Partida Rol por web

Correr? se dice a sí misma. Es la opción más obvia, la más inmediata. Aunque en el fondo ella esperaba algo más espectacular. Basta de boolshit Rocío. No estás en una película. Dejate de joder y metele pata o estos milicos se saldrán con la suya. ¡¡¡Corré, boluda!!!

No espera la respuesta de sus persecutores. Sin pensarlo dos veces, mira hacia el pasillo, intentando imaginar cómo sería atravesar toda una manzana en línea recta, como se sentirá atravesar todas esas paredes, puertas, lo que sea, y se lanza a correr, buscando alcanzar su objetivo. En el camino irá improvisando la ruta de escape, ahora lo importante es salir de la vista de aquellos dos.

-Joder, que no estamos para...- alcanza a responder el que porta la Alabarda. Sin embargo te giras y potenciada por aquella voz interna una vez más, entiendes que la mejor manera de salir de allí es escapar. Con reflejos felinos y ante la mirada atónita, y algo molesta, de los guardias, te lanzas contra la pared más cercana para atravesar cuantos apartamentos sea necesario para llegar al final de la calle.

Un grito de "alto" se confunde con la desagradable sensación de atravesar la pared, la punzada de dolor, los ecos a través de la solidez de la roca, y luego aquel ruido metálico que hacen las placas de las armaduras al chocar entre sí: un sonido férreo acompasado por lo que parecen ser leves chillidos apenas audibles, a manera de gemidos provenientes desde los pliegues del recubrimiento de los guardias.

Corriendo unos metros, atravesando una mesa, otra puerta y tratando de evitar aquella señal automática de tu cerebro para no tropezar con la solidez del otro lado, el ruido no se desvanece. Giras la cabeza y te encuentras con el guardia de la alabarda justo detrás de ti, manteniendo el paso con una mirada fija en ti y con la alabarda levantada en el aire, lista para asestar un golpe firme contra ti sin mediación alguna... y dado el aspecto filoso de aquella arma, seguro aquello dolería tanto o más que atravesar una pared...

Un susurro, y un matiz de sorna en el tono.

Oh, sí... ¿Qué tanto dolerá eso? Mucho, sin duda. O no lo usaría. Toma nota, Rocío: puede partirnos en dos. Qué interesante, con un poco de suerte me quedo con las únicas neuronas que aún hacen sinapsis.

Como un chasquido de labios.

¡Abajo, hacia abajo! ¡Pero ya! Si se puede atravesar paredes, ¿por qué no pisos? A que el muy hijo de puta no se espera esto…

Sus perseguidores no le dan tregua. Mientras intenta no pensar en lo doloroso que es atravesar objetos sólidos (espera que una vez que lo haya hecho seguido, termine siendo un poco más pasable), Rocío corre como si no hubiera mañana. Lástima que no le sirve para mucho.

Sin saber como lo ha hecho, el tipo de la alabarda se encuentra pegado a su espalda. Su rostro no es de buenas migas y si antes parecía peligroso, la determinación que puede leer Rocío en su actitud, le aseguran que, en cuanto pueda, la atravesará de lado a lado con aquella arma.

¿Qué tan malo puede ser? Por un momento piensa en rendirse. No hay escape, se dice. Pero aquella voz que la viene acompañando desde que ha pasado a "mejor vida" insiste en que tiene que seguir, en salvarse. Aquella otra Rocío no dejará que se rinda.

¿Y que sugieres? Pregunta entre medio. ¿Ir hacia abajo? Uhmmm, podría ser... aunque... ¿como demonios se hace?

Rocío se detiene y se enfrenta a su perseguidor. Aguarda el golpe que sabe que está por venir y en cuanto lo presiente, piensa en caer, en sentirse pesada, en que el suelo en realidad no existe. Da un salto para darse impulso. Espera que aquello sea suficiente, que sirva para pasar hacia la planta inferior. Si no, sus días como espectro estarán por ver su final.

A pesar de que está muerta, ecos de lo que Rocío considera es su instinto más básico de supervivencia resuenan y se amplifican a través de la psique de la argentina. Quizás no sienta la fuerza de la adrenalina corriendo por su cuerpo, pues ya no posee uno, o tal vez los latidos de su corazón no le sean ensordecedores, pero el deseo de aferrarse a su existencia se extiende a través de su corpus para darle la fortaleza y los reflejos necesarios. Se siente vitalizada y gracias a la ayuda de aquel fragmento independiente de su mente, ha logrado mantenerse a salvo.

Cuando el filo de la alabarda empieza a caer, Rocío decide hundirse. El suelo bajo ella deja de servir de soporte, y siente como gotea a través de la piedra sólida con ese dolor inevitable, como si su piel fuese cobrada como parte de pago por aquel camino. Y mientras se hunde, alcanza a ver al segundo soldado corriendo hacia ella. Sus manos van a su cinto y de él saca un arma: un revólver negruzco cuyo cañón alcanza a fijarse en ella por una milésima de segundo, antes de que el resto de la escena quede oscurecida por el suelo que ahora pasa por su cabeza, arrancándole un gemido de dolor. Está segura de haber sentido la corriente de aire que el frío filo de la larga arma del primer soldado traía consigo. Está seguro que de haber dado en el blanco, la alabarda se le habría clavado en la cabeza... y quién sabe lo que habría sentido entonces.

