Partida Rol por web

Ocaso

Preludio: Cae el telón

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20/03/2012, 23:52
Narración

 

Una cerveza en aquel bar no muy lejos del Casco Antiguo a aquella hora en la que el sol brillaba aún en el cielo, para lo mucho que se podía decir que el sol brillaba en Edimburgo, era inusual. Demasiado temprano, aún para Alexander.

Y no obstante, texistía una buena razón.

Cousteau era un viejo amigo de la familia, una especie de familiar no oficial que había hecho las veces de consejero. Uno de esos sujetos bonachones y gentiles que llegaban a ser a veces irritantemente ingenuos, pero que al final de cuentas, resultaban ser buenas personas. Y en el caso de Alexander, eso era doblemente cierto. De joven, el correcto gentleman había servido en más de una ocasión de mentor en el pasado y ahora, habiendo pasado el tiempo, era un amigo con el que compartir las nostalgias de una gloria decadante.

Era alguien que le entendía.

Así que, con su aire autoritario y su seguridad, había decidido salir algo más temprano para encontrarse con el veterano, quien se encontraba por algunos días en la ciudad, visitando a un familiar cercano que había caído enfermo, por lo que éste mismo había contado.

Y precisamente, si algo más cabía resaltar de Cousteau, era que parecía estar informado de todo lo que rodeaba a la aristrocracía inglesa y aquello no había cambiado con el tiempo. Cuales quieran que fuesen las artes que empleaba el viejo zorro, seguían funcionando a la perfección, pues ya llevaba media hora de una charla amena sobre el nacimiento de la última hija del primo del duque de York, quien resultaba justamente tener relación con algún miembro rezagado de la nobleza holandesa de alguna forma a la que Alexander no había puesto definitivamente atención.

El sitio era un pequeño bar, ameno, en donde el ex-aristócrata era conocido, más por su asiduidad que por sus títulos. En el centro del lugar, se ubica la barra, adornada con todas las bebidas disponibles y una colección de copas y vasos siempre a disposición del cliente. A partir de allí, en madera pulida y oscura, el sitio era una interesante colección de parches modernos y antiguos en madera, que intentaba mezclarse para dar una impresión moderna con tintes clásicos... o viceversa.

En últimas, a los clientes poco les importaba y particularmente a los escoceses, a quienes la promesa de una buena pinta les llamaba más que los delirios estéticos de algún visionario contemporáneo. Y aquello, explicaba porque, a esa hora, siendo aún bastante temprano, el sitio ya tenía una buena colección de clientes dispuestos a pasar la tarde de la mejor manera.

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21/03/2012, 00:11
Cousteau

Cousteau es un hombre delgado y alto, un caballero inglés de impecables costumbres a quien la vejez había otorgado cierto aire venerable y simpático. No recordaba Alexander su edad ya, y el cálculo se le antojaba por demás engorroso, pero estaba convencido que aquel hombre debía aparentar menos edad de la que tenía, e incluso podría jurar que conservaba exactamente las mismas arrugas que recordaba de su juventud, al menos unos diez años atrás.

Usa su saco grisáceo y una pajarita de un rojo chillón, su sombrero gris de hongo reposa junto a una pinta de cerveza, y deja ver una cabellera grisácea que lucha con los pasos de una calvicie lenta y perezosa.

-Bien, ya he hablado demasiado de cosas sin interés...- dice al haber finalizado aquella anécdota sin interés alguno. -¿Cómo le trata Edimburgo, joven Alexander? He oído que ejerce brillantemente la profesión- dice con una sonrisa y su fuerte acento del centro de Inglaterra.

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21/03/2012, 13:28
Alexander de Huntington

Alexander paladeó un trago del mejor whyskey escocés del bar. Era tranquilo y acogedor, conocía a la mayoría de los parroquianos, pero sólo de vista. No sentía necesidad de juntarse con la chusma escocesa. Mejor solo que mal acompañado.

