra y estanque y cañada,
¡adiós, adiós!
La casa atrás, delante el mundo,
y muchas sendas que recorrer,
hacia el filo sombrío del horizonte
y la noche estrellada.
Luego el mundo atrás y la casa delante;
volvemos a la casa y a la cama.
Niebla y crepúsculo, nubes y sombra,
se borrarán, se borrarán.
Lámpara y fuego, y pan y carne,
¡y luego a cama, y luego a cama!
A pesar de ser aceptado como componente de aquella escolta, Baldbrand sintió una punzada en el corazón al ver la reacción de la dama élfica sobre su persona.
Era como si el joven beórnida fuese semejante a un caballo o una mula de carga. ¿Tan insignificante era su vida como para ello? Si era tan vieja, era posible... lo cual le hizo contemplar su vida como algo demasiado corto, al compararlo con sus compañeros elfos o enanos sólo sería un pequeño recuerdo en su larga vida... y aquello era en parte injusto.
Baldbrand rumió aquello sin poder deshacerse de la sensación de pesadumbre y angustia. Ni siquiera cuando la dama les obsequió con aquel banquete en la linde del bosque pudo su ánimo mejorarse. Comió en silencio, degustando los platos, aunque siguiendo su estricta dieta no carnívora dictada por el Gran Oso.
Una vez acabó, se retiró de forma tranquila y sutil para apoyarse en un árbol y mirar la escena que tenía delante. La canción de Vanwa le arrancó una pequeña sonrisa, asi era él, pero al final, se encontraba completamente fuera de lugar.
Ainar recibió en silencio la alegría de Vanwa, y observó cómo Munin estaba ajeno al sentimiento del enano. Estaba bien, mejor así.
Se encontraba abatido de una forma que no entendía. ¿Cómo podía estar así por el simple hecho de que la Dama a la que escoltarían no le había prestado casi atención? ¿Acaso se podía sentir así por la mirada de una elfa?
No lo podía entender, y dentro suyo tenía una lucha que no cejaba por más bebida y comida que ingiriera. Su ánimo estaba apagado, aún con todo lo que tenía enfrente de él. O tal vez precisamente por eso...
Escuchó a Vanwa, a Miriel y a los elfos. En algún momento casi que disfrutó, pero el pesar no se iba. Ojalá pasara pronto...
Tal y como la dama Irimë les había dicho, aquella noche comieron, cantaron y disfrutaron con gran regocijo del banquete y las canciones que les habían preparado los elfos. La canción de Vanwa fue bien recibida y no tardaron en pedirle otra y luego otra más. Los elfos tenían instrumentos con los que acompañaron los versos de Vanwa y animaron a otros a sumarse a la fiesta. Pidieron a Miriel que volviera a cantar e incluso trataron de animar a Baldbrand y Ainar a entonar alguna de las canciones de su pueblo, aunque aquellos dos estaban algo más tristes a pesar de los intentos de Vanwa por animarles.
A la mañana siguiente, cuando despertaron, los elfos habían desaparecido. No había ni rastro del príncipe Legolas ni su grupo. Únicamente Irimë y Qildor seguían allí. La dama se había cambiado su vestido brillante por unas ropas de viaje más prácticas, incluyendo un manto con capucha que ocultaba sus rasgos. Tampoco había ni rastro de la gran mesa en la que habían compartido aquella magnífica comida, ni de los farolillos que la alumbraron, ni de los restos de comida. Todo estaba limpio y radiante como si nada de todo aquello hubiera pasado. Pero lo más extraño era que se dieron cuenta de que estaban cerca del camino que debían tomar para llegar al Viejo Vado. Mucho más cerca de lo que pensaban que estaban. Aquello desorientó bastante a Ainar, quien hubiera jurado que todavía faltaba al menos un día de marcha para llegar a aquel punto del bosque. Debían haberse equivocado al respecto, tal vez se desorientaran en algún punto, porque la alternativa a eso era pensar que el grupo fue transportado muchas millas mientras dormían, lo cual era, por supuesto, imposible.
Cambiamos de escena a: Cansada del mundo.