No obstante, ha logrado caer de pie apenas, tambaleándose mientras recupera el equilibrio. La alabarda ha llegado tarde, y una vez más tiene la delantera. Está en la planta baja del edificio, un espacio amplio no muy diferente al de su casa, con la puerta al exterior abierta y un olor constante a putrefacción. Atrás de ella está el final de la escalera y a escasos metros la salida. Rocío sabe que si ella ha logrado atravesar el suelo, los soldados no demorarán en usar su misma estrategia... la persecución estaba lejos de acabarse, pero sin obstáculos, sin dificultades, ¿hasta cuando podría seguir jugando al gato y al ratón?.. sólo el tiempo y su suerte lo dirían.

“Yo que soy el que ahora está cantando
Seré mañana el misterioso, el muerto,
El morador de un mágico y desierto
Orbe sin antes ni después ni cuándo…”

Como una brisa de feroz placer, de impune osadía...

Eso es esa breve pero gozosa victoria.

¡Sí, lo sabía!

Como canto liberador, la certeza de que ella es:

La que arriesga, la que juega, la que se permite ser.

Siempre.

Ella lo sabe.

Ella es lo mejor de Rocío.

“¿Qué errante laberinto, qué blancura
Ciega de resplandor será mi suerte,
Cuando me entregue el fin de esta aventura
La curiosa experiencia de la muerte?”

Una gozosa sensación empañada por una vago sentimiento, por la certeza tal vez de que siempre fue ella, la otra Rocío, la que ignoró lo más luminoso y vívido de sí misma hundiéndolo en las sombras. Ella, la otra Rocío, la que ninguneó a Rocío.

La que la obligó a vivir en un segundo plano.

Entre las sombras.

Como una Sombra.

Ella, la otra Rocío, y no William. No cualquier otro nombre.

La otra Rocío.

Solo ella.

Rabia contenida.

¡Rápido! Hacia fuera, hacia la calle.

Silenciosa como una sombra; invisible como…

Añejo resentimiento.

Como eso que soñamos y que sembramos juntas, pero que no dejaste florecer.

¿Por qué lo hiciste?

¿Por qué?

Necesito saberlo.

“Quiero beber su cristalino Olvido,
Ser para siempre; pero no haber sido”.

Rápido. Hay que salir. Rocío sabe que la ventaja es poca, que en cualquier momento sus perseguidores seguirán sus pasos exactamente de la misma manera que lo ha hecho ella. Allí está la puerta, allí se ve la salida. Su primer impulso es correr a lo loco, pero una voz, esa voz, la detiene. ¿Y si es una trampa? ¿Y si han dejado la puerta abierta para atraparla ni bien aparezca? Le molesta. No, le da rabia que aquella voz admonitoria sea la que lleva la razón. Es cierto que salir sin tener cuidado sería una locura. Pero le molesta no haberlo pensado ella, no poder sentir que por fin es Rocío y nadie más que Rocío, quien está al mando.

Te estás volviendo loca, se dice. Quién más puede estar guiándote que tu razón? Acaso te volviste esquizofrénica? En realidad sabe que es ella. Es aquella que alguna vez fue, antes de que la vida la marchitara. La vida no Rocío. Vos misma te dejaste aplastar. Vamos! hay que salir de aquí, basta de tonterías.

Sin dejar de mirar por encima del hombro, esperando ver a sus perseguidores aparecer en cualquier momento, Rocío se dirige hacia la calle. Pero ya no corre a lo loco. Va alerta, tratando de no hacer movimientos bruscos que delate a un posible vigía buscando emboscarla. No ha llegado tan lejos por nada. No dejará que la capturen.

La persecución parece llegar a su fin. Rocío da lo último de sí para acercarse hacia la puerta, y cuando cree e intenta poder salir de manera sigilosa, debe desistir al escuchar la algarabía de sus perseguidores, quienes no le dan tregua y le pisan los talones.

Cuando sale al exterior, en lugar de verse saludada por un rayo de luz o quizás el tan anhelado sol, sólo está el cielo encapotado y oscuro que ruge violentamente y que transforma cada atisbo de iluminación en un tenue y triste halo de luminiscencia deshaciéndose ante tus ojos, como si incluso el fulgor del día se descompusiera al llegar hasta el lugar en donde tu alma se encuentra. Hay algo de tristeza en ese pensamiento.