Depositó el vaso en la barra con cuidado, al lado de una gaardina gris que Alexander utilizaba para protegerse del húmedo clima de Edimburgo. Se volvió hacia su interlocutor y se forzó a sacar una sonrisa.

Edimburgo me trata bien, mi buen Cousteau. Mejor de lo que me esperaba, me atrevo a decir- bromeó el joven lord. Por supuesto, no puede compararse con mi amada Londres- continuó. Pero no está nada mal. Uno casi se olvida de que no está en Inglaterra. Casi. Dijo esto sin ningún intento por bajar la voz o intentar pasar desapercibido. Era un insulto velado (o quizá no tanto) a cualquier nativo que estuviera oyéndolo. Lo sabía, y no le importaba.

En cuanto a mi trabajo, he de decir que lo encuentro gratamente satisfactorio. A pesar de que mi bisabuelo se habría escandalizado al ver a un Huntington trabajando con las manos, la capacidad de ganarle un pulso a la muerte es tan sumamente...triunfal. Creo que no existe mayor victoria. Claro que, mi bisabuelo tampoco tiene muchos motivos para quejarse. Gracia a él me veo obligado a trabajar así- bromeó de nuevo, pero había cierta nota de amargura en su voz. La decadencia de su familia, comenzada con su bisabuelo Alphonse, le seguía carcomiendo.

Pero basta de hablar de mi, viejo amigo. Anhelo que me contéis cómo os van las cosas en mi amada Inglaterra. Mis recuerdos de ella son cada día más borrosos.

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26/03/2012, 21:25
Cousteau

-Joven Alexander, no hay ninguna vergüenza en trabajar con sus manos- replica el viejo con un aire jovial. -Su padre y su abuelo eran hombres de porte, aristócratas natos y seguramente no lo habrían aceptado de no haber una razón de peso detrás...- dice con un aire nostálgico, quizás viciado por el peso de recuerdo de las glorias de los Huntington y de su papel como cercano al padre de Alexander. -Siéntase muy orgulloso joven Alexander. Su trabajo tendrá frutos, tengo fe en ello-

Costeau era un hombre prudente, cuyas opiniones políticas jamás solían molestar a nadie, siempre parecía dispuesto a respaldar a quienes le consideraban cercano, más por evitar molestarlos, que por ser aquellas sus afiliaciones verdaderas. No obstante, aquello no evitaba que se comportase con la inflexibilidad paternal que le otorgaba ya el derecho de dar consejos.

El veterano sonríe con afabilidad, mostrando dos líneas de dientes de dudoso blanco, mientras toma un sorbo de su bedida para refrescarse la garganta.

-Joven Alexander, Inglaterra sigue avanzando a pasos lentos pero seguros, poco cambia a menos que los tiempos los requieran... sabe usted, con los rumores de la formación de una Unión Europea, hay quienes se ven inseguros con la decisión de que nos mantengamos al margen- comienza a comentar. Si bien, el tema en Escocia es más tocado con cierto aire burlón y no escasa pedantería heredada por los norteños como ciudadanos del Reino Unido, las dudas del papel de Gran Bretaña frente a una Europa continental unificada habían estado siempre presentes entre los conocedores de la política local. -¿Recuerda a Randall Vernon? - el nombre le es levemente familiar, y Alexander le asocia con un antiguo militar de prestigio en la armada británica. -Pues bien, ha sido bastante duro contra los que han decidido optar por el sentimiento nacionalista. Por supuesto, ha terminado nadando contra la corriente y ahora ha terminado en una especie de ostracismo...- no pocos ingleses se sentían descontentos ante los cuestionamientos, y sus reacciones encajaban perfectamente con el silencioso desdén más que con el escarnio público. De eso se encargaban los medios.

-... No que quiera salir a su favor- dice con severidad -pero bien sabe joven Alexander que hay que pensar dos veces cada decisión, particularmente las importantes- las reminiscencias de las lecciones de Cousteau no le son ajenas al médico inglés. -Y por cierto, hablando de decisiones importantes... joven Alexander, discúlpeme si soy entrometido...- dice con aire gentil, siendo inconcebible malicia alguna en el semblante del gentleman -... pero se dice que tiene usted una hermosa prometida. Evidentemente creo que formar una familia es una decisión importante... y acertada, por supuesto- añade dulcemente.

