Baldbrand se despertó junto al lugar donde habían acampado aquella noche. Sentía el dolor del último golpe del no-muerto y juraría que estaba sangrando por la nariz. Se encontraba muy débil y apenas podía mantener los ojos abiertos. Ainar a su lado, todavía sosteniendo el hacha después de que algo les alertara al enano y a él durante su guardia. Baldbrand todavía tenía su gran hacha, que pesaba más que nunca y que ni siquiera podía alzar. Unos pasos atrás, junto a la hoguera, se encontraba el resto de sus compañeros, completa y profundamente dormidos.
Alzó la cabeza a duras penas y pudo ver a Irimë luchando contra un espíritu negro como una sombra. La dama apenas podía aguantar, parecía sucumbir a la sombra, pero reunió fuerzas suficientes para girarse hacia el beórnida y susurrarle unas palabras de aviso.
—¡Un espíritu de la desesperación nos ha atrapado a todos con brujería! ¡Nos consumirá si no logramos derrotarle!
Y tras escuchar aquello, Baldbrand no pudo mantener más los ojos abiertos y volvió a quedar inconsciente, sumiéndose de nuevo en el abismo. Hasta que sintió un amargo y apestoso brebaje deslizándose por su garganta.
No les quedó más opción que rendirse. Era duro, y lo hicieron a regañadientes, pero no les quedaba más opción si querían seguir con vida y evitar más muertes de inocentes. Les despojaron de sus armas, lo cual también fue doloroso para ellos, y les obligaron a salir de la posada uno tras otro hasta que esta quedó vacía, ardiendo en solitario hasta que sus cimientos se desmoronaran. A Miriel la obligaron a bajar por las escaleras mientras los no-muertos la vigilaban con cuidado, y una vez abajo la llevaron junto al resto a empujones. Una vez fuera les fueron colocando grilletes en las piernas de modo que sus tobillos se unían a los de quienes tenían delante suya en una larga fila, y nuevamente a empujones se los llevaron hacia el lugar por el que habían llegado el alcalde y los suyos. Aldor, Geb, Haleth y la elfa Rodwen también se encontraban entre los apresados. A Baldbrand lo llevaron entre varios no-muertos hasta el centro de la plaza donde le forzaron a beber un potingue negro y viscoso hasta que recobró el sentido. Muy débil, fue encadenado junto al resto y obligado a marchar.
Les sorprendió ver que los orientales no habían causado más muertes que las necesarias, solo algún guardia que se había negado a rendirse y poco más, la mayoría habían sido igualmente capturados. Ceolrid les maldecía por haber dado muerte a su joven esposo y se negaba a apartarse de su cadáver, aferrada a su espada como si eso fuera a devolverle a su amado. Un oriental la agarró de los pelos y la forzó a soltar la espada y caminar siguiendo al resto.
***
Durante largos días fueron obligados a caminar en dirección sur. A lo largo de la larga marcha, los esclavos que no podían mantener el paso eran azotados, los que caían eran dejado por muertos allá donde desfallecían. Más de un millar de prisioneros fueron capturados en el saqueo de Haycombe, menos de quinientos sobrevivieron a la sombría marcha hacia el sur. Los orientales conducían a los esclavos rápidamente, y utilizaban largos látigos de cuero de caballo cuando era necesario, pero no eran innecesariamente crueles. Ni torturaron a los prisioneros, ni se divertían con ellos. Al menos tenían esa deferencia.
Los días pasaron rápidamente, como un instante de horror que se extendiera indefinidamente. Antes de que se hubieran dado cuenta, habían atravesado los Campos Gladios y se les conducía al sur, hacia Dol Guldur. Cuando la caravana de esclavos llegó hasta los estrechos del Bosque Negro, los orientales se encontraron con una columna de orcos y dejaron a los esclavos a su tierno cuidado. Los orcos les forzaron a marchar más rápido azuzándoles a base de latigazos y resultando más crueles que los orientales, quienes se habían internado en el bosque en dirección este tras separarse del grupo. Ellos en cambio, continuaron forzados hacia el sur, hasta que pudieron atisbar la Colina de la Hechicería. Para entonces, los compañeros estaban exhaustos y otros incluso se encontraban peor. Aldor, particularmente, estaba en peor estado, sufría unas fiebres altísimas y tenía una terrible tos. Pero eso poco importaba a los orcos, que los condujeron a un túnel oscuro que transitaba bajo el bosque hasta las mazmorras que había debajo de la colina.
Luego, simplemente se desvanecieron en la oscuridad.