Sin embargo, te das cuenta que tus alternativas se han acabado. Al salir, están los guardias que venían con el sujeto enmascarado, quienes se ponen en guardia y te cierran el paso mientras éste se da la vuelta. Tus perseguidores llegan con fuerza y te toman por la espalda, usando sus armas para asegurarte de que no te moverás. -La tenemos, finalmente- dice el más corpulento de los que venía tras de ti, con un tono de alivio en su voz.

No pasa demasiado para que notes que un segundo grupo de soldados baja desde el edificio en el que estaban, el edificio que es tu hogar. Uno de ellos, con una armadura gravada y una barba que se asoma por debajo del yelmo tiene sobre su hombro lo que parece ser el cuerpo inconsciente del hombre pedante que estaba con ustedes: Alexander. Notas entonces algo que te llena de horror, despertando un imposible miedo desde lo más profundo de tu interior: Su rostro está incompleto... tiene una enorme herida, un agujero negruzco lleno de vacío en donde debería estar su mandíbula inferior, como si alguien la hubiese arrancado sin piedad y hubiese dejado sólo esa cara incompleta, inhumana, sin vida que ahora llevaba como una carga muerta uno de los soldados.

Forcejear no te sirve de nada. -Son todos a los que hemos podido echarle el guante- dice uno de los soldados cerca a ti. -Los otros escaparon con ayuda de Renegados- informa el soldado.

-Lo sé, lo he visto- dice el hombre enmascarado con un tono molesto. -Han volado sobre nosotros y se han llevado a estos malditos infantes... ¡en nuestras narices! ¿Sabéis lo que va a decir el Anacreonte?- dice, mucho más irritado que al principio. Un silencio incómodo se regó entre los soldados.

-Y tú...- dice mirando a Rocío -¿Por qué habéis intentado huir? Hemos venido a escoltaros de vuelta a la necrópolis y habéis convertido esto en una persecución. ¿Sois infantes de verdad? ¿Estáis con los Renegados? - dice el hombre acercándose hacia ti. Su máscara tiene un aspecto más imponente de cerca, los surcos plateados parecen fluir a través de ella, brillando con variadas intensidad y el color de la misma no parece ser uniforme, sino que muta y se mueve de acuerdo a la intensidad de la luz. Su voz incluso, parece ser alterada al salir desde la máscara, con un aire más grave y más imponente. Sólo unos ojos marrones se pueden ver, enfocándose con hostil fijeza.

El hombre es apenas más alto que tú (y mucho más bajo que los demás soldados de aquella escuadra), vestido de manera más elegante, pero parece ser quien tiene la autoridad sobre los otros allí presentes. -¡Responde de una vez!- exige impaciente.

El forcejeo de Rocío fue en vano. Su silencio furioso sólo fue recibido con desaprobación. El enmascarado toma su rostro por la barbilla y lo levanta -Bien. Si así es como quieres comportarte...- dice el hombre. Sus ojos te perforan a través de la máscara y los soldados le observan en un silencio absoluto.

-La suerte de todos los wraiths que habitan ésta zona estarán en tus manos. ¡Soldados! ¡Arrestad a todos los wraiths que han sido testigos de su escape!- ordena dirigiéndose al barbudo que carga a Alexander. El hombre suelta bruscamente su cuerpo sobre el suelo y asiente. 

-¿Bajo qué cargos, señor?- pregunta con cierta reticencia a cumplir aquella desproporcionada orden.

-Cooperación con individuos renegados, en oposición al Dictuum Mortum, al Reino de Hierro, a Estigia y a Carón. ¿Entendido?- todos los soldados se enderezan inmediatamente. -Todos los wraiths que han presenciado el escape de éstos infantes renegados serán llevados a la Necrópolis para interrogarles.- ordena mientras suelta el rostro de Rocío. Los soldados vuelven a separarse y comienzan a entrar en los diversos edificios.

Uno de los que te sostiene sin embargo, interviene -Señor, señor... ¡mire esto!- llama. El hombre vuelve a acercarse a ti y mira una de tus mejillas. Oyes una maldición ahogada a través de la máscara. -Demonios... ponedle la jaula. No quiero a las damas del destino metiendo sus narices en mis asuntos hasta que no hayamos sacado hasta la última gota de información de estos renegados.- ordena con un tono mucho menos pacífico, si cabía imaginarlo.

Uno de los soldados cercanos acerca lo que parece ser una enorme cabeza de hierro, cuya expresión parece la de un demonio furioso mostrando los dientes: Una nariz puntiaguda, unos ojos tallados en el grisáceo metal y un cuello rodeado de un collar con espinas. Es fácilmente tres veces más grande que tu cabeza, y cuando lo levantan, ves un agujero abajo. La "jaula" entra en tu cabeza. Huele a hierro y a desesperación. Los soldados aprietan el aro del cuello, ajustando la enorme construcción. Adentro, sólo hay oscuridad y ecos indistinguibles del exterior. El peso inclina tu cabeza hacia adelante y tras unos instantes, tus sentidos comienzan a entumecerse mientras la sensación de que estás siendo arrastrada hacia alguna parte, forzando tus hombros, se hace una constante...