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30/03/2012, 13:40
Alexander de Huntington

Paladeando de nuevo el buen whiskey, Alexander soltó una carcajada irónica. ¿Europa unida? ¿De verdad lo cree, viejo amigo? En el continente llevan miles de años golpeandose unos a otros- siempre que evocaba la imagen de Europa le venía a la cabeza la imagen del cuadro "Pelea a garrotazos", del pintor español Francisco de Goya. Ni siquiera durante el momento de hegemonía de Inglaterra fueron capaces de unirse para tratar de frenar nuestro poder. Todas las alianzas han sido efimeras, todos los tratados de paz, ineficaces. La idea de una Unión Europea, donde dejen a un lado sus rencores, es carcajeable- finalizó. No obstante, no se rió. En su fuero interno, temía que estuviera equivocado, y temía las repercusiones que eso pudiera tener. Pero se consoló pensando que eso era imposible.

Vació lo que le quedaba de su vaso, y miró por la ventana. Entraría a trabajar dentro de un tiempo, y un vaso de vino era más que suficiente para desempeñar su labor.

Cuando el buen Cousteau cambió de tema, sacando a relucir a esa mujer, el joven de Alexander se esnsombreció, mosntrando un gesto incluso fiero. No dijo nada, solo pidió que le rellenaran la copa con más whiskey. Cuando el barman lo hizo, se bebió casi todo su contenido de un trago. Sólo entonces habló.

Los rumores son falsos, Cousteau.- dijo, con furia contenida. No tenía sentido culpar al hombre, pero este tema no le agradaba en absoluto. No lo piense más. No hay ni prometida, ni la hubo, ni la habrá.

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01/04/2012, 18:29
Cousteau

El anciano se encoje de hombros ante tus comentarios. -No sabría que decirle, los tiempos cambian rápidamente y no termina uno de darse cuenta cuando lo que parecía imposible en el pasado es ahora bastante probable en el presente- dice el anciano, sin poder ocultar un aire de estar abrumado, tras alguna súbita y fugaz realización de su propia edad. Cousteau llevaba varios años encima, aunque no se le notaran y aunque el mismo Alexander no pudiese adivinar cuantos.

La faz del hombre cambió al ver la reacción del joven. Era una mezcla de pena y tristeza, quizás habiendo entendido que su pregunta había traído malos recuerdos a su interlocutor.

El silencio se ve interrumpido con el estampido lejano de un trueno y el vibrar de los cristales empujados por un fuerte viento. Afuera, las gargantuezcas nubes grisáceas que se cernían amenazante sobre el cielo escocés amenazaba con lluvia.

-No pierda la esperanza, joven Alexander- dice Cousteau con voz suave, paternal. -Algún día cambiará de opinión. Su padre era también de su corte... y aunque no lo pareciera, cuando conoció a su madre, algo en él se movió. Puede que haya sido un hombre orgulloso, pero vio en su madre algo más que un matrimonio por conveniencia o por status. Se lo puedo asegurar- sentencia el veterano con absoluta seguridad.

-Algún día le tocará el turno a usted, ya lo verá- dice tomando un sorbo de nuevo de la pinta. -Últimamente empiezan a casarse varias jóvenes parejas, recientemente algunos han anunciado sus compromisos... creo que quizás hasta pueda conocerles joven Alexander. No estaría de más que asistiese a uno de esos eventos... siempre puede conocer a muchachas elegantes y refinadas allí- agrega.

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05/04/2012, 15:44
Alexander de Huntington

Alexander se sobresaltó cuando oyó el bramido del tueno en la calle, recortandose un relámpago contra el cielo gris, como preludio de una tormenta. Alexander odiaba el mal tiempo. Cuando había tormenta, siempre le apetecía quedarse en casa, en la cama, oyendo el rumor de la lluvia caer en la lejanía. Pero pocas veces tenia la oportunidad de disfrutar de semejante privilegio. Siempre se veía obligado a salir a la calle y a enfrentarse a las inclemencias del tiempo. Y eso le ponía de mal humor.

Finalmente apartó la vista de las ventanas, que vibraban al recibir el impacto del viento, y centró su vista en su interlocutor. Ojalá tenga razón en lo que dice, viejo amigo. De pronto, la máscara de cinismo y amargura con la que Alexander se protegía se resquebrajó y se derrumbó, mostrando al joven lord tan y como realmente estaba: pálido, cansado, mortificado. Parecía estar siendo atormentado. Remordimientos, recuerdos dolorosos... no se sabía qué era, pero su expresión mostraba auténtica lástima. No lo creo posible, Cousteau. No sé si podré reponerme. Deposité en ella todas mis esperanzas y todos mis sueños. Y ella... ella... se le quebró la voz, y las palabras quedaron atascadas en su garganta, asi que con un ruido ininteligible, cerró los labios y miró hacia abajo, sombrío.

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07/04/2012, 22:47
Cousteau

Durante unos segundos, el silencio precede a las palabras de Alexander. Las ráfagas de viento se estrellan contra las ventanas del bar, produciendo una vibración cristalina que aporta un aire triste sobre el derrumbado aristócrata. La miseria parece cernirse en aquel preciso instante sobre el ex-lord, quien con la mirada baja, trata de retener el torrente de emociones que día a día se fuerza a reprimir.

Su viejo amigo, Cousteau, interrumpe el silencio.

-Joven Alexander...- sus palabras salen lentamente. Parecen ocupar un espacio innecesario, un preludio prescindible. -... Sus esperanzas no están en una persona. Están en usted... y aunque le rompan el corazón- dice con la entonación de un veterano -nadie podrá quitarle sus esperanzas y sus logros. Yo estoy orgulloso de saber que ha seguido sus propios pasos, joven Alexander, y confío en que logrará recuperar el honor y prestigio de su apellido- Cousteau posa una mano sobre el hombro de Alexander, sobre la mesa.

Aquel sencillo acto transporta a Alexander invitablemente a su niñez, aquella vez en que aventurándose a poner en práctica los superficiales fundamentos de la caza y de disparo aprendidos de su padre, había escapado hacia los bosques aledaños a una de las mansiones de descanso, llevándose consigo uno de los mejores sabuesos de rastreo, el mejor de todos. En medio de su juego de cacería y orgullo infantil, el pequeño Alexander había terminado disparando por error al animal, quien herido de muerte, agonizó frente a sus ojos para desplomarse sin vida. A su regreso a la mansión, Alexander recuerda como Cousteau fue a quien encontró primero. Llorando en su posición, apenas si pudo sollozar una confesión. Fue entonces cuando el anciano usó el mismo gesto, y dijo a Alexander una de las frases que más recordaría luego:

"Ahora es importante que enfrente a su padre con la verdad, joven Alexander. Nadie puede deshacer lo que ha hecho, pero puede encararlo con valentía y aprender de lo sucedido. De eso se trata vivir."

Aquella memoria se desvanece rápidamente en el aire, dejándole a Alexander aquella confusa sensación de sentirse aún un niño pequeño gimoteando ante un error infantil. La mano se retira y el viejo habla de nuevo.

-Encontrará a otra mujer. Se sorprendería de ver los ejemplares que caen enamorados, aún los más dudosos- dice Cousteau tratando de desviar el tema paso a paso. -Quizás el nombre de Robert Perry Morton le suene familiar- dice el anciano, ajeno a los pormenores de aquella amarga rivalidad surgida entre ambos en la universidad. -Un joven desagradable, si me lo pregunta, carente de refinamiento, un mozo de cuestionables principios...- añade.

-Pues bien, hace poco, el susodicho ha anunciado su compromiso con la que fuese su novia. Se dice que no llevan mucho, pero que es una pareja encantadora...- explica. -Ya lo ve usted, si alguien como él ha conseguido encontrar el amor, usted tiene muchas más esperanzas...- termina.

Desafortunadamente, Cousteau no habría podido saber que aquel desliz, aquella historia inocente que pretendía animar a su joven camarada, resultaba ser un dardo disparado a su propio corazón... Un segundo relámpago ilumina la instancia, y por escasas milésimas, los vientos parecen enfurecerse, como si anunciaran una tormenta más mundana, más local, que aquella para la que servían de heraldos.

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10/04/2012, 22:18
Alexander de Huntington

Alexander sufrió un escalofrío involuntario al notar el cálido contacto de Cousteau. Sin embargo, no hizo ningún intento de apartarse. El interior del joven médico era un torbellino de sentimientos contradictorios. Aquél toque le transportó a su infancia a través de las brumas de su memoria. Aquél recuerdo le provocó una gran intranquilidad: la impotencia de ver al animal morir ante sus ojos, la culpa de sus propios errores... Pero también la lección que le había enseñado Cousteau, un hombre que había acabado siendo como un padre para él. Miró al rostro del hombre.

Éste estaba hablando de Perry Morton, su viejo archienemigo, el cual le había arrebatado a la única mujer que había amado. Pero las palabras parecían llegarle de muy lejos. Apenas sentía nada, como si fueran los sentimientos de otro.

Alexander seguía perdido en el recuerdo. Ya no era un niño llorón e irresponsable de sus actos. Era un hombre adulto, hecho a sí mismo, y con control sobre su propia vida.

¿Entonces, por qué seguía sintiéndose tan impotente?

Quizá porque no quería seguir siendo un adulto. Desde hacía un tiempo lo había pasado muy mal. Echaba de menos esa época en las que otros solucionaban sus problemas, sin que él tuviera que preocuparse por nada. Las responsabilidades habían acabado haciendo mella en él. Y además, para soportar tantos golpes de la vida, se había forjado una máscara de arrogancia y sarcasmo, y lo había hecho tan bien que ya no sabía si esa era una máscara o su cara real.

¿Y qué hacía pensando esto ahora? ¿Tan débil de carácter era que una simple charla lo afectaba de esa manera? ¿Tan graves eran sus problemas como para querer librarse de ellos a toda costa, como un chiquillo que llora y pide ayuda a su madre?

Demasiadas emociones. Demasiados recuerdos. Demasiada confusión.

Alexander se giró a tiempo de evitar que Cousteau se fijara en una solitaria lágrima que cayó de su ojo izquierdo. Sin decir ni una sola palabra Alexander se acercó a la puerta, donde soplaba un fuerte viento. La tormenta parecía de gran calibre, pero no podía seguir allí, atormentándose.

Suspiró para tratar de calmarse. Después, abrió la puerta, y se aventuró a salir a la calle, con el fuerte viento de cara.

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13/04/2012, 00:11
Narración

El aire helado se estrelló contra su rostro, ejerciendo una enorme presión. De repente, respirar se hacía un ejercicio difícil, la atmósfera parecía cargada de chispas eléctricas y los gruesos nubarrones se alzan amenazantes y oscuros en el cielo. Alexander inhala con dificultad, sintiendo que en lugar oxígeno, lo que se filtra a sus pulmones en alguna especie de alquitrán invisible, una sustancia pesada y viscosa que le transmite sensación de irse asfixiando lentamente a medida que la presión sobre su pecho aumenta.

No puede resistirlo. Los sentimientos y las emociones se convierten en una opresión palpable y dolorosa que lo empuja a moverse. Busca en sus bolsillos rápidamente hasta escuchar el sonido metálico que le recuerda en donde tenía las llaves que buscaba. Las saca con rapidez y camina hacia los carros aparcados frente al bar, para reconocer a su viejo Mercedes C107 gris, un modelo de hace algunos años ya, pero de cierta clase y prestigio que se había ganado el aprecio de Alexander. Ambos, coche y conductor, compartían cierto anacronismo palpitante que los unía de una forma especial, ambos eran parte de una nobleza decadente sepultada bajo la atronante modernidad. A pesar de que los años habían sido gentiles con el vehículo, no pocas cicatrices iban quedando en su motor, y su pintura había perdido hace algún tiempo ya el brillo de épocas de antaño. Aquel coche era una metáfora viviente.

En su mente el ex-aristócrata se repetía una y otra vez "Cousteau entenderá", aún con la punzada de culpa de dejar a su viejo amigo allí, sabía que no recibiría juicio alguno por parte del mismo. Pero ahora necesitaba estar a solas con sus pensamientos. Una segunda lágrima se desliza por su rostro, al tiempo que en una especie de apertura musical, una sinfonía de percusiones que se eleva hasta un climax inesperado, la lluvia se desata sobre la ciudad. Las lágrimas se confunden entre cientos de gotas heladan que golpean el rostro de Alexander, como pequeños y gélidos cristales que se destrozan al contacto con su piel.

Se refugia en su auto, mientras se recuesta sobre el asiento del conductor, pasa las manos sobre su rostro. La explosión de gotas sobre el parabrisas forma un paisaje caótico, una violenta batalla en la que pequeñas corrientes de agua se arrastran hacia abajo. Alexander se lanza ahora en un frenético intento por encender el motor. El auto ronronea, ahoga un gruñido y comienza a vibrar, mientras con un movimiento de la palanca de cambios, una pisada sobre el acelerador, su dueño lo pone en  movimiento sin saber exactamente a donde ir, en su cabeza no cabe un destino, sólo el deseo inaplazable de querer moverse...

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16/04/2012, 14:18
Alexander de Huntington

Está lloviendo...

Alexander sintió toda la furia del viento contra su cara. El aire frío le cortaba con un cuchillo, y las gotas de lluvia le golpeaban con fuerza el rostro, obligándole a bajar la mirada para evitar los estragos de la tormenta.

Con nerviosismo, sacó las llaves del bosillo, con tanto ímpetu que casi se le resbalan de las manos. Consiguió sujetarlas en el último momento, y con ellas, se dirigió hacia su Mercedes, un coche con el que compartía más sentimientos que con muchas personas. Sin detenerse a admirarlo, abrió la puerta, y entró en el vehículo. Una vez en envuelto en el cálido abrazdo del refugio que el automóvil le ofrecía, Alexander trató de poner en orden sus ideas.

¿A qué venía todo eso? Había actuado como un niño, insensato y asustadizo. Se había marchado del bar a toda prisa, contiendiendo las lágrimas, y había dejado a Cousteau con la palabra en la boca. Sabía que no le reprendería, pero no podía dejar de pensar que su reputación para con el londinense se había resentido bastante.

Arrancó el motor con un rugido, y se puso en marcha. Sin rumbo ni destino fijo, el aristócrata vagó por la ciudad con su coche, sin saber qué estaba haciendo. Las gotas de lluvia repiqueteaban contra el parabrisas, y cada gota avivaba aun más los recuerdos de Alexander.

Estaba lloviendo...

Los días más tristes de la vida de Alexander estaban salpicados por la melancólica lluvia.

Se vio a sí mismo, con cinco años, en el jardín de su finca familiar. Su madre se había marchado, los había abandonado, y él había salido al jardín, tembloroso y asustado, a buscarla. ¡Madre!- llamaba. ¡Vuelve, madre! ¡Por favor! Madre...

Pero sus esfuerzos habían sido en vano. No había encontrado a su madre, y ésta jamás regresó. Lo encontraron más tarde, completamente empapado, vagando por el jardín como un alma en pena. De sus labios azules del frío sólo salía una palabra. Madre...

Alexander luchó con todas sus fuerzas por contener las lágrimas. Hacía mucho que había enterrado ese recuerdo en lo más hondo de su mente. Y había elegido ese preciso momento para salir a la luz.

Más tarde se vio a sí mismo, esta vez con diecisiete años, vestido completamente de negro, frente a una tumba. Su padre acababa de ser enterrado tras una agónica enfermedad, y todos los invitados ya se habian marchado. Sólo quedaba Alexander, contemplando la tumba de su padre con una mirada vacía. La lluvia caía por fuerza, pero la inscripción con el nombre de su padre aún podía verse claramente.

Entonces comprendió que, a pesar de que la lluvia había formado un patético marco a la desaparición de sus padres, ésta le gustaba. Le gustaba la lluvia, pue así sus lágrimas quedaban camufladas por las gotas de lluvia.

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22/04/2012, 00:59
Narración

El cielo rugía, los sollozos nostálgicos de las nubes se desprendían con fuerza desigual, a medida que Alexander, sin rumbo aparente, se conducía por las calles de Edimburgo. Atrás quedaban los remordimientos, éstos ya le atacarían en la mañana. Al frente, la congoja que apretaba su corazón y la tormenta que había desatado su furia, la incertidumbre del futuro que se abría pasado con fuerza. Aquel día destrozaba las ilusiones de aquel hombre, aquel día era otra derrota.

Era tristeza.

Y en las reflexiones de las muertes de sus padres, la muerte de la presencia de su madre, la partida de su padre, una amarga ironía aparecía. Pues quería la dama fortuna que aquel mismo día, bajo aquel manto de lluvia, la vida de Alexander de Huntington acabase.

La frustración se condensaba en matices imperceptibles, la velocidad del vehículo aprovechaba la ausencia de vehículos en la calle, pronto la rapidez se torna peligrosa y Alexander parece ignorarla. Un error más que se sumaría a una cadena increíble de eventos completamente inesperados y que se cobrarían la existencia del aristócrata.

Y de repente, sucede. No lo escucha, pero en medio de la lluvia, se abre paso una silueta que reconoce cuando es demasiado tarde. Siente como un cuerpo pesado golpea contra su parabrisas dejando una huella rojiza que se extiende a través de una grieta marcada. Sus reflejos le fallan, gira con fuerza demasiado tarde y las llantas patinan. El auto se estremece en una queja audible, mientras los neumáticos se deslizan sonoramente. Ya no está más en control.

El vehículo se tuerce hacia la derecha malamente, patina en medio de la lluvia, dirigiéndose de lleno frente a un camión aparcado. Es demasiado tarde. Sus manos se tensan sobre el volante, sus ojos se abren de par en par, intenta decir algo, intenta pensar algo, pero todo aquello lo sorprende. La esquina del camión se incrusta de lleno en todo el parabrisas hacia el lado del conductor, la velocidad sólo aumenta la gravedad. No hay dolor, no hay tragedia, no hay agonía, solo un golpe seco, un relámpago, e incluso el mismo terror se desvanece por completo. Lo último que alcanza a ver es su propio rostro reflejado ténuemente sobre el parabrisas de su vehículo, antes de que este se rompiese en mil pedazos, para dar paso a la silenciosa oscuridad.

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24/04/2012, 14:25
Alexander de Huntington

Alexander, herido y sangrante, yacía sobre el frío asfalto. No sentía nada. No había dolor. No había frío. No había miedo.

Nada.

La lluvia continuaba, incansable, sobre su cuerpo inmóvil. La sangre manaba a borbotones de sus heridas, mezclándose con el agua de lluvia en una mezcla mortal.

Extrañamente, en ese estado, ajeno a cuanto lo rodeaba, cobró una extraña lucidez.

¿Es este el fin? ¿A esto se reduce mi vida? Años de preparación. Años de planificación. El trabajo de toda una vida, reducido a sangre y lluvia.

¿Qué me espera ahora? ¿Una recompensa a mis esfuerzos? ¿Un castigo por mis pecados? ¿La negra e insondable oscuridad?

Ya nada importa. He fracasado.

Cerró los ojos.

Y